N° 144 - La Reencarnación Obligatoria

Algunos creen en la reencarnación y otros no. La mayoría de las tradiciones, especialmente las más antiguas, sostienen que las almas reencarnan una y otra vez y la literatura histórica está plena de estas creencias. En la vida moderna, algunas religiones que se ocupan del más allá defienden la permanencia del alma después de la muerte, en otros estados y con diversas características; unas para la eternidad, paraíso, purgatorio e infierno; otras con retornos periódicos a la Tierra para continuar el aprendizaje de liberación. El judaísmo no cree en la vida después de la muerte y este dogma acarrea consecuencias graves para los  integrantes de esta religión. Pero la mayoría de las personas modernas no creen seriamente en nada, salvo la experiencia inmediata, trabajar, comer, procrear, divertirse. Cuando llega la hora final, lloran y desesperan. Son hombres “masa”, los que perdieron sus almas y, después de la muerte se quedan en el estado intermedio vagando en las proto formas de la desdicha.

La reencarnación es una necesidad del ser que busca la perfección original que no puede ser lograda en una sola vida; debe volver una y otra vez acercándose al ideal buscado. Una referencia didáctica sobre la reencarnación son los años que necesita el estudiante para alcanzar un titulo universitario, contando desde la escuela primaria. El niño no sabe, debe aprender a leer y escribir y, un grado tras otro, se va capacitando hasta alcanzar la profesión que desea, ingeniero o medico por ejemplo. Cada grado esta diferenciado de otro por las vacaciones del verano. La muerte es el fin de un curso; transcurre un tiempo y debe volver a la escuela de la vida, para seguir aprendiendo. Todos los seres humanos deben morir y reencarnar un tiempo después, generalmente cada setecientos años y en el mismo grupo familiar y social. Los judíos reencarnan judíos siempre, acentuando los genes de la raza.

Los católicos adoptaron un mundo post mortem verdaderamente primitivo, medioeval, cuando los campesinos no sabían leer ni escribir y los sacerdotes pronunciaban la misa con dificultad; el limbo para los que mueren sin bautismo, el infierno para los pecadores, el purgatorio para los que no han cometido muchas faltas y el paraíso eterno para los fieles. Hace unos años, Juan Pablo II canceló el limbo de un plumazo, pero no indicó donde ubicaba a los niños no bautizados, los budistas, etc. después de la muerte. Quedan los otros lugares de la Divina Comedia, pero ahora, siglos XX y XXI, no les gusta hablar de esas cosas. En el caso de graves pecados, como los niños violados, pagan una indemnización a los familiares, se confiesan y no hablan más de eso.

Un caso particular que es interesante considerar para compararlo con otros cultos son los judíos. Recomendamos estudiar la Enseñanza 14 del Curso “Diez Grandes religiones”. Como allí está explicado, los judíos actuales con inmensas riquezas financieras, poder atómico y el Estado de Israel reconocido poco tiene que ver con el antiguo pueblo que salió de Egipto: “No creen que el hombre subsista en el más allá. Les basta tener una vejez venerable y respetada; que su nombre sea pronunciado con respeto después de la muerte y que el recuerdo del patriarca sea respetado en su raza. Más allá no hay nada más que la nada, el silencio eterno, lo que el hombre no tiene derecho a investigar”. Pero esas son creencias muy distintas de la realidad. Los hombres cualesquiera sean las religiones que profesan están obligados a reencarnar para aprender y perfeccionarse en la vida integral o para pagar crímenes que hayan cometido, su karma. La Justicia Divina es perfecta y los crímenes se pagan en los planos penitenciarios del Astral, y en esta vida. Los crímenes contra los inocentes en Palestina se pagan en el más allá y también en la Tierra. El karma es colectivo y el anuncio de los profetas señala que allí comenzará la guerra de exterminio nuclear. Léase el Curso “El Devenir”, especialmente la Enseñanza 15 “La Reencarnación”.

A medida que pasan los años se va produciendo un aumento de nacimientos con graves defectos orgánicos y mentales especialmente en las naciones mejor preparadas, y los profesionales de la salud no saben qué hacer con ellos, donde ubicarlos, qué tratamiento darles para que encuentren un sentido a esa vida. Los padres desesperan. Los cottolengos están llenos. Los pudientes los ubican en casas de salud atendidas por enfermeras y los van a visitar de vez en cuando. Mientras son pequeños el problema es manejable, pero  a medida que crecen se vuelven muy difíciles. Fueron patéticas las fotografías de los niños que nacieron en Hiroshima y Chernobyl. El karma es colectivo y no hay explicación filosófica que satisfaga el dolor que provoca. En la justicia Divina y en la reencarnación se pueden encontrar los orígenes de esos sufrimientos. Los clarividentes que conocen la historia de los hombres y pueden remontarse hacia vidas anteriores encuentran los motivos de esos desórdenes en almas aparentemente inocentes. Pero ellos son prudentes y no declaran los crímenes que cometieron en vidas pasadas para no aumentar el dolor de los familiares. Se reencarna en grupos de almas afines, por el amor y por las responsabilidades. No hay consuelo, sino un silencioso sacrificio para atender a esas almas hasta el final, sostenido por la resignación a toda prueba, fuerza de la Doctrina de la Renuncia. Con la oración, la humildad y ayuda a los necesitados los padres cumplen con su hijo.

