ÍNDICE:

Enseñanza 1: La Renuncia y las Renuncias
Enseñanza 2: La Primera Renuncia
Enseñanza 3: La Presencia
Enseñanza 4: La Expansión
Enseñanza 5: La Participación
Enseñanza 6: La Participación Redentora
Enseñanza 7: La Renuncia a través de los Votos
Enseñanza 8: El Silencio de los Silencios
Enseñanza 9: Fidelidad de Fidelidades
Enseñanza 10: Jalones de Fidelidad
Enseñanza 11: La Obediencia Íntima
Enseñanza 12: La Reversibilidad
Enseñanza 13: La Renuncia Iniciática
Enseñanza 14: La Renuncia como Holocausto
Enseñanza 15: El Sacerdocio Real
Enseñanza 16: La Reversibilidad Divina

Enseñanza 1: La Renuncia y las Renuncias

La Renuncia es una, es Unión Substancial. Este grandioso fin, que el alma aspira encontrar como meta de sus esfuerzos es una cumbre que hay que escalar sólo simbólicamente, pues la Unión empieza a hacerse evidente en el alma desde el momento que su deseo de perfección le hace poner el pie en el Sendero.
El Hijo, al hacer su primera ofrenda, al negarse algo de sí, al afirmarse como un valor contrario, se pone inmediatamente en contacto directo con la divinidad que mora esencialmente en el alma y surge por este contacto, tomando allí una posición expansiva.
Pero el alma que por los hábitos positivos está predispuesta a convertir todo valor anímico en un resultado, siempre le está dando forma a todas sus posibilidades. Por eso se dice que el alma sólo al fin del Sendero logrará la Unión.
Esto no niega la Unión inmediata, sino indica las etapas a recorrer para que esta Unión sea permanente.
La Renuncia es un estado permanente; en cambio las renuncias son el camino, las etapas de preparación para la Renuncia.
La Renuncia es sobrenatural, es Ser. Ser es un estado simple y oscuro; es desaparición en el centro del alma, es ser un alma en la Gran Alma.
La Renuncia es impersonalidad verdadera, es pérdida completa de la propia voluntad, es ausencia de todo deseo propio para permanecer en la Divina Voluntad.
La Renuncia es; cuando uno es lo es todo, es una potencia en sí. Por eso, renunciar a toda exterioridad no es no hacer nada, sino no poner voluntad personal en lo que se hace.
Lo que se hace no es de uno. Lo que importa no es qué es lo que se hace sino que el acto sea perfecto por la renuncia; entonces el acto es divino.
En cambio las renuncias son el camino, la preparación para la Renuncia.
Toda lucha, todo pensamiento, todo sentir del hombre, traduce siempre algo definido y concreto, lo determina más en lo que es. Aún cuando se le dé al individuo medios negativos de realización, él enseguida los transforma en elementos positivos de autoafirmación, poniendo así una línea infranqueable entre él y el valor que quiere alcanzar.
Es necesario no hacer de uno y de sus medios un valor contrario, sino invertir el sentido de la lucha y conquista del bien para que el estado interior negativo, al no incorporar algo a uno mismo, lo disgregue como compuesto.
La renuncia no puede ser sólo un camino místico o un medio ascético de realización; debe ser vivida, experimentada, conocida exhaustivamente para poder hacer de ella un estado integral liberador.
Para que no sea sólo un camino o un medio ascético, es preciso que adquiera el carácter de ciencia; y la ciencia de la renuncia comienza cuando su ascética se convierte en técnica, vale decir, cuando el ejercicio de la misma alcanza una perfección matemática.
No es necesario vencer una resistencia para renunciar, sino que se renuncia sistemáticamente. Esto hace del auto análisis un verdadero conocimiento objetivo y libera a la renuncia del marco personal para hacer de la misma un valor universal.
Sólo la perfección aplicativa de la técnica de la renuncia da por resultado la ciencia de la misma.
La técnica de la renuncia, al no constituirla en un valor positivo, hace de la misma un estado habitual dando como consecuencia una suma simplicidad interior.
Su obra mística es interior por excelencia y, a través de esa inmovilidad, de esa fijación interior, logra una trascendencia negativa, totalmente interior, esencialmente divina.
Esa obra, totalmente interior, tiene por eso mismo un alcance cósmico. Por eso el mensaje de renuncia es un mensaje de vida, la vida divina misma.


Enseñanza 2: La Primera Renuncia

El hombre vive inconscientemente centralizado sobre su yo personal.
La facultad de razonar, característica del hombre ario, crea en él la ilusión de un mundo mental propio que considera distinto del de los demás. Desde su más tierna edad se le orienta dentro de ciertos moldes mentales y a querer ser de un determinado modo, favoreciendo aún más su predisposición ancestral de limitación mental.
Tanto se habitúa a estas actitudes, a estas formas de pensar y sentir, que las considera inseparables de su yo y teme perderlas ya que ellas le otorgan una ilusoria independencia y seguridad.
La Renuncia es el medio para superar este estado parcial del ser.
Cafh da al Hijo los medios para iniciarse en la Renuncia.
El nombre que el ser lleva es la expresión modulada de su yo personal.
El aspirante, al pronunciar su nombre civil cuando emite su voto de ingreso a Cafh, fija y disuelve ese nombre en el Cuerpo Místico de Cafh, quedando purificado así en el fuego de esa alta vibración. Por fijación y disolución el Hijo, en el momento del ingreso, es potencialmente liberado.
El Hijo, por ese paso trascendental y sobrenatural de ofrenda, logra diferenciarse inmanentemente y en ciertos momentos de su individualidad. Se diferencia de su personalidad con la que antes estaba íntimamente identificado, y reconoce todas sus limitaciones y su incapacidad para conducir al alma hacia la perfección. En estos momentos se renuncia íntimamente al engaño de considerarse personalmente capaz de ser y de hacer, se entra en el sendero que conduce a su más sincera humildad, se inicia el sentido de la Renuncia como estado.
En este estado las imperfecciones del alma y su propia inferioridad se destacan, pudiendo ser reconocidas. También quedan perturbadas las acciones, pensamientos y sentimientos enfocados sobre el yo personal, dando lugar a estados más expansivos del alma.
Esta transformación interna del Hijo, producto de sus primeras renuncias, es absolutamente imprescindible para la correcta captación de la Enseñanza y de las palabras de su Superior.
En esta primera etapa de su vida espiritual el Hijo renuncia a los fuertes impulsos de su voluntad personal, y se deja conducir mansamente. Esta actitud lo pone en contacto con la Gran Corriente que le permite sortear con mayor facilidad los primeros escollos que se le presentan en el Sendero.
Así el Hijo recién ingresado, ingenuo y puro, hace sus primeras experiencias con la renuncia. Pero no por ello dejan de tener una gran trascendencia ya que estos primeros contactos con la renuncia pueden llevar al alma a vivir intensos estados de plenitud interior.


