ÍNDICE:

Enseñanza 1: Las Leyendas de las Órdenes Esotéricas
Enseñanza 2: La Sabiduría Árabe Esotérica y la Mujer Velada
Enseñanza 3: El Antiguo Egipto
Enseñanza 4: El Templo de la Iniciación
Enseñanza 5: Amón en las Escuelas Helénicas
Enseñanza 6: El Rey Arturo, El Santo Grial y la Tabla Redonda y sus Caballeros
Enseñanza 7: Antiguos Ceremoniales Iniciáticos de los Caballeros
Enseñanza 8: El Caballero de la Eternidad
Enseñanza 9: Las Pruebas Iniciáticas
Enseñanza 10: Las Ordenes Militares Cristianas
Enseñanza 11: La Corte de Catalina de Médicis
Enseñanza 12: Los Oráculos Astrológicos
Enseñanza 13: La Magia Ciencista
Enseñanza 14: El Martinismo
Enseñanza 15: Saint Germain y los Rosacruces
Enseñanza 16: La Revolución Francesa y las Logias Liberales

Enseñanza 1: Las Leyendas de las Órdenes Esotéricas

Miguel, el Jefe de la Hueste del Fuego, había purificado entre truenos, relámpagos y llamas, una Montaña Sagrada. Por centurias brilló en ella un fuego volcánico de terrible poder que, vomitando lava ardiente y piedras calcinantes, formaba un círculo impenetrable.
Si alguno hubiera pretendido llegar allí, habría sido preciso que caminara hacia el Oriente por terrenos malsanos, pantanosos e inhospitalarios. Luego encontraría una tierra verde y ondulante que descendía suavemente hasta la orilla de un lago de aguas saladas, inmóviles y transparentes, disimulando con su mansedumbre la furia que se desencadenaba en los días tormentosos.
Más adelante un inmenso barranco, un precipicio de fondo indeterminado, haría perder toda esperanza de encontrar un camino, una senda, para alcanzar el volcán que a lo lejos se erigía mostrando su frente soberbia, siempre coronada de fuego y de blancas nubes, que ocultaban su base en lo profundo del abismo.
Pasaron los siglos. Los diluvios se precipitaron sobre la tierra. El planeta se sacudió repetidas veces con terribles convulsiones. Y volvió la calma.
Un sudario de nieve cubrió los pantanos. Secóse el lago salado tornándose en desierto arenoso; el precipicio se hizo más abrupto y pareció muerto para siempre el volcán de la Montaña Sagrada.
¿Dónde estaba Miguel y sus huestes resplandecientes? ¿Dónde su corona, aquélla de fuego, llama, resplandor y muerte?
Aún vivía la ígnea fuerza en las entrañas de la Montaña y si bien no se veían las llamas podía sentirse la vida, la hirviente vida, burbujear.
Y un día luminoso, ¡maravilloso día!, en que el arco iris surcaba los cielos desde el levante hasta el poniente, una procesión de hombres vestidos de blanco pisó por vez primera aquellos parajes vírgenes, jamás hollados por el pie del hombre.
Más... ¿eran hombres? ¿Ángeles? ¿Quiénes eran?
Los que encabezaban la procesión, jóvenes imberbes, delgados, con ojos de sueño y de fiebre, caminaban lentamente. La emoción juvenil reprimida, aún no del todo dominada, se hacía visible a pesar de la lenta marcha, por rápidos movimientos de la cabeza.
Seres más maduros iban en el medio de la fila. Fuertes, graves, bellos, con los ojos entreabiertos y las manos blancas, como las manos de la muerte.
Pero los que cerraban la mística procesión, ancianos de blanca barba, de cabellos de nieve flotando al viento, no tenían de hombres más que la externa apariencia.
¿Quién podría entender su lenguaje, aquel idioma cuyas palabras fueron pronunciadas al pie de la Montaña, cuando ya habían formado un círculo de hombres?
Los ancianos hablaban el idioma de los dioses y sólo sus discípulos podían entenderlos. Les indicaban una senda en la Montaña; huecos en las piedras, que serían celdas y moradas; piedras incrustadas en el monte para ser su asiento y plaza; nidos de águilas; nidos de santos.
Había en el clima aquella solemnidad que siempre anuncia la vida o la muerte. Uno de aquellos seres tenía en la mano un gran libro sellado: era el Libro de la Madre Divina.
Al anochecer entonaron un canto; las notas del himno místico se elevaban serenamente desde la tierra al cielo, como el grito de la Madre despertando del sueño para enfrentarse con la eternidad. Los ancianos flotaban en el aire y así, subiendo gradualmente, envueltos en nubes y resplandores, se perdieron entre los velos de la noche a los ojos de los discípulos que escrutaban las sombras.
Aquello fue el Templo, el santuario y la escuela. Horadaron la Montaña como un enjambre de abejas, penetrando hasta el interior del monte. Construyeron el Templo redondo sobre la boca aún caliente del cráter y escribieron el Nombre y el Signo de la Madre sobre el pico más alto de esa Montaña.
Sobre las paredes de esas celdas de roca viva fueron escritas las enseñanzas esotéricas y la realización de cada uno de los discípulos de los grandes Iniciados de los primeros tiempos.
Y cuando un discípulo se levantaba en el aire para ir en busca de su Maestro, otro lo reemplazaba en su celda del Templo de la Montaña.
¿Cuántos años pasaron? ¿Cuántos hombres moraron en esa soledad? ¿Cuántas almas subieron hasta la cima del monte y comprendieron el misterio de los Mantras?
Pero fue dada la voz: ¡Ha muerto Kaor! No hay más fuego en la Montaña. Mañana caerá para siempre.
Hacia el Egipto marcharon otra vez aquellos seres, en blanca fila, en solemne procesión.
¿Quién dominaría el mundo?
El estruendo de la destrucción y del movimiento sísmico que hundía a Kaor en el abismo o el Canto de la Eternidad que modulaban aquellos seres caminando hacia adelante, sin darse vuelta, siempre hacia adelante, hacia el porvenir, hacia los hombres nuevos, hacia las nuevas cosas: hacia la realización.
El mar y el desierto son hermanos: guardan ambos las reliquias de los tiempos pasados y la historia de las civilizaciones perdidas. Son como Dios que esconde bajo su manto las maravillas de Su Presencia a su paso por el mundo.
A la orilla del mar y al borde de los desiertos viven siempre razas extrañas de hombres: algo salvajes, algo encerrados en sí mismos, desconfiados de los demás mortales. Verdaderos custodios de las rocas o de los médanos ondulantes.
En una parte del desierto que guarda un trozo de la Atlántida perdida, en el centro del Sahara, vivía una raza de hombres completamente distintos a todos los demás.
Antes habían sido adoradores de las mesas de piedra, bañadas con leche y aceite; más tarde se adhirieron a la secta del Profeta. Pero su verdadera religión era otra: guardar una mesa negra y cuadrada, recuerdo de una antiquísima Tabla esotérica.
Estos eran los descendientes de aquellos primitivos maestros de las Montañas de Kaor.

 

Enseñanza 2: La Sabiduría Árabe Esotérica y La Mujer Velada

Ya se sabe que entre los orientales no sólo se admitían las mujeres en la Orden sino que hasta podían llegar a ocupar el cargo supremo. Y fue una mujer, hace aproximadamente 2500 la que dirigió los destinos de la Tabla de Hoggard.
Era una alta entidad que por última vez descendía al mundo físico con humanas vestiduras. Por eso había de ser como un símbolo, como una recopilación de la era mental que se iba, dejando paso a la era del sentimiento cristiano que despuntaba.
Abbhumi, la mujer que no tiene cuerpo pues su cuerpo ha sido puro y perfecto, desde niña fue educada y preparada para ejercer el sacerdocio de la Sabiduría.
Los Caballeros de camellos, de blancos turbantes y capas ondulantes al viento le enseñaron los siete idiomas, los siete poderes y las siete fórmulas mágicas.
¿A que más puede aspirar un ser viviente? Fortificarse cada vez más en aquel místico castillo que es su única morada, donde la sabiduría y el conocimiento son el pan y el amor y ningún hálito humano empaña aquellas sagradas murallas.
La madre de Abbhumi había muerto cuando ella nacía. Su padre la adoraba y veneraba, pero el amor entre ellos no era más que una comprensión expresiva de la mente.
El corazón de ella era frío y blanco como la cima del monte Merú. La muerte, el dolor, la miseria, el amor y los deleites humanos eran para Abbumi muecas ilusorias de los velos de la Madre.
¿Contará ella en el número de aquellas almas selectas que durante centurias conquistaron, para la vida esotérica, el fruto de la más pura sabiduría?
Cabalgando por el desierto avanzan dos viajeros, perdidos en el espejismo de las arenas. El hambre, el cansancio, la desesperación, la debilidad y la próxima locura, pronto acabarán con ellos.
Oschar, el compasivo, pide ayuda para ellos, pero la Madre del desierto contesta: “Dejad que en ellos se cumpla la ley del desierto”.
Otra vez pide el compasivo:
“Déjame, Madre, que salve esas vidas”.
Ella contesta:
“Salva sus carnes, si quieres. Y si puedes, salva sus almas”.
Presurosamente el árabe, con sus camellos, corre a salvar a los perdidos y con ellos vuelve al Hoggard.
¿Por qué accede la Madre a la súplica de su discípulo y recibe y visita a los extranjeros?
Un sentimiento nuevo ha nacido en ella. Su alma se ha fijado en otra alma que la mira implorante y dolorida. Siente piedad y, espantada, se pregunta:
“¿Es éste el amor humano?”
¿Dónde está tu sabiduría, oh Madre?
¿De qué te valen los secretos que conoces si no logras dominar los sentimientos de piedad que se han despertado en ti y cabalgan desenfrenadamente sobre las nubes de la ilusión?
Abbhumi conocerá ahora los dolores de los hombres, sus horas amargas y padecerá pensando cómo auxiliarlos.
Está de luto el Hoggard y abandonado el Sello Sagrado. Desolados están los sabios porque la Madre no enciende diariamente su lámpara.
¡Que muera el culpable!
Inútilmente Oschar procurará salvarle y avisar a la Madre. El alma vale más que el cuerpo y el extranjero ha de morir.
Esta muerte, no obstante, no ha devuelto a Abbumi su antigua sabiduría porque ha abierto en su corazón un surco nuevo: el del sentimiento.
Desde entonces una corriente nueva fue engendrada: con la Sabiduría, el Amor.
Desde entonces las órdenes Esotéricas se dividieron en dos grandes corrientes de fuerza: la del Saber en donde predomina el concepto politeísta de Dios, y el culto a las ciencias; y la del Amor en donde predomina el concepto monoteísta de Dios, con el culto a la salvación de la Humanidad.

 

Enseñanza 3: El Antiguo Egipto

Es necesario repetir una vez más la antigua y siempre actual pregunta: ¿existe un Dios Creador, o no existe? Y se deberá, por la posesión de ideas claras, propias, responder a conciencia.
Hacia fines del siglo XIX, en la antesala de la cámara mortuoria de un biólogo ilustre se habían reunido sus amigos, de diversas tendencias como es de imaginar tratándose de un hombre de fama. Un católico, conversando con un anciano caballero, expresó su pesar por el hecho de que el moribundo no se hubiera reconciliado con Dios. ¿Cree usted, pregunto el caballero, que esté lejos de Dios? Dijo el católico que sí, que era ateo, que había orientado a muchos en el sendero del descreimiento. El caballero insistió: ¿Puede creerse que tan gran ser, tan profundo conocedor del hombre y de la naturaleza, puede estar alejado de Dios?
Pero, ¿hay ateos? No refiriéndose a seres que lo afirman, sin haber reflexionado, tal vez incapaces de ello; sino refiriéndose a seres en quienes preocupa hondamente la cuestión.
De los que creen en Dios, pueden distinguirse dos tipos.
Pertenecen al primero los que creen en un Dios Creador fuera de ellos, distinto a ellos, que no pueden alcanzar, con el que podrán unirse.
Pertenecen al segundo tipo los que creen que el Yo forma parte de la Unidad, de Dios, y tiende por expansión a confundirse con Él.
Es necesario aquí reseñar la razón de ser de las corrientes monoteístas y politeístas.
No se explica nada afirmando que los primeros creen en un solo Dios y los últimos en varios dioses.
La raza aria, heredera de los atlantes, al desarrollar su personalidad individual y racional, necesitó aferrarse al Yo y la proyección del Yo daba como resultado el monoteísmo. Un hombre perfecto necesitaba un molde primordial perfectísimo: Dios.
El monoteísmo degeneró, desde luego -según como el Yo se vincula o se opone al mundo que lo rodea y a las potencias interiores desconocidas de sí mismo-, en un Dios personal. Pero la mente del hombre ario, al trazar un puente entre el instinto y la intuición con la potencia de la razón, podía construir una infinidad de imágenes semejantes a la suya, más o menos perfectas, podía crear representaciones más o menos exactas de su molde divino, llevando así las almas al politeísmo.
Pasado el proceso de densificación del ser, del descenso del Yo, hay una tendencia de éste a unirse con otros entes separados: tiende a la expansión, y esto da como resultado el politeísmo. Individualiza aspectos del mundo externo del Yo a los cuales quiere unirse éste.
Pero siempre lo fundamental consiste en considerar que lo Inmanifestado se expresa por lo Manifestado y que lo Manifestado sirve de asiento a lo Inmanifestado.
El hombre ario, al ir perfeccionando su propio yo perfeccionó su creencia monoteísta y al ir perfeccionando sus posibilidades de similitud desarrolló y perfeccionó su creencia politeísta.
El culto politeísta llegó a su máxima expresión en Egipto, antes del culto personal de Osiris. Los sacerdotes desarrollaron la mente para conocer más y más; al amor no lo concebían como los monoteístas, sino como algo más elevado y divino. Muchos de estos sacerdotes eran de sangre real y el Faraón siempre se desposaba con mujer de su sangre. Esto sucedió durante milenios. Si no lo hacían así creían que perderían el poder divino y real, como en efecto aconteció.
Simultáneamente con el politeísmo de los sacerdotes de Amón, en el reinado de los nómadas negros -tanto en Asia como en África-, predominaba el culto monoteísta.
En los Templos de los Sacerdotes de Amón como en los Templos de los Sacerdotes de Mitania, de Kush, de Punt y otros, se guardaban las enseñanzas esotéricas de ambas corrientes y se practicaban estrictamente sus ritos.
Pero estas dos fuerzas tenían que trabarse en lucha para su predominio, y esto aconteció en tiempos de Iknatón, primer personaje histórico de la gran era de Egipto, cuando se entabló la guerra religiosa, llamada de los dos soles.
En tiempos de la Dinastía XVIII aparecieron en Egipto los primeros síntomas de crisis religiosa que habría de culminar con la lucha de los dos soles: Amón y Atón.
Tutmosis IV se casó con una princesa asiática de Mitania y a esta influencia asiática hay que atribuir la importancia de los siguientes cambios religiosos ya que su nieto, Amenofis IV, cuando subió al trono, el año 1375 A.C., empezó la lucha contra el Templo de Amón, y como ni él ni su esposa Nefertiti, también de origen asiático, no hicieron el juramento tradicional al Dios Amón, fue llamado más tarde el Faraón Hereje.
Tenía 12 años al subir al trono y enseguida se mostró abiertamente adicto al Dios Único que llamó con el nombre del Sol Atón y tomó luego el nombre de Iknatón (satisfecho está Atón).
La escuela esotérica monoteísta iba ganando terreno: el concepto de Dios Único -no se veneraban imágenes en la religión de Atón-, sino un disco solar que extiende sus rayos que terminan en forma de manos que sostienen el Ank, signo de la vida, y el concepto de la fraternidad universal, los animaba. La escuela de Amón con sus grandes jerarquías y su culto de muchos dioses fue suprimida y perseguida, y sus inmensas riquezas confiscadas. Sus sacerdotes se exilaron u ocultaron. Los sacerdotes rapados de la escuela de Amón fueron substituidos por los de pelo largo de Atón.
El arte, en ese tiempo, tiene una gran evolución: las figuras simbólicas e hieráticas son suplantadas por las figuras reales y vivas; pero al Faraón se le empieza a representar de mayor tamaño en relación a las otras figuras. La madre Tii, de Iknatón, al parecer simpatizaba con las tendencias del hijo, pero no abiertamente.
En el quinto año del reinado de Iknatón nace la primera hija: Merit-Aton. Hacia ese tiempo subsistían al lado de Atón otros dioses. Pero este estado de cosas no debía durar, pues el Faraón entró en conflicto abierto con los sacerdotes de Amón-Ra. Esto se produjo poco después de la muerte de Tii, de donde se deduce que la acción de ésta última era moderadora.
Para mejor adorar a su Dios, Iknatón resuelve abandonar Tebas y construir la Ciudad del Horizonte de Atón (Luxor). Al quedar Tebas relegada a ciudad de provincia debilitaba al sacerdocio.
Es entonces que cambia su nombre de Amenofis -La Paz de Amón- en Iknaton.
La nueva ciudad se construyó sobre una isla en el Nilo a unos 250 kilómetros al sud de la actual Cairo.
Poco después nace Meket-Atón, -Protegida de Atón-.
Durante el octavo año se instala en la nueva ciudad. Nace An-khes-en-pe-Atón-, -Ella vive para Atón-.
En el undécimo año nace Nefer-neferu-Atón. Empieza a desarrollarse la nueva religión. Hacia esa época se escribió el “Himno a Atón”.
Se nota la influencia de Nefertiti.
Ai-Ra es nombrado Gran Sacerdote de Atón.
Durante los decimotercero y decimoquinto año nacen dos nuevas hijas.
La madre de Iknatón, Tii, visita el Templo en la Ciudad del Horizonte de Atón. Muere poco después. Fue enterrada en Tebas.
Con su muerte desaparece la moderación: el nombre de Amón es sistemáticamente borrado, aún de los más pequeños objetos. De millones de inscripciones conocidas, pocas se salvaron.
Hasta en la tumba de Amenofis III sustituyeron su nombre por el de Nib-Maat-Ra. También se nota un detalle extraño: a su quinta hija la llamó Nefer-nefern-Ra y a la sexta Setep-en-Ra; “Ra”, en vez de “Atón”, como a sus cuatro primeras hijas. Deseaba un hijo varón. Pero después de las seis “desilusiones” tuvo aún una séptima. No tuvo otra descendencia, al menos que haya sobrevivido la primera infancia. La primera hija casó con Smenk-ha-ra, un noble egipcio.
El Rey de Babilonia pidió una para uno de sus hijos: concedió la cuarta. La tercera casó con Tut-ank-aton, quien fuera el Faraón Tutankhamon.
La segunda era delicada de salud y murió joven, así como la hermana de Iknatón, Beket-Atón.
Como era delicado de salud, construyó muy pronto su tumba.
Al no tener sucesor, las perspectivas de su religión eran sombrías.
Asuntos exteriores agravaron su situación tales como la querella con Babilonia y con las hititas, las aventuras de Aziru, etc. Iknatón desarrolló una extraña pasividad; dejó sin ayuda a rey de Byblos, Ribaddi, que le era fiel.
A los treinta años de su reinado, los faraones celebraban el jubileo. Iknatón lo hizo a los treinta años de edad, como si quisiera retroceder su reinado a la fecha de su nacimiento.
A esa edad ya era flaco y descarnado. Decide que todos los dioses, no sólo Amón, tengan su nombre borrado de cualquier inscripción. Sólo quedaba Atón. Esta medida no se aplicó muy estrictamente. Se borraban los nombres de Hathor, Ftha, etc. y hasta el plural “Dioses”.
Mientras se limitó a borrar a Amón, no tuvo sino “un” clero en su contra; luego los tuvo a todos.
Parecería que el jefe del ejército, Horenheb, en desacuerdo con la política pacifista de Iknatón, haya planeado en secreto las campañas que más tarde realizaría. Tal vez también en convivencia con el Gran Sacerdote de Atón, Meri-Ra.
Sin descendencia, con gran oposición, hasta dentro de sus funcionarios, otorgó su confianza a Smenkara, casado con gran pompa con su hija mayor, cuando ésta tenía doce años.
Asoció su yerno a la regencia y cuando eventualmente lo sucedió, adoptó el epíteto de “Bien amado de Iknatón”.
El tener un asociado en el trono resultó una medida insuficiente. La Siria estaba casi perdida, y los grandes gastos para la construcción del Horizonte de Atón agotaron el inmenso tesoro egipcio.
Sin duda comprendió que la religión de Atón no le sobreviviría, como en realidad aconteció.
Lo único que se sabe es que cuando se desplomaba su imperio murió. El examen de su momia sugiere un ataque. Se cree que era epiléptico. Tendría en ese entonces unos treinta años. Se creía que era el año dieciocho de su reinado, pero se ha encontrado una inscripción que hace mención del diecinueve.
De Nefertiti, nada más se sabe. Se cree que sólo sobrevivió un año a su marido.
Su yerno y sucesor Tutankhaton fue persuadido de volver a Tebas y se abandonó definitivamente la Ciudad del Horizonte. A una época de contemporización entre los cultos de Atón y Amón, pero por influencia de Horenheb, jefe del ejército, primó Amón.
A los cuarenta años de la muerte de Iknatón, el clero de Amón recobró íntegramente su influencia. El nombre de Iknatón fue borrado; se refería a él como “ese criminal”. Las inscripciones “Amenofis IV”, no fueron tocadas.
El Templo de Atón en Karnac fue demolido.
Iknatón fue sepultado en la tumba de Tii. Esta fue abierta y retiraron el cuerpo de Iknatón. Su nombre fue retirado de todas las cintas recortándolas. Borraron las inscripciones. Luego fue repuesto en el féretro.
Esta lucha de Amón y Atón fue llamada la lucha de los dos Soles.
La semilla dejada por los partidarios de Atón, en forma curiosa, cristalizó en Osiris, encarnado y muerto entre los hombres por la salvación del mundo.