Las Enseñanzas del Canon ofrecen una cantidad impresionante de informaciones sobre la pluralidad de los mundos y las diversas dimensiones que tiene que experimentar el ser humano en su desenvolvimiento evolutivo. Antiguamente, griegos, persas e hindúes evolucionaban cómodamente en esa riqueza de vida, como lo demuestran la mitología de los Dioses y los cuentos de Calila y Dimna que llegaron hasta nosotros en “Las mil y una noches”, de los árabes. El monoteísmo de los judíos y cristianos arrasaron con la riqueza de la mente y se concentraron en el pecado y el dinero, figuras en las que ambos son líderes emblemáticos. Con la llegada del Maitreya y la nueva civilización que está surgiendo de las ciencias, y la mística de la Renuncia, las enlutadas vestiduras de negro de los sacerdotes van desapareciendo. El mundo, la vida, la civilización no es como la impusieron, sino como se promueven desde los mundos plurales para todos, sin distinción de cultos, razas ni clases sociales. Es Micaël, el sol, que alumbra a todos por igual.

El viejo mundo desaparece en los fuegos de sus guerras culpables hasta sus últimas consecuencias, 5 o 6000 millones de seres que tendrán que desaparecer para que el Planeta pueda empezar la nueva experiencia acuariana: intuición, libertad, aventura, desenvolvimiento espiritual, sabiduría, fraternidad. Para conseguirlo reencarnaremos muchas veces deambulando por los mundos del sistema solar hasta lograr el hombre que queremos para nosotros. Los que no creen en la reencarnación pierden la oportunidad de elegir lo que más quieren y tendrán que aceptar los nichos que quedarán disponibles, porque la reencarnación es obligatoria para todos, creyentes, ateos, buenos y malos.

En las grandes religiones que pasan no existía la posibilidad de elegir, porque esas instituciones ocupaban rigurosamente sus regiones. Además, había mucha ignorancia. Recién con la Revolución Francesa y los libros la gente tuvo acceso al conocimiento de otras formas de vivir. Aún así, los encierros son estrechos, apretados por la propaganda, la tecnología de las comunicaciones, la economía cada vez más dura, la intransigencia de la prensa y la decadencia de la educación. Para muchos este mundo es un infierno y el dinero regula todos los actos humanos. La esperanza de los pobres es volver a encarnar en una situación más justa que les permita desenvolver las cualidades que están dormidas en ellos, como en cualquier persona. La reencarnación ayuda a muchas almas a mejorar su conducta alejando la ley del karma, esperando que un comportamiento humilde y honesto les permita encarnar próximamente en un lugar adecuado a sus aspiraciones. Los budistas, quienes más han avanzado en este tema, viven sencillamente y esperan un futuro bienaventurado.

La gente huye de cualquier conversación sobre la muerte, aunque sean enfermos terminales y muy viejos. No tienen ningún recurso mental o afectivo que los prepare para ese acontecimiento ineludible. Se refugian en la oscuridad, la ignorancia y algunos pasatiempos para no pensar. Se ven ancianos ocupando las plazas, en distracciones diversas, en tours, cruceros, las playas, fiestas nocturnas imitando a los jóvenes en bailes y espectáculos. Si pueden no se pierden ninguna oportunidad para divertirse a su manera y pasar el tiempo. Nadie, les propone que tengan calma y mediten en el próximo acto de sus vidas. Nadie, religiones, instituciones sociales, casas de estudio, directores espirituales, les enseña a prepararse para la buena muerte. Tampoco hay mucha literatura profesional psicológica o médica que ayude a penetrar en este tema. Las publicaciones para jubilados son estimulantes de la diversión y el consumo en un lapso de vida que no les corresponde por edad y enfermedades. El alma se acerca al acto más solemne de su existencia y se encuentra completamente sola. Nadie le dice que tiene que dejar todo, afectos, ilusiones y apegos antes que la muerte se los arrebate en un instante.

La expectativa de la reencarnación, la creencia de que la muerte no es más que un cambio de estado y otras experiencias lo aguardan, que puede seguir aprendiendo en un cuerpo nuevo en otras dimensiones, otros compañeros y aventuras, descubrimientos inesperados de sí mismos, el reencuentro con antiguos seres queridos y tantas otras cosas, debiera llenar las horas de aquél que se acerca al final aunque todavía falten años, haciéndose resistente en los últimos tiempos. Los hombres fuertes en la Renuncia pasan rápidamente por los estados intermedios llenos de tristezas, malos recuerdos y pasiones que no volverán y siguen adelante hacia los nuevos mundos.

Lector: Cualquiera sea su edad y su estado de salud la muerte está siempre próxima, no sólo por la inseguridad de la vida moderna, contagios, accidentes, imprevistos, sino porque la muerte es compañera de la vida, su contradicción analógica, su resolución inesperada. En otras épocas los niños chinos jugaban con muñecos a los entierros ceremoniales en la casa familiar y desde temprano aprendían a no temerle. Los monjes Trapenses cavan cada día una palada de su fosa mortuoria recordando la frase del Fundador De Rancé: “El recuerdo de la muerte es mi vida, mi salvación”. La reencarnación aceptada ayuda a las almas a prepararse para las nuevas formas existenciales de la Edad Americana.

José González Muñoz
Febrero de 2011

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