N°
23 - La Reencarnación
En la bóveda de la Capilla Sixtina resplandece una de las más bellas imágenes del arte mundial: la creación del hombre, pintada por Miguel Ángel, símbolo del ideal humano en el Renacimiento. Este Adán maravilloso está en el centro de la evolución de la vida. Entre el comienzo y el final de la Historia, en un futuro lejano, tal como lo describen las Enseñanzas y la filosofía tradicional, ocurrieron y ocurrirán muchas muertes y muchos nacimientos, peregrinando entre goces y sufrimientos, hasta que la criatura vuelva a encontrarse con su Creador. Algunas religiones sostienen el principio de la reencarnación; otras lo niegan, o no dicen nada. La evidencia inexcusable es que el ser muere, y desaparece de la vista de sus semejantes. El cuerpo de carne se corrompe; ¿pero, lo demás, afectos, memoria, ideas, el alma, adonde se fueron, y qué hacen? Unos no creen en la existencia después de la muerte; otros sí, según los diferentes dogmas. Muchos opinan que el ser vuelve periódicamente para continuar el aprendizaje de perfección. Esta Reflexión se ocupará de explicar la reencarnación como está descripta en las Enseñanzas, ya que el hombre común no tiene opinión al respecto, o sabe muy poco. A muchos le causa pavor la idea de la muerte, especialmente cuando envejecen, por ignorancia, o por haber llevado una mala vida; no creen en la reencarnación, pero temen el infierno. Comprender este asunto ayudará a algunos a prepararse para la buena muerte, tarea educativa que debiera comenzar a partir de los cincuenta años. Dice la Enseñanza: "El Espíritu se manifiesta en el mundo por medio de la Vida". Cuando una partícula del Espíritu se individualiza nace una mónada humana, cualquiera sea su dimensión vibratoria: física, etérea o astral. La vida que conocemos en sus actuales formas, se desenvolvió en el Sistema Planetario Solar. Los sistemas planetarios de las estrellas tienen otras formas de vida que desconocemos. Nuestra Humanidad evoluciona únicamente en el Sistema Solar. En "Antropogénesis" (Libro XXVI, Capítulo 16), se lee: La evolución de la vida es lentísima; en nuestro Sistema Solar empezó hace 1.955 millones de años, y los seres empezaron a formar sus cuerpos astrales hace 301 millones. La evolución humana data de sólo 18 millones. La primera Raza Raíz duró 7 millones; la Segunda 6 millones; la Tercera 3 millones; la Cuarta 2,5 millones; la Quinta y actual (Aria) tiene 118.769 años. Cada Raza Raíz tiene siete Subrazas; acaba de finalizar la quinta Subraza Aria Teutónica, que duró 24.000 años. En el año 2.001 comenzó la Subraza Aria Americana, o Acuario. Su desenvolvimiento es presidido por la Encarnación Divina Solar Maitreya. Antiguos textos describen al Adán originario en la primera etapa de la Raza Hiperbórea, actual Groenlandia, como un "enorme y hermoso gran Pez Serpiente, a pesar de que su cuerpo era gelatinoso y transparente, pues el reflejo de la luz a través de ese cuerpo producía múltiples y variados colores", viviendo en las aguas del océano (Libro XXVI: "Antropogénesis", Capítulo 4). Era el principio de la Humanidad. En "El Sistema Planetario", Capítulo 14, se describe el aspecto del hombre final, dentro de muchísimo tiempo, después de la muerte del globo físico de la Tierra que se volverá áurica: "El cuerpo será transparente, sin órganos internos, a excepción del corazón y del sistema circulatorio, y el rostro no tendrá más que un ojo en el centro de la frente. Se desplazará vibrando por el espacio". En la séptima Ronda será de un altísimo estado espiritual, sin cuerpo físico. Entre los extremos de la evolución humana, la vida y la muerte se suceden sin descanso; lo que es muerte en un lado, se revierte en vida en el otro, y viceversa. Ahora estamos en la vigilia física, y necesitamos comprender qué sucede después del último suspiro, para seguir viviendo y aprendiendo. Dice la Enseñanza 15, "La Reencarnación", del Libro VII "El Devenir": "El ser, para llegar a la liberación, ha de evolucionar a través de numerosas encarnaciones. Si bien es cierto que el hombre no recuerda sus existencias pasadas, conserva sin embargo la experiencia de los caminos recorridos". (Recomendamos estudiar esta Enseñanza y la siguiente para comprender plenamente el tema que nos ocupa. En realidad, todo el libro es indispensable, porque los asuntos se entrelazan entre sí, y se explican unos con otros). El hombre moderno, agobiado por el vértigo de los sucesos cambiantes de cada día, en un ritmo insano, estresante, sin guías que lo inviten a detener la carrera en que está comprometido, no piensa en la muerte, ni en la vida futura. Vive aturdido en el consumismo y las enajenaciones televisivas. No sabe nada; le basta con pasarla bien en ese momento, como el monito contento que grita y salta si parar. Pero, a medida que la cuota de vida que Dios le ha otorgado se va terminando, reemplaza el desgaste sin sentido por lamentaciones, enfermedades y llanto. Mírense a los jubilados que ya no tienen ninguna actividad provechosa, quejándose siempre en cualquier lugar donde se encuentren, desbordando las antesalas de los hospitales y mirando pasar la gente en las plazas a la espera de una mala muerte, aferrando con avaricia la poca existencia que les queda. ¿Renunciar, aunque sea lo último que haga, para respirar una bocanada de aire puro? ¡Jamás! Y, sin embargo, están a las puertas de un mundo nuevo. Dice la Enseñanza 15 del curso "El Devenir": "El común de los hombres reencarna periódicamente cada setecientos años." "En la mayoría de los casos los seres