N° 92 - Solidaridad Trascendente

Hace un tiempo, mientras dormía, me ocurrió esto: Caminaba en mi sueño por una pradera, muy verde y llena de vida, con algunos árboles. El día era luminoso. A lo lejos, hacia mi derecha se distinguía un lago, con su ribera enmarcada por arbustos y adornada por el vuelo bajo de algunas aves.
Al pasar el tiempo, a medida que caminaba, empecé a percibir a mi alrededor la presencia de otros seres. Pero no se veían las personas, sino sólo una espesa nube gris que envolvía a cada una de ellas. Unas se desplazaban lentamente, otras más rápido. Era un movimiento errante, sin dirección definida. Distinguí primero algunas, y luego se sumaron más hasta hacer que el ambiente se oscureciera a pesar de la luz del sol, que todo lo bañaba.
Al pasar cerca de mí uno de esos seres, como capullos plomizos y densos, sentí un gran dolor en mi interior. Angustia, desesperanza, confusión, eran las notas predominantes de lo que experimenté. Me desperté con esa penosa sensación, con lágrimas en los ojos y el corazón agitado por un sollozo contenido.
Le conté mi sueño a una de mis mejores amigas, y me dijo: “Si se repite ese sueño, tendrías que tratar de hablarles. Deben ser almas que no encuentran su camino y necesitan guía y consuelo”.
Sabias palabras, sin duda. Pensé que estaba en lo cierto y que tenía que buscar información, porque de orar por los difuntos yo nada sabía. Mientras leía y preguntaba tratando de aprender algo más sobre este tema, inesperadamente llegó a mis manos un relato escrito hace muchos años. El autor cuenta, entre otras cosas, un sueño que había tenido, con estas palabras:
"Caballero intrépido sobre un brioso corcel, atravieso un bosque sombrío y ominoso, por tramos de pantanos tapizado. Escucho lamentos y reclamos, pedidos de ayuda. Acércome, siempre en mi corcel montado, y encuentro al borde de un pantano, sumergidos hasta la cintura y envueltos en neblinas tenebrosas; a seres humanos: tétricos, macilentos y desesperados, con cadenas a grises árboles amarrados. Fijándome con atención, descubro que ninguna cadena a los árboles está vinculada. Comprendo que las gimientes almas están atadas a sus pasadas experiencias, y eso es lo único que las mantiene detenidas. Mi sola presencia los calma y ayuda".
Impresionada a estas alturas por el nuevo ámbito que estaba percibiendo, seguí buscando material y encontré varias referencias en las Enseñanzas del Maestro Santiago, entre ellas “La Muerte Mística de De Rancé”, en el Curso “El Camino de la Renuncia”.
Al leerla, me vi recorriendo mentalmente un mundo, el de las almas desencarnadas, que durante mucho tiempo había evitado visitar. Quién sabe qué ancestral recelo me lo impedía, o tal vez más probablemente fuese un vago temor impuesto por la mentalidad predominante en esta sociedad, acerca del mundo de los muertos.
Lo cierto es que al tomar conciencia de la realidad y cercanía de ese mundo, de la necesidad de esos seres, y de la posibilidad que tenía en mis manos de ayudarles, muchas cosas cambiaron en mí.

Una vida transformada: De Rancé
La Enseñanza mencionada relata cómo una experiencia muy especial de su juventud, cambió radicalmente la vida de Armand-Jean De Rancé (1626-1700), el reformador del Cister, el fundador de la Trapa. Transcribo el relato ya que resumirlo le restaría fuerza:
“En un siglo como el XVII, en donde la devoción y la vida retirada estaban tan relajadas, no llamaría la atención este joven que había abrazado el sacerdocio más por posición e interés que por devoción, que descuidaba tanto sus deberes de eclesiástico para darse al buen vivir. Pero hay fibras en el corazón humano que cuando se tocan responden a un llamado, a lo mejor divino, a través de la carne y de la miseria.
Se cuenta que De Rancé, que había ido de placer en placer durante su joven vida, se prendó demasiado de una marquesa y era el escándalo de la corte y de todo París. Pero Dios tocó a este hombre que estaba más lleno de placer que de amor y le dio el amor por el camino del placer. Siempre el mal, aún el mal amor, es una cosa santa al final, porque hace al ser desprendido, sacrificado; lo hace sufrir, y el sufrimiento siempre es bueno.
La marquesa, rica, joven y la más hermosa de la corte de Francia, fue presa de unas fiebres violentas y arrebatada rápidamente por la muerte. Escribe un amigo de De Rancé que todos creían que se volvería loco; su desesperación no tenía límites; su dolor era de los dolores más grandes y sentidos. Podría haberse perdido él también y darse a la desesperación, pero seguramente el alma de aquella mujer que lo había querido apasionadamente, su karma y su falta, desde el otro mundo, quiso salvarlo.
De Rancé se había retirado a su castillo y caminaba solitario un atardecer por los campos, no queriendo ver ni escribir a nadie. Vio entonces a lo lejos una granja que ardía. Pensó que como era tiempo de cosecha los campos se habían incendiado y corrió hacia allá para ver lo que pasaba. Pero a medida que se acercaba el fuego huía y siguiéndolo se encontró en el bosque solitario. En el fondo del bosque se levantó una mujer que ardía en el fuego. Se la veía hasta la cintura; el cabello le cubría el rostro pero su aspecto era como el del rostro de su amiga. Ella le quiso demostrar todo el padecimiento, todo el sufrimiento que tenía que experimentar su alma por ese fuego de pasión que había tenido en este mundo.
Desde ese día De Rancé cambió su vida. Fue otro hombre. Abandonó las prebendas, la corte y el palacio y se retiró del mundo, hasta que llegó por fin a su convento de la Trapa, en donde hizo escribir sobre la puerta de su celda: “El recuerdo de la muerte es mi vida, mi salvación”.
Pero no sólo eso. Ese padecimiento que vislumbró en el más allá, al hacerlo pensar que esa mujer sufría por culpa de él, hizo que este hombre admirable instituyera como un fin primordial entre sus monjes el sacrificio continuado para la salvación de las almas que padecen en el más allá, para las almas desencarnadas que no tienen luz.”