 

Enseñanza 4: El Templo de la Iniciación

Se estudiaban los libros de la Madre Eterna en este Templo, y fue en él donde con las Escuelas Esotéricas de Amón llegó al máximo esplendor el poder y la sabiduría de los Sacerdotes de Amón, con quienes alcanzó el politeísmo su mayor fulgor.
El Templo de Amón que se rememorará -la influencia de cuyos sacerdotes se hacía sentir en todo el mundo a pesar de que, físicamente, no lo abandonaban jamás-, podría ubicarse a unos cien kilómetros de Tebas, próximo al Nilo. Era de gran extensión, cuadrado, de mármol blanco.
Sus moradores, hombres y mujeres, vivían en recintos completamente separados por altos y anchos muros. Y tanto hombres como mujeres estaban completamente apartados del mundo. Realmente muertos para el mundo exterior. Durante muchos años vivían en recintos, los cuales no tenían ventanas que dieran al exterior.
Para ingresar al Templo era menester, más que la vocación del candidato, ser elegido. Algunos eran atraídos hasta psíquicamente. Se ingresaba a los doce años.
Tan solemne era el paso (pues verdaderamente se moría para la vida ordinaria), que los parientes del candidato lo acompañaban como en procesión fúnebre y lo llevaban a un recinto externo del Templo en el que no había más que un ataúd vacío en el que era depositado.
A menudo estos candidatos eran de sangre real. Esto era importante ya que los faraones, en época de esplendor, eran iniciados por los sacerdotes y éstos eran también “reales”, por su saber, su poder y su sangre.
Había siete recintos.
El ataúd, con el candidato depositado en él, era transportado al primero.
El postulando, de coronar su carrera, debía pasar por siete grados, variando la duración de cada uno y sólo la minoría llegaba a la cima.
Las enseñanzas versaban tanto sobre el aspecto físico como el intelectual, nunca a uno de ellos.
Cada grado se cumplía, sucesivamente, en uno de los amurallados recintos ya citados.
El primer grado, que podría llamarse de “renovación física y olvido”, estaba a cargo de sacerdotes muy experimentados.
En él se despojaba al neófito de todo lo que traía del mundo. Desde luego sus ropas y todo objeto personal. Se le sometía a pruebas de la vista y de escritura; se le arrancaban las uñas para librarlo de instintos animales.
Como en el caso de los novicios de las órdenes cristianas, no estudiaban. Por el contrario, se procuraba que olvidaran todo lo que sabían, lo que se conseguía mediante brebajes especiales que no sólo provocaban la eliminación de las impurezas del cuerpo, sino que también hacían olvidar todo lo aprendido.
Estos brebajes provocaban altas fiebres y se descendía mucho de peso. Dependía pues de la constitución de cada uno la duración de este grado, que variaba entre una semana o varios años.
Cuando el candidato estaba purificado y había olvidado todo lo que sabía: leer, escribir, etc., y hasta su nombre, su familia y todos los hechos acaecidos en su vida hasta ese momento, se le dormía una vez más y se le trasladaba al segundo recinto.
El segundo grado podría describirse como de “desarrollo de la inteligencia”.
Téngase presente que aquí entraba el adolescente elegido, purificado y sin noción alguna de su vida anterior.
Se trataba de un lugar tan hermoso como imaginar se pueda. Todo lo que podía aportar la ciencia y el poderío de un rico imperio se reunía allí: palacios construidos con los incomparables mármoles blancos, azules y verdes del antiguo Egipto; tan maravillosos eran que servían para estudiar a los sacerdotes, los reflejos de la luz solar. En estos palacios se resumían las más hermosas pinturas, esculturas y obras de arte. Los jardines eran indescriptibles y tan cuidadas sus plantas que había casos en que una sola de éstas contaba con su cuidador exclusivo. Para los cultivos se aprovechaban las crecientes de primavera del Nilo.
En este grado se estudiaban ciencia y artes. Religión, no. Se desarrollaba la inteligencia; la flexibilidad mental.
Se previene contra la posible confusión entre inteligencia y espiritualidad: un ser espiritual bien puede carecer de flexibilidad mental y, a la inversa, un intelectual carecer de espiritualidad.
En este grado se enseñaba a discernir. Después de un tiempo, naturalmente variable, poseían los estudiantes un juicio muy seguro tanto en el orden científico como en el estético.
Cuando llegaba el momento para el paso al tercer grado, -que podría calificarse de “recuerdo y elección”-, se hipnotizaba al estudiante y pasaba al siguiente recinto.
No todos, lógicamente, lograban dar este paso, pues a muchos les resultaba excesivamente difícil.
Dado que una vez entrado el neófito al Templo no salía jamás, estos seres quedaban en lo que podría designarse “sacerdotes sirvientes”, entre los cuales se hallaban los embalsamadores. Los que no trascendían el primer grado se ocupaban de la proveeduría y demás aspectos de la administración material del Templo.
En el tercer grado ya leen los Libros de la Madre Divina. Estudian lo que podría denominarse “psicología”. Vuelven a recordar su vida anterior.
Pero en este recinto fracasaba el setenta por ciento.
El estudio de las Enseñanzas llevaba a muchos al conocimiento de que si lo único real es el Uno, de nada servía lo “demás”; ¿para qué comer, o dormir o cualquier cosa que no sea Aquello?
La mayoría se dejaba morir.
A partir del cuarto grado eran muy pocos los que fracasaban. Se dedicaban al estudio de la magia. Para que pudieran ofrecer a otros la oportunidad de adelantar, adquirían poderes psíquicos: clarividencia, viajes astrales, etc.
Recién en el quinto grado se dedicaban a la Contemplación.
En el sexto grado se estudiaba la Teología. Reconocían que cualquier unión lograda es momentánea; tan ligada está la personalidad a aquello que la rodea.
Cuando los sacerdotes imponían un castigo, por severo que fuera, procedían sin temor alguno pues sostenían que si el castigado era culpable necesariamente expiaría por Karma su culpa, de tal modo que el castigo no hacía sino anticiparlo.
El Templo se encuentra ahora escondido, sepultado bajo las arenas. Los Islámicos se han encargado de hacerlo inaccesible.
Uno de los poderes que poseían los sacerdotes de Amón era el morir por éxtasis.
Habían adquirido tales conocimientos del más allá que nada temían; esto suscitó abusos que hizo necesaria una severa reglamentación.
Para ello se exigía que se juramentaran siete sacerdotes, acordando entre sí que todos ellos se provocarían la muerte llegado a determinado extremo; si uno sólo se decidía los seis restantes debían también morir. Este pacto podía concertarse de por vida o por un término determinado.
Llegado el extremo los siete juramentados se retiraban a un lugar apartado. Ayunaban, por lo general, cuarenta días; habiendo casos en que lo hacían por veintisiete o dieciocho días. El objeto de tal práctica era el de debilitar el cuerpo físico para disponer con mayor facilidad de él. Mientras tanto vivían concentrados sobre la entidad más alta concebible.
Recién pasado este ayuno se concentraban sobre sus centros, comenzando por los inferiores.
Lo hacían sobre cada parte de un centro, considerando su inutilidad. Éstos, vaciados de su razón de ser, cesaban de actuar.
Procedían así, sucesivamente, con todos los centros. Cuando llegaban al superior resultaba que, a pesar de todo, estaban fuertemente atados a la vida. Procedían entonces al examen retrospectivo, después del cual podían ya dar el gran paso.

 

Enseñanza 5: Amón en las Escuelas Helénicas

La escuela esotérica que, por darle un nombre, podría llamarse politeísta tuvo su máxima expresión en Egipto. Eventualmente decayó y sus templos fueron completamente sepultados bajo las arenas.
Los mahometanos se encargaron de impedir que se buscaran y sólo recientemente, no hace siglo y medio todavía, se ha empezado a desenterrar templos y sepulcros y a descifrar inscripciones, las que son todas exotéricas. Las esotéricas fueron destruidas, principalmente cuando la desaparición de la Biblioteca de Alejandría.
Empero no desapareció del haz de la tierra completamente su inmenso conocimiento sino que, bajo diversas formas y en distintos lugares -casi siempre en contraposición con otras formas de monoteísmo-, ha florecido hasta el día de hoy.
Lo que de todo ello se conserva ha sido legado a la Humanidad, en primer término, a través de las Escuelas Helénicas.
Cuando la forzada expatriación de los sacerdotes de Amón hizo que tuvieran que refugiarse en Grecia, habitaban este país seres muy primitivos, dedicados sobre todo a suplir sus necesidades primordiales.
Poco tiempo estuvieron allí los sacerdotes de Amón, pero fue el suficiente para dejar una semilla.
Al regresar los sacerdotes de Amón a Egipto fueron, a su vez, expulsados los de Atón (monoteístas), y éstos también se refugiaron en Grecia.
Se puede estudiar, entonces, en Grecia y a través de siglos, la influencia de ambos.
Las dos grandiosas concepciones tuvieron derivaciones filosóficas muy importantes: de la politeísta derivaría la doctrina de la gracia. De la de Atón la del libre albedrío.
Si suponemos que todo es ilusión, que no es otra cosa que reflejo, emanación de la Divinidad Inmanifestada, claro está que cualquier cosa -un hombre, su mente, su alma- no son más que un reflejo, dependiente en absoluto de lo que no se manifiesta. Nada se podrá hacer por un alma para cambiar su destino, sea santo o delincuente, sabio o necio. Llevada ésta concepción al extremo conduce al fatalismo: el ser no es libre sino como Dios, en su totalidad.
Los que creen en el libre albedrío podrán sostener, sin embargo: si el hombre es divino, si tiene alguna partícula de divinidad, forzosamente podrá, hasta cierto punto, determinarse.
Las características de las Escuelas Iniciáticas griegas fueron muy distintas de las egipcias. Se tratarán a continuación las que siguieron la corriente de Amón, con exclusión de la tendencia monoteísta.
En primer lugar se nota una dispersión, tanto en los fines como en las formas, con relación a las egipcias.
El sacerdote egipcio estudiaba toda la ciencia, todos los aspectos de la sabiduría. Los griegos, en cambio, estimaban que toda una vida no alcanza para abarcarlas íntegramente.
El Templo egipcio era uno, inmenso; el griego, en cambio, si bien era completo como centro de cultura religiosa, filosófica y pedagógica, se dedicaba a una sola rama.
Esto se debía en primer lugar a la constitución física de los individuos: los egipcios eran sorprendentemente robustos, resistentes y flexibles, condiciones notablemente acrecentadas por las drogas y la cirugía. Eran también moderados en el apetito sexual, sobre todo entre los sacerdotes. Los griegos, en cambio, si bien hermosos, eran poco resistentes; pocos de ellos hubieran podido soportar el plan egipcio.
Egipto era un reino muy unido al faraón; Grecia se componía de una infinidad de pequeños reinos y ciudades. Todo en ella se dividía.
El primer problema que se les planteó a los griegos fue el del sexo. En muchos templos se estudió consecuentemente, de manera primordial, en lo referente a los célibes, la transmutación. Estas enseñanzas fracasaron porque el griego, lujurioso, reflexionó así: “Si a los actos materiales naturales los elevamos, ofreciéndolos a la Divinidad, los hacemos también divinos”.
Estaba bien esto, hasta cierto punto. Pero no se tardó en cometer abusos y nada menos que con el pretexto de divinizar actos antinaturales.
Muchos de estos seres desarrollaron su inteligencia en forma notable y han vuelto, repetidas veces, al mundo físico. Pero hombres inteligentes y capaces han fracasado por atarse a algún vicio (juego, bebidas, mujeres), y no lograrán descollar hasta que puedan vencer esas facetas.
En segundo término se estudiaba la magia y los poderes psíquicos.
Conviene señalar que el griego, en lo que se refiere al amor a la forma, tenía necesidades muy distintas a las de los egipcios. Para él el acto sexual tenía un significado doble; muy pocos pasaban del primer grado.
En cuanto al segundo grado no existen mayores noticias.
Los que llegaron al tercer grado, filosófico, callaron.
Muchas obras de los filósofos griegos han llegado hasta la actualidad, sin embargo. Las de Platón y sus continuadores reflejaban la tendencia de Amón y de la gracia; las de Aristóteles y los suyos, las de Atón y el libre albedrío.
La influencia de Platón decayó durante varios siglos, pero revivió con Jámblico y Plotino. Esta doctrina de la gracia influyó mucho sobre la iglesia cristiana, especialmente a través de San Agustín. Esta Iglesia habría de ser, naturalmente, monoteísta. Sin embargo, en el siglo XIII, con Santo Tomás de Aquino, se afirmó notablemente en ella la doctrina aristotélica.
Muerta Cleopatra quedaron, no obstante, algunos tesoros religiosos de la gloria del Templo de Amón. Pero no cayeron en manos de los conquistadores romanos sino que fueron llevados, con el mayor sigilo, a un casi inaccesible lugar en medio del desierto africano, rodeado de altas montañas. Fueron conducidos por fieles discípulos, cuyos descendientes los han guardado hasta hoy. Éstos siempre han defendido exitosamente su tesoro; ni siquiera los mahometanos lo pudieron descubrir.
En Oriente no se borró el recuerdo de Amón. Julia Domna, hija de un sacerdote del Fuego de Emesa, Siria, casose con el emperador romano Septimio Severo y en su corte se rodeó de un grupo selecto de seres, cuyas obras aún hoy se recuerdan.
Recién en el Renacimiento volvió a estudiarse Platón, destacándose en ello los sabios florentinos del siglo XV.
Las Escuelas Esotéricas del conocimiento y del amor continuamente luchan entre sí y continuamente se funden la una con la otra y se buscan, porque a través de las luchas, estas dos fuerzas tendrán que reunirse, terminado el tiempo de piscis, para formar una única expresión de la Divinidad.