reencarnan siete veces con aspecto femenino, y siete veces con aspecto masculino." "La creencia de la reencarnación, que se asienta sobre bases tan lógicas, es extremadamente consoladora, pues explica el porqué de las desigualdades humanas." Se deduce que, si la expectativa de vida de los hombres es de 70 años y reencarna cada 700, sólo el 10 por ciento del total transcurre en el cuerpo físico, con alguna conciencia de su alma, y desconociendo lo que sucede en el otro 90 por ciento. Los hombres son ignorantes; no quieren aprender, no quieren saber; les gusta estar en la barbarie. Tal Vez, la principal tarea que le espera al Maitreya sea educar a los hombres en la espiritualización de la vida y de la muerte. La imagen que la gente tiene de la muerte como fin, es un error que hace mucho daño. A las almas hay que prepararlas para morir en paz, por desapego de las cosas de este mundo, especialmente familiares y económicas, que gobiernan la sociedad moderna. Para acercarse al estado constructivo conciente de la buena muerte son muy útiles las Enseñanzas del Maestro Santiago, especialmente "El Devenir", y las que entrenan en los ejercicios ascéticos, las meditaciones, el examen retrospectivo, y "El Camino de la Renuncia". A muchos les resulta extraña la doctrina de la Reencarnación, a pesar de que todas las religiones la han sostenido en algún periodo de exaltación mística, y otros, aunque no opinan, no les interesa porque les parece distante. La Reencarnación es un fenómeno universal de todos los tiempos, desde el primer hombre que murió. El ser está obligado a vivir en la carne periódicamente, y hacer la experiencia de la materia, lo quiera o no. La reencarnación no deriva de las creencias; es una ley establecida desde el comienzo en el Plan Divino de la Evolución. ¿De qué otro modo podría progresar y alcanzar su destino espiritual? Las creencias, los rituales, las bendiciones ayudan, pero es el hombre individual, con su esfuerzo sacrificado, quien logra la liberación. Y esto no se consigue en una vida ni en diez; hacen falta muchísimas reencarnaciones, más los estados intermedios en las otras dimensiones de la existencia, y experimentar junto al resto de la Humanidad las inmensas conquistas de las ciencias, del arte, del pensamiento, de los goces que brinda la Naturaleza en su armoniosa variabilidad, que están a disposición de los hombres. La vida en la Tierra es la gran escuela, en donde aprendemos las disciplinas del conocimiento humano. Por eso volvemos siempre, hasta completar la carrera, para poder acceder al título de Hombre Realizado. La gente no comprende la reencarnación, y la opinión pública se ocupa de la clonación, los trasplantes y otras locuras semejantes de los laboratorios empresarios que prometen más vida, incluso la inmortalidad vegetal. Pero estas expectativas ya son realizadas por la dinámica de la evolución, más eficiente y con excelentes resultados, por medio de la reencarnación. Si consideramos los tiempos de las etapas humanas y la duración de la Raza Aria, y hacemos el cálculo, veremos que el hombre común ha tenido ocasión de volver a vivir en esta Tierra y con una variedad infinita de experiencias alternativas, 170 veces, contando la actual encarnación. ¿Puede el mejor laboratorio del mundo ofrecer un marketing más fabuloso y atractivo que el que presenta la vida natural, gratis, sin dólares? Si bien la reencarnación es una ley a la que nadie puede escapar, como tampoco de la muerte, los seres humanos desestiman la buena oportunidad, por ignorancia. La muerte y la posterior reencarnación no son fatalidades oscuras, irracionales, sino dones de Dios para el bien del ser humano. Es necesario colaborar con el plan divino. Rechazarlo es hacerse daño a sí mismo, inútilmente. Hay que aprender a morir, y prepararse para la próxima vida, que será una consecuencia de lo que hagamos en ésta. Así como en la Universidad un primer curso bien hecho es fundamental para aprobar el siguiente, la vida que ahora tenemos entre manos nos habilita para realizar con buenas notas la próxima encarnación. ¿Por qué la evolución es tan lenta, y los hombres se siguen comportando como seres primitivos sin inteligencia? Porque no se esfuerzan, y mueren muy mal. ¿Por qué nacen chicos deficientes, con taras mentales, en ambientes degenerados, arrastrando un karma de inmenso dolor? Porque sólo pueden cosechar lo que sembraron en la encarnación anterior. ¿Por qué hay tantas diferencias de razas, fortuna, familias, clases sociales, inteligencia, instintos, belleza o fealdad, fuertes o débiles? Porque cada vida es la continuidad lógica de la anterior experiencia; no hay injusticia, ni azar, cada uno obtiene lo que ha ganado. Lector: nuestra
vida nos pertenece; no es del Estado, ni de la colectividad en la que
nos movemos, ni de un amo, aunque fuéramos esclavos. Los Santos
Maestros nos ayudan para que tomemos posesión plena de nuestro
ser. Podemos ser los dueños de la vida, de la muerte y de las futuras
encarnaciones. Si renunciamos a la mediocridad. El Maestro Santiago encarnó
cuando creyó necesario después de 3.300 años de paciente
espera, en la forma más conveniente para la Gran Obra, murió
con pleno dominio de su alma por muerte extática en la hora adecuada
para la expansión del Mensaje de la Renuncia, sigue trabajando
en las dimensiones superiores desde la Sagrada Orden del Fuego, y ayuda
a los Discípulos Fieles para constituir un Cuerpo Místico
planetario sin fronteras junto a la misión redentora del Iniciado
Solar Maitreya.
E-mail: info@santiagobovisio.com
|