ÍNDICE:
Enseñanza 1: La Oración es Amor
Enseñanza 2: Idea Clara de la Oración
Enseñanza 3: Purificación Inicial
Enseñanza 4: La Escala del Cielo
Enseñanza 5: El Perfecto Holocausto
Enseñanza 6: El Libro Inmortal
Enseñanza 7: Vida Nueva
Enseñanza 8: Santificación del Trabajo
Enseñanza 9: La Divina Presencia
Enseñanza 10: La Hora Eterna
Enseñanza 11: La Pasión Redentora
Enseñanza 12: Santa Unión
Enseñanza 13: Soledad Interior
Enseñanza 14: La Muerte Mística
Enseñanza 15: La Enseñanza del Maestro
Enseñanza 16: Necesidad de Amar
Enseñanza 1: La Oración es Amor
Ninguna fuerza anímica, ningún sueño idealista, ninguna realización es posible sin el amor, sin poner en movimiento hacia su más alta culminación el sentimiento.
Nuestra misión fracasaría si únicamente tuviéramos una gran misión que cumplir, una gran idea que dar y no tuviéramos el sentimiento adecuado para hacerla vivir, fructificar, llegar a feliz término.
Una sola cosa debe coronar el alma llamada a la senda mística: el amor a la realización. Sin este amor no existiría nada. Las más bellas ideas morirían si el amor no las insuflara de vida. Las más bellas ideas mueren, al final, cuando no hay una llama constante que las mantenga y vivifique.
Las mismas comunidades místicas en donde el único ejercicio es el logro de la perfección para todos aquellos que han dejado el mundo, serían yermos desolados y vacíos si dentro de ellos no alentara la llama viva del amor.
Y este amor, esta culminación sublime del sentimiento, es posible únicamente por la aplicación constante del ser sobre el objeto amado, es decir, por la oración. Ella es el estímulo que canaliza y fundamenta las fuerzas emotivas del hombre hacia el ideal elegido.
¿Qué es lo primero que debe enseñar y de hecho enseña todo fundador religioso al grupo elegido para crear su iglesia, sino la oración? ¿Qué es lo primero que los grandes místicos de oriente y occidente enseñan en la primera reunión de un grupo de seres anhelosos de hallar la perfección, sino la oración?
Verdaderos milagros descubren los Directores Espirituales en el alma de los discípulos fieles, que con este solo ejercicio logran muchas veces transformar sus vidas.
Decía una sencilla mujer a su Director Espiritual: "Me gusta el camino espiritual, todo él, pero una cosa no comprendo: ¿Para qué sirve la meditación? ¿Sentarse aparte y hacer oración espiritual a qué puede llevar? ¿No es perder el tiempo?" A lo que respondía su Maestro: "Usted aún no lo comprende, pero insista; siga perdiendo el tiempo". Pasado algún tiempo, ese tiempo perdido tan divinamente, esa misma mujer afirmaba que todo ese caudal de amor que tenía en el corazón y que no hallaba salida en los seres humanos, lo había canalizado hacia la Divinidad por haber perseverado en la oración.
En una ocasión, un alma fue agraciada por una visión en la que veía como un maravilloso ser ascendía a una velocidad indescriptible por una escalera que subía desde la tierra al cielo, una tierra y un cielo de características sublimes. Interesado este ser en conocer la vida durante su permanencia en la tierra de esa maravillosa criatura, supo que había sido una humilde mujer y que su método había sido transformar todo lo que hacía, en llama de amor que volcaba a Dios, que iba hasta el seno del Altísimo, hasta el centro de sus anhelos, hasta aquella potencia que atraía el amor de esa mujer. La oración había sido el secreto de su rápido perfeccionamiento.
Enseñanza 2: Idea Clara de la Oración
El alma está viva, presente, en el fondo del ser. Pero está envuelta en muchos velos. Destruirlos es el gran trabajo que debe cumplir el Hijo.
El sentimiento de amor apoyado en una idea clara es indispensable para la recta oración que busca lograr estos objetivos.
No basta que en la meditación se digan palabras. Es preciso que se sientan esas palabras, que penetren, que sean tan fuertes como la vida misma, invencibles como la muerte.
