N° 114 - Los Niños

Ya muchos piensan: Lo mejor es no tener hijos. Una simple mirada al mundo que nos rodea en el lugar donde vivimos nos hace comprender que procrear es condenar al niño a un infierno con muy pocas posibilidades de supervivencia digna, cualquiera sea la clase a la que pertenezca, alta, media, baja o lumpen. El globo terrestre está globalizado y lo que sucede en algún sitio ocurre en todos. Hagamos un breve resumen del último siglo de la Civilización Occidental, dividiéndola por generaciones de 25 años cada una:

1900-1925: La época hermosa. París era la capital mundial. Continuaban las tradiciones familiares; las diferencias eran pocas. Empezaba el automóvil, el cine, el teléfono, la aviación y tener hijos era una esperanza gratificadora.

1925-1950: Fin de la Segunda Guerra Mundial. Expansión de las comunicaciones, las ciencias, los nuevos países, los viajes, el totalitarismo de Estado. La sociedad se hizo peligrosa y represiva. Para salir a la calle había que portar documentos policiales.

1950-1975: Guerra de Vietnam. Las dos súper potencias se amenazan mutuamente. Proliferación del poder atómico. Desorden en las grandes ciudades. Pobreza creciente. Drogadicción. Liberación sexual. Terror de Estado.

1975-2000: Fin de la Era Teutónica. Drogadicción masiva, degeneración sexual y abuso de menores, violencia, desintegración de la Unión Soviética, agresividad militar de Estados Unidos en los países débiles. Miedo, inseguridad, proliferación de la indigencia y las villas miseria en todo el mundo.

2000-2025: Derrumbe de la economía en Estados Unidos y Europa. Los vicios morales repugnantes crecen, drogadicción en menores, la amenaza atómica es permanente, catástrofes naturales crecientes, recalentamiento del planeta. Población mundial con más de 7.000 millones de personas. Las profecías de Nostradamus señalan el año 2025 como el fin de la civilización.

Desde hace un siglo hemos presenciado dos movimientos universales divergentes. Hacia arriba, el avance asombroso de las ciencias, la tenología y las comunicaciones. Conquista del especio exterior y las más extraordinarias creaciones de la ingeniería genética en vegetales, animales y seres humanos. Contrariamente, hacia abajo con igual velocidad simétrica, la inevitable precipitación de los hombres hacia el abismo con la degradación irreversible de la condición humana, cambio negativo de valores de vida y convivencia en las esferas más altas de las sociedades y corrupción en las organizaciones financieras que rigen la economía mundial. Entre la tecnología maravillosa y la sociedad desorientada no hay un puente de comunicaciones. Cada uno por su lado, descienden cuesta abajo hacia el precipicio. La tecnología con sus conquistas cae mortalmente subordinada a la codicia de los empresarios y gobernantes, y la Humanidad es consecuentemente la víctima propiciatoria.

¿Para qué traer niños y condenarlos a sobrevivir en este escenario? No vamos a considerar este asunto con generalidades que no dicen nada. Stalin escribió: “La muerte de un hombre es una tragedia; la muerte de mil hombres es una estadística”. No vamos a analizar los informes nacionales, ni los de Unicef sobre el hambre y la mortalidad infantil en las regiones más pobres del planeta. Queremos comunicar algo muy importante a los protagonistas del futuro, porque ese futuro se gesta ahora, en la responsabilidad de los padres. Nos vamos a localizar en el lugar que vivo y participo: la ciudad de Mendoza. Tiene un millón de habitantes, con industrias, comercio, agricultura, Universidades y todas las clases sociales: alta con buenos ingresos, media en comercio, las profesiones y la agricultura y baja de trabajadores, peones municipales y jubilados. Además, un creciente cinturón de villas de emergencia sin servicios urbanos, con la mayoría de sus poblaciones sin educación ni trabajo, sobreviviendo en la delincuencia, la violencia y las drogas.

La clase alta, que controla al gobierno provincial y la economía, es poco numerosa, habita barrios fortificados y cerrados por altas murallas y seguridad privada; las viviendas, unas al lado de otras en pequeños terrenos casi sin jardines ni relaciones entre vecinos, como en los departamentos del centro; los más ricos tienen mansiones en lugares privilegiados con numerosa custodia; en otros barrios más abiertos la seguridad porta armas de avanzada con visión nocturna y vehículos todo terreno. Nadie sale de noche allí, en la ciudad ni en las villas. El miedo reina en la oscuridad. Los niños y muchachos de esta clase se educan en colegios privados, concurren en automóviles o transportes escolares con custodia, aprenden muy bien inglés y computación. Muchos, cuando terminan el secundario o la universidad, van a Universidades norteamericanas o de Europa para obtener títulos de Maestros en Economía y Negocios que los habilita para trabajar como ejecutivos en las empresas familiares. A los mendocinos jóvenes no les interesan los conciertos ni la literatura; sólo quieren divertirse en cualquier edad en los boliches bailables de su nivel. Son como turistas vacacionando en su propia ciudad.