Enseñanza 3: La Presencia

El campo vibratorio emanante del lugar donde las almas se circunscriben para la realización de la Integralidad de la Gran Obra determina el Radio de Estabilidad.
El Radio de Estabilidad es la imagen y figura material de OM HES. Encuentro de la presencia divina y humana que la vocación del Hijo sella a través de su voto.
La presencia del Hijo dentro del Radio de Estabilidad fija el polo material donde se descargan las energías divinas, filtradas según la ofrenda volitiva del Hijo y la condescendencia de los Santos Maestros. Esta acción filtrante será siempre necesaria para impedir la total materialización de dichas energías.
Renunciando a la movilidad física y superando con ella los obstáculos materiales que le impedían formar la medida de su unidad magnética con la Divina Madre, consigo mismo y con la Humanidad, el Hijo asume la responsabilidad de ser depositario progresivo de las energías divinas, definiéndose y limitándose, para ubicarse en el lugar dentro del cual le será posible realizar su participación a la Integridad de la Gran Obra.
Fijado el molde donde la homogénea acción divina y humana tendrá valorización, el Hijo determina por ofrenda de vida la radicación de la Idea Madre y establece así el polo espiritual que será receptor de la Ideación Divina capaz de ser captada por su mente.
El poder de la Gran Corriente adquiere ritmo al establecerse los polos espiritual y material que le sirven de sostén.
La intensificación de la ofrenda física, mental y espiritual, transforma continuamente al Hijo y lo guía hacia la verdadera Egoencia.
Su presencia viva en el Radio de Estabilidad despierta la divinidad interior que mora en él, desarrollando su Cuerpo de Fuego para fijar posteriormente la determinación de sus posibilidades, para lograr la Unión Substancial con la Divina Madre.
La morada divina OM HES, donde la Divina Madre, el Hijo y la Humanidad tienen unidad de expresión, se ubicará en el camino que la transformación vocacional del Hijo formará. Partirá inicialmente, OM HES, desde el punto material más objetivo para introducirse progresivamente hasta lo más íntimo del propio corazón del Hijo. Y desde allí reflejará dicha morada divina sobre la Humanidad, como un lugar ideal y analógico, constituyéndose él para su propia e individual realización en el asiento más verdadero y seguro.
La presencia del Hijo determina con la renuncia de su movilidad física la fijación y contacto de la Integridad de la Gran Obra.
La presencia del Hijo determina con la renuncia a la movilidad mental la fijación de la Idea Madre, estableciendo el polo espiritual desde donde emanará el ritmo del Poder de la Gran Corriente.
La presencia del Hijo determina con la renuncia a la movilidad anímica, la fijación de la medida de sus posibilidades para lograr la Unión Substancial con la Divina Madre.
Todo su posterior destino sobre la tierra será creciente capacidad para ofrendarse con su presencia viva, magnética, mental y espiritual, para que la promesa recibida en el momento de pronunciar sus Votos se concrete.
La presencia viva del Hijo dentro del Radio de Estabilidad es conquista de la estructura homogénea de los valores divinos y humanos a través de su egoencia.

Enseñanza 4: La Expansión

La renuncia que el Hijo hace a su movilidad física, mental y emocional, que lo lleva a la clausura mística del alma y ofrenda de su vida hacen que se sublimen y fortalezcan sus valores interiores.
Por esa sublimación transpone los límites humanos, alcanzando colocarse en la esfera de acción trascendente divina.
El resultado efectivo de esta expansión de su presencia es la mejor participación a la Integridad de la Gran Obra, al Poder de la Gran Corriente y la Unión Substancial con la Divina Madre.
El Hijo al renunciar a su movilidad física, al encerrarse consciente y voluntariamente en un lugar pierde su movilidad, no se desplaza. Pero en cambio incrementa su potencialidad energética, lo que le da capacidad expansiva y logra, además, una mayor sensibilidad comunicativa.
El Hijo por la capacidad expansiva trasciende las limitaciones físicas y se pone en contacto con todo el mundo, con otros países, con otros climas, participando aún de las configuraciones geográficas de la tierra. Por su mayor sensibilidad puede conocer a los seres y advertir sus problemas.
Esta expansión física y la mayor sensibilidad, al romper todas las barreras y separatividades, hacen que el Hijo abarque a todas las almas y lleve un verdadero mensaje de bienestar y paz a todas ellas.
Al renunciar a la movilidad mental y emocional, pues se circunscribe en una sola idea, en un único sentir, elimina la dispersión energética resultante de la movilidad anímica y acrecienta el poder de sus pensamientos y sentimientos.
El acrecentar de esas fuerzas da como resultado una mayor expansión mental y emocional y al mismo tiempo confiere capacidad de realización a sus deseos. Así el Hijo da salud a los enfermos, ayuda a los necesitados.
El Hijo al circunscribirse en la clausura mística del alma, al vivir en su propio corazón haciendo realidad la misión de vida interior que Cafh le ha confiado, se expande para penetrar en el alma de los demás. Esta expansión anímica hace posible que pueda dar dirección a las almas.
La renuncia que el Hijo realiza a su propia vida lo lleva a expandirse en la vida de la Divina Madre, y se hace expresión de Ella sobre la tierra. Ha redimido su naturaleza, y por esa redención de renuncia participa en la Encarnación Divina. La expansión espiritual lo ha puesto en contacto con la Divinidad, y está ahora unido a la Divina Encarnación participando con ella de la redención.
Por su renuncia el Hijo se estabiliza, se limita, se circunscribe, se inmoviliza, pero esta reducción de sus valores exteriores le confiere toda la potencia del centro mismo de sí y adquiere una dinámica expansiva. Permanece en sí, pero se expande como oleada de amor y renovación poniéndose en contacto con el mundo, el cosmos, la divinidad.