Enseñanza 6: El Rey Arturo, El Santo Grial y la Tabla Redonda y sus Caballeros

En pleno florecimiento cristiano las Escuelas Esotéricas fueron patrimonio primero de los Caballeros Iniciados y luego de las Ordenes Militares.
El esoterismo helénico y romano que a través del neoplatonismo había regado fecundamente los principios del cristianismo, fue perdido completamente.
Con el veto dado por Justiniano a las escuelas filosóficas en el año 500, los maestros esotéricos se trasladaron a Persia para preparar allí la simiente que había de transformarse en la religión islámica, en pletóricas escuelas esotéricas.
Pero en tiempos de las primeras cruzadas los caballeros cristianos volvieron a ponerse en contacto con las Escuelas Esotéricas Musulmanas.
Sobre todo los Caballeros Normandos, hombres de gran fervor religioso (unían a un ferviente cristianismo, las enseñanzas de sus antepasados druidas, galos y celtas ibéricos), asimilaron estas enseñanzas. Ya ellos en el año 800 hicieron florecer una caballería cristiana esotérica.
Las leyendas del Caballero andante, del Santo Grial, de los Caballeros de la Tabla Redonda del Rey Arturo, datan de aquellos tiempos.
No eran estas agrupaciones esotéricas totalmente cristiano-jurídicas, pero sí cristianas esencialmente, viviendo su propia vida; después se formaron Ordenes Militares y Escuelas Esotéricas.
Los Caballeros Iniciados al ingresar a la fraternidad hacían un solemne juramento de ser fieles a la misma hasta la muerte, de ir en contra de todas las injusticias y de defender siempre al pobre, al desvalido y al desamparado.
La primera ceremonia que desarrollaban ante los ojos del neófito era la del juramento.
La promesa es un don divino y únicamente los Dioses pueden prometer a los hombres; pero es difícil al ser humano prometer, ya que su naturaleza quiebra a cada instante las voluntades más fuertes; por eso fue dicho: “No jurarás”. Mas cuando el hombre se aviene a un juramento, como el juramento es divino, implícitamente adquiere la obligación de transformar su naturaleza humana en divina.
Como la Sabiduría Divina no puede ser manjar de los hombres vulgares, era indispensable el secreto para que el Velo Divino no fuera levantado por manos inexpertas.
Dice la Biblia: “Si vieres el rostro de Dios, morirás”, porque el estudio de la Sabiduría Eterna implica poseer un desarrollo espiritual adecuado que el ser tiene que adquirir, poco a poco, llevado de la mano por los Iniciados. Además, en la ceremonia de juramento, el neófito veía el rostro de sus compañeros por primera vez y la Visión del Rostro es símbolo de esa sabiduría oculta, revelada sólo a unos pocos.
Al jurar entraba el nuevo adepto en la Gran Corriente Espiritual, Mental y Psíquica que la Orden Esotérica había generado y sería perjudicial si él, violentamente, fuera expulsado de esa Gran Corriente en la cual voluntariamente se había colocado.
El ser, para llegar a este primer peldaño del Ceremonial, había forzado la puerta del Santuario, pues sin esfuerzo nada puede conseguirse.
El Asistente traía un asta de vino; el asta había de ser de cuerno de ciervo y ella era símbolo de la naturaleza inferior, mientras que el vino era de la fuerza creadora en su aspecto inferior.
Noé, después de haber probado el zumo de la uva, entra en un sueño profundo y de él se burlan sus hijos. El hombre tiene que penetrar en las profundidades de la naturaleza inferior y del subconsciente para conocer las fuerzas que mueven y dirigen todas las cosas.
El Iniciado hacía extender el brazo del neófito sobre el asta alargando, a su vez, el suyo; las dos derechas se reunían en tanto que con la espada se incidían los dos brazos dejando gotear las sangres, para mezclarlas con el vino.
El valor de la sangre es inestimable. Todas las substancias físicas se vuelcan en ella y en ella está toda la fuerza y todo el tóxico de la vida; es la única substancia que tiene directo contacto con el éter astral; tanto lo es que enseguida que la fuerza vital no la anima se coagula y, por decirlo así, se materializa. Es símbolo, pues, de la naturaleza superior que, sacrificándose, se mezcla con la naturaleza inferior para redimirla y levantarla hasta su liberación. No otra cosa simboliza la redención efectuada por Cristo que vierte su sangre sobre la cruz y que se repite todos los días en el Cáliz de la Misa.
Pero la que puede efectuar esta redención, impulsada por el amor, es la voluntad. La fuerte voluntad del frío acero de la espada que ha hecho la incisión.
Después iban bebiendo el Iniciado y el neófito, alternativamente, sorbos del precioso licor. Para que la Humanidad vuelva a su prístina gloria espiritual es indispensable esta fusión de las partes superiores con las inferiores. Una vez más está explicado así el misterio de la Sagrada Eucaristía, de la estrecha unión e inseparabilidad del Espíritu con la Materia.
El neófito, al ligarse por su juramento a la Orden, ligaba la Orden a él, simultáneamente. El amor y la unión equiparaban los valores y los pares de opuestos y el esfuerzo del uno sería recompensado por la dádiva del otro.
Terminado el juramento, el llavero se adelantaba y rompía el asta.
Cuando el Caballero Iniciado imponía la túnica a los miembros de la Orden, con la espada les tocaba el hombro derecho a los hombres y el izquierdo a las mujeres, símbolo de la transmutación por la purificación, y les entregaba una rosa. La flor abierta representa los vórtices de las fuerzas astrales en estado activo y desarrollado.
Las túnicas de los miembros eran blancas, anaranjadas y negras. El blanco pertenecía a los Pajes y a las Doncellas, ya que debían mantener más acentuada la pureza y la inocencia del alma por tener que pisar el lodo del mundo. Los Escuderos y las Damitas tenían la túnica anaranjada, simbolizando el orgullo y la gloria de la Orden. Los Caballeros y Damas llevaban túnicas negras, significando que habían muerto para el mundo y vivían únicamente en lo Eterno.
Las túnicas masculinas llegaban hasta las rodillas e iban puestas sobre las armaduras, pues lo espiritual no debe interrumpir la acción. Las túnicas de las mujeres llegaban hasta la punta de los pies, para indicar el pudor y la discreción.
El manto de todos era blanco y su vuelo completamente circular, ya que el círculo señalaba a Dios manifiesto.
La cogulla era también circular e indicaba el Poder Espiritual. Los Papas en los primeros tiempos de la Iglesia Cristiana, cuando ésta era puramente espiritual, usaban cogulla blanca; pero cuando adquirieron poderío material la cambiaron por una corona de oro. En la antigüedad la corona pertenecía a los reyes como poder visible y material y la cogulla a los Sumos Sacerdotes, como poder invisible y espiritual. En la parte izquierda del manto, a la altura del corazón, había una cruz roja, quedando así entendido que un adepto dominaba los elementos inferiores.
Durante la ceremonia, luego que el neófito había pronunciado el juramento, los asistentes levantaban la cogulla que les cubría la cara para hacerse manifiestos al nuevo componente.
Los Pajes y las Doncellas llevaban, además de la cogulla, un pequeño gorro circular del color de su túnica, que indicaba sumisión.
Los Escuderos y Damitas portaban un yelmo y en el centro de éste una mariposa de oro libertándose del capullo de oruga, significando la aspiración del alma al conocimiento de todas las cosas.
Los Caballeros y las Damas llevaban también un yelmo y, en el centro del mismo, la cabeza de oro de una serpiente con la lengua bífida hacia fuera, pues la serpiente erguida es símbolo de la Suprema Sabiduría, sobremontada por una cruz.
Las vestiduras señalaban los poderes intrínsecos y personales del adepto, mientras que los atributos manifestaban los poderes activos del mismo. Se tenía cuatro atributos fundamentales: anillo, espada, collar y sello, correspondiendo a los cuatro poderes básicos del ser humano depositados en el cuerpo físico, en el plexo solar, en el esplénico, en el laríngeo y en la glándula pineal, respectivamente.
Además se tenían caballos marrones y blancos, que servían de vehículos. El caballo es el animal que, en la evolución de los seres inferiores, ha llegado al más alto grado de desenvolvimiento y es el lazo de unión entre el reino animal y el hominal. Representaba la naturaleza instintiva, dominada y subyugada por la voluntad del hombre. La naturaleza inferior no ha de ser destruida, sino dirigida y orientada.
En la Orden el caballo marrón significaba el instinto dominado, pero sensible a las atracciones inferiores que lo arrastran continuamente al mundo. El Escudero había dominado sus pasiones, pero volvía continuamente entre los hombres para auxiliarlos. El caballo blanco era el instinto dominado por completo. El Caballero lo empleaba únicamente para su uso personal o para obras que parecían, a los ojos de la Humanidad, semidivinas.
Viene el caso citar la aparición de Santiago Apóstol en el campo de batalla, para defender y llevar a la victoria a las huestes de Ramiro, contra los moros. El guerrero aparecido en el combate llevaba todos los atributos de los Caballeros de las Órdenes Secretas e Iniciáticas de entonces: montaba caballo blanco, llevaba armadura resplandeciente, flamígera espada, blanco manto y un estandarte sobre el cual estaba dibujada una cruz roja.
El Gran Ser que los españoles tomaron por un santo, no era sino un Caballero Iniciado que se les apareció montando su caballo y bien pertrechado para conducirlos, como si fuera un semidios, a la victoria.
El anillo, la espada, el collar y el sello correspondían a las cuatro figuras principales del Tarot. Sello corresponde a bastos, collar a copas, espada a espadas y anillo a oros.
El anillo correspondía al plexo solar e indicaba el poder de dominar; el dominio (sobre sí mismo, sobre los elementos, sobre las fuerzas naturales, sobre los demás hombres que no habían llegado al mismo nivel de adelanto espiritual), está indicado por el brillante y el oro, imágenes de la fuerza solar y de sus rayos dominantes sobre todo el planeta.
La espada correspondía al plexo esplénico e indicaba el poder de la fuerza y el vencimiento del temor; el corte definitivo que liberta al ser era el conocimiento de la propia fuerza que actúa, como frío y cortante acero, sobre lo que le rodea.
En el Salmo 44 al cantar, el Salmista, la belleza del Rey, no se olvida de aconsejarle que ate su espada al muslo izquierdo, como si le explicara que el poder de la fuerza reside en el plexo esplénico.
El redondo collar, que llevaba estampado el nombre de cada miembro de la Orden, expresaba el poder de la vibración, de la palabra, del ritmo; corresponde al plexo laríngeo, el cual, bien desarrollado, permitía al estudiante percibir las voces y los sonidos astrales.
El sello, todo de oro, con el signo de Ank impreso en él, era imagen del poder creador, similar al fuego; punto raíz de la mente, confín del Espíritu con la substancia manifiesta.
Estos atributos no eran peculiares a todos los miembros de la Orden: el sello pertenecía solamente al Gran Maestre; el poder creador, el poder de la transmutación, lo poseía únicamente el Iniciado. A la Iniciación el ser llegaba solo, sin auxilio exterior, sin acompañante alguno, como imagen de Dios reflejándose en Sí mismo.
El anillo era propio de Caballeros y Damas; el fuerte magnetismo del cual estaba cargado indicaba que estos hombres y mujeres habían solucionado el problema interno de la diversidad. Ellos sabían que una única fuerza regía los destinos humanos y universales y dirigían voluntariamente esa fuerza hacia el logro de su aspiración.
La espada la llevaban también Escuderos y Damitas; del mundo psíquico al mundo anímico, por fuerza solamente se pasaba. Sólo el valiente podía cruzar el círculo del temor y adueñarse de la fuerza que duerme latente en el plexo sacro de cada individuo.
El collar era llevado por todos los miembros de la Orden; simbolizaba los poderes psíquicos que estaban al alcance de todos los que se encontraran bien adiestrados y ejercitados.
El collar se relacionaba con las copas, imagen de la matriz femenina y del aspecto material de las cosas. El sello, con los bastos, imagen del lingam masculino y del aspecto creador y espiritual de las cosas. La espada era imagen de la unión entre el Espíritu y la Materia, del resultado del basto y de la copa. El anillo, oros, simbolizaba el dominio sobre la mente y sobre las cosas manifiestas.