La clase media es numerosa y de mayor presencia en las calles; comerciantes, profesionales, empleados públicos, oficinistas, agricultores de los departamentos vecinos, contratistas de viñas, etc. Sus hijos se educan en escuelas públicas y algunos colegios privados, con programas oficiales generalmente mediocres. Sólo una minoría termina la secundaria y asisten luego a Universidades estatales y privadas cursando generalmente carreras cortas con rápido acceso laboral. Los chicos son como todos los menores de la sociedad de masas y se autoprotegen formando grupos de su nivel para jugar al fútbol, entretenerse en los ciber con Internet, reunirse en boliches nocturnos y mirar televisión varias horas por día.

Los chicos de clase baja son iguales, aunque con menores recursos. Rápidamente entran en el mercado laboral para ayudar a la familia, o independizarse. Pero todos están sumergidos en la misma idiosincrasia dominada por la codicia material. Los habitantes de las villas miseria, cada días más numerosos, no tienen nada, ni la posibilidad de ascender en la escala social. Por el contrario, la economía, la corrupción, la competencia, la falta de una política educativa los empuja hacia abajo. No sólo en Mendoza sino en todas partes. Hasta en Estados Unidos, que tenía un buen nivel de vida, han aparecido como hongos las villas con sus pobladores típicos: trailer de segunda mano, moteles, carpas debajo de los puentes, etc.

Pero la amenaza para los niños por nacer no está en la pobreza, sino en la miseria moral, cultural y social. La familia. Las Universidades. Las Iglesias. Todos  participan  de la misma cultura de masas, desde la presidenta del país hasta el habitante del rancho de latas con su antena de DirecTV. Si un chico tiene la suerte de nacer normal y luego no drogarse ni deformarse sexualmente, puede caer en la cultura de los medios con atractivos mensajes e imágenes que corrompen la mente día y noche. No hay forma de escapar. Hoy los niños tienen Internet y televisión en sus dormitorios, sin control. Y los comunicadores son especialistas capacitados para estimular el consumo, la codicia, la corrupción y el sexo.

Hay un tipo de personas, poco numeroso, que permanecen fuera del escenario dramático que hemos presentado; son los pastores que viven en regiones aisladas. En Mendoza están en Malargüe, General Alvear, el desierto arenoso de Lavalle. Cuidan cabras, algunos caballos y vacas, una vida compartiendo la naturaleza, muy humilde y solitaria, sin contaminación. Nadie conoce el destino de las almas hasta la hora de la muerte y de los niños menos aún. Los predestinados aparecen en cualquier lugar: Jesús era hijo de un carpintero y Sidarta nació príncipe. Únicamente los Santos Maestros conocen y preparan a los nuevos Acuarianos, y triunfarán o perderán en sus misiones de futuro según la Providencia.

Esta Reflexión no va dirigida a los niños, sino a sus progenitores, los que todavía pueden hacer algo para proteger a los que ya están, y los que vendrán. La vida de un ser se decide en la infancia y cuando cumple los catorce años y actúa independiente, debe poseer las cualidades básicas y la formación para vivir correctamente, dueño de sí mismo. Hasta los siete años el pequeño depende de la madre; desde allí hasta los catorce aprende del padre. En esos años los padres tienen plena responsabilidad del futuro de su hijo. Si el chico llega a la pubertad con ideas claras, fuerte voluntad, con mente propia y no colectiva, lejos de la mediocridad general de la cultura actual, los padres pueden estar seguros que han cumplido con su deber. De ahí en más, el chico es responsable de lo que hace y es. Los niños nacen y seguirán naciendo en todos los hogares, con grandes recursos o con muchas necesidades. La oportunidad de vivir es para todos los niveles y la historia demuestra que los constructores del progreso han nacido en las más diversas condiciones. Pero la responsabilidad de los padres es inexcusable, vivan en una villa, en un viñedo, o en un barrio cerrado fortificado. En todos los niveles nacen y crecen santos y delincuentes.

Lector: Comprendo que éste es un asunto muy delicado y difícil que toca los sentimientos más íntimos del hombre y la mujer. Conozco parejas que han decidido no tener hijos y no los tienen. Hay otras que tienen varios y están satisfechos con sus chicos y con ellos mismos. Hay muchos que se lamentan siempre de los hijos que les han salido. En Mendoza hay hogares que reciben del Estado niños abandonados y los atienden hasta la mayoría de edad. Toda la gama de posibilidades están en la sociedad moderna y depende de los padres que el chico se forme en las mejores condiciones, las que promueven la exaltación de la vida y la calidad humana. El niño no puede elegir, pero los padres sí. ¿Dónde formaremos un hogar? ¿En el caos peligroso de la ciudad, en un viñedo, en la montaña, más lejos todavía? ¿Hace falta que vaya a la escuela, o lo educaremos en casa? ¿Desecharemos la televisión, los juegos electrónicos, Internet? ¿Aprenderá una carrera universitaria, o un oficio noble? Einstein decía que le hubiera gustado ser plomero, no físico. ¿Para vivir feliz es necesario tener muchas cosas, o solamente las necesarias? ¿Cómo decidir?

La situación de los niños en la sociedad moderna suscita preguntas y más preguntas, que sólo pueden ser satisfechas en la intimidad del corazón de cada padre.

José González Muñoz
Julio de 2010

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