N° 115 - Sobre la Pobreza

Tal vez este asunto sea el más complicado de las Reflexiones. Todos quieren poseer más de lo que tienen: los indigentes, profesionales, comerciantes, los muy ricos. Hay una revista norteamericana que publica regularmente la fortuna de las personas más ricas del mundo, y da cifras que, por sus dimensiones, no tienen ningún significado. Es como una carrera de los números en dólares en la que unos corren tras otros para alcanzarlos y sobrepasarlos. Ser el número uno, como en el tenis y el golf, medido por dinero. El que ya es rico tiene satisfechas todas sus necesidades, pero desea más. El estafador de Nueva York, Bernardo Madoff, tenía tres yates, uno en esa ciudad, otro en el Caribe y otro en el Mediterráneo, numerosas mansiones, aviones, limusinas. El dinero pertenece a Satanás; hasta Freud escribió sobre estas cosas en sus investigaciones.

Los religiosos han hecho votos de pobreza aunque no los cumplen; aquello que no tienen registrado a su nombre personal lo disfrutan en las posesiones de la Iglesia. Los Obispos también hicieron votos perpetuos, pero tienen a su disposición las riquezas de sus instituciones y en algunas naciones, como en Argentina, el Estado les paga un sueldo. ¿Dónde está la pobreza que predicaba Jesús?

Ahora China es la nación más rica del mundo, sostiene y paga los créditos de Estados Unidos cada día más comprometidos con la especulación financiera internacional. Este último país tiene 14 portaviones gigantes con altísimos costos de mantenimiento y operación que no sirven para nada, sino para manejar su prestigio bélico, mientras las necesidades del pueblo, la pobreza, aumenta sin solución. En las naciones, como en los particulares, la riqueza y la pobreza son una cuestión de vanidad, de qué dirán, del estatus social, político y militar. En la guerra de Vietnam los campesinos locales eran pobres y los norteamericanos invasores muy ricos. Mc Namara, Secretario de Defensa, planificador de la agresión, decía que la guerra es una cuestión de números. Pero en Vietnam el espíritu del pueblo triunfó sobre la fuerza infernal de las armas. La pobreza o la riqueza no son una cuestión de más o menos, sino un valor interior. La más perfecta definición está en la oración de Jesús: “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy”. Y Buda, todas las tardes caminaba con sus discípulos más allegados con su tazón en la mano pidiendo un poco de comida. Cuando tenía suficiente, daba las gracias y se retiraba. Era su único alimento. Era un pobre perfecto según sus cualidades.

En Mendoza un muchacho termina la secundaria y, generalmente, no sigue estudiando, prefiere trabajar para comprar, por ejemplo, un auto. Si la familia es numerosa frente a la casa se ven en la vereda cuatro o cinco autos, una para cada uno. Trabajará en una ferretería o una tienda toda la vida y medirá el progreso por el precio del vehículo que maneja. No sabe qué es riqueza, pobreza, o dignidad familiar, sino el placer de consumir y poseer. Los chinos siempre vivieron con escasos medios, pero ahora imitan crecientemente a sus antiguos explotadores europeos. Seguramente tendrán el mismo fin que ellos.

El tema es complicado porque en el fondo no es cuestión de dinero, sino de un valor interior de la persona. Se puede tener mucho dinero y ser muy pobre espiritualmente, como el mercader de Venecia. Las almas grandes y ejemplares vivieron modestamente: San Vicente de Paul, Don Bosco, San Martín y Belgrano donaban al pueblo los premios que recibían para construir escuelas y bibliotecas. Si se revisa la vida personal de los ricos se verá que no valen nada y que, como los indigentes, sólo quieren consumir, aparentar, disfrutar el lujo que le ofrece la fortuna económica, y en la mayor parte de los casos, conocer todos los vicios degradantes. ¿Quieren cosa más ridícula que un paseo por el espacio como turista a un costo de 20 millones de dólares por viaje y persona por una semana? El problema de los reyes absolutistas y los ricos es que se aburren y no saben que hacer con su tiempo. ¿Dar? ¿Compartir? ¡Jamás! Viven aislados en su mediocridad vivencial. Jacqueline Kennedy, esposa de Onasis bajo un contrato de 3 millones de dólares mensuales de ingreso, visitaba tiendas de lujo y compraba ropa y joyas por docena, que jamás usaría. En Argentina, en la época de la plata dulce, los turistas viajaban al extranjero para comprar barato y quedó el slogan: ¡Déme dos! Ahora los chilenos vienen a Mendoza con el mismo fin y la misma frase: ¡Déme dos!

El asunto de la pobreza está sin solucionar, en la teoría y en los hechos. Las instituciones económicas internacionales, Banco Mundial, C.F.I, Banco Interamericano, etc. tienen sus propias clasificaciones interesadas que las imponen a la economía mundial y dividen a las naciones en primer mundo, tercer mundo, etc. Pobres son aquellas personas que ganan 1,50 dólares diarios, incluyendo a los monjes que no ganan nada, y los ubican en casilleros sociales férreos y una política discriminatoria. Las Naciones Unidas tienen muchas organizaciones dedicadas a promover la cultura, la salud, la infancia, etc. pero no tiene ninguna que se ocupe de defender a los pobres del mundo. ¿Qué es ser pobre? ¿Cómo vivía San Francisco de Asis, por debajo de 1,50 dólares como establece el Banco Mundial? A mi juicio debería establecerse una medida equilibrada: Dividir el producto bruto mundial por 7.000 millones de habitantes del Planeta y fijar esa cifra como medida de distribución justa e igualitaria para todos, sin excepción, y comprometer a los gobiernos a cumplir esa meta.