Enseñanza 7: Antiguos Ceremoniales Iniciáticos de los Caballeros

Los antiguos Iniciados veían en el año, además del movimiento del sol a través de las doce casas zodiacales, el camino del alma, desde el nacimiento hasta la muerte, en busca de la perfección. Por ello daban tanta importancia a las festividades anuales, las que simbolizaban los distintos pasos y aspectos de la vida material y espiritual.
Julio César, arbitrariamente, quitó al año alguna de sus horas, resumiéndolas todas juntas en un día cada cuatro años, en el año bisiesto. Pero los estudiantes esotéricos siempre protestaron por esta medida que le resta valor al año verdadero, al Año Místico.
Un año verdadero equivale a un año daiva de los hindúes: 365 días, 5 horas, 30 minutos, 31 segundos; y Don Alfonso el Sabio, rey de Castilla, le asignó al año 365 días, 5 horas, 49 minutos y 16 segundos.
Tampoco el principio que se le asigna al año actual es el que le asignaban los antiguos: el año verdadero empieza en el equinoccio de primavera.
El Año Místico se divide en cuatro partes, tal como se divide en cuatro etapas la vida espiritual de los Caballeros Iniciados.
La primera, que empieza en el equinoccio de primavera, es inaugurada por la festividad de la reapertura del Libro de la Madre. Retorno a las cosas que se han dejado, para sublimarlas.
La naturaleza abre el libro de su manifestación y muestra así su sabiduría; hace brotar del seno de la tierra todas sus flores, precursoras del fruto.
En el ritual místico es la imagen del cambio continuo de todas las cosas, del descenso del espíritu a la materia, del sacrificio de aquél que tiene más hacia el que tiene menos, repartiendo sus bienes.
La simbología dice que volverá el discípulo a matar a su enemiga cuando sea fuerte, algún día. Por eso esta primera parte del Año Místico es símbolo también de la reencarnación y de la ley de consecuencias que hace, por efectos, volver a la raíz de la causa.
Los seres que han llegado a un altísimo grado de evolución espiritual, se sienten impulsados periódicamente a volver entre los hombres para equiparar con ellos sus valores, dándoles amor; hacerse más pequeños, para hacerlos a ellos más grandes.
Los Caballeros, todos reunidos, recibían el mensaje que los Maestros habían transmitido al Gran Maestre.
Mucho le será pedido al que mucho le fue dado.
De pie, con sus espadas desenvainadas, envueltas en sus blancos mantos, recibían la orden. Aquél que había sido designado para cumplir alguna Gran Obra en el mundo, abrazaba a sus camaradas, dándoles el ósculo de paz; recibía la bendición del Gran Maestre y se alejaba sobre su blanco caballo a cumplir sigilosamente su misión, mientras los demás prendían una gran fogata sobre el monte, para que el fuego guiara al Caballero redentor durante su camino por las tinieblas del mundo; volvían los demás Caballeros a sus estudios, a sus ejercicios, a sus concentraciones, esperando su hora.
La espada envuelta en el manto representa a la Madre Divina, Suprema Voluntad, envuelta en el Velo de Ahehia, la sabiduría manifiesta que el Caballero tiene que esforzarse por descubrir. Para lograr la suprema realización es indispensable el sacrificio, el descenso a los mundos inferiores y pasar por ellos sin mancharse.
La marcha representa la rueda de las vidas y las muertes; la fogata sobre el monte, la parte superior del hombre, el alto ideal, la vocación espiritual, que siempre lo acompaña. Los cristianos imitaron esta bella Ceremonia Iniciática con las fogatas de San Juan, con la fiesta de la Anunciación del Arcángel Gabriel a María.
Los antiguos Caballeros medioevales, también, después de su investidura caballeresca, iban errantes por el mundo en busca de aventuras, siempre deseosos de hallar la mujer de sus ensueños o la copa del Santo Grial.
Wagner ofrece imágenes maravillosas: Lohengrin es el Caballero Iniciado que abandona el castillo de los Caballeros Monsalvat para ir a defender a la doncella falsamente acusada.
Todavía hoy las Tablas abren para esta fecha sus cursos; el tiempo de la festividad, de la alegría, ha pasado; y ha vuelto el tiempo de la disciplina, del trabajo y del sacrificio. El libro de las enseñanzas, que estaba cerrado, se abre de nuevo; cada uno sacrifica la parte mejor de su esencia interna en beneficio de los otros. También para esta fecha se acostumbra a iniciar las nuevas Tablas, siempre con el sacrificio de la Tabla patrocinante.
La segunda parte del año comienza con el solsticio estival de verano. Están maduros los frutos y el trigo puede convertirse en pan. Pueden preparar los Caballeros su banquete, para consumar las Místicas Bodas de Unión entre la materia y el espíritu. Esta ceremonia es imagen de la alianza del espíritu con el alma, de dos principios concordantes que logran encontrarse al fin y unificarse.
En esta parte del hemisferio se efectúa la ceremonia solemnemente en el plenilunio de Mayo. Se repite, más sencillamente, durante el año.
En la noche del plenilunio todos los miembros de la Tabla se reúnen como si fueran uno solo. De noche se efectúa el banquete porque la noche es la madre de los misterios, de las intimidades y de las bodas. Se hace en plenilunio, pues el plenilunio indica que, aún muerto el pasado, se toca con el presente para perpetuarse en el porvenir. Las almas que una vez se han unido en un mismo ideal, aún muertas, volverán a encontrarse y a ser reunidas.
El banquete se efectúa en una habitación cuadrada, en donde la mesa tendida tiene forma de herradura. En el centro se sienta el Gran Maestre y a su derecha los demás Caballeros, por orden.
La mesa debe estar tendida con las siguientes disposiciones: se traza sobre ella, con un cordón blanco, una línea recta, sobre la cual estarán colocados los platos. Otra línea, con un cordón anaranjado, sobre la que se colocarán los vasos; otra con un cordón negro, paralela, sobre la que se colocan las botellas y otra, también paralela, con otro cordón blanco, sobre la cual serán colocadas las fuentes.
Los platos de la antigüedad eran de plata, acaso para explicar que hay metales, como la plata y el oro, que alejan el magnetismo animal; el plato tenia que ser personal de cada uno.
Antiguamente el vaso era de madera especial y estaba hecho de una fibra vegetal sutilísima; de allí derivaron todas las maravillosas leyendas relacionadas con el cáliz del Señor y el Santo Grial.
Ya se ha explicado que el vino es imagen de la naturaleza inferior; el Iniciado que bebe el zumo de la uva y sabe transmutar, cambia los valores inferiores en superiores.
Terminada la comida, se brindaba solemnemente, como si la parte alegre y festiva de cada alma quisiera unirse en una sola expresión de belleza, para perdurar como entidad guiadora.
Después del brindis el Gran Maestre rompía la copa de la cual había bebido.
La mesa es siempre signo de pacto y alianza. El altar de todas las religiones es la mesa de los Dioses. Dios hace pacto con Jacob y como recuerdo de ese pacto, levantan un altar o mesa mística.
Cristo instituye el sacramento de la Eucaristía en el banquete pascual; los cristianos primitivos solían hacer un ágape fraternal.
La mesa es en la familia la que reúne, a su alrededor, todos los miembros de la casa a la hora de las comidas. Es la hora de la intimidad; es la hora en que el padre se reúne con todos sus hijos; en que la madre contempla con satisfacción a toda la familia reunida. Es la hora de la perpetuación de la alianza familiar.
En el plenilunio, cuando se efectúa el banquete, también el sol -imagen del sol espiritual-, está en su nadir; es cuando él también ha descendido de sus alturas y bajado a los infiernos, a buscar su amada extraviada, como Orfeo baja a los infiernos a buscar a su esposa Eurídice y hacer con ella nueva alianza, nuevo pacto, nueva boda.
Es deseable que los miembros de la Orden acompañen a todas estas ceremonias con espíritu de fervor y de comprensión, pues de lo contrario las mismas serían vanas. Que cada uno procure hacer alianza con sus compañeros, unión de almas, unión de sentimientos y de ideales, para que esta unión sea el alma futura de la victoria del Ideal Espiritual.
En el equinoccio de Otoño se festejaba la obra cumplida ya que la tierra ha dado su fruto. Llamada la fiesta del Rey, porque los Caballeros festejaban a su Jefe y al Caballero Iniciado.
En el solsticio hiemal, los Caballeros efectuaban la festividad de la Renunciación; los más aventajados abandonaban la comunidad y subían al Monte, al castillo de los Perfectos. Quizás por ser en esta cuarta parte del año en la que se desarrolla la última ceremonia visible en el plano físico, ella es la más rítmica y poética de todas.
Siempre, en todos los sectores de la vida, en todas las agrupaciones, hay quien descuella, quien llega a un estado de interior liberación. Estas almas aleccionadas, aún manteniendo el cuerpo físico, comprenden que ya nada tienen que hacer entre los hombres y un deseo irresistible de soledad y de alejamiento les impulsa a buscar una vida recoleta y dedicada a la contemplación.
Es conocida la creencia que existe en la India acerca de estos seres extraordinarios, que viven en parajes solitarios, escondidos en altas montañas.
La Sociedad Teosófica fundó toda su Obra sobre los mensajes de estos Maestros de los Himalayas.
En las antiguas Órdenes estaba simbolizada esta mística ida sin regreso con una espléndida ceremonia. Cuando el Caballero, por su elevado estado de perfección, se sentía impulsado a abandonar todas las cosas exteriores, el Gran Maestre reunía a todos los Caballeros y, juntos, cantaban el Himno de la Liberación. Inmediatamente penetraban en la sala dos Damas con el rostro velado, símbolo de los nuevos mundos ocultos que el elegido iba a conquistar, llevando un paño azul en las manos. Despojaban al Caballero de su manto blanco al cual forraban de azul; después, él mismo, cortaba con su espada la punta derecha del manto, la dividía en siete partes, que dejaba a los siete Caballeros restantes como recuerdo suyo.
Esto es imagen del Caballero Eterno, del Caballero Perdurable; si muere o no, nadie lo sabe. Es el hombre que ha llegado a dominar sus principios inferiores y superiores disponiendo de ellos a voluntad.
¿Pero dónde viven estos seres selectos? ¿En qué parte del mundo?
Estos lugares secretos donde las Órdenes Iniciáticas tenían, o tienen, su asiento oficial, no están destinados al azar, sino que corresponden a los siete plexos de fuerza del planeta. Hay en la tierra siete sitios, no marítimos, en los cuales el magnetismo natural es mucho más intenso que en los otros lugares. Desde luego es siempre en parajes montañosos; son innumerables las montañas reputadas sagradas.
Un lugar magnético primario de la tierra está en el Tibet y, en especial, en la región de Shamballa, donde tienen su principal asiento los Lamas Amarillos; el lugar europeo más magnético es en la montaña de Monserrat, en Cataluña, donde -todavía hoy-, tienen sus reuniones astrales los Hermanos Rosacruces. En América existen varios de estos lugares magnéticos y se puede encontrar uno en las desoladas montañas de la provincia de San Luis y otro sobre el Lago Hueche Lauquen. Lohengrin describe uno de estos lugares llamándolo Monsalvat y, para hacerlo más inaccesible, lo describe rodeado de aguas y lo llama “desconocido paraje”.
Pero, ¿existían realmente en la antigüedad estos castillos iniciáticos? Existían realmente; y todos los castillos medioevales fueron copiados de ellos, de estos castillos fundados por Caballeros Iniciados.
Se puede encontrar tipo de ellos, o ruinas, en Cataluña y al Sur de Galicia, en Flandes, Normandía y Escocia; y maravillosos ejemplos de ellos tiene el norte de Alemania, pero de construcción posterior.
Desde luego las Antiguas Órdenes habían de tener sus lugares apartados y sus castillos en donde se encerraban los Caballeros Iniciados.
No se hablará de la montaña de Kaor, porque allí únicamente las ruinas del Templo primitivo pueden subsistir, pero sí se puede describir como debieron ser estos retiros. A una altura superior a mil metros, en una región desconocida y poco habitada, se construía un edificio completamente rodeado de murallas y agua; ningún miembro de la Orden conocía este lugar, fuera de los que lo habitaban y los Grandes Maestres. Ninguna mujer, ni ningún extraño a la Orden podían pisar ese recinto. En el foso que rodeaba el castillo, eran alimentados cisnes blancos y negros, símbolo de la Eternidad, manifestada e inmanifestada. Estos Caballeros solitarios, esos puros guardianes de la Sabiduría Eterna, vivían allí con una pureza y una serenidad tales que únicamente en horas de éxtasis interior y de perfecta oración se puede tener una vislumbre de lo que ello significa.
Si esos lugares han desaparecido les queda aún a los Caballeros un lugar inaccesible y solitario para esconderse y vivir su vida íntima; el inexpugnable castillo del Santuario Interior.
Las cuatro estaciones del año simbolizan también las cuatro grandes épocas que cruzó la raza aria desde su nacimiento.
La primera parte de la raza data desde el nacimiento de la raza semita-atlante, hace 850.000 años, hasta el establecimiento definitivo de la raza aria, hace 118.769 años (año 1941).
La segunda etapa corresponde al tiempo transcurrido desde el establecimiento de la raza aria hasta la guerra de los 1.500 años, hace 25.868 años (año 1941).
La tercera etapa data desde la guerra de los 1.500 años hasta la sumersión de Poseydonis, última reliquia atlante, ocurrida hace 11.000 años.
La cuarta época data desde el hundimiento de esta isla hasta los días actuales.
Las cuatro etapas del año recuerdan, asimismo, las cuatro que cruzaron las Escuelas Esotéricas.
La primera etapa fue aquella espléndida y áurea de los Maestros Iniciados. Data desde el tiempo del Templo de Kaor, hace 25.868 años, hasta el hundimiento de Poseydonis, hace 11.000 años.
La segunda representa la del poderío y del dominio reinante, época de plata, que duró desde el tiempo del hundimiento de Poseydonis hasta el reinado de Amenophis IV, hace 3.311 años (1941).
La tercera fue la era sacerdotal esotérica. En esta etapa las Escuelas Esotéricas habían completado ya su caudal de conocimientos. Duró desde Amenophis IV hasta la fundación de la Orden Teutónica por Hernán de Salza, en al año 1.197.
La cuarta corresponde a la era cristiana y caballeresca, de la acción y del sacrificio y data de la fundación de la Orden Teutónica hasta los días actuales.
También simboliza el año la vida del hombre, que tiene cuatro períodos principales: niñez, adolescencia, virilidad y senectud.
El Año Místico, también, ha de estimular a dar a los años, a los meses, a los días y a las horas su verdadero significado. El hombre estulto los deja correr y, sin darse cuenta, se encuentra con la cabeza blanca y las manos vacías.
Pero el sabio mide su tiempo. Sabe que cada hora transcurrida es una probabilidad menos que tiene para su adelanto espiritual. Así como pasa el año, pasan también en su vida las posibilidades, las buenas ocasiones, la energía y la claridad mental de la juventud, así como todos los dones que están a su alcance para lograr la perfección.
Así los ceremoniales Iniciáticos de los Caballeros, dentro del Año Místico, guardan un ritmo, una medida y una estabilidad excelsas, dentro del tiempo, ese material del que está hecha la vida, como inscribían los antiguos en las luminosas esferas de sus relojes.

Enseñanza 8: El Caballero de la Eternidad

La Orden física es una imagen de la Orden Astral.
Hay almas que renuncian en el Mundo Astral a la paz y a la dicha de los planos superiores para seguir trabajando en bien de la Humanidad y, en particular, en el de sus hermanos de la Orden, aquellos que luchan por un mismo fin, un mismo ideal: la reforma de sí mismos y la santificación de las almas.
Estos caballeros invisibles pueden ser almas que desde hace mucho tiempo no encarnan en la tierra, y también pueden ser Caballeros desencarnados que se incorporan a este núcleo selecto.
Existe una hermosa leyenda que asegura que la misión del primer Caballero que muere, es la de permanecer en el Umbral de la Eternidad, esperando a los compañeros para indicarles el camino.
Este Caballero expectante mora de continuo entre el astral y el umbral del frío y de la obscuridad, mirando con sus ojos videntes la hora en que se acerca el viandante. Cuando ve que la muerte rodea con sus espesos velos a su hermano agonizante, congrega a todos sus compañeros, hace que se materialicen etéreamente en el lugar donde está el moribundo para que éste cruce el umbral llevado de su mano y auxiliado por la santa compañía.
El consuelo que recibe el alma al ver a un ser amigo le distrae la atención y pasa con más facilidad de un plano a otro, sin experimentar demasiado la angustia dolorosa del cambio dimensional.
Pero hay aún más. Existen lugares en el mundo donde los Caballeros de las Tablas astrales se citan en mística reunión con los Caballeros mortales que saben trasladarse en cuerpo astral. Son puntos del planeta que, por su extraordinario magnetismo o por el magnetismo acumulado durante siglos por Templos allí existentes, los hacen aptos para la solemne realización.
Más allá del desierto de Gobi, sobre las más altas montañas de Pamir hay uno de esos lugares. Alguno cree que allí se levantó el antiguo monte de Kaor; y allí los Caballeros astrales, en místicas asambleas, embalsaman aún esos aires con sus cánticos sagrados y concentraciones sublimes.
En el Tibet, en una alta meseta, sobre un macizo cuadrado y negro, también se efectúan estas astrales asambleas. En Europa se realizan sobre la montaña de Monserrat y en las altas montañas de Escocia; y en África, en el Cabo de Buena Esperanza.
En América son también varios estos puntos. El principal se halla en el Cañón del Colorado, en los estados del Norte y otro, sobre una alta montaña, volcán ya apagado, el Lanin, que en las tierras del sur se espeja en las aguas tranquilas del Hueche-Lauquen.
Antiguamente hubo un gran centro magnético en las montañas de San Luis y aún se cuenta que allí existía un Templo sagrado, pero ese centro ha sido desplazado casi completamente hacia el Sur.
En estos lugares terrestres parece que la atmósfera se hace tan sutil, que es más etérea que física. Ya no existe allí la puna que mata al cuerpo, sino la puna que destruye a las almas que no son fuertes ni bastante valientes para afrontar las pruebas antes de llegar hasta el lugar de reunión.
Pero el gran punto de concentración es siempre el Oriente. Cuando los Caballeros de la tierra y del cielo viajan hacia el Templo sagrado, que únicamente existe en el cuarto subplano del mundo astral, enfocan y se orientan hacia Pamir, hacia la antigua Kaor y, desde allí, hacia la Eternidad.
En esos viajes las últimas visiones terrestres que perciben son de altas mesetas, de cimas inaccesibles, de niveles vírgenes, desconocidas para todo mortal; y cuando el alma, apoyando sus pies sobre la mística escalera de soga, mira el lugar que va dejando, es la luz amarilla del Oriente, de la India, del Tibet, el último aura que ve.
Las vibraciones cambian los mantras de los Caballeros en corrientes de vida, en lenguaje eterno, que corre de un lado a otro del nuevo mundo. Aún acá son los Caballeros expectantes los divinos sacrificados, aquéllos que les tienden los brazos, para cruzar la llama de Hes, a los Caballeros astrales que vienen de la tierra y del cuerpo físico.
Siempre ellos, los Caballeros del Umbral, vigías de la Eternidad, resplandecientes en su aura plateada de sacrificio, son los que llevan sus copas brillantes, colmadas del néctar de las almas, que sólo pueden llevar los que todo lo han dado por amor.

