N° 113 - Mi Método de Estudio

Tiempo atrás yo tenía muchos libros, videos, cassetes, CD, revistas de artes, Direct TV y equipos electrónicos. Hace unos diez años me desprendí de todo eso; no tengo Internet, televisión, radio ni leo periódicos regularmente. No me interesan. Cuando empezamos a difundir el Mensaje de la Renuncia por Internet desde Buenos Aires y editamos el Canon de las Enseñanzas permanecí solitario, como quería, con las Enseñanzas completas del Maestro Santiago, en el hermoso valle de Potrerillos, al pie del Cerro del Plata. Ahora tenemos un otoño dorado y cálido. Las ideas del Canon, los recuerdos de viejas lecturas y una meditación permanente sobre los problemas de la Humanidad constituyen el escenario donde juegan mis pensamientos y el método de estudio para aprender. Meditación es sinónimo de Reflexión. Muchas de ellas quedan en mí; otras las ordeno literariamente y aparecen en el sitio Web junto al Mensaje de la Renuncia, para todos.

En ese ámbito de silencio y soledad vivo día y noche con la más amplia libertad de pensamientos; permanezco quieto en mi sillón junto al hogar de leños siempre encendido durante el día, y en la noche en mi cama, unas veces en la oscuridad y otras con la luz encendida. Nunca leo, salvo las Enseñanzas para aprender o las Reflexiones para corregirlas. Si necesito alguna información recurro a la memoria (tengo 82 años), y si no la encuentro no tiene importancia; todo lo que reflexiono y escribo es lo que está en mí, como recuerdo o como fantasía. No me importa mucho la exactitud de los nombres y las fechas; me atrae más el vuelo del pensamiento lanzándose hacia el futuro desconocido como están en los Relatos Acuarianos. Las ideas no son sólo ideas, sino también sentimientos, esperanzas, premoniciones.

Mi método no es racional, sino intuitivo. La intuición permite al ser incursionar integralmente en lugares desconocidos y sus resultados siempre son experiencias globales, holísticas, para decirlo de otra manera, tridimensionales; el objeto se entiende desde arriba, de abajo y de atrás, al mismo tiempo. No hay etapas progresivas en las que uno va avanzando poco a poco, sumando unas a otras, como un teorema aritmético hasta llegar al final. Podemos decir que se entiende el todo en el primer momento, o no se lo entiende. Cuando Miguel Ángel iba a Carrara para elegir sus mármoles, nunca se equivocaba, porque tenía en su cabeza la estatua completa que quería esculpir. Luego decía: “Esculpir es fácil; sólo hay que sacar el mármol que sobra.” Hacía talla directa, sin modelos ni ensayos en arcilla. Era muy eidético.

Santa Teresa La Grande practicaba y enseñaba a sus monjas del Carmelo un método parecido: la meditación infusa, no practicada en C.A.F.H. Como un bloque de sal en el mar, o el té en agua hirviendo para obtener una infusión, el meditante se fundía en sus meditaciones y obtenía un resultado completo: el conocimiento del objeto buscado y una transformación integral. Ejemplo claro de esa práctica espiritual es la hermosa poesía de San Juan de la Cruz: “Noche Oscura”.

¿Cómo es el procedimiento que utilizo para reflexionar y obtener un resultado? Lo vamos a desarrollar con un tema que todo el mundo conoce y le interesa: la situación de Norteamérica en estos tiempos cruciales. Hasta el último rincón de la Tierra llega la influencia nosteamericana con su particular forma de ver las cosas, guste o no guste. En América Latina esta presencia ideológica se extiende de polo a polo, ocupando los espacios culturales y sociales de las naciones, hasta las clases más bajas. La aspiración de un boliviano trabajador en Mendoza es tener una camioneta Ford; la casa, la salud, la higiene no le interesan; quiere la camioneta y la tiene. Rusia, con todo su poder, no existe para el argentino; más importante para él es una visita a Disneylandia. En el resto de los continentes, la situación es más o menos la misma; para los musulmanes de Asia y África los Estados Unidos son el enemigo mortal; para otros son el ideal de vida que quieren imitar y alcanzar.

Norteamérica es la nación más inquietante entre todas y la más temible. Nadie tiene miedo a Rusia, China y otras con poder atómico, salvo sus vecinos inmediatos. No son naciones agresivas y sólo quieren desarrollar lo que tienen, como quedó demostrado en Vietnam; no se meten con nadie, cultivan la tierra y sus antiguas costumbres. Pero si los atacan, se defienden ferozmente, como saben muy bien franceses, ingleses y norteamericanos. Y finalmente  triunfan.

Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, hace sesenta y cinco años, estallaron varias guerras importantes, todas fuera del territorio norteamericano y protagonizadas por ese país: Corea, Cuba, Vietnam, el Golfo, Irak y Afganistán, estas dos últimas todavía en pleno combate. Ahora hay dos más anunciadas: Irán y nuevamente Corea. Pero la situación mundial es diferente a la de hace medio siglo; muchas naciones tienen poder atómico en un equilibrio milagroso que el más pequeño error político, accidente o desesperacion humana puede hacer estallar. Y los estrategas saben que un único estallido nuclear en alguna ciudad arrastrará a todas las otras bombas que consuman el propósito para el que fueron construidas. Los terroristas lo saben y es lo que más teme Estados Unidos. Pero ya no pueden cambiar. La Humanidad sigue la línea recta.