El Hijo ha sido escogido para participar de una tarea en el mundo, cuya trascendencia posiblemente nunca le sea dado vislumbrar en toda su proyección. Pero, no obstante su falta de verdadera visión de la Gran Obra, es preciso que asigne a esta elección recaída en sí una importancia tal que promueva sus energías desconocidas, potencialmente depositadas en su fondo anímico y que ellas descubiertas y actualizadas por la oración den por resultado la eliminación de los velos del alma.
Recuerde el Hijo que le ha sido acordado el privilegio de ponerse en contacto con la divinidad; que es Dios mismo quien clama a los hombres para que se pongan en relación directa, libre, con Él. Y este derecho está confirmado en el Hijo por el hecho de haber logrado llegar a la senda vocacionalmente descubierta por él. Podrá fracasar en ciertos aspectos, pero el paso más importante ha sido dado. Ahora es preciso que esa fuerza fluya continuamente de él, que se afirme más y más en esa idea única de que lo que vale es lo divino y nada más. Que tenga una seguridad, una certeza tal, que le permita exclamar sin sombra de duda: “La Divina Madre mora en mi alma”.
La fuerza anímica redescubierta por la oración debe estar presente dentro del Hijo y haber una seguridad tan grande en su mente para que exprese integralmente esta idea: “Es así porque así es”.
No poder llegar a pensar nunca de que no se es eterno.
Para que los velos sean destruidos y barridos es indispensable que el alma se sienta indisolublemente unida a la divinidad.
El Hijo en su corazón de verdad sabe que es morada donde los factores humanos y divinos se funden entre sí.
Esa es la fórmula que luego transmitirá a las demás almas, la fórmula de la gran libertad, de la única libertad sin mácula.
Por carecer de esa fe total, las almas buscan el amuleto; si tuvieran esa seguridad toda sombra se disiparía y se recogería inmediatamente la luz, el aire y el sol divinos. Y ésa es la misión primordial del Hijo; ésa su misión característica.
Por eso es preciso que el alma pida ininterrumpidamente con su oración de amor descubrir el santuario donde su vocación reencuentre los valores divinos y humanos.
Así se salva el alma; en el intenso goce que da la oración de amor como resultado de un sentimiento puro sostenido en la sencilla, clara y única idea de su propia divinidad. Aprenda el Hijo de este modo a amar por la oración, para así enseñar el método maravilloso de orar a todos los demás hombres.
Sólo por la oración que lleva al amor puro, libre de toda pasión, sostenido por una clara idea, puede el Hijo alcanzar la verdadera y legítima felicidad, y será el timón más seguro para llegar a sumergirse en las aguas eternas de la divinidad.
Enseñanza 3: Purificación Inicial
El alma, cuando empieza el ejercicio de la meditación, a pesar de sus buenos deseos de adelanto espiritual, está obstaculizada por las continuas distracciones de la mente no acostumbrada a responder a los dictados interiores.
Cuando comprende que dentro de sí misma se agitan los mismos deseos e intereses que tienen los hombres del mundo, todo su ser clama:
“Bienamado Maestro que moras en mi corazón; me has llamado a esta senda espiritual únicamente por tu gran amor. ¡Pero qué oscuro es todavía el camino para mí! Soy Hijo tuyo, predestinado para la gran realización divina y, sin embargo, mi mente está ensombrecida por todas las imágenes del mundo, por todas las influencias del pasado”.
“Soy el Hijo defensor de los intereses materiales, dinero, puestos, apellido, nacionalidad, idioma, como todos; ¡en nada me distingo de los demás, Amado Maestro! Ésta es la verdad, Tú lo sabes”.
“Tú eres el Único que sabe la verdad. Tú, el Único que conoces bien lo miserable, lo pobre que soy, lo vulgar que soy entre los comunes de los hombres. ¿Cómo podría realizar Tu Obra? ¿Cómo podría de verdad infundir en las almas una Idea que no es la de este mundo?”