Enseñanza 5: La Participación

El objetivo del camino espiritual del Hijo es la participación a la Gran Obra, a través de cuya tarea se logra la Unión Substancial.
Participar significa tener parte de una cosa o tocarle algo de ella.
Ese doble concepto de tener parte y tocarle algo aclara el sentido dual de la participación y se refleja vivamente en el aspecto de la renuncia como participación.
Tener parte es el aspecto activo de ella; tocarle algo, por no decir recibir, el pasivo.
A través de la renuncia el Hijo toma parte en una labor espiritual universal y recibe, es decir, le toca como fruto, bienes espirituales que en última instancia liberan al alma.
La renuncia como participación es entonces una actitud dinámica positiva y estática negativa a la vez. Implica un esfuerzo y relajamiento; es voluntad y conciencia, un dar y recibir.
Este concepto está claramente expresado en la bendición ritual que se formula para que los Hijos participen a la Integridad de la Gran Obra, aspecto positivo de la participación; del Poder de la Gran Corriente, aspecto unitivo, divino-humano; para lograr la Unión Substancial con la Divina Madre, aspecto pasivo, divino, fruto graciosamente concedido.
La participación que da la renuncia se nos aparece entonces como un movimiento, el Ired, que eleva el alma hacia Dios para descender luego hacia los hombres, llevando el mensaje de la Divina Madre.
La participación es proporcional a la renuncia e inversamente proporcional al esfuerzo que el Hijo aún aplica para mantenerla. El alma que ha traspasado el umbral del deseo y conquistado la perfecta renuncia, navega en el seno de la eternidad como una estrella del firmamento y posee la participación plena en perfecta armonía de sus valores divinos y humanos.
Recuerden sin embargo los Hijos que para ello es necesario conquistar también aquella fracción del Poder de la Gran Corriente que simboliza las limitaciones humanas.
Se comprende entonces que para participar plenamente, para lograr la Unión Substancial es necesario participar a la Integridad de la Gran Obra, es decir, dar todo, renunciar a todo, participando simultáneamente al Poder de la Gran Corriente, con el cual el Hijo se convierte en canal de la Voluntad Divina.
La participación depende pues de la entrega íntima del ser.
Los votos marcan potencialmente el progreso de esa entrega y reflejan la responsabilidad consciente que el Hijo está dispuesto a asumir.
Dicha responsabilidad se asume pública y no sólo íntimamente, por lo cual se descubre que dicha responsabilidad no sólo se contrae frente a la Divina Madre, sino también frente a la Humanidad, a la vida que es la Gran Obra.
La renuncia es entonces el método, la ascesis trascendente divina de la plena participación. Abarca todos los aspectos tangibles e intangibles del hombre.
La renuncia como participación a la vida es renunciar a los sentidos, al saber personal, a los propios gustos mentales, a una realización determinada.
Al derribar las barreras del deseo se participa de los sentimientos, del saber y de los gustos de toda la Humanidad, y se participa de la realización de toda ella.
Sólo entonces el Hijo se convierte realmente en Hombre, que participa de una evolución cuya causa y última finalidad trascienden sus posibilidades anímicas.


Enseñanza 6: La Participación Redentora

La participación del Hijo a la labor redentora de la Encarnación Divina para la salvación de los seres y del ser es indispensable e indiscutible.
Pero para que esta redención potencial de la Divina Encarnación sea efectiva, tiene que ser actualizada en cada ser; para ello ha de transformarse y hacerse efectiva en él la Divina Encarnación.
La participación redentora es la identificación del Hijo con la Presencia Divina, quiere decir, con la Divina Encarnación.
El Hijo tiene que lograr dicha identificación por su propio esfuerzo y, aún así, sólo la logra porque en forma predeterminada se puso en contacto con las fuerzas de liberación cósmicas al poner los pies en el Sendero a través del voto.
A través del voto que pronuncia al ingresar, el Hijo participa de la Participación Redentora con su sumisión, ya que esta entrega íntima le exige holocausto.
La Participación Redentora convierte al Hijo en fuente de radiación de la Obra de Cafh, resultado de la conquista de su voto perpetuo que, por el sentir profundo en él de los problemas humanos, lo hace uno con la Obra Redentora de la Presencia Divina.
Por esta participación de votos y de ofrenda nace la expansión interior, que hace sentir al Hijo su responsabilidad frente a la Humanidad. En cuanto se constituya como un ente separado, no podría cargar sobre sí los males de la Humanidad. La verdadera responsabilidad vocacional no puede coexistir con la separatividad.
La participación Redentora, que por el voto perpetuo hace ganar al Hijo la Unidad con la Obra Redentora de la Presencia Divina sólo puede hacerla efectiva a través del Sacerdocio de la Ordenación.
La aplicación de la voluntad renunciante sólo produce frutos de liberación cuando no se constituye como un valor separado, personal; por consiguiente, el Hijo al renunciar a su voluntad, se identifica con la Voluntad Divina.
La Participación Redentora es ofrenda de vida, de sangre, de alma, puesto que participar no significa sólo colaborar o ayudar. Tampoco es sólo un afecto emotivo, sino que es el estado de conciencia en el que el Hijo siente que su vida no le pertenece, sino que pertenece a la Humanidad.
La Participación Redentora del Hijo es la perfecta imitación gradual por presencia, expansión y participación a la Divina Encarnación.