Enseñanza 9: Las Pruebas Iniciáticas

En los antiguos misterios de Eleusis se efectuaban ritos que correspondían a esta iniciación astral. También los sacerdotes egipcios simbolizaban estas realizaciones haciendo pasar al aspirante por las cuatro pruebas. Los Cristianos copiaron de los antiguos y repiten esas ceremonias en las vesticiones y profesiones religiosas.
Las Órdenes Esotéricas creyeron inútil repetir visiblemente esas Ceremonias que eran completamente superfluas, pues únicamente el Ser que está preparado para ellas puede participar, pero siempre en los mundos astrales. Además muchas veces se reflejan estos ritos en la vida ordinaria del discípulo, accidentalmente.
El primer Ceremonial Dorado se refiere a las cuatro pruebas que ha de superar el candidato para llegar a las puertas del Templo, en donde será consagrado Caballero de la Eternidad.
Las cuatro pruebas están simbolizadas por los cuatro Caballeros que custodian la entrada a los planos superiores. Son similares a los jinetes del Apocalipsis, al espectro del umbral de Zanoni, a las terribles fieras que custodian la entrada a la Edda Escandinava; en una palabra, son aquellos principios elementales que mantienen, impulsan, gobiernan y destruyen la vida física: la pasión, la incertidumbre, el miedo y la separatividad.
La pasión, en los seres buscadores del Sendero, parece adormecerse; como animalitos domésticos los instintos se ahuyentaron a los rayos de los primeros conocimientos, de las primeras vislumbres, de las victorias iniciales. El aspirante casi se ha olvidado de ellos. Pasan, a veces, años sin que den señales de vida; pero un día, de repente, saltan afuera y esta vez transformados en fieras terribles. Este retorno de las pasiones del ser, ley inevitable de consecuencias que la carne debe al depósito material que la formó, está simbolizado por la tierra llamándosele prueba de la Tierra.
Si ya está avezado a los planos astrales, el buscador habrá de pasar por el gran pantano. ¡Qué terrible es el pantano astral! El incierto pie se hunde a cada paso; monstruos horribles pululan allí, como si esperaran, ansiosos, devorar al viandante; pero si los Maestros dejan que él llegue hasta él es porque saben que sabrá cruzar incólume. El asco a la materialidad, en su forma astral, sin velos, mata las pasiones una a una. Cuando llega a la orilla opuesta jamás el instinto volverá a dominarle.
La segunda prueba es la del aire. Para llegar al templo ha de trepar las invisibles escaleras que a él conducen. El cuerpo astral del candidato ha de habituarse aquí a la cuarta dimensión. De repente, pavorosamente, su cuerpo toma dimensiones inmensas y de pronto se empequeñece hasta parecerle desaparecer.
Además las místicas escaleras se le presentan en forma de sogas colgantes y sin puntos de apoyo. La incertidumbre es espantosa; le parece, continuamente, que desde allí se precipitará en el abismo y queda suspendido hasta que comprende que allí no hay vacío. A medida que sube se desencadena el huracán. El huracán es imagen del paso de un estado astral a otro, superior.
La tercera prueba es la del agua; la del temor. Antes de llegar al Monte Sagrado hay que cruzar el lago que lo rodea; allí, nadar de nada vale (el valor es el ejercicio de nadar). Cuando la imponencia del monte embarga el alma el temor vence y el cuerpo astral siente que se hunde en un agua que no ahoga sino que hiela y paraliza todas las percepciones. Maestros y Protectores invisibles acompañan siempre a los candidatos en estas pruebas, de lo contrario difícilmente podrían los muy adelantados pasarlas. El temor es el enemigo mortal del hombre y hasta que no esté plenamente vencido no se puede pensar en llegar muy lejos.
La cuarta prueba de esta primera parte del Ceremonial Dorado es la del fuego. Piénsese un instante en uno que soñó toda su vida lograr un ideal y llega a la víspera de alcanzarlo y sólo entonces comprende que únicamente con la muerte lo logrará definitivamente.
El Templo esta rodeado de inextinguibles llamas. Por allí no pasarán incólumes los Caballeros; sólo “El Caballero”. Inútilmente buscó para él la realización. La realización está más allá de la personalidad. Todo concepto de separatividad ha de ser borrado si se quiere pasar por ese fuego que todo lo destruye; todo lo consume menos el Espíritu, la Unidad.
La segunda parte del Ceremonial Dorado representa las tres tentaciones mentales indispensables para el reconocimiento de la Madre Divina y la identificación con Ella.
No son éstas para seres vulgares sino únicamente para las grandes almas.
Jesús, antes de iniciar su misión Divina sobre la tierra, ha de pasar por estas pruebas y vencerlas; pues el adepto domina la pasión de la carne, la sed del dominio y el afán de riquezas.
Tras luchas incalculables el ser ha cruzado el círculo de fuego; su imagen ya es la imagen de todos los seres y la túnica inconsútil que viste es el reflejo de todos los poderes manifiestos.
Ha llegado la hora de las místicas bodas. La Madre Divina levantará el velo para mostrar su Rostro al amigo deseado.
Tres imágenes femeninas, de belleza deslumbrante, son presentadas al iniciado, vestidas de rojo, de azul y de amarillo. La de la Madre Divina, blanca y velada, se halla a su presencia, surgiendo y resaltando sobre el horizonte de fuego.
“¿Qué has venido a buscar, Peregrino, a través de tantos peligros y de tantas pruebas?"
“¡A quién, sino a Ti, oh Madre Eterna!"
“Pero... ¿Quién soy Yo?", dice la Madre.
“¡Eres el resumen de la vida, de la belleza, del encanto, del triunfo de la eternidad!".
Pero las tres mujeres le tientan, por última vez, clavando en su alma, de nuevo, la duda.
Le dicen: “No sabes quién se esconde bajo esos blancos velos. ¿Por qué no le pides que se descubra a tu presencia y se muestre tal cual es? Míranos a nosotras tal como somos: la realización, el encanto, la vida, la variabilidad”.
“No me pidas pruebas tan grandes...” dice la mujer velada.
Pero la duda ha entrado en el corazón del Caballero; insiste en pedirle que se desvista.
Dice él: “Aunque tengas las formas más horribles, si eres el sueño perseguido de mis múltiples vidas, te reconoceré".
“Así sea”, dice la Madre.
Esta es la prueba de la elección.
Caen los blancos velos, cae el sudario. Y, a los espantados ojos del Caballero se presenta la imagen más horrorosa que describirse pueda. Un cuerpo viejo, decrépito, que parece cargado de incontables años. Carnes secas, apergaminadas; una mirada que nada tiene de humana.
Las tres mujeres ríen diciendo: “¡He ahí a tu amada!”
La Madre, entonces dice: “Elige; ellas o yo”.
Si el Caballero sabe soportar la prueba de la elección cae a los pies de la Madre y la adora en su forma de destrucción. Basta esto para que desaparezca la pesadilla y la Madre Divina recobra su aspecto de eterna juventud y belleza.
En la Tabla Astral dirige esta Ceremonia una Alta Entidad quien viene organizando a las Órdenes Esotéricas desde hace muchas generaciones y que ya no toma cuerpo físico sobre la Tierra. Ella dirige periódicamente la Tabla Astral. En su última encarnación fue mujer y conserva, en el astral, aspecto femenino, representando a la Madre Universal.
El Templo se ha llenado de tinieblas; tan densas y oscuras que resultan inimaginables.
Se ha levantado la negra piedra de la Madre.
En la obscuridad solamente se ve el cuerpo dormido de la Madre en su ataúd eterno. Suspiros, silenciosas sombras y desconocidos pasos llenan el templo. Y poco a poco se van dibujando las imágenes, las sombras de aquellos que fueron poderosos, de aquellos que dominaron la tierra y que vienen a rendir homenaje a la Reina de todas las formas y de todos los poderes.
“Yo puedo dar el cálculo exacto. Yo puedo dar la soberbia ilimitada, indispensable para el triunfo. Yo puedo enseñar los caminos más seguros para destruir y hacer al hombre dueño del mundo. Yo soy sombra, pero un día me han llamado rey de reyes, caudillo, dominador, tirano, usurpador”.
“Si quieres te enseñaremos todas nuestras artes secretas; te haremos dueño de todas las cosas del mundo”.
“¿Y en cambio qué tendré que dar?”, pregunta el aspirante. Uno, el que parece el Jefe de esos espectros errantes le contesta, como le dijo Satán a Jesús: “Todo esto te daré si postrado me adoraras”.
Qué él conteste como Cristo: “Vete Satanás que escrito está: al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás”.
Adorarás entonces a la Madre Divina únicamente y serán disipadas las tinieblas. Ha pasado felizmente la prueba de sed de dominio.
Aún tendrá que pasar la última prueba mental: la sed de riqueza. No sólo de las riquezas materiales, sino también de las riquezas del saber.
Le mostrará la Madre todo el oro escondido en las entrañas de la tierra, todo el oro de la inteligencia y del saber y le dirá: “Tómalo; es tuyo”.
El deberá contestar: “A Ti sólo aspiro y deseo”.
Se acercan entonces a él, Los Caballeros Astrales, para vestirlo con la armadura que tiene esculpidas en letras de oro sobre el pecho, las palabras: “Has vencido”.
La Sagrada Asamblea de los Caballeros Astrales se ha reunido, en mística rueda, sobre la desolada montaña de Kaor, para realizar la tercera y última parte del Ceremonial Dorado, en provecho del nuevo elegido.
Helo allí al resplandeciente Caballero, avanzando con su escolta.
La coraza ya no defiende su cuerpo físico sino una armadura de maravillosas y magnéticas vibraciones que circundan su cuerpo astral con deslumbrante resplandor. Todos los atributos materiales y símbolos iniciáticos se han transformado aquí, para Él, en fuerzas nuevas de poder y de magnificencia.
Su nombre ya no está escrito en el collar; ahora se encuentra estampado sobre la materia astral, para toda la Eternidad.
El antiguo Caballo es aquí la planta de sus pies, que puede dominar el Universo.
La espada reluciente es Foa puesto a su disposición.
Obsérvese el anillo que brilla en su dedo: es una fuente de fuerzas astrales que desciende del cielo a la tierra.
El sello del poder es aquella maravillosa corriente serpentina que sube y baja dentro de su cuerpo astral con reflejo de todos los colores.
Si se pudiera repetir con voces humanas los Cantos de los expectantes Caballeros, se traducirían así: “Bienaventurado tú, que llegaste al Ultimo Día y has sido elegido para Esposo Eterno de la Madre Divina. Fuiste desposado con Ella. Disponte, pues, a la prueba del Espíritu”.
Sobre la tierra, que descansa a los pies de la invisible reunión, pasa un estremecimiento de admiración. Y en la hora crepuscular el sol poniente despide y reverencia a los Caballeros Astrales, cubriendo el cielo de un rojo sangre.
Es la última hora: la hora del espíritu. La hora de comprenderlo todo para lanzarse luego a la obscuridad sin límites, para juntarse con Aquél que no se puede nombrar.
Los elementales del aire huyen espantados surcando el horizonte rojo de rayos y relámpagos.
Desde el antiguo y muerto cráter se levanta la Imagen Eterna de la Mujer Velada.
Dentro de pocos instantes Él y Ella estarán unidos perdurablemente. Unidos: ¿dónde? ¿cómo?
El Caballero Iniciado, avanza hacia Ella; los Santos Acompañantes quedan atrás. La voz (si así pudiera llamarse), habla: “No sabes tú desde cuanto tiempo he esperado este instante; no sabes tú, criatura de un día, que yo, desde el principio del universo te estoy esperando. Aún no estaban hechos los mundos ni había empezado a dibujarse el plan del cosmos, cuando yo estaba y tú también estabas. Más yo era la luz y tú eras la tiniebla. Desde entonces te he amado sobre todas las cosas y por amarte te perdí; por amarte te dí muerte. ¿No viste nunca la estatua de Kali, danzando sobre el cuerpo muerto de su esposo, con el cuchillo sangrante en la mano? Ello no es solamente símbolo; es verdad. Yo te dí muerte. Aún está viva en mi memoria la realidad de la leyenda del Génesis, cuando por amor vine a ti con la tentación y con ella te maté. Como yo era la Divinidad, no podía unirme a la Humanidad sin destruirla. Por ti hice el Universo y las cadenas planetarias y los millones de mundos que coronan tu cabeza. Y, a través de esos mundos y de esos cielos, te he ido buscando. En tanto, tú vagabas en pos de la ilusión, en la cual tú me buscabas. Por tu amor he destruido a los mundos que hice y he puesto guerra y sangre sobre la tierra; para reconquistarte me he cargado de todos los crímenes y de todos los males y he destruido, con un movimiento de mi mano, todo lo que impedía nuestra unión. ¡Cuantas veces, llorosa, te llamé y tú no me reconociste! ¡Cuantas veces tomé formas y aspectos diversos para darte un recuerdo de mí y tú me rechazaste! Por ti dejé la Divinidad y bajé hasta lo profundo del dolor y de la miseria humana, porque creía que haciéndome semejante a tí te volvería a conquistar. Te enseñé leyes y doctrinas y quise morir como un Dios por tu amor. ¡Pero aún así no me reconocías! ¡Para volvernos a reunir fue necesario que la Divinidad se hiciera humana, pero era también indispensable que la Humanidad se hiciera Divina, oh, mi Redentor!"
La intuición del Caballero Iniciado se cubre de un denso velo: no comprende. Habla:
“¿Cómo es que fue necesario tanto padecer y tanto mal para llegar a lo que éramos? ¿Por qué ese bajar y subir, ese descenso de la Divinidad a la Humanidad, para tornar a lo mismo? ¿Por qué el crimen, el horror y la miseria?"
“Es que, en realidad, Caballero, jamás tú has dejado de ser lo que eras ni jamás has sido lo que crees. Como un juego infantil, el Ser Divino, Luz Eterna, quiere espejarse en las tinieblas. No hay descenso ni ascenso. Sólo existe la ilusión que produce la luz al reflejarse en las tinieblas. Los mundos no son más que sombras de Dios. Ni el bien ni el mal existen; ni el crimen ni el dolor. Aquellos que mueren, vuelven a nacer y el mal de hoy es el bien de mañana. Cuando se destruye y cae una civilización, es porque una nueva, mejor, se está gestando. Cuando el arma criminal abre el pecho de un hombre es porque un nuevo cuerpo, más hermoso, está pronto para él. Aún más: al espíritu nadie lo puede tocar ni nada lo puede dañar; sufre y pena, cambia y se transforma mientras así lo cree. Pero, inmediatamente que se reconoce a sí mismo, en cualquier punto o etapa del camino que se encuentre y puede afirmar: “Yo soy Aquello”, desaparece la ilusión y es reintegrado a su prístina Divinidad y Esencia”.
“Pues yo, entonces, quiero destruir de una vez para siempre la ilusión; quiero ser tal cual soy”.
Brilla en el cielo, que ya se ha cubierto con el manto de la noche, el eterno símbolo del Círculo y la Cruz: la Sagrada Ank.
Los labios de la esposa inmortal se han unido con los del Caballero inmortalizado.
El eco de los Cantos Caballerescos repercute en el Universo.
“Desde el principio te conocía; desde el principio te amé. Los dos éramos Uno”.
Cuando los ojos se fijan sobre la cumbre para descubrir las siluetas de los dos Amantes Perfectos, ven que han desaparecido.
Sólo la llama se levanta, brillante, sobre la cumbre del Monte.