Conciencia de futuro, transformación vital
¡Qué duros somos para comprender las cosas, aunque las tengamos ante nuestros propios ojos! El Mensaje Eterno, dicho de mil maneras, está siempre disponible para nosotros, pero depende de nuestro estado de conciencia captarlo y aplicarlo en nuestra vida. Sólo unos pocos están con la receptividad necesaria para tomar conciencia y decidir vivir en concordancia con eso.
Por eso a veces el infinito Amor Divino nos da vivencias intensas, dolorosas, a veces terribles, para mover al alma en la búsqueda de la verdad, para despertarnos.
¿Necesitaremos nosotros algo como lo ocurrido a De Rancé para ver la hermandad de las almas, estén o no estén en el plano material?
¿Necesitaremos una vivencia como ésa para decidir vivir hoy de manera tal que al morir no estemos tan atados al mundo?
¿Cuánto deberemos deambular y sufrir en el plano astral cuando llegue nuestra hora, para poder desprendernos y subir?
¿Quién se dará en oración por nuestra alma para ayudarnos?
¿Amaremos hoy lo suficiente como para ofrecer nuestras oraciones por los seres que lo necesitan en el mundo astral?
Si pudiéramos responder a estas preguntas, no tanto con la razón sino con nuestros actos, nuestra vida ya no sería igual. Tomaríamos conciencia de nuestro futuro después de esta vida terrenal. Esa conciencia, si es acompañada de la voluntad puesta en marcha en concordancia con ella, produce necesariamente una transformación vital: vivir hoy aprendiendo a renunciar a lo terrenal.
¿Seremos capaces de hacerlo, trabajando por trabajar, al dar así nuestra oración por un sentido de solidaridad trascendente?
Son por lo menos tres los frutos de dedicar tiempo y esfuerzo a orar por los muertos. Uno de ellos es como ya se dijo, nuestra propia transformación, una nueva orientación que toma nuestra vida. Otro es el cumplimiento del motivo directo de esa ofrenda: el bien que efectivamente reciben esas almas, si nuestra oración es sincera, ferviente, convencida. Hay un tercer fruto, en parte inesperado, que comentaré más adelante.
Si realmente nos decidimos a intentar esta tarea con sinceridad, no podemos limitarnos a pedir, casi mecánicamente, ayuda para ellos. Seguramente hace falta  una disposición interior especial. Pensando en esto, me preguntaba: ¿Y cómo se hace para llegar a esa disposición?
En el Curso “Conferencias de Embalse”, en la Enseñanza sobre las Almas Desencarnadas, el Maestro Santiago explica cómo orar por ellas y porqué es necesaria nuestra ayuda: “Hay que caminar al lado de ese ser y decirle que el camino que hace no existe, es ilusorio. Son elementos físicos que llevó con él al más allá, y esa es la causa de su tristeza y dolor.”
Se trata de todo un cambio de actitud: Salir del estrecho vínculo de nuestros seres queridos, con los cuales nos une el afecto natural y el forjado a través de la vida. ¿Cómo? Amando por Voluntad, fabricando Amor, inventándolo, tomándolo de la fuente inagotable del Manantial Eterno y hacerlo nuestro un instante, para volcarlo a las almas desencarnadas por su liberación. ¿Cómo aprenden los padres adoptivos a amar a sus hijos? De la misma forma podríamos adoptar en nuestro corazón a todas las almas que podamos, y aprenderemos a amarlas. Oremos por ellas, y las amaremos más.
Hay un secreto poder de la oración, poco mencionado en general: La oración produce vínculos de amor. Este es el tercer fruto.
Podemos amar a alguien, y por eso ser capaces de orar fervientemente por esa persona. Eso es lo corriente, ¿verdad? Pero si oramos por alguien, aunque sea un alma a quien no conocemos, es inevitable que se geste un lazo de amor espiritual que nos unirá por siempre.
Hace un tiempo le pidieron a una persona amiga que ayudara con sus oraciones por la salud de alguien a quien no conocía, y que tal vez nunca llegara a conocer porque vive muy lejos de aquí. Así lo hizo, con su mejor intención y fervor. Tiempo después, cuando me contaba su experiencia, me preguntó, a modo de reflexión: “¿Cómo se le dice a un desconocido, que ahora estará para siempre en nuestro corazón?” Como vemos, la oración produce también otros milagros.
Esto mismo ocurriría con nuestras oraciones por las almas de los muertos: dice el Maestro Santiago que las almas por las cuales uno ofrece oraciones, se transforman en nuestros protectores, que no nos olvidan jamás. Y también nosotros desarrollaremos una corriente de amor hacia esos seres que están más cerca de nosotros que lo que comúnmente creemos.
Orar por las almas de los difuntos. Fácil es decirlo, pero al momento de intentarlo, si no se trata de alguien a quien conocimos, un familiar o un amigo, se hace difícil orar con fervor por los muertos en general. ¿No es cierto?
Entonces tenemos que recurrir a la imaginación. Y a mirar muchas cosas de otro modo. Por ejemplo: Vemos el noticiero, donde por un accidente hubo uno o más casos fatales. ¿Nos limitamos a pensar: “Qué barbaridad, pobre gente”, y cambiamos de canal?
Esta sería una oportunidad excelente para elevar una ferviente oración, aprovechando incluso el impacto sensible, por el alma de ese ser que seguramente sufre la confusión y el espanto de la muerte violenta. Ocasiones como ésa hay muchas: un relato que nos hacen de una tragedia, las víctimas de la guerra, los que mueren por un infarto o algo similar, los que perecen en las catástrofes naturales, los que en todo el mundo mueren de hambre diariamente…
Hay una dificultad que siempre pone la mayor mentirosa que existe: nuestra mente inferior. Ella nos hace preguntarnos: ¿Cómo sabré si el esfuerzo que pongo en la oración da resultados? La respuesta: tal vez nunca lo sepas. ¿Eso importa? No. Importa la ofrenda desinteresada, la renuncia. Hasta en esto el ideal será “trabajar por trabajar”, renunciando a conocer los resultados de nuestra entrega.