Enseñanza 7: La Renuncia a través de los Votos

Los esfuerzos que hace el Hijo para alcanzar las últimas verdades y lograr la visión real de la Divina Madre, sólo le permiten realizar nuevas ideaciones sobre la divinidad, pero no ser la divinidad.
El Hijo, a través de una voluntad positivamente afirmada, no puede lograr la conquista de divina.
Sólo puede ponerse en contacto con lo divino, con lo eterno, por una expansión negativa, actualizada en el seno silencioso de su alma.
Hay, sin embargo, instantes de gran valor místico que permiten intuir lo divino. Son los momentos de transición en que un estado está por terminar, para dar lugar a otro igual y contrario, cuando el cambio no se ha producido aún. Es el punto cero, el punto de inflexión, el nodo, el centro laya. Es el instante inmediatamente anterior al logro de un conocimiento. Es el corto instante en que uno se encuentra en el aire cuando da un salto de una orilla a otra. Es el momento de suspenso en que, durante la respiración normal, la inspiración se detiene suavemente para transformarse en espiración y viceversa. Ired más Ired y menos Ired.
A través de los Votos el Hijo en Cafh se coloca permanentemente en ese estado de vacío, de transición, de salto, de suspenso.
Por el voto se da el salto sin alcanzar nunca la orilla. Se obtiene el vacío anterior al conocimiento, sin lograr el conocimiento a que se aspiraba, pero conquistando otra dimensión, polo negativo.
Es que por el salto que el Hijo da mediante el voto, no vuelve otra vez al suelo desde donde partió. Va hacia otro estado. Obtiene el conocimiento de otro estado, se ha desplazado sin perder el contacto, sin embargo, de lo anterior.
Sólo a través de la renuncia es posible conocer el verdadero significado de los votos y sólo a través de los votos puede ser realizada la renuncia.
El hombre común que no ha emitido ningún voto, no tiene destino alguno; podría decirse que verdaderamente no existe.
En cambio, el Hijo que por ser tal emitió sus Votos, tiene un destino infalible y por su permanencia en sus votos “ES”, existe idealmente.
Así como en el cielo puede señalarse el punto en que a un determinado momento se encontrará cierta estrella, así el Hijo por su permanencia en sus votos, alcanzará el punto de culminación de su destino sobrenatural.
Por el voto de silencio abrirá las puertas hacia su vida interior. Por el voto de fidelidad se hará íntegro. Por el voto de obediencia realizará lo imposible y, finalmente, por el voto de renuncia, corona mística que resume en sí todos los votos, se expandirá en la Unidad al hacerse corredentor en sangre y espíritu.


Enseñanza 8: El Silencio de los Silencios

El Hombre que vive en la agitación y el torbellino del mundo sólo puede depositar en su alma las manifestaciones de un amor incompleto e imperfecto.
La realización del verdadero amor exige canalizarse a través del silencio.
El silencio es el primer valor negativo que asienta la vida espiritual del Hijo, ya que produce el ambiente necesario para el descubrimiento del centro íntimo donde se cristaliza el Amor Real.
Sólo iniciando un movimiento de vacío, negativo, que desmorona la continuidad de los valores sistemáticos, afirmativos y positivos exteriores se regresa a la Divina Madre. Se crea así el círculo magnético del silencio que protege el centro íntimo depositario de la raíz del Amor.
Calle pues el Hijo para que por el Silencio adquiera la primera negación de sí mismo, y dé testimonio, por esta renuncia, del primer amor verdadero.
Para lograrlo determine a su alma a convivir con un diálogo que no será el del vocerío cotidiano, sino el diálogo del silencio. Aquél no puede decirlo todo, precisamente porque siempre limita lo que expresa.
Las palabras desintegran el valor del amor unitivo deshaciéndolo en sistemáticos valores que se destruyen a sí mismos.
Sólo el silencio puede decirlo todo porque ha renunciado a decir.
El Silencio abre al alma la puerta de la morada interior. Es la actitud fundamental con que el Hijo se entrega al amor divino prometido.
El Silencio, actitud de abandono en Dios, es fortaleza salvadora; descubre la tierra en que el Hijo podrá morar, sin ser inexorablemente arrastrado y contagiado por las ansiedades y malestares de los seres que viven sin existencia real.
El Silencio es simplemente vacío en el que nada tiene prisa ni importancia, y todo se detiene. Sólo por amor y entrega puede ser logrado el silencio interior que llena el alma por perfecto vacío del cual surgirá la vibración por la que claman las almas.
El Hijo así adquiere una vida activa digna de su ofrenda. Por el silencio interior se integra, enlazando por amor, el cielo y la tierra.
La vida humana recién entonces adquiere valores divinos por su participación, salvación y expansión.
Participar a la comprensión y ayuda antes de ser partícipe de ellas. Ser silencio antes de ser voz, fuego antes de ser llama, aligerar la convivencia humana antes de ser carga.
Salvar, porque al adherirse por el silencio a la verdad divina, se adquiere el don de ser receptor de la voz de los Santos Maestros, posibilitando la obra de salvación a los hombres de nuestros días.
Expandir lo divino conquistado por el silencio y hacer real los valores del voto y la egoencia que se ha logrado. Así el alma despierta la fuente primera del amor, que como potencia vibratoria permite la activa comunicación con otros seres.
El Hijo que conquista su silencio adquiere una nueva modalidad de vida. Sabe callar y lo practica con nuevas y renovadas virtudes. Calla de sí mismo y es humilde. Calla los defectos ajenos y es caritativo. Calla las palabras inútiles y es moderno penitente. Calla a tiempo y se hace prudente. Calla el dolor y es héroe.
El Silencio perfecto, Silencio de los Silencios, es vacío perfecto interior y se refleja en el amor humano transformado por el amor divino.