Enseñanza 10: Las Órdenes Militares Cristianas

Si ahora se consideran las enseñanzas de Amón, no en su refugio sino entre los hombres que luchan y sufren, se observará, durante el siglo I antes de J.C., que había infinidad de Escuelas, ninguna de ellas puramente devota ya al concepto del “No Ser” o al de “Ser”.
En ellas predominaba una de estas tendencias. Para designarlas, en general, se tendría: por una parte la doctrina de Amón, politeísta, Platonista, idealista; por la otra la de Atón, monoteísta, Aristotélica, materialista.
Eran estas Escuelas fundadas por “Renigar”, renegados, lo que no debe tomarse en sentido peyorativo, pues se trataba de seres, muchos de ellos Iniciados, que se habían separado de escuelas más antiguas, puras, que juntando sus ideas propias, las de su antigua escuela y las de otras, fundaban una nueva. De éstas solían separarse otros “Renigar” que, a su vez, fundaban otras.
Se llama especialmente la atención sobre el hecho de que muy poco antes y después de la vida de Cristo hayan florecido tantas de dichas escuelas. Debe subrayarse el carácter ecléctico de las mismas. Ellas prepararon el terreno para la difusión de la extraordinaria labor de Jesús.
Los Iniciados Solares, antes de Jesús, vinieron al mundo en forma inaccesible al vulgo. Jesús, en cambio, vino a redimir a todos.
Otro tanto sucedía con las sociedades secretas: eran casi impenetrables.
Jesús mostró, en primer término, que era Hombre. E hizo el gran sacrificio de dar su Cuerpo.
Mostró, también, resucitando y subiendo al cielo, que el hombre podía elevarse hasta Dios. Que la esperanza debe alcanzar a todos. Que cada uno puede realizar a su Dios.
Mas el cristianismo no se hubiera difundido tanto, por lo esotérico de su doctrina, de no haber tenido un muy eficaz divulgador: Pablo de Asher.
Pablo dio a los pueblos las nociones que se hubiera creído les fueran inaccesibles. Arrojó margaritas a los cerdos; sembró a manos llenas. No ignoraba que la divulgación de estos secretos la tuviera que pagar con su propia sangre. No se inmutó por ello: sabía que el karma de él no entraría en acción antes de que dijera todo lo que tenía que decir.
Pablo toma a Cristo como ejemplo, como hombre que sirve para su propósito. Pero siempre se refiere a Él como el Redentor. No menciona al Hombre.
Deja entrever, también, que tras la unión del Hombre con su Salvador existe una posibilidad mayor aún: algo así como un Nirvana Búdico.
Su obra fue triple:
1) Abrió un canal entre la Divinidad y la Humanidad, toda la Humanidad. Esto está simbolizado en la herida al costado de Cristo, de la que siempre mana sangre. Consecuencia de ello ha sido el hecho que desde entonces las sociedades esotéricas no han sido nunca tan herméticas como antes; siempre hay algún escape para ingresar a ellas, como en el hecho de que dejan traslucir algunos de sus secretos. Es que la sangre de Cristo se ha derramado sobre el mundo entero.
2) Estableció que es por el acto del Redentor que se salva el hombre. Éste ya no necesita esperar la Gracia. Ya sabe que la Divinidad se ha hecho carne para él también.
3) Es un verdadero precursor de lo que todavía es una esperanza: la unión del politeísmo con el monoteísmo; o sea la pureza de la concepción politeísta con la accesibilidad de todos los hombres al concepto del monoteísmo. En síntesis: la Redención de todos los hombres.
El politeísmo guardián del esoterismo.
Al iniciarse el cristianismo y al afirmarse como religión monoteísta absorbe al esoterismo que, recién en la dinastía de los Ptolomeos había sido introducido ampliamente en el monoteísmo.
En el primer siglo cristiano el esoterismo puro había sido introducido en la iglesia gnóstica que negaba la autoridad suprema del antiguo Testamento. Luego, destruida la iglesia gnóstica, el esoterismo fue tomado por la Iglesia Ortodoxa.
Se ha visto, entonces, que el Cristianismo había recibido un caudal espiritual inmenso.
Tras el sacrificio redentor del Cristo, hecho comprensible al pueblo por Pablo y la labor doctrinaria de los Doctores, en especial San Agustín, llegó a ser poderosísima su influencia. Su expresión, la Iglesia, adquirió enorme ascendencia económica y política. Pero, espiritualmente, decayó desde el siglo VI al X.
Le era necesaria una renovación y, luego de la favorable y directa de las Cruzadas, hubo otra, más disimulada y profunda (consecuencia de las Cruzadas): la traslación a Europa de las sociedades esotéricas.
Siete grandes seres llevaron los conocimientos conservados en Oriente. Europa necesitaba conocimientos y estos seres le llevaron, para ello, una institución allí desconocida entonces: la Universidad.
En aquellos tiempos cada Universidad se dedicaba a una sola rama del saber: Bolonia al derecho, Salerno a la medicina, etc.
Las que llevaron consigo muchos secretos y por ende mucho saber, fueron las Ordenes Militares, especialmente la Orden Teutónica.
En ese momento se encontraron, pues, dos grandes fuerzas espirituales en Europa: la Iglesia y las recién llegadas sociedades secretas. Aquélla, algo decaída espiritualmente; éstas, fuertes de un milenio poco activo.
La concepción monoteísta de la Iglesia había variado algo: el Dios personal, Aquél que podía realizar el hombre, no era ya Cristo sino la Iglesia, o el “Dogma”. El contacto con las sociedades esotéricas vivificaría su contenido espiritual.
Esta unidad de acción culminó cuando un gran místico y ocultista, Gilberto -monje-, fue elevado al Trono Pontificio con el nombre de Silvestre II (murió en 1003).
Quedaban unidos ambos soles: Amón y Atón.
El colegio cardenalicio fue, así, un verdadero colegio de sabios.
Había que instruir a los eclesiásticos. Los regulares no tenían contacto alguno con el pueblo: hacían vida piadosa para sí mismos. El clero apenas conocía los indispensables latines para decir misa.
Las Ordenes Caballerescas no podían tomar a su cargo la tarea por ser seglares sus miembros. Fue entonces que un cardenal, más tarde el Papa Gregorio IX organizó una Orden religiosa cuyas reglas fueron tomadas en parte de las órdenes militares.
Como en éstas, había tres grados que corresponden a las tres formas que tiene la Iglesia para cumplir su obra: la Mística, el Apostolado y la Enseñanza. Los conventos habrían de tener escuelas.
El ser elegido fue Francisco de Asís por ser su carácter más adaptable a estos planes. Tenía fama de santidad. Algo arteramente pudo hacer Gregorio IX, sancionar constituciones redactadas por él. Francisco no quedó conforme pero, sin duda, el propósito del Papa era bueno. Conocido es el éxito de esta Orden y otras fundadas posteriormente.
Parecía invencible esta unión de la Iglesia con las sociedades esotéricas. Pero ya había, latente, aparecido una división: el papado y el imperio. Algunas de las sociedades esotéricas se pusieron del lado de uno, las demás, del otro. En realidad no eran tendencias puras, pero las que sostenían al papado eran más bien idealistas, partidarias del No Ser como expresión suprema. Durante la Edad Media esta tenencia era la de los Nominalistas: “Todo es una sola Voz”. Contra estos se levantaron los “realistas”.
La importancia que alcanzaron las sociedades esotéricas se pone muy especialmente en relieve ante el hecho de que negociaron un arreglo entre el Papa Bonifacio VIII, el emperador Federico II, y el Gran Maestre de la Orden Teutónica Hermann von Salza. Más tarde en 1544, Alberto Margrave de Brandeburgo, último Gran Maestre de esta Orden y primer duque de Prusia, fomentó especialmente la educación de todas las ciudades del estado prusiano y fue el fundador de escuelas donde se enseñaba el latín, así como del Gimnasio de Koenigsberg y la Universidad del mismo lugar. Hizo imprimir en su corte libros alemanes (catecismos, etc.), y a los siervos que querían dedicarse al estudio les dio la libertad. También guardó el tesoro de las Enseñanzas Esotéricas heredadas de sus hermanos de religión y las circunscribió a unos cuantos sabios. Entre las filas Luteranas nacieron así las Asociaciones Esotéricas que eran mantenidas muy herméticas y de las cuales se conserva un magnífico documento en las “Bodas Químicas” de Valentín Andreade, supuesto fundador de la Rosa Cruz.

Enseñanza 11: La Corte de Catalina de Médicis

Suprimidas las Ordenes Militares, semi esclavizadas otras, destruida por la Inquisición toda investigación psíquica, las Ordenes Esotéricas languidecieron y encarnaron en los alquimistas del renacimiento refugiados en los diversas cortes de Europa, sobretodo la de Francia.
Fue Catalina de Médicis quien los reunió a su alrededor, e hizo posible la conservación de la sabiduría esotérica.
De ambición inconmensurable, Catalina de Médicis tenía el fin de reestablecer la grandeza de la casa real y para ello empleará todos los sistemas, sean o no buenos. Autoritaria y fatalista, no podía ser guiada ni por el catolicismo ni por el protestantismo. Sólo delante de un astrolabio, ante los espejos mágicos y los círculos geóticos, ella inclinará su soberbia preeminencia. Siempre enigmática y misteriosa, buena, mala o cruel (muchas veces guiada por las ciencias ocultas), alternativa o simultáneamente, esposa, madre y dictadora. Sin ninguna de las debilidades físicas o morales características de su sexo, poseerá las más altas cualidades de un administrador de Estado.
Acorralada entre el republicanismo hugonote y la tradición católica, sabrá guardar el trono de los Valois por medio de combinaciones cuyo arte provoca aún hoy envidia a los más hábiles políticos. Será la autoridad fuerte, inflexible y clarividente, rápida en sus decisiones, no temiendo emboscadas, injurias ni terribles medios de acción empleados en su contra. Llegará a exclamar: “cuanto más muertes, menos enemigos”, resumiendo esta frase de una carta dirigida a Gordes, todo su carácter de mujer que colocaba su dignidad de Reina-Madre sobre todos los sentimientos.
De moderada coquetería, fuera de su marido e hijos, no se le conocen otros amores. Y aún a éstos sólo les acuerda arranques de ternura mientras tienen una edad en la que no pueden aprovecharse de ellos para relajar su autoridad, suprimiéndolos tan pronto llegan a ser capaces de gobernar. Sin embargo, desfallecerá ante su hijo Enrique III, que paga su cariño profundo con ingratitud. Por lo tanto ella tiene un solo ideal: la corona de Francia, su dignidad y orgullo, tanto como su deber. El cetro reúne, pues, todas sus alegrías a pesar de los combates diarios y perpetuas duplicidades que hay que crear o destruir a su alrededor. Formada al contacto de la turba revolucionaria, Catalina es natural partícipe de los Médicis ardientes y luchadores políticos, que vive en lucha desde la infancia, desarrollada en medio de los odios desencadenados por el despotismo de su padre.
Bárbaros han sido los hombres para con ella: a los nueve años, prisionera en un convento, Bautista Cei propone atarla desnuda sobre los muros de Florencia, entre dos almenas, expuesta a los cañonazos de los sitiadores y Bernardo Castiglione juzga insuficientemente infamante esta propuesta, insinuando dar término a la discusión librándola a los soldados extranjeros para que la deshonren violándola. Con estos antecedentes ¿puede Catalina considerar que la bondad, la generosidad y la piedad humana constituyen la belleza de la existencia?
Casada, no fue feliz. Enrique II no la consideró sino como un ser útil para la perpetuación de su raza. Su vibración amorosa, su admiración y sumisión amante, la dio enteramente a Diana de Poitiers. Catalina fue el accesorio obligado, impuesto por las exigencias y los intereses políticos de un trono.
A fin de conservar la buena voluntad de su marido, Catalina llegó a vivir un gran acuerdo con la amante de Enrique II. Su esterilidad -su obsesión-, le hizo ponerse al principio en manos de los médicos de la corte pero, la ignorancia de éstos, hizo que se echara en brazos de los grandes misterios, a los que se sentía atraída por atavismo de familia y raza. A la consulta de adivinos y tarots, se unían brebajes mágicos y pociones medicinales de toda clase.
Cuando todo parecía vano entra en escena el infatigable y sabio médico Juan Fernel, que sacrificó a la ciencia médica de su época y a las matemáticas, su fortuna, placeres y salud, con convicción y desinterés ejemplares. Tan grande era el número de enfermos que afluían a su casa que, a veces, debía comer de pie, escuchando a sus consultantes, ricos y pobres, con enorme paciencia.
El remedio que Fernel aconsejó a Catalina -parece ser la cohabitación durante determinado período-, hizo que naciera el primer hijo, diez años después de casados. Y llegaron a diez los hijos que tuvo.
Si durante los primeros años de su reinado había soportado pasivamente a Diana de Poitiers, su rival, sobrepasó sus celos tan pronto fue madre, encerrándose en sus deberes de esposa sumisa y madre devota, consagrándose únicamente al cuidado de sus hijos. Pero luego del desastre de San Quintín, reaparecerá en escena nuevamente y, cuando todos desesperan, ella sabrá reavivar la energía abatida, arrancar al Parlamento una fuerte suma con su viveza y elocuencia y atraerse, en un solo día, toda la opinión pública.
Pero todo su poder está en la fe de que ella es una predestinada y que le son enviados maestros para que la guíen. Nostradamus influyó notablemente en ella.
La muerte de sus amigos, los duques de Guisa, asesinados por orden de Enrique III fue duro golpe para Catalina y que influyó sobre su salud, cayendo enferma para no levantarse más. Una neumonía de rápido curso causó su muerte, que se produjo, sin gran sufrimiento, rodeada de sus servidores, el 15 de enero de 1589.
Su ataúd de plomo debió esperar 20 años para ser trasladado a la real sepultura que bajo sus mismos ojos ella había mandado construir en la basílica de Saint Denis, pues a su muerte fue sepultada, con pocas pompas, en tierra, lo que no era de estilo para con las personalidades de la época.
Enrique III comprendió bien la enorme pérdida que significaba su muerte y para Catalina fue gran consuelo no ver el derrumbe de toda su obra política, acontecido pocos meses después de haber desaparecido, con la caída de los Valois.
De este ser cuya vida fue tan agitada, dominada por el deseo de gobernar, tan intrigante como diplomática, indulgente e implacable, supersticiosa y crédula, católica y hugonota, tímida y astuta, siempre impenetrable, escapan, sin embargo, cualidades incontestables de energía, fina inteligencia y clarividencia, que le permitieron no temer jamás a los peligros ni a los azares de los combates políticos y religiosos, aún cuando temió a los humanos tanto como al porvenir, llevándola hacia los oráculos de astrólogos y magos.
Pero su mérito más grande es haber permitido desenvolverse a su alrededor hombres como Nostradamus, Cornelio Agripa, Jerónimo Cardan, los Ruggieri, etc.