La separación entre ricos y pobres a esta altura de la evolución humana, con abundancia de recursos, educación universal, grandes conquistas de la ciencia y tecnología es un insulto para la Humanidad. Hemos tenido en los últimos dos siglos grandes personalidades en todos los campos de la sociedad, desde santos ejemplares, Santa Teresa de Calcuta, Santiago Bovisio, Vivekananda, prominentes investigadores, Pasteur, Von Braun, Darwin, industriales, Henri Ford, Otto Dailmer, políticos progresistas, Gandhi, Mao, De Gaulle y una clase media numerosa con ganas de vivir honestamente, dedicandose al trabajo y la educación; pero, por razones todavía no explicadas, la sociedad moderna se derrumbó en la injusticia y ahora está a las puertas de la extinción. Nadie ha hecho un estudio serio sobre la situación moderna ni las causas de la decadencia, aunque todos la conocen. Ya no hay tiempo para una corrección del rumbo. Pasaron los días en que se podía trabajar en el cambio; ganó la codicia. Hasta la Sagrada orden Cafh, creada en 1937 antes de la guerra, con todas las posibilidades teóricas y humanas de la Renuncia disponibles, a la muerte del Fundador se terminó por la codicia material de los continuadores. También la civilización se está terminando por codicia y acumulación de riquezas en pocas manos y habrá que esperar mucho tiempo, tal vez siglos de corrección continuada, hasta que el nuevo hombre pueda vivir la ley de la Renuncia, confortable en su medio ambiente, con salud y alimento suficiente.

Pero los primeros Acuarianos están junto a nosotros y se esfuerzan para vivir la nueva ley. Pueden hacerlo incluso en la actividad económica si son capaces de escuchar la voz de la conciencia que les indica las formas del Nuevo Mundo, sin dogmas ni regulaciones impracticables, orientando las búsquedas según sus necesidades básicas, personales y familiares y desechando las ofertas y oportunidades que ofrece la sociedad decadente.

El Maestro Santiago vivía pobremente con su familia en un pequeño departamento cercano a la Plaza Constitución de Buenos Aires. Tenía una biblioteca de primer nivel que fue haciendo con los años. Educó sus dos hijos en la Universidad. Era buen cocinero y solía hacerlo para la familia. Viajaba en transporte público. Su vestimenta era la necesaria y modesta. Solía decir: “Aunque tuviera el dinero del mundo viviría exactamente como ahora”. Su estándar de vida lo fijaba él y no otros. Practicaba la economía providencial y nunca pasó necesidades económicas. Cuando la Comunidad de Ordenados de La Plata juntó un poco de dinero como ahorro, el Maestro lo retiró pasándolo a la Limosnería de Cafh. El Superior se quejó porque se quedaba sin plata, y el Maestro le respondió: “Señor Alberto: nunca le va a faltar un pedazo de pan para comer en este país”.

Lamentablemente no se puede establecer una cifra igualitaria para distribuir a todos, porque los hombres y los países donde viven son diferentes. La salud y las Universidades son muy caras en Estados Unidos y muchos, unos 40 millones, carecen de cobertura médica básica. En Cuba, Vietnam y China la salud y la educación son gratuitas y modelos de alta calidad. En Argentina hay de todo, educación pública y privada y centros médicos públicos y privados. Según el lugar donde viva la persona prevalece la indigencia o la bonanza económica. En Mendoza crecen las villas miserias y también están floreciendo los barrios privados de alto nivel, como los castillos en la Edad Media. Pero el dinero es el regulador de la vida familiar. Por eso hay tanta corrupción en todos los estratos sociales, desde el gobierno nacional y local, el comercio y la vida callejera. Son pocas las familias que se ubican en lugares sanos y se autorregulan por sus convicciones morales.

Aquél que estudia las Enseñanzas del Canon y desea ponerlas en práctica para él y su familia encuentra en esas páginas miles de ideas y ejemplos que le ayudarán a lograr el justo equilibrio entre sus necesidades alimenticias, culturales, educativas, sociales y las posibilidades materiales de cumplirlo. La Renuncia es la clave del éxito: ¡No! A esta propaganda innecesaria. ¡No! A aquella oferta frívola. No a la quiniela ni a los juegos de azar que dan premios que no hemos ganado. No a las apariencias y las vanidades. ¿Para qué buscar en los fuegos fatuos una distracción pasajera cuando la vida nos ofrece una ocupación noble permanente? Estudiar y aprender hasta los últimos años. Ayudar a los necesitados en la calle, hospitales, escuelas. Con las Enseñanzas del Canon se encontrará un significado superior a las actividades diarias. El Maestro Santiago decía: “La vida espiritual es embellecer las cosas simples”.

Esta es la verdadera pobreza que esta Reflexión quiere transmitir a la luz de la doctrina de la Renuncia. Ser pobre no es ser carenciado en esto o aquello, sino establecerse en el equilibrio justo de la personalidad y la economía, poseer la dinámica interior para usar cosas valiosas, libros, instrumentos musicales, incluso autos nuevos y joyas con desapego. Ser pobre según la Renuncia es la armonía entre el hombre interior desarrollado y el mundo exterior que lo rodea.

Lector: Usted, yo, los amigos, los niños y los ancianos, los enfermos y los jóvenes con buena salud podemos tener la dicha de ser pobres privilegiados, meditando permanentemente las palabras de Jesús: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos será el reino de los Cielos”.

José González Muñoz
Julio de 2010

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