Enseñanza 9: Fidelidad de Fidelidades

El camino de los Hijos de Cafh es de renuncia, es de ofrenda, es de amor.
Es de renuncia porque participa de la ley fundamental con que Cafh desenvuelve la vocación espiritual.
Es de ofrenda como medio de realización de los valores negativos del alma.
Es de amor como vínculo de comunión entre lo divino y lo humano.
Pero esta renuncia, esta ofrenda, este amor, para consumar la promesa divina que le ha sido concedida al Hijo desde su ingreso a Cafh, debe ser activa y continua, expectante y potencial respecto a la voluntad divina.
Ese carácter de continuidad y de expectación, sólo puede existir si la entrega del Hijo se sustenta en la fidelidad, y adhiere el alma estrechamente a la Divinidad.
La fidelidad se hace real, se afirma por el voto en el cumplimiento estricto del Reglamento de Cafh.
El Hijo por su fidelidad continuada al Reglamento de Cafh, se hace progresivamente sumiso a la voz divina, dependiente del amor a la Divina Madre, semejante a su Divinidad. La fidelidad se hace realmente potencia.
El Hijo por su fidelidad real y continuada va aumentando su entrega, y ésta a su vez, intensifica su fidelidad. Se influyen mutuamente, se acrecientan sucesivamente culminando en una fidelidad integral, esencial. Es la fidelidad de fidelidades.
La fidelidad de fidelidades hace total la adhesión del alma a la Divina Madre, hace realidad la Mística del Corazón y hace efectivo el don sobrenatural y divino de la Iniciación, de la Unión Divina.
El Hijo por su lealtad, por su identificación con la Ley, vive en su propio corazón en armonía con la divinidad, acreedor a la condescendencia divina que lo abre a la revelación iniciática.
La fidelidad del Hijo, concretándose a través de la ascesis de la renuncia, le conduce hacia dimensiones más reales de todos los aspectos de su vida.
De este modo, el deseo de purificación inicialmente centrado en sí se expande y purifica a los demás.
La iluminación con que paulatinamente la condescendencia divina lo baña, lo transforma en medio para iluminar. Es fuente de irradiación de luz.
Por su identificación con la Divina Madre, resultado de la ofrenda que de sí mismo realiza, llega realmente a ser. Ha muerto para vivir. Se ha transformado en fuente de vida.
La fidelidad perfecta, real, potente, esencial es fidelidad de fidelidades, es la culminación del amor, da plenitud a la renuncia y permite alcanzar la Unión Substancial con la Divina Madre.


Enseñanza 10: Jalones de Fidelidad

Se define habitualmente la fidelidad como lealtad, como observancia de la fe que uno debe a otro; se la explica asimismo como puntualidad, exactitud en la ejecución de una cosa.
A su vez, lealtad significa también cumplimiento de las exigencias de las leyes de fidelidad y del honor.
Del sentido de las palabras fidelidad y lealtad surge claramente el significado e implicaciones que tienen en general y en especial en la vida espiritual.
Para practicar la fidelidad es necesario, por de pronto, que exista un llamémosle objeto a que ser fiel.
Este objeto, que puede ser inclusive puramente ideal, debe tener una manifestación tangible, concreta, que podríamos llamar ley, que circunscribe el alcance del objeto.
La observancia de esa ley, la exactitud de su cumplimiento, es en definitiva la forma concreta en que se practica humanamente la fidelidad.
Resumiendo, puede decirse que la fidelidad es la actitud al alcance del hombre actual, atado y sujeto a las limitaciones de la razón, para someterse, adherirse e inclusive asimilarse a conceptos y experiencias totalmente trascendentes.
La fidelidad, sentimiento y actitud íntima del alma, no se logra por un simple acto volitivo, sino que se desarrolla y florece por etapas sucesivas, encadenadas, que es necesario recorrer para lograr su plenitud.
La primera etapa comprende la aceptación íntima y total del objeto o principio que lo reclama. Es necesario pues lograr ante todo la sumisión perfecta. De no lograrlo quedarán siempre focos de resistencia, rebeldía y oposición que empañarían la entrega del alma, impidiendo su liberación.
La sumisión espiritual consiste pues en quebrar la voluntad personal, pues es entrega al objeto divino, el sometimiento al Superior que es el objeto tangible humano y el acatamiento y sujeción al Reglamento que es la divina ley dada al Hijo.
De no cumplirse este requisito, no será posible liberarse de las leyes humanas y de lo que ellas implican.
Pero, ¿qué ocurre al que lo logra? Las leyes humanas habrán perdido para él todo valor y significado y su vida estará ya sólo regida por una ley y voluntad divina.
El alma entra en una nueva etapa, en la que depende en todas sus experiencias y actos, de algo diferente de lo que corrientemente sujeta a los hombres.
La práctica de la fidelidad espiritual lo lleva a una nueva dependencia, distinta, divina.
Ya no escucha las palabras de los hombres. Todos sus sentidos apuntan hacia el mandato de la voz divina que acata con fidelidad.
Dicha leal y constante práctica va adecuando al alma a la ley divina, hasta que ella ya sólo vibra al unísono con ella.
El alma experimenta entonces la plenitud de la manifestación divina, y llega hasta los límites de lo que ha sido dado al hombre llegar.
Al llegar el alma a estos estados y por el acto de perfecto amor, el Hijo logra la semejanza con la divinidad a la que prometió fidelidad inicial, recogiendo el fruto de la virtud practicada y la ofrenda consumada.
No existe disolución en el principio absoluto, eterno, pero sí es posible lograr humanamente la experiencia de eternidad y semejanza cósmica.
Compréndase finalmente, que estos jalones de fidelidad, que llevan al alma hasta su más gloriosa realización, tienen esta posibilidad aún en los actos más humanos de la vida, y es allí donde el Hijo debe comenzar a practicarlos, sujetándose estrictamente a la letra, expresión y plasmación humana del Reglamento, sin lo cual será imposible percibir su sentido espiritual trascendente.