Enseñanza 12: Los Oráculos Astrológicos

Considérese aquí, en esta extraña corte de Catalina de Médicis en el siglo XVI, los más importantes oráculos astrológicos de su tiempo: De Luc Gauric y Nostradamus, estrechamente relacionados a la familia de los Médicis.
El que fuera maestro del erudito filólogo paduano Julio Scalíger, Luc Gauric, era ya un astrólogo y matemático distinguido, cuya ciencia era conocida universalmente. Nacido de una familia pobre el 12 de Marzo de 1476, en Gifoni, reino de Nápoles, debutó penosamente al tener que vivir del producto de sus lecciones a los hijos de grandes señores. Luego se dedicó al estudio de la astrología judicial o estudio de la influencia de los astros sobre el destino de los seres, ciencia a la que aportó un nuevo método de observaciones horoscópicas.
Justificadas plenamente varias predicciones suyas, su fama corrió prontamente y desde todas las cortes italianas los más altos personajes venían a consultarle. Entre éstos vino, para su desgracia, Juan II Bentivoglio, tirano de Bolonia. Ante la consulta de su destino como jefe de estado y la respuesta de Gauric de que moriría expulsado de Bolonia, el príncipe condenó a Gauric a dar cinco vueltas de estrapada, suplicio de cuyas consecuencias sufriría durante muchos años. Pero el mismo Bentivoglio, al abrir la puerta de la ciudad al papa Julio II en noviembre de 1506, dio una vez más razón al arte adivinatorio de Luc Gauric, que conquistó mayor popularidad aún. Es entonces que el papa Pablo III se hace el horóscopo con él y Luc Gauric, con una precisión sorprendente, predice la enfermedad y muerte de este papa, que se produjo exactamente el día indicado: 20 de noviembre de 1549. Mas, sin esperar la realización de la profecía, el papa Pablo III recompensa a Gauric por su saber, dotándolo del obispado de Civita Castellana y confiriéndole el grado de Caballero de San Pablo, que Luc Gauric deshace al cabo de cuatro años, a la muerte de dicho papa, volviendo definitivamente en Roma.
De la voluminosa obra escrita de Luc Gauric destacase la que, con seguridad, es la más curiosa: “Lucas Gaurici geophonensis episcopi civitatensis tractatus astrologicus, in quo agitur praeteris multorum hominum accidentibus propias eorum genituras, ad unguem examinatis - in-4”, publicado en Venecia en 1552.
En la familia de los Médicis los astrólogos habían encontrado siempre muy favorable acogida, de manera que no es de asombrarse que los padres de Catalina consultaran a Gauric el que, así como había predicho a Hamilton, arzobispo de San Andrés, que su prelaturía terminaría en el suplicio, predijo en 1493 a Juan de Médicis, tío abuelo de Catalina -cardenal de 14 años por ese entonces- que llegaría a ser Papa, como en efecto, veinte años más tarde acontecía, tomando la tiara bajo el nombre de León X. A otro tío de Catalina -Julio de Médicis-, le predijo que sería licencioso en extremo, que tendría grandes luchas políticas y gran progenie. Como se sabe, Julio de Médicis, elegido papa bajo el nombre de Clemente VII fue célebre por sus luchas con Carlos V y Enrique VIII de Inglaterra tanto como por sus aventuras femeninas, de las que tuvo 29 bastardos.
Convertida en la Delfina de Francia, Catalina quiso saber el destino de su esposo. De acuerdo a las reglas de las triplicidades de Diocle y de Avicena, Gauric resumió sus observaciones y declaró, para empezar, que el delfín llegaría ciertamente a detentar el poder real, que su llegada al trono sería marcada por un duelo sensacional y que otro duelo pondría fin a su reinado y a su vida. Precisó, además, la clase de herida de la que moriría Enrique II en el transcurso del anunciado duelo. Pero como la situación social del príncipe hacía imposible el peligro moral de un duelo propiamente dicho, se acordó poco crédito a la predicción del célebre astrólogo. No por ello dejo de insistir Gauric en sus declaraciones, impresas en Venecia en 1552 o sea 7 años antes del famoso duelo en el que Enrique II recibiera la muerte. Había, además, advertido por carta al Rey, renovándole la predicción con lujo de detalles, recomendándole “evitar todo combate singular en campo cerrado, sobre todo alrededor de los 41 años, ya que a esa edad estaba amenazado de una herida en la cabeza que podía traer como consecuencia la ceguera o la muerte”. Enrique II se afectó ligeramente.
Esta predicción, sin embargo, causó tal obsesión a Catalina, que llamó en su ayuda a los más famosos sabios de su época, ya para controlar los cálculos del astrólogo como para conjurar el peligro anunciado. Es así como recurre a Gabriel Simeoni, astrólogo florentino que fue también literato de mediocre talento. Pero Simeoni era más que nada un pedante ambicioso, siendo por lo tanto sus conclusiones del horóscopo de Gauric confirmaciones banales que no llevaban otra finalidad que mantener en Catalina la ciega confianza que ella depositaba en la ciencia astrológica.
Pero véase también, en esta corte de Catalina, a otro ser que desde el siglo XVI hasta los días actuales ha sido objeto de la más entusiasta admiración y los más duros epítetos, autor de las extrañas “Centurias”: Miguel de Notre-dame, más conocido bajo el nombre latinizado de Nostradamus.
Indudablemente que las 80 ediciones de las “Centurias”, libro misterioso, denotan que es obra de un cerebro poco vulgar que no ha carecido de lectores ingenuos o clarividentes. Sin lugar a dudas que, al margen de la superstición o exageración de los apologistas de Nostradamus, su nombre es realmente digno de ser incluido en la lista de los grandes intelectuales del siglo XVI y XVII, al lado de Juan Amado Chavigny y Baltazar Guynaud.
Recibido de médico a los 22 años en la facultad de Montpellier, tuvo largo tiempo la cátedra de medicina de esa facultad este íntimo amigo de Julio César Scaliger.
Luego, sin abandonar la medicina, se apasionó por la astrología, estudió los viejos textos de literatura, tradujo documentos astrológicos de la antigüedad, rectificó muchos cálculos astronómicos y así adquirió renombre tal que se interesaron por él el duque y la duquesa de Saboya, que lo consultaron en el Salón-de-Craux, lugar fijado habitualmente para su residencia.
En l555 publicó sus tres primeras Centurias a las que agregó las 53 primeras cuartetas de la Cuarta Centuria, con una epístola a su hijo, César de Nostradamus.
Ese mismo año, Enrique II, que había oído hablar de las “Centurias” y de la suerte que Nostradamus le predecía en ese libro, sorprendióse de la concordancia que existía entre esta predicción y la que anteriormente le había hecho Luc Gauric. El 15 de agosto de 1555 hizo ir a Nostradamus a la corte, donde el adivino le confirmó verbalmente los presagios de muerte insertos bajo la siguiente forma, de este tenor aproximado en la traducción:
El joven león al viejo sobrepasará
En el terreno de la lucha en duelo singular
En caja de oro le traspasará los ojos
Dos clases, una solamente, luego (rotura) morir de muerte cruel.
A pesar de lo enigmática que pueda parecer esta redacción es preciso reconocer que los acontecimientos probaron que ella era ajustada en sus detalles y tan precisa como la de Gauric.
Muerto Gauric el 15 de Marzo de 1558, Nostradamus, definitivamente agregado a la corte de Francia en calidad de médico astrólogo, se convirtió en consejero del Rey acordándole Catalina de Médicis verdadera simpatía y consultándole con frecuencia por asuntos personales y también por actos que debía realizar Enrique II. De acuerdo a los consejos del adivino ella extremaba día a día la vigilancia y precauciones necesarias a la seguridad del rey. Además las dos predicciones concernientes a la vida de su marido se habían vuelto obsesivas para ella.
En tanto que violentas discusiones político-religiosas se sucedían en el Parlamento, con ataques a Enrique II por sus relaciones con Diana de Poitiers y a las prácticas ocultas de su mujer y que originaron el arresto de Du Bourg, Du Faur, otros tres consejeros y un presidente, instituyendo como jueces de los magistrados prisioneros una comisión arbitrariamente elegida, a las órdenes del obispo y del inquisidor de Paris y Enrique II castigaba severamente a los que declaraba herejes, los preparativos de las fiestas reales de Isabel de Francia, hija mayor de Enrique II y su hermana Margarita, unidas al rey de España y al duque de Saboya, Philibert-Emmanuel, respectivamente, iban tocando a su fin.
El 30 de junio de 1559 hacia las nueve de la mañana, el rey hizo anunciar la apertura de los torneos con toques de cornetas. Luego del almuerzo declaró que tomaría parte en los mismos en calidad de “tenant” o sea defensor en los combates a realizarse en campo cerrado y ordenó se le trajeran las armas. Luego de luchar con M. de Saboya y M. de Guise, tocóle el turno al joven conde Gabriel de Montgomery, señor de Lorges. Luego de sus tres carreras el rey pidió a M. de Vielleville, que era el “tenant” que le sucedía, le permitiera tomar revancha rompiendo una lanza suplementaria con el conde de Montgomery. El rey y el conde se encontraron cerca de la mitad del trayecto. Las lanzas, chocando en ambos pechos, se rompieron. Luego de haber llegado cada uno a la extremidad opuesta a la respectiva entrada, debían volver al galope al punto de partida, lo que les obligaba a encontrarse nuevamente. Pero sucedió que en este regreso M. de Montgomery no tiró, según era costumbre, el trozo que restaba de su lanza rota, en tanto que el rey había arrojado la suya. El conde avanza rápidamente, llevando adelantado el trozo de lanza que le quedaba cuando, de golpe, la visera del casco real fue levantada por la violencia con que el trozo de lanza había tropezado con la cabeza de Enrique II. El trozo había entrado por el ojo derecho del rey y salía por la oreja.
Así, en forma accidental, “en duelo singular”, se cumplieron las profecías de Gauric y Nostradamus, muriendo el rey el 10 de Julio de 1559, luego de once días de agonía.
Si Nostradamus no era astrólogo sino clarividente, cuyas profecías le fueron presentadas por medio de espejos mágicos, o era vidente extralúcido, como aseguran ciertos autores, la verdad es que su oráculo, como el de su antecesor Gauric, resultó estrictamente real, minuciosamente cumplimentado por la fatalidad en la época y la forma en que también Luc Gauric había predicho en que moriría el rey, ante la consulta de Catalina de Médicis, siempre tan inquieta sobre el porvenir.

Enseñanza 13: La Magia Ciencista

La Magia Ciencista del Renacimiento y de los tiempos de Catalina de Médicis llevó, sin embargo, a la restauración de las Órdenes Esotéricas.
En París, en los salones y cafés donde se refleja la agitación, la curiosidad y también la credulidad intelectual del tiempo, hormiguean ocultistas de buena fe y charlatanes entre los que -temiendo de unos y otros-, está el cartomántico Eteilla Alliette, que se dice ser alumno del Conde de Saint Germain.
Al decir de la Baronesa de Oberikirch, jamás los Adeptos, los profetas y todo aquello que les concierne, fueron tan escuchados y tan numerosos. La conversación versa casi exclusivamente sobre estos temas; ellos ocupan todas las ideas, golpean todas las imaginaciones, aún las más serias. Se reeditan y se arrebatan las “Centurias” de Nostradamus. Luchet calcula en más de 30 los príncipes europeos, sobre todo nórdicos, que pertenecen a distintas logias, sin contar el zar Pablo de Rusia, ferviente adepto de las ciencias ocultas.
Bajo el nombre de “iluminados” se designan los teósofos -que descartan toda magia teúrgica- y a los kabalistas, que continuaban -tal vez en forma un tanto fantástica-, las tradiciones de la alta magia. Cada tendencia tenía sus figuras eminentes: Swedemborg y Lavater para los teósofos, en tanto que Dom Pernetty y Martínez de Pasqualis parecían ser los conservadores más celosos de las prácticas kabalísticas. Claudio de Saint Martín perteneció sucesivamente a ambas tendencias.
Swedemborg -ese sabio universalmente conocido en su época-, miembro de las más importantes academias científicas de Europa; filósofo y místico, describía sus visiones y sus viajes en el otro mundo, publicaba sus relaciones con los ángeles y fundaba grupos y logias que debían, con el tiempo, transformarse en parte de la iglesia Swedemborgiana, primera secta espiritista.
Dom Pernetty, antiguo benedictino, navegante entusiasta que había acompañado a Bougainville en su vuelta alrededor del mundo, descendía del norte, en Berlín, para establecerse en Avignon bajo la orden de su oráculo cabalístico: La Santa Palabra.
Lavater, pastor protestante, tan tolerante que enviaba a la “buena Madre la iglesia católica a todos aquellos que no encontraban la paz en la Iglesia reformada”, fue un iluminado, lleno de bondad, bienhechor de los emigrados durante la revolución y autor de la “physionomonía” en la que él retomó la tesis muy vieja de que por la fisonomía es posible conocer “el hombre interior”. Su influencia fue inmensa entre los grandes de la tierra.
“Yo he visto -describe Mirabeau-, cartas de Lavater a soberanos, bajo este protocolo: “mi querido, mi muy querido” y he visto la respuesta de los soberanos admirándolo, obedeciéndolo, rindiéndole pleitesía y a sus partidarios reverenciarlo como a un Dios sobre la tierra”. Lavater mismo ha hecho la descripción de una ceremonia de la logia de los iluminados de Copenhague, dirigida por Carlos de Hesse, que permite saber que en esa logia no era un oráculo cabalístico el que dirigía los trabajos sino una luminosidad fosforescente, la que por medio de signos convencionales respondía sí o no a las preguntas hechas por los adeptos, permitiéndoles tomar decisiones inspiradas en una intervención celestial. En l754, Martínez de Pasqualis, Rosa-Cruz, fundó un rito particular masónico: “Los Elegidos Cohen” cuyas logias más célebres fueron las de los Filaleteos (alquimistas), los Iluminados de Avignon y la Academia de verdaderos masones de Montpellier.

Enseñanza 14: El Martinismo

Es en el siglo XVIII cuando se cimentan las Ordenes Esotéricas.
Martínez de Pasqualis representa el prototipo moderno del Fundador de escuelas esotéricas.
A los 18 años salió del Portugal rumbo a Oriente, de donde regresó varias veces, creyéndose que estuvo en Turquestán, en la meseta de Pamir, regresando por última vez a la edad de 42 años, en que comenzó su misión de Fundador, que duraría diez años, período en el cual llenó de sociedades secretas toda Francia y países vecinos que serían el teatro de la gran revolución que se estaba gestando.
De su enseñanza se conocen sólo dos manuscritos: “Tratado de la reintegración de los seres a su primitivo estado, virtudes y poderes espirituales y divinos”, compuesto de varias partes y que tiene por objeto tratar no el estado actual de las cosas, sino el restablecimiento de su estado primordial, del hombre como así de los seres en general. Este escrito ofrece, sin vacilación, magistralmente, el pensamiento de de Pasqualis.
La primera escuela fundada en Francia lo fue en Burdeos, en la que se ofrecía un conjunto de símbolos completados por prácticas teúrgicas encaminadas a lograr la ayuda de Entidades Superiores en el desarrollo del plan de evolución. Estas operaciones teúrgicas tenían mucha importancia en dicha escuela y la totalidad de ellas formaban un verdadero culto, cuyo resultado final era el de llevar al hombre a la reintegración citada.
Este contacto con Entidades Superiores contenía el propósito de que el hombre lograra oír el Verbo en su interior, y según dice su discípulo Saint Martin, su Maestro tenía en dicho aspecto poderes muy grandes.
Llevaba una vida envuelta en el misterio: llegaba a una ciudad no se sabía cómo ni porqué, abandonándola sin conocerse cuándo ni cómo. Jamás buscó fama o dinero. Vivía modestamente y pasó a menudo situaciones apuradas, aunque siempre dignamente y alojando en su casa a miembros de la Orden que llegaban a Burdeos. De allí pasó a Lyon y luego a París, fundando nuevas logias en cada una de estas ciudades.
La primera fue fundada en 1754 y a ella ingresó Saint Martin llevado por varios oficiales de la guarnición que pertenecían a ella.
De París fueron sus discípulos más famosos: Cazotte, M. D’Hauterive y el abate Fournié.
Cuenta este último que fue encontrado por de Pasqualis que le dijo familiarmente: “Debería usted venir con nosotros que somos buena gente. Usted abrirá un libro, mirará la primera hoja, la página del centro y la final, leyendo sólo algunas palabras y sabrá todo el contenido del mismo”.
“Usted ve caminar toda clase de personas por la calle; esas gentes no saben porqué caminan; usted lo sabrá”.
Sus instrucciones diarias eran las de elevarse sin cesar hacia Dios, acrecentar continuamente las virtudes y trabajar por el bien general.
Cuenta dicho abate que un día, mientras rogaba a Dios para que lo socorriera en sus tremendas luchas internas, oyó la voz de su Maestro, fallecido dos años antes y al mirar en la dirección que salía la voz, vio a Martínez de Pasqualis en compañía de los padres del abate, fallecidos hacia varios años, una hermana desaparecida 20 años atrás y un ser que no pertenecía al género humano. Pocos días después vio a Jesucristo crucificado, visión que más tarde se repitió pero saliendo vivo del sepulcro hasta que, en la tercera oportunidad, apareció nuevamente Jesús glorioso y triunfador del mundo, caminando delante suyo con la Virgen María y varias personas más.
Sus visiones continuaron pero, por la incredulidad y burla de sus contemporáneos, guardó silencio.
Al estallar la revolución de 1789 Cazotte profesaba los mismos principios que la provocaron, pero en su mayor pureza y por ello los excesos posteriores provocaron en él vivos temores y para combatirlos imaginaba mil medios que al ser expresados, con la misma sinceridad y expansión que daba a su proselitismo religioso, provocaron su primer arresto al descubrirse todas esas ideas en la correspondencia que cambiaba con un secretario de la lista civil, llamado Ponteau.
Este ser sacó gran provecho de los estudios ocultos de la Orden, tomando Cazotte especial aprecio al espiritualismo de los textos cristianos, al evangelio, sobre todo por la moral que contenían.
M. D’Hauterive, gran amigo de Saint Martin, mantuvo en Lyon, conjuntamente con este otro discípulo de de Pasqualis, tres años de estudio sobre astrología, magnetismo, sonambulismo, sobre los signos y las ideas, el principio y origen de las formas, las Santas Escrituras, etc.
Alumna destacada fue también la Marquesa de La Croix, quien desenvolvió disposiciones místicas que le permitieron lograr un estado intermedio entre el éxtasis y la visión.
De otro de sus discípulos, llamado Willemoz, cuéntase que se le apareció su Maestro Martínez de Pasqualis para avisarle que los revolucionarios vendrían a incautarse de todos sus libros y enseñanzas que guardaba en su poder, lo que le permitió salvar, con un día de antelación, dos grandes baúles en los que celosamente Willemoz guardaba la sabiduría que más tarde formaría las bases de las sociedades secretas, el espiritismo, etc.
En la llamada Escuela del Norte se destacaron, entre otros miembros, el príncipe de Hesse, el conde Bernaztorff, la condesa de Reventlow y el célebre Lavater, que tanta fama adquiriera luego en Suiza.
Estos dos últimos, Reventlow y Lavater, renunciaron a la escuela más tarde, influenciados posiblemente por el gran amigo de Saint Martin, el barón de Liebisdorf, siguiendo la mística más pura que preconizaba Saint Martin y que lo distinguiría de su Maestro Martínez de Pasqualis, cuyas escuelas eran más bien de prácticas teúrgicas.
Terminada su misión en Europa, de Pasqualis embarcó rumbo a la isla de Santo Domingo, falleciendo en Puerto Príncipe en 1779.
Los discípulos directos de de Pasqualis siguieron con los trabajos de la Orden hasta el año 1782, durante el cual los Martinistas hicieron una alianza con la Orden de la Estricta Observancia del Barón de Hund; ésta inspirada por Saint Martín y dirigida y organizada por el Barón de Hund, siendo confiados los archivos para la creación del Rito Reformado, a J. B. Willemoz. Siguieron las negociaciones hasta 1789 en que se cortaron con la Revolución.
Puede decirse de Martinez de Pasqualis que fue como una ráfaga de aire que barrió Europa preparando la revolución francesa al crear la mentalidad necesaria para ello y que fue el creador del tipo de sociedades secretas que luego habrían de dedicarse a la política, como los Carbonarios en Italia, los Iluminados en Francia y más tarde las logias que como la Lautaro trajeron el fermento revolucionario a América, en tanto que aquéllas que fundara su discípulo Saint Martin depuraron el ritual y buscaron sólo el conocimiento y la Unión Divina.