“¿Cómo de verdad podré insuflar en ellas el soplo frío y puro? Mi aliento está aún cálido de todas las pasiones, de todas las miserias de la Humanidad. Tú solo me puedes purificar, Tú solo limpiar mi mente, Tú solo santificar mi corazón”.
“Bendíceme ¡oh Maestro! para ser verdaderamente el portador de la Idea Madre sobre la tierra”.
Y una vez más el Maestro Divino hace escuchar al alma contrita las Santas Palabras:
“Debes sentir la Idea Madre que ha de proclamar la Humanidad como unión de todos los valores del mundo enderezados hacia la conquista del espíritu; trascender esos valores humanos para transformarlos en un reconocimiento divino”.
“Has de sentir que todos los cambios de la vida, las injusticias de los hombres, las miserias del mundo, los continuos cambios de las ideas, de los sentimientos, de las civilizaciones, son experiencias que llevan el alma a este divino reconocimiento”.
“La oración te hará participar de todos esos dolores y de todos esos cambios, haciéndote así comprender tus propios errores, tus propias faltas, tu propia ignorancia y llevándote por la oración y la resignación al mundo puro del espíritu”.
“Que al renunciar a los bienes materiales seas partícipe de acuñar esa nueva moneda universal que pueda ir a todos los hombres de la tierra, que pueda ser utilizada por todos los hombres”.
“Que al rechazar todo lo que es personal tengas la idea de esa gran familia universal, de esa gran Humanidad futura, de esos hombres alados que cruzarán la tierra y conquistarán el aire; y al mirar hacia atrás, hacia el pasado, digan: ¡Qué triste era la vida de nuestros antepasados, encerrados dentro de esos confines y de esas barreras!”
El alma siente fluir entonces una oleada de nueva vida que la eleva hacia nuevas conquistas divinas, inflamada de un celo santo que la impulsa a aceptar, para transformarla, toda la vida.
Esta es la hora del aborrecimiento del alma por todo lo que fue, por su pasado, por haber pertenecido tanto tiempo a la Dama Negra que le impedía elevarse sobre sus propias debilidades.
El aborrecimiento, a través de la oración, le hará vislumbrar un nuevo porvenir de comprensión, felicidad y amor entre los hombres.
Enseñanza 4: La Escala del Cielo
Cuando el alma persevera en la oración el Maestro ahuyenta las tinieblas de la ignorancia y la llena de santa felicidad.
El alma le pide que le descubra su presencia y después que su Imagen Divina se ha dibujado con claridad en su mente, brotan del corazón afectos y santos deseos. Propósitos y nuevas promesas sellan esta hora y, a veces, el alma sale como enajenada de allí y como si un soplo nuevo de vida la embargara.
¡Qué lejos están entonces los trabajos de los hombres y sus luchas sombrías!
El alma transportada por una inmensa aspiración de amor, suplica:
“Bienamado Maestro: comprendo que todo pasa y es ilusorio y que la Divinidad es la única realidad. Pero durante los trabajos del día, aún esta dicha tan grande es a veces obscurecida por la labor, las preocupaciones y el vaivén de la vida”.
“Intento caminar por el lodo procurando no manchar mis albas vestiduras, mas no siempre lo consigo; a veces mis horas son salpicadas. Empalidece Tu Imagen Divina y cuando recapacito, aturdido y espantado, ¡no te puedo encontrar!”
El Maestro, una vez más, le enseña al discípulo el misterio de la Divina Presencia, diciéndole:
“Aprende a estar siempre Conmigo mediante la oración. La oración es el arma segura que te hará vencer a todos los enemigos que quieran quitarte de mi lado. Un día sin oración es un día perdido”.
“No orando, las horas corren veloces y te encuentras al final del día hastiado y sin saber en qué has empleado tu tiempo”.
“Desde la mañana, desde el despertar, ora. Enseguida que tu mente, despejada de los velos del sueño recupera su conciencia vigílica, eleva tu pensamiento a Mí. Levántate rápido, ágil, para tener más tiempo de estar en Mi compañía”.
“Piensa que todo lo que hagas lo has de hacer para Mí y ofréceme de antemano tus trabajos, penas y alegrías”.