Enseñanza 11: La Obediencia Íntima

El voto de obediencia es esencialmente un acto puro de realización espiritual.
La senda espiritual puede ser recorrida durante un trecho por el esfuerzo de voluntad del Hijo pero, cuando éste llega a cierta altura donde las rutas adquieren carácter trascendente, es necesario que el Hijo abandone su voluntad.
La vida espiritual consiste principalmente en saber abandonarse en los brazos de la obediencia, para vivir en el conjunto de la Gran Obra.
La Divina Madre es la ruta del Hijo y necesario es echarse en sus brazos para llegar.
Esta entrega amorosa a la Divina Madre es ideal por el voto de obediencia, y efectiva por el cumplimiento diario del mismo, expresada a través de la sumisión al Superior.
Esta obediencia íntima, afirmada por la renuncia, es la única fuente de vida, de felicidad, de salvación del mundo. Ella produce una sensación de vacío interior, de acercamiento a la Divina Madre, de preludio divino.
Pero esta renuncia no puede en este plano de evolución del hombre ser lograda por ideología, sino por un movimiento interior dinámico del alma que es la obediencia.
El hombre está acostumbrado a una libertad de valores sentimentales y racionales; pero si quiere conquistar la verdadera libertad, la libertad espiritual, ha de renunciar a esos valores logrados.
La naturaleza humana pretende unir lo racional con lo sobrenatural; dar del ideal espiritual todas las explicaciones posibles, cuando en realidad la vida sobrenatural es algo que debe aceptarse a priori, sin explicaciones, pero con la esperanza cierta de que algún día podrá identificarse con ella.
Aquél que da su voluntad a la obediencia se deshace de todas las cargas mentales para no tener más que un solo punto, una sola idea, una sola finalidad.
Su vida humana se transforma en divina y le otorga poder de eternidad.
Al sentir la amplitud del abandono del alma en la Divinidad por la obediencia íntima la personalidad es aniquilada y en cambio la individualidad espiritual adquiere un aspecto amplio, divino.
Así la obediencia íntima que es vocacional no es el aniquilamiento de la individualidad, sino es la conquista de la egoencia, es vivir dentro del Cuerpo Místico de Cafh.
La labor del Hijo es relativa, pero si esa labor, por el desprendimiento y la obediencia se ofrece a la Divina Madre, se suma al poder de la Gran Corriente y se transforma en fuerza, en poder, en acto creativo.
La obediencia frente al Superior como hombre es cautiverio, pero prestada al Superior como imagen de la Divina Madre es sumisión de amor, es libertad espiritual.
La obediencia humana es fuente de amargura, tristeza y complejo de inferioridad, contrariamente a lo que es la obediencia voluntaria, íntima y divina, que es fuente de alegría, de despreocupación, de felicidad.
La obediencia íntima no necesita pensar, le basta tener conciencia del acto que está realizando.
Por el esfuerzo constante de la obediencia íntima el Hijo penetra en sí, rechaza toda apariencia, se hace una nada, se aniquila aparentemente, constituyéndose en un ser perfecto egocéntrico, todo divino.


Enseñanza 12: La Reversibilidad

La Idea Madre refleja el pensamiento Divino, pero al plasmarse éste en el plano humano, toma formas diversas, anima tendencias diferentes.
Lanzada como un único rayo de luz, se difracta al tocar el plano contingente de la vida.
Mientras la conciencia no se proyecte fuera de la variabilidad se vive de la diversidad en el mundo de los compuestos. Sólo un esfuerzo de renuncia puede hacer volver a la unidad, ya que ella provoca reversibilidad del estado de conciencia.
El movimiento del Ired implica no sólo el devenir de la Unidad, sino también su vuelta a Ella. Esa vuelta se logra renunciando a la manifestación, a los valores conocidos, para lograr un solo valor, el de la Unidad.
Un esfuerzo positivo nunca puede dar reversibilidad, sino una afirmación dentro del mismo estado en el que se produce.
La renuncia en cuanto a reversibilidad total de valores y estados da una solución integral a los problemas humanos. No añade problemas a problemas con medias soluciones, sino al cambiar el estado íntimo de conciencia, produce la desaparición de los problemas como tales, dejando en cambio un nuevo orden de valores: los valores esenciales.
Pretender realizar la renuncia sin desprenderse del orden de ideas y de tipo de esfuerzos anteriores es estrellarse contra lo imposible. Es por ello que se aplica a la renuncia palabras tales como: “Muerte”, “Vacío”.
Todos los conceptos corrientes de la renuncia humana, de la virtud y esfuerzo, carecen de valor frente a la verdadera renuncia íntima que exige para serlo un fundamental cambio de conciencia. Ignorarlo equivaldría a creer que se pueden llevar los bienes de la tierra al reino de la muerte que posee los suyos propios, diferentes.
La Renuncia es un estado estático y dinámico simultáneamente, considerada dentro del campo de la conciencia, y la reversibilidad es la adaptación fulminante y transformante a los cambios precisos de estos estados únicos en sí. Una explicación burda de la reversibilidad sería: En el instante en que el valor dinámico se hace estático y viceversa el cambio súbito no se produce ni por fijación ni por disolución, sino por trascendencia, secreto esencial de la renuncia, percepción de lo múltiple en la unidad y la unidad en lo múltiple.
Es un vivir íntimo en el plano de lo esencial y de lo contingente, alternativamente; un poseer algo sabiendo que es otra cosa.
Ese íntimo sentir da el perfecto equilibrio de valores porque no se ubica nunca definitivamente en un punto de vista, en un polo, en una verdad aparente, necesariamente ilusoria.
Esa reversibilidad permite conciliar en un plano esencial las diferentes apariencias y contradicciones. Por eso su fruto en última instancia da serenidad y paz.