Enseñanza 15: Saint Germain y los Rosacruces

Las Escuelas Esotéricas, antes de la Revolución Francesa, se dividieron en dos definitivamente. Las de tipo rosacruz completamente herméticas, partidarias del Rey Ungido (monarquía), y las más liberales, favorecedoras del movimiento popular y del libre pensamiento. Saint-Germain es el último de estos místicos Rosacruces inaccesibles.
De físico mediocre era Saint-Germain, sin embargo, muy seductor, según dice Casanova, se decía, también era Rosacruz. Lo describe así: “Era difícil hablar mejor que él. Tenía un tono decisivo, pero de naturaleza tan estudiada que no disgustaba. Era un sabio; hablaba perfectamente la mayoría de los idiomas, era un gran músico, gran químico, de agradable figura y un maestro para conseguir docilidad de todas las mujeres”.
Dueño de idiomas, consumado violinista y clavecinista (Rameau quedó maravillado al escucharlo), era, asimismo, pintor cuyos colores tenían tal brillo que Letour y Van Loo pidieron a menudo e inútilmente, su secreto.
Según se desprende de las “Memorias” de la Condesa de Adhémar, tituladas “Souvenirs de Marie Antoinette” (París 1821), el Conde Saint-Germain que había prestado importantes servicios a la Francia en vida del Rey Luis XV, y ésto durante unos 20 años en los que actuó en diferentes cortes europeas tan activamente como en la de Francia, fue visto en diferentes ocasiones después de largas ausencias y siempre conservaba el mismo aspecto de un hombre de unos 40 años. La misma Condesa relata que se sintió en extremo impresionada en 1821 al ver que ella era ya una anciana y el Conde conservaba el mismo aspecto de unos 40 años de edad y la tez fresca y joven como cuando lo vieron por primera vez.
Gran alquimista, conocía el procedimiento para cristalizar artificialmente el carbono, pues, Iniciado que era, sabía de la ciencia que transmuta los metales.
Pero veamos el reverso de la medalla. Parece no haber sido sólo un animador, el Conde; su ciencia, su seducción, su poderío no servían sólo para maravillar a las gentes. Él sacaba otro provecho para un plan mucho más serio.
La Francia continuaba, bajo la sabia inspiración de Choiseul, la política de Luis XIV que había sido el primero en comprender el peligro de la naciente Prusia. Ahora bien; Inglaterra era favorable a Prusia. Saint-Germain se empleaba en influenciar al Rey en favor del partido inglés y se ofreció para negociar la paz con Inglaterra. Sin duda Luis XV, iluminado por Choiseul comprendió su error y desaprobó oficialmente a su agente. Pero era tan grande la influencia de Saint-Germain sobre el rey que, una vez más fue escuchado y empleado como espía.
¿Por qué este gran señor diletante y alquimista trabajaba para el rey de Prusia? Los Rosacruces mismos darán la respuesta. El Conde era Rosacruz y se esforzaba por convencer al Rey. Se cuenta que a raíz de la desaparición misteriosa del procurador del Chatelet ocurrida en 1700, Saint-Germain dio al prefecto de policía el secreto del enigma. Bajo sus indicaciones se encontró el cadáver. En esa oportunidad habría manifestado al rey: Haceos Rosa-Cruz y os responderé a vuestras preguntas de cómo pude resolver este asunto. Si esto hubiera sido se hubiera salvado la corona de Francia y el Rey sería Rey Iniciado.
Siendo Rosa-Cruz tiene informes sobre cien asuntos distintos, el secreto de la piedra filosofal y recetas de alquimia. Pero, siendo Rosa-Cruz debe obedecer a sus Jefes.
Saint-Germain se espanta del giro que toman los hechos y los predice día a día, con certeza del que está entretelones. Maria Antonieta fue prevenida lo mismo que el Rey. Saint-Germain intentó con sus consejos, no escuchados, destruir los que daban al rey sus cortesanos, entre ellos Maurepas, consejos que debían producir, como produjeron, los hechos de 1793 y la época del terror sangriento en que Francia se vio envuelta. Vista esta época de terror a través del tiempo se puede creer que fue una cosa necesaria para que, pasando por esa prueba dolorosa, fuese la nueva Francia en la que imperasen, o tratasen de imperar, los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pero no es exactamente así. Si fue una cosa absolutamente necesaria, lo fue tan sólo en el último momento del reinado de Luis XVI, por el estado especial a que las cosas habían llegado y que no se prestaban ya a otra solución. Mas si el Rey hubiese escuchado los consejos de Saint-Germain años atrás, todo este cambio social que Francia tenia kármicamente que efectuar, se hubiese llevado a cabo por medio de una inteligente evolución y no por medio de una violenta revolución.
Dicen los Rosacruces que dentro de algún tiempo volverá el Conde a la vida publica en Europa, aunque no se sabe con que nombre o aspecto, y que vive actualmente, en cuerpo físico, en un castillo de Hungría.
El Rosa-Cruz Carlos Webster Leadbeater, relata haberlo encontrado en el Corzo de Roma en el año 1901 y hablaron en aquella ocasión más de una hora en el parque Pinciano. Afirman que este Iniciado se ocupa de la situación política de Europa y tiene a su cargo movimientos espiritualistas en el mundo que se desarrollan en una actividad ceremonial, como la Masonería y muy especialmente la Comasonería o Masonería Mixta Escocesa que, extendida por todo el mundo, tiene su sede en París con el título distintivo de “El Derecho Humano” y que no debe confundirse con la pseudo-masonería llamada de Adopción.

Enseñanza 16: La Revolución Francesa y las Logias Liberales

En Francia, a pesar de las diversas prohibiciones, la masonería y sus reuniones secretas habían aumentado notablemente ya durante la primera mitad del siglo XVIII.
Se dividían en diversas logias. En París había unas cuantas florecientes: la Estrella Polar, Los Hermanos Artistas, La Reunión de los Extranjeros y otras. En todas se estudiaban las ciencias antiguas, se cultivaba la filosofía y se discutía sobre problemas físicos y morales y se practicaba un cristianismo evangélico.
Otros ritos y formas de masonería se habían también difundido rápidamente por Francia y otros países hasta el 1700.
Martínez de Pasqualis había pasado por Francia, desde 1767 hasta 1771 como un meteoro, dejando tras de sí una infinidad de fundaciones de carácter netamente ocultista: Rito de los Elegidos Cohens, llamados Martinistas y que se dividieron después en dos ramas: los teúrgicos, dirigidos por Willermoz y los místicos, dirigidos por el Conde de Saint Martin, ambos discípulos de de Pasqualis.
Un poco más tarde, en 1781, Cagliostro fundó la Masonería del Rito Egipcio, admitiendo en ella a las mujeres.
Había también en París la logia masónica femenina: El Cóndor, rama de adopción fundada en 1775 y dirigida por la Duquesa de Borbón y que se dedicaba a obras de beneficencia.
A ella se adhirieron las más prestigiosas damas de la corte, desde la princesa de Lamballe y la condesa de Polignac hasta la misma emperatriz Josefina, que ingresó en 1804.
Los nobles y los sabios entraban en masa a estas distintas logias, a pesar de los vetos de la ley y de la excomunión de la Iglesia Romana. En otros estados, a veces, eran dirigidas por los mismos príncipes y Federico El Grande de Prusia era uno de ellos. Las finalidades de estas reuniones eran, además del estudio de las filosofías, el de los misterios de la Cábala y de la Biblia, las investigaciones físicas y teóricas alquimistas y también había quien se dedicaba activamente a los asuntos sociales.
En Francia, fue en esas logias en donde los sabios y los nobles idearon la Revolución Francesa que ejecutaría en 1793 el Terror.
Ya en todo el siglo XVIII París será el centro de esta extraña actividad a la vez oculta y política. Se verán hombres como Cagliostro llegar de Alemania donde abundan las sectas masónicas y obran como hermanos, como si el golpe que debía ser fatal al antiguo orden debiera ser llevado a París, allí donde van y vienen los personajes misteriosos que asombran al mundo por su ciencia secreta, curan enfermos, siembran el oro y los diamantes, tienen luego conciliábulos con el Rey, los ministros, los cardenales y las reinas, desaparecen, mueren, reaparecen y uno se recuerda que la Rosa Cruz preconiza para su acción los medios mágicos, el empleo de la piedra filosofal (que el parecer sólo se otorga a los Rosacruces de segundo grado como Cagliostro), el don de idiomas, la obligación de cambiar el país, de nombre, de costumbre y aún de fingir una falsa muerte. Su acción así será considerable y todos obran sutilmente en un sentido bien definido.
La figura de Saint-Germain aparece en primer plano en los prolegómenos de la Revolución Francesa. Su misión parece haber sido la de dar a los Enciclopedistas una base para la renovación de las ideas y las leyes, además de la de tratar de salvar la monarquía francesa, vigilando de cerca todo el proceso de su caída, esperando siempre una oportunidad de salvación; pero las circunstancias no le fueron propicias y sólo pudo continuar con su misión consoladora de consejero.
Todas estas agrupaciones tendían, como se ha visto, hacia un mismo fin: la cultura de la mente y del espíritu, pero socialmente se habían establecido dos corrientes fundamentalmente distintas.
La Masonería contemporánea, las divisiones del Martinismo y el rito de Cagliostro tendían a la fórmula constitucional, a la libertad y nivelación de todos los seres. Y esas agrupaciones actuaban, transformadas, en diversos países con distintos nombres: Carbonarios, en Italia; Cazadores, en Canadá; Lautaros, aquí, o siendo los centros de libertad de los pueblos.
Pero, dedicándose a los problemas de la vida, se alejaron demasiado de aquellos del espíritu y por último la misma Masonería pasó del liberalismo al nacionalismo positivista y de allí al materialismo. El árbol había dado su glorioso fruto de libertad y podía morir.
Pero otras Escuelas Esotéricas querían mantener el antiguo espíritu del individualismo selecto, de la superioridad de las actividades espirituales sobre las materiales, de la herencia de los reyes y sacerdotes iniciados. Deseaban revivir y seguir las tradiciones de los Caballeros Templarios y Saint-Germain inspiraba a estos grupos.
En París se llamaban los Masones “Amigos Reunidos” y habían seleccionado entre ellos un grupo llamado los Fileletes (buscadores de la verdad).
Por eso Cagliostro se negaba a asistir a la Convención Masónica de París, reunida en 1775, si antes no quemaban todos los escritos de los “Amigos Reunidos”.
Éstos, inspirados por Saint-Germain, se dedicaron a una severa reforma. Fue aquélla que dirigió el Barón de Hund, fundando en 1751 la Orden de la Estricta Observancia. A su muerte le sucedió el duque Fernando de Brunswich, íntimo amigo de Conde.
Veamos finalmente una figura que sale del libro de la historia del siglo XVIII con su fina silueta, enmarcada dentro de los trajes amplios y fastuosos del estilo Pompadour, con su picaresca sonrisa acentuada por la peluca empolvada y los lunares pintados sobre el rostro para presentarnos su olvidada personalidad: La Condesa de Adhémar.
Existen figuras que desempeñaron papeles de gran importancia para la Humanidad que únicamente aparecen entre sombras y olvidos. Casi inadvertidas entran en el escenario del mundo, en un momento determinado, llevando en las manos una lámpara con la cual alumbran un gran acontecimiento y desaparecen luego, calladamente, como han venido. Hay almas que han tenido la misión característica de educar, amar, estimular, orientar o trabajar interiormente en una Gran Obra que otros han llevado a feliz término. De éstas fue la Condesa de Adhémar.
Poco se sabe, como se ha dicho, de ella. El Conde de Adhémar desempeñó diversos cargos de importancia en distintas cortes europeas, entre otros el de una embajada a la corte de Inglaterra, y a todas partes le compaña su esposa. Pero lo que no se sabe es el verdadero carácter, la real orientación interior de la Condesa, y lo que se creyó saber es, en su mayor parte, reflejo de suposiciones.
Pero un hecho indiscutible ilumina esta vida: fue amiga del conde de Saint-Germain, al que llamaba en tono entre frívolo y respetuoso: el hombre de los milagros.
Ella no había seguido la tendencia democrática de los nobles de la corte que, en tropel, habían entrado en la Masonería, y era acérrima enemiga de las nuevas ideas y por eso muy estimada, pero no favorecida, por la reina María Antonieta.
Como el conde de Saint-Germain y el Barón de Hund, era ferviente católica (éstos no deseaban alejarse de la Iglesia ya que querían restablecer la antigua Orden de los Templarios).
Desde luego nunca pudo darse cuenta de las altas finalidades de Saint-Germain, que no sólo deseaba salvar al trono de Francia del gran desastre sino que caminaba por las cortes de Europa buscando al Rey que podía ser Rey Iniciado de los Estados Unidos de Europa, Rey de reyes.
En su carácter un poco frívolo y un poco crédulo, la Condesa se vio envuelta en los proyectos del Conde, sin ella darse exacta cuenta del papel que desempeñaba, pero no fue más que una idealización de una edad de oro imposible.
La Revolución y el pueblo ganan a Francia y, paulatinamente, al mundo y estos grandes seres desaparecen en las sombras.
La Condesa de Adhémar ya vieja no se puede mover en su sillón. Un extraño visitante ha entrado en su habitación.
Sus ojos cansados y semi-ciegos no distinguen en las sombras, pero como entre un sueño ve a su visitante: es el Conde de Saint-Germain, siempre con el porte aristocrático, con el aspecto juvenil de toda su vida. Ella se estremece. Sabe bien lo que él le ha profetizado; sabe que ésta es la sexta vez y la última que lo ve y que se acerca a su fin.
¿Y, bien?... empieza la Condesa con su voz temblorosa.
¿Y bien?... -sigue el Conde-, hemos terminado. Hemos fracasado.
¿Fracasado? ¡Los Borbones han vuelto y Francia parece redimirse!
Él se ríe... No mira a Francia. Mira al porvenir y al mundo, a ese hermoso siglo de libertad que tiene delante. Todas las banderas flamean al sol de los magos de los pueblos.
No Condesa; nosotros hemos terminado. El Rey Iniciado ha muerto. Yo vuelvo a mi Tierra (mejor; “mi cielo”), y mi cohorte me acompaña. He venido a buscarla.
Y mientras flamean al sol de mayo las banderas de ese siglo libertador de pueblos, el antiguo Iniciado, seguido de los suyos, se aleja hacia su tierra de promisión, su cielo.

ÍNDICE:

Enseñanza 1: Las Leyendas de las Órdenes Esotéricas
Enseñanza 2: La Sabiduría Árabe Esotérica y la Mujer Velada
Enseñanza 3: El Antiguo Egipto
Enseñanza 4: El Templo de la Iniciación
Enseñanza 5: Amón en las Escuelas Helénicas
Enseñanza 6: El Rey Arturo, El Santo Grial y la Tabla Redonda y sus Caballeros
Enseñanza 7: Antiguos Ceremoniales Iniciáticos de los Caballeros
Enseñanza 8: El Caballero de la Eternidad
Enseñanza 9: Las Pruebas Iniciáticas
Enseñanza 10: Las Ordenes Militares Cristianas
Enseñanza 11: La Corte de Catalina de Médicis
Enseñanza 12: Los Oráculos Astrológicos
Enseñanza 13: La Magia Ciencista
Enseñanza 14: El Martinismo
Enseñanza 15: Saint Germain y los Rosacruces
Enseñanza 16: La Revolución Francesa y las Logias Liberales

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