Poco a poco nos vamos sumergiendo en el océano existencial de la gran nación del norte descubriendo los rincones oscuros que su enorme publicidad mantiene en secreto, o disfrazados. El Imperio Ruso era gigantesco, pero en 1917 un puñado de revolucionarios lo derribó cambiando el mundo. Despues de la Segunda Guerra Mundial otro gigante, China, revolucionó a su pueblo humillado durante siglos, y ahora es la nación más rica del planeta, con los dos sistemas, comunismo y capitalismo conviviendo armoniosamente. En esos y otros casos, siempre fue un Gran Iniciado Lunar el gestor del cambio: Lenín, Mao, Gandhi y otros. Sin esos conductores no es posible la solución de los problemas de la Humanidad. Estados Unidos tuvo dos: Lincoln en el siglo XIX y Roosevelt en el siglo XX, quienes la convirtieron en una superpotencia. Ahora no tiene conductores y va de un lado a otro, bamboleándose en las tormentas del fin de la civilización.

Las guerras que ha desencadenado Estados Unidos son la expresión visible de su manera de ser. Desde el comienzo como nación en el siglo XVIII fue agresiva con sus vecinos y más tarde con paises lejanos. Hay un sentimiento de disconformidad, de miedo latente, de angustia existencial en sus habitantes que los empuja a la violencia. Cada tantos días un estudiante, o un empleado desocupado, toma un fusil personal y mata a todos los que puede. No caben dudas que la permanente ingestión de violencia en la televisión, su alimento cultural y educativo, los transforma fácilmente en el otro yo que llevan adentro. Cuando derribaron las Torres Gemelas de Nueva York, un acontecimiento secundario en la palestra mundial, Bush declaró la guerra mundial contra el terrorismo y nombró a siete paises como “eje del mal”. El pueblo lo acompañó masivamente. Pero los terroristas no tienen patria, ni una tierra donde combatir, ni ejércitos. No obstante producen efectos asombrosos: el pueblo norteamericano vive el terror diariamente; en sus aeropuertos y calles patrulla el ejército armado; el ciudadano perdió las libertades civiles que fueron su orgullo. Despues del 11.9 no hubieron más atentados en E.E.U.U.; pero no tienen paz. Los terroristas tocaron un resorte oculto del alma del pueblo de ese país, y no lo pueden desactivar. Para mí es un complejo de culpabilidad, religioso, semejante al de los judíos de Jehová, tan abundantes y poderosos en ese país. Por encima de este caldo de cultivo subconsciente, se producen las catástrofes naturales, Katrina, derrame de petróleo en el Golfo de México, incendios de bosques en California durante los veranos, el efecto invernadero y los huracanes. Lo más grave y doloroso es el derrumbe de la economía en 2008, con la secuela de desocupación, 14 millones de viviendas abandonadas, pobreza, falta de cobertura de salud, inseguridad, crecimiento de la delincuencia, las drogas y la prostitución.

Para penetrar en el espacio mágico de un pueblo o de un hombre, el investigador debe despojarse completamente de sus apegos personales que adulteran los descubrimientos produciendo errores de interpretación; debe renunciar a sí mismo y estar limpio, como decía San Juan de la Cruz en la poesía citada: “En una noche oscura, con ansias en amores inflamada, ¡oh!, dichosa ventura, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”. La casa, uno mismo, debe estar en orden. Entonces el misterio por descubrir aparece tal cual es a la luz de la inteligencia, independiente del agrado o fastidio que provocan sus imágenes. El método es la semejanza con el objeto, una simpatía atractiva que hace comprender al otro, libre de prejuicios y una honrada voluntad de conocer.

Hay muchas naciones como Estados Unidos, semejantes y diferentes, y si el estudiante quiere meditar sobre ellas, debe empezar de nuevo desde la nada de sí mismo, para que las conclusiones sean legítimas. Lo mismo para estudiar y comprender cualquier asunto: personas, conceptos, la reversibilidad, los mundos plurales, la ética del bien y del mal, etc. El resultado es un conocimiento y una riqueza interior del protagonista pensador. Queda allí, o se puede comunicar para que otros estudiantes intenten la aventura.

¿Cuáles son los resultados del método infuso? La ley divina de evolución de las razas establece para ellas la misma secuencia que la vida de un hombre: nacimiento, crecimiento, esplendor y muerte. El tiempo de la Raza Teutónica terminó y estamos asistiendo a la decadencia de su condición humana. Como en la guerra contra los Magos Negros Atlantes, sólo falta el estallido final. Muchas naciones tienen poder atómico, pero una sola, Norteamérica, tiene un karma pendiente insalvable: Hiroshima y Nagasaki. Ojo por ojo, diente por diente, alma por alma. Muchos escritores, clarividentes y la propia conciencia humana, han predicho tiempos negativos. A esto se suman el irreversible proceso del cambio climático, los movimientos telúricos, la desaparición de especies y la miseria generalizada. Somos testigos de estos grandiosos acontecimientos que quedarán en nuestra memoria.

Lector: Debemos aceptar que el karma finalmente es colectivo, de todos. En algunos niños acuarianos predestinados que ahora están naciendo está depositada la esperanza de la Humanidad.

José González Muñoz
Junio de 2010

 

 

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