Enseñanza 13: La Renuncia Iniciática

La renuncia practicada por el Hijo lo conduce al descubrimiento del secreto del Universo. Por ello el Hijo termina por ser la renuncia.
La integridad del secreto del universo está en una palabra, en un solo movimiento vibratorio simple, que es esencia y existencia de la armonía de los valores divinos y humanos.
Para provocar el despertar místico de la palabra anhelada, el Hijo renuncia a los libros para conservar limpia, flexible y disciplinada su mente, a través del logro de un solo libro: el Reglamento, que es puente efectivo y real para que el Hijo logre el conocimiento de lo divino y humano.
La Enseñanza que viene del Reglamento, favorece el espíritu de renuncia y permite que la Idea Madre tenga formalización en la mente del Hijo. Los libros son culturas desordenadas que propagan en un proceso de continua expansión ideas, pero que no admiten un reintegro a la unidad de la Enseñanza por el valor reversible faltante de lo divino.
El Hijo despierta la mística de su corazón cuando renuncia a las sensaciones del vibrar de la periferia del corazón que le provoca matices diversos de toda clase de amores conocidos por el hombre, pero que le obscurecen el Amor Real.
El apostolado de acción del Hijo es realizar con sus manos el misterio del Amor Divino, la plasmación de una idea simple en un acto humano. Pero debe el Hijo obligarse a eliminar el deseo de cristalizar la divinidad en este acto, ya que dicha actitud significaría el logro de un fruto personal que determina el encadenamiento del ser a la obra. Si lo hiciere se obligaría a mantenerla, conservarla y hacerla permanente en contra de la acción divina que exige siempre reversibilidad del valor realizado mediante un retorno a la fuente misma que lo concibió.
La renuncia al conocimiento, ganada por el esfuerzo humano para vencer el desorden de las ideas compuestas, posibilita al Hijo la gracia de la Iniciación; le da el poder mágico cósmico de unirse con la gran familia del universo, con los seres que por su egoencia saben del poder creador, conservador y destructor de la Idea Madre de la Raza, en una sabia identificación con la expresión divina y la realización humana.
La conquista de esa renuncia, es decir, la práctica de esta renuncia, mejor dicho, la consubstanciación del Hijo con la renuncia, le abre la puerta de la realización lograda a través de la obediencia, que es el valor más activo del alma para desprenderse de los viejos moldes de la libertad relajante de un yo atado a su personalidad y conseguir la reversibilidad de sus propios valores, en concordancia y sintonización con el movimiento del Ired que la conciencia universal deposita en la conciencia potencial y activa del Hijo.
La Renuncia Iniciática, al vincular íntimamente los valores humanos ofrendados del Hijo con los divinos cedidos, lo liga armónicamente a la familia universal y lo hace apto, a él sólo, por su sacerdocio, de que ese acto sea benéfico y santificante y haciendo que su sacerdocio se establezca en su alma y en las almas. Él ha establecido el contacto con la divinidad a través de haber cristalizado su valor de ordenado, obra que todo Hijo alienta en su corazón.


Enseñanza 14: La Renuncia como Holocausto

Renunciar para lograr la propia felicidad a través de la liberación, desvinculado de la Humanidad a la que se pertenece, sólo sería una nueva forma de egoísmo.
Más importante que la solución de los propios problemas, de los propios males, es contribuir a la solución de los problemas y los males de los demás.
Por eso la experiencia de renuncia del Hijo debe reflejarse sobre el plano de la Humanidad y ello sólo puede hacerse en forma efectiva descendiendo entre las almas.
Descender “entre” es romper la separatividad por la renuncia.
Este descenso no consiste en transformarse en un vehículo portador de una solución salvadora, pues no sería más que un nuevo medio exterior a los hombres, un nuevo intermediario, sino en una total participación por medio de la identidad absoluta con el hombre a través del perfecto holocausto, que es la identificación total con la Humanidad.
Se comprende que no es posible vivir con una actitud volitiva fija en los problemas humanos, pero en cambio es necesario que la conciencia de los mismos, se traduzca en un estado de participación real y efectivo en sus resultados.
El holocausto es el dejar de ser para ser en todos. Es ser el hombre y no un hombre.
La participación resultante del holocausto del Hijo no es sólo una participación subjetiva, sino es una unificación con los problemas, ansias y desesperaciones del hombre. Es una participación integral, física, mental y espiritual.
El Hijo participa física y mentalmente por su trabajo, por la eliminación que hace de lo superfluo, por la restricción de sus necesidades, por el empleo eficiente de lo que dispone. La Economía Providencial que practica lo conduce a ello. El Hijo participa de todas las miserias de los hombres.
El Hijo participa espiritualmente al contribuir anímicamente a la redención de la Humanidad. En su alma se resumen todos los problemas de las almas.
La mística de la renuncia es en fin la que le hace sentir al Hijo el sufrimiento de la Humanidad, pero es su renuncia ascética la que le da el poder de participar en el sufrimiento. El Hijo permanece en el ambiente humano voluntariamente, después de haberlo superado.
Así el Hijo que ha ofrendado su propia vida en holocausto, por su participación integral, es corredentor de la Humanidad.


Enseñanza 15: El Sacerdocio Real

Cuando se llega a experimentar, como algunos logran en forma de extraordinaria plenitud extática, los goces del mundo material, tanto sensuales como intelectuales, surge la pregunta invariable e ineludible sobre el por qué de la renuncia.
Contestar a esa pregunta resulta casi humanamente imposible porque obliga a colocarse en una posición de trascendencia tal que escapa a las posibilidades comunes del hombre.
Sin embargo, su contestación tiene valor fundamental, absoluto, y constituye un anhelo irrenunciable de la Humanidad.
El hombre no puede engañarse en su intimidad de que por encima de su propio esfuerzo y criterio depende de algo a él inaccesible, trascendente a sus normales posibilidades de Aquello que ni sus sentidos ni su mente logran penetrar.
Pero hay naturalezas heroicas, no conformistas, que no desmayan ni abandonan su íntimo anhelo.
Ante el fracaso de sentidos y mente, intentan otro camino nuevo, distinto, diferente del que recorre la masa humana y al hacerlo se alejan de este camino común, desechándolo por inútil.
Este paso es el que se llama de renuncia, pues el que lo da se convierte en conquistador del Universo. Conduce por la ascética de la Renuncia y de la mística del corazón hacia la Eternidad, y conecta paulatinamente al ser con los aspectos y fuerzas trascendentales cósmicas.
Aunque este camino excepcional es magnífico, generalmente al ser sin egoencia lo ha llevado al peligro de aislarse y separarlo del ser del mundo y de la Humanidad, en cuyo medio debe subsistir inexorablemente.
El Sacerdocio Real es dado al Hijo por el poder transmisor de la Gran Corriente, en el instante que se hace apto para eso a través de la consumación de sus votos como holocausto perpetuo.
La liberación individual se tornaría estéril si no diera un fruto, que sólo se logra a través de la participación a la Gran Obra.
Por esa participación el alma liberada, o en vías de liberación, se mantiene unida al resto de la Humanidad.
Y ese nexo místico se realiza a través de los votos.
A través de ellos el ser asume una responsabilidad y adquiere una jerarquía íntima, que constituye la esencia del Sacerdocio.
Responsabilidad, desde el momento que el cumplimiento de los votos pronunciados esta enteramente en manos del que los pronunciara.
Jerarquía sacerdotal, porque a través de ellos, una vez pronunciados, se enlaza en forma permanente e indestructible a la voluntad divina, lazo que él espiritualmente, ya no puede deshacer.
Todo sincero anhelo de liberación espiritual debe y lleva inexorablemente en sí el deseo de sacerdocio, corona y privilegio de aquellos que se convierten en canal de Dios.
A través de ellos se hace audible al hombre la Voz Eterna.
Sus actos son mágicos porque traducen lo posible trascendente; sacramentales, porque reflejan la luz divina.
La bendición conecta a los seres con la Divinidad y su actuación es un verdadero acto cósmico.
Al cumplir estrictamente con sus votos se conectan con las fuerzas del universo y adquieren el poder de curar a los enfermos y aliviar a los necesitados.
Finalmente, y es ésta la posibilidad más excelsa del sacerdocio real, contesta individualmente la pregunta fundamental del alma, llevando a los seres el consuelo y alegría de la palabra divina.
Así, a través de un sacerdocio real el alma liberada cumple su ciclo de vivencia humana sobre la tierra.


Enseñanza 16: La Reversibilidad Divina

Cafh participa activamente en la formación del hombre futuro, modelando ya al mismo en su seno. La imagen del hombre futuro se concreta en la imagen del Hijo Ordenado, Sacerdote de Cafh.
El sacerdocio de Cafh es el verdadero camino ya que los Hijos perfectos son los prototipos del hombre futuro que darán testimonio de la divinidad sobre la tierra al haber alcanzado la seguridad, a través de un estado interior, de que sus almas han estado en Unión Substancial con la Divina Madre y aspira a la permanencia en ese estado.
Este estado de perfección característico del hombre futuro no puede ser humanamente preconcebido. La única forma de acercarse al mismo la logra el Sacerdote Ordenado en un estado de simplicidad a través de la renuncia, en la que el alma permanece en el molde perfecto que la Divina Madre le tiene reservado, rompiendo al mismo tiempo todos los moldes de perfección preconcebidos.
Los moldes de perfección ideados por el hombre son y serán siempre compuestos, mientras el Molde Divino es y será siempre simple.
La reversibilidad divina, perfecta, vuelve lo simple en compuesto y viceversa.
El Hijo puede dar el perfecto testimonio de la existencia divina en el alma al despojarse de todo lo compuesto. Ni la superación en el pensar, ni en el sentir, ni en la función tiempo para comprender dan esa extrema simplicidad que sólo proporciona la renuncia.
El Hijo, Sacerdote Ordenado, Sacerdote Real, alcanza este estado consciente de esta permanencia inmutable que revela al alma su pleno encuentro con la Divinidad, y se fija eternamente como testigo y da testimonio de la existencia divina a través de individual experiencia sacerdotal, simple y única.
El Sacerdote que simplifica su vida hasta alcanzar este estado interior llega a ser testigo de la realidad divina, testigo de la libertad divina en la tierra, conoce el Secreto de la Reversibilidad Divina: lo múltiple en el Uno y el Uno en lo múltiple.

ÍNDICE:

Enseñanza 1: La Renuncia y las Renuncias
Enseñanza 2: La Primera Renuncia
Enseñanza 3: La Presencia
Enseñanza 4: La Expansión
Enseñanza 5: La Participación
Enseñanza 6: La Participación Redentora
Enseñanza 7: La Renuncia a través de los Votos
Enseñanza 8: El Silencio de los Silencios
Enseñanza 9: Fidelidad de Fidelidades
Enseñanza 10: Jalones de Fidelidad
Enseñanza 11: La Obediencia Íntima
Enseñanza 12: La Reversibilidad
Enseñanza 13: La Renuncia Iniciática
Enseñanza 14: La Renuncia como Holocausto
Enseñanza 15: El Sacerdocio Real
Enseñanza 16: La Reversibilidad Divina

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