“Toda la noche he estado velando a tu lado y tengo ansias de que me ofrendes tu amor y tu caridad. Entra tan pronto que puedas en la cámara de nuestros secretos, al tabernáculo de la oración. Esta es la unión más íntima de tu alma Conmigo”.
“A veces te veo, alma mía, deseosa de esquivar el ejercicio de la oración, porque tu corazón está árido y seco. Pero cuando así sufres y penas es cuando estoy más cerca de tí. Te pido, te ruego, no dejes por nada la oración. No busques excusas ilusorias, no pongas dificultades que íntimamente sabes no son insalvables para hacer este ejercicio”.
“¿Por qué me llamas y me dejas esperando, oh alma, y no vienes a la hora prometida desde la Eternidad, en la cual tu alma me busca?"
“Pídele a la Divina Madre que te haga atento a este deber; que nada ni nadie sea tan importante en tu vida como para que lo dejes, como para que Me dejes. Entonces tu alma tocará, diariamente, continuamente, las tan ansiadas y maravillosas orillas del mar eterno donde mora la verdadera felicidad. Sea pues, la oración, tu escala celestial con la que alcances la Divinidad”.
El alma, enternecida, inundada de una nueva fuerza, comprende la Divina Enseñanza y espera, con fervor, la hora de la nueva cita.
El Hijo, desde el abismo y la desolación en los que habitualmente se encontraba sumergido, inicia su ascensión hacia las regiones inefables del gozo puro y místico, en cuyas fuentes, como niño convaleciente, se irá fortaleciendo para comenzar su nueva vida.
Enseñanza 5: El Perfecto Holocausto
El alma que quiere ser transformada en Dios y vivir la vida perfecta del Maestro Divino ha de sumergirse en la sangre de la pasión dolorosa; ha de sufrir intensamente para que su naturaleza humana sea redimida, la personalidad destruida, muerta y brille una súper individualidad en ella.
El alma ha de ser purificada por el sufrimiento.
El Maestro espera calladamente que el alma se decida a tomar el camino de la renuncia y del sacrificio; pero cuando ella ha roto el lazo que le impedía lanzarse a la experiencia del dolor, entonces la instruye divinamente.
Pero antes el discípulo, en su afán por mejorarse y encontrar el camino de la verdadera sabiduría, pregunta al Maestro:
“¡Mira en que mar de incertidumbre, angustia y sufrimiento he caído! ¡Mira en lo profundo de mi corazón cómo te deseo únicamente a Tí y cómo quiero seguirte! Pero, ¡que lentamente progreso! ¡Cada vez paso más largas temporadas sin tener el consuelo de sentirte cerca!”
“Yo creo que no hay padecimiento más grande que el estar lejos de Tí. ¿Es ésto, Maestro mío, estar sobre el monte Calvario?”
“Comprendo que el dolor es necesario, lo bendigo, porque me demuestra lo poco que he hecho en realidad. A pesar de todo, en esta noche de obscuridad, de pesantez de los sentidos, estando aparentemente lejos de Tí, te ofrezco mi corazón, mis pequeños sacrificios, mis pobres esfuerzos y todas las gotas de sangre que he vertido para purificarme. ¡Pero, no me abandones en esta cruenta noche!”
El Maestro, emergiendo de lo más recóndito del corazón del discípulo, le recompensa su santo holocausto instruyéndolo por la Divina Palabra:
“Admiro tus esfuerzos y te acompaño en tu dolor, como te lo he prometido. Has de saber que cuando no me veías estaba Yo oculto en tu propio corazón. Suda, alma mía, suda sangre. Todos los malos hábitos, todos tus bajos instintos salgan por tus poros en esas gotas de sangre. Suda sangre; echa de tí todo lo que ya no es tuyo, lo que quieres relegar al pasado y al olvido. Lucha solo, sufre solo; todos tus amigos te han abandonado y aquéllos que más amabas te traicionaron, porque no pueden comprender tu sendero de perfección”.
“Eres como un extraño entre los tuyos; estás en los labios de todos como un desertor porque no participas de sus mezquinas vidas. Te llevan de Herodes a Pilatos, entre ironías y maledicencias. Sufre por eso. Pero así aprendes a no murmurar, a no criticar, a no ver defectos en tu prójimo”.