Otra vez ese sueño
Tiempo después, volví a encontrarme en sueños en la misma escena.
Otra vez me vi caminando por esa pradera, muy verde y llena de vida, con algunos árboles. El día era luminoso. A lo lejos, hacia mi derecha, se distinguía el lago, con su ribera enmarcada por arbustos y volví a ver las aves volando bajo, cerca de la orilla.
Igual que antes, al pasar el tiempo, a medida que caminaba, empecé a percibir a mi alrededor la presencia de los otros seres. Pero no se veían las personas, sino sólo esa espesa nube gris que las envolvía. Se desplazaban lentamente unas, más rápido otras. Era un movimiento errante, sin dirección definida. Como la vez anterior, distinguí primero algunas, y después se fueron sumando otras hasta que el ambiente se oscureció aunque la luz del sol bañaba todo el paisaje.
Como capullos plomizos y densos, algunos de ellos se acercaban adonde yo estaba. Al pasar cerca de mí uno de esos seres, sentí aquel gran dolor en mi interior. Angustia, desesperanza, confusión.
Seguramente en mi subconsciente, recordé el consejo de mi amiga. Entonces le hablé al alma doliente que tenía enfrente, más con la intención que con palabras, como sucede en los sueños, más o menos en esta forma:
“El camino que haces no existe, es ilusorio. Ya no estás en la tierra. Tienes que seguir tu camino hacia la luz. Renuncia, renuncia a la ilusión de vivir en la materia, y la nube que te cubre de angustia y desesperanza se disipará, como la neblina al calor del sol…” 
Me pareció que comprendía, y que hacía un esfuerzo por desprenderse de aquello que la retenía. Le ofrecí mi mano, caminamos juntas un trecho, en dirección al lago. Por momentos notaba cómo su entorno se iluminaba cada vez más. Luego soltó mi mano y avanzó con paso seguro hacia la luz brillante que se veía a lo lejos, en la ribera del lago.
En ese momento, surgió de mí, de lo profundo, la expresión de un sentimiento de gratitud hacia ella que jamás olvidaré: “¡Alma liberada! ¡Tu luz y tu libertad son mi consuelo!”
Entonces desperté, con lágrimas tibias en mi rostro, pero ahora expresaban una plenitud interior difícil de explicar.
¿Fue sólo un sueño? ¿Fue verdad? Tal vez nunca lo sabré con certeza. Lo que sí sé y agradeceré siempre, es que desde entonces empecé a orar por esas almas hermanas, para ayudarles a librarse de su carga y seguir su camino.

Fanny Luz

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