“Deja que vea tus espaldas y que toque con mi mano los cardenales que por Mi amor han estampado los azotes sobre tu carne”.
“Todos tus enemigos internos vinieron en contra de tí, pues ya no les perteneces y tus aliados de ayer se han vengado martirizándote”.
“A veces te rebelas y quieres volver atrás para no sufrir tanto; pero más sufres después llorando tu debilidad y flaqueza”.
“Antes vivías como en un sueño, despreocupado, aturdido y sin pensar; pero ahora ¡cuántas preocupaciones tienes, cuántos problemas, cuántas incógnitas por aclarar! A veces esos pensamientos se clavan como espinas en tu cabeza, pero no quieres dejar de pensar. Gozas con ese dolor, pues ves que con el sufrimiento la mente se hace más flexible y comprensiva. Es que Yo me he quitado Mi corona de espinas y te la he donado a tí, la he impuesto como una corona real sobre tu cabeza. Con ella dominarás al mundo; no al mundo del poder transitorio, irreal, sino reinarás sobre la esencia de las cosas y de los seres”.
El alma intuye en esas palabras los grandes secretos que encierra el dolor y comprende su valor extraordinario para conseguir el adelanto espiritual.
Muchas almas cometen extravagancias y hacen exageradas penitencias; pero esos son falsos dolores. El dolor verdadero es aquél que viene estrechamente unido con la vida y es parte de la naturaleza del ser, pues el hombre fue hecho para perfeccionarse y para llegar a Dios por el camino de la prueba y del sufrimiento.
El dolor que hay que rechazar es el de la desesperación y el del odio, que corroe el corazón. Pero el dolor necesario para vencer e ir adelante en el dominio de sí mismo, ése es de un valor inestimable.
Cuando el alma ha comprendido el valor del dolor en su redención, ha matado el deseo, ha dado toda su sangre, purificada y redimida para el bien de los hombres, ha logrado, entonces, la muerte mística.
Cristo descansa, abandonado e inerte; ha dado toda Su sangre, todas las pasiones humanas han goteado por Sus llagas abiertas; una por una han sido vencidas y desterradas. Pero esta vida ya no le pertenece; en la relajación absoluta de la mente abre la puerta para la vida superior, la vida espiritual; entrega su cuerpo muerto en los brazos de la Madre Dolorosa.
Hora del desapego, de la muerte a todas las cosas, seres, amores, en que un camino, uno solo, amanece a los ojos recién abiertos divinamente a la vida eterna.
Enseñanza 6: El Libro Inmortal
La vida espiritual es comparable a un viaje, a un gran viaje que ha de terminar en la Ciudad Santa de Dios. Por eso es indispensable que el discípulo siga adelante y aprenda cómo hacerlo paciente y constantemente, sin darse vuelta jamás, sin desviarse del sendero y siguiendo siempre la ruta trazada.
El Maestro ha de ser su Divino Compañero. Si el alma es perseverante lo sentirá a su lado y oirá su divina voz que la reconforta continuamente.
El discípulo en su inquieta búsqueda pregunta al Maestro:
“En mi afán de mejoramiento busco intensamente en libros, revistas, conferencias y clases de sabios, todo lo que pueda ser de utilidad para mi vida espiritual. Pero todo ello no sirve nada más que para confundir y trabar mi mente”.
“Dime, Maestro ¿dónde estarán los libros que guarden los secretos del adelanto y del desenvolvimiento del ser? ¿Qué libro podría yo leer, y dónde encontrarlo, para poder adquirir más conocimiento y caminar más rápida y expeditivamente?”
“Busco y no encuentro. Las lecturas diversas, en lugar de dejarme satisfecho me dejan árido y cansado y no encuentro la voz autorizada que pueda decirme: “ésto es así; ésto es lo que tú necesitas”. Dime, oh Maestro Divino, cuáles son las lecturas que yo he de hacer y a qué ciencia he de dedicarme para encontrarte más. Porque a todo lo que aspiro es poder estar más cerca de Ti y ofrendarte un corazón puro y una mente limpia”.
El Maestro, dulcemente, contesta al apasionado discípulo:
“Lee libros saludables y escucha palabras de vida eterna”.
“Lee sobre las diferentes religiones y las diversas filosofías, pero no te hagas a ninguna de ellas; tú has de tener tu realización y filosofía propias, que son aquellas que has elegido desde un principio como fundamento de la vida espiritual; porque todo lo que lees y aprendes fuera del Principio que te fue dictado por Mí, es un corolario y no el centro de la vida espiritual”.
“Lee sobre vidas de grandes hombres y héroes, pero a nadie quieras imitar, porque a Mí sólo has elegido como único modelo, pues tú has de ser un modelo nuevo, un hombre absolutamente distinto, con características propias y exclusivas que brotan de la fuente de la verdadera vocación que es la espontaneidad”.
“Tengo preparado para tí en el Templo de la Divina Madre un libro escrito con letras de oro, para tí que eres fiel devoto y me escuchas”.
“¡Ansía ese único, ese sólo Libro, alma mía!”
El discípulo, aquietado, inclina la cabeza bajo la dulcísima paz que se ha desprendido de la excelsa y viva bendición de su Maestro.
El alma humana pasa rápidamente de una emoción a otra y, a través de este velo, nunca puede darse cuenta de la realidad. La imaginación fácilmente se asimila a lo que lee e interpone el velo de la falsa realidad; siempre el buen lector ha de ser como guardián que desde el faro va enfocando la luz atentamente sobre las aguas, para distinguir las embarcaciones de entre las sombras que las ocultan.
Así nace, día a día, un nuevo desapego en el alma del discípulo; aquél que le aleja más y más de los libros y conceptos temporales que también son variabilidad fascinante, acercándolo al Libro Eterno, el de toda la experiencia de la Divina Madre, en su Patria definitiva, única, celestial.
Enseñanza 7: Vida Nueva
No se puede iniciar el Camino de la Perfección si no se nace a nueva vida.
El pasado del discípulo y todo lo que queda atrás es un estorbo. Hayan sido buenas o malas sus acciones, debe olvidarlas. El pasado, de todos modos, queda unido al discípulo por la esencia del bien y del mal.
Por eso el alma amante, deseosa de perfección, pregunta a su Divino Maestro:
“Quisiera sumergirme en el total olvido de mi pasado, cerrar los ojos y abandonarme en el sueño purificador para poder reencontrar el camino de luz que he olvidado, pero que vislumbro”.
“Si la inocencia del niño debe llevarme a iniciar el verdadero camino y a encontrar el manantial del Eterno Amor, ¿puedo volver a hacerme niño?”
“Son muchos los velos y las tinieblas que me envuelven. ¿Puedes Tú, Maestro mío, indicarme entre la infinidad de caminos cuál puede ser el más seguro hacia el verdadero encuentro, hacia la conquista de los valores eternos?”
“¡Oh, cuánto ansío escuchar Tu voz! Será para mi el despertar a una nueva vida, hacia la comprensión sencilla, pero profunda de los tesoros del espíritu”.
“Sé Tú mi guía. Elige Tú mi camino y ayúdame como a los niños, paso a paso, a encontrar la luz del sublime amor”.
El Maestro, compasivo, eterno enamorado de las almas, hace oír Su mística Voz:
“Hazte niño, vuelve a ser pequeñuelo; si puedes, retorna al seno de tu madre”.
“Porque te doy una madre nueva, La Divina Madre, mi santa Madre. Ponte en estado prenatal en el seno virginal de Ella”.
“¿Recuerdas cuando al salir de la matriz divina, Ella te llevaba tiernamente en los brazos de la inocencia primera? ¿Recuerdas, antes que tú la abandonaras por el vago e incierto recuerdo de la antigua Eva?”
“Levántate por encima de tu pasado, vuela por sobre él, veloz y retrospectivamente hacia el manantial primero, hacia la fuente generatriz. Retornando allí, el pecador recupera la inocencia, quita los velos, cura los golpes, sana las heridas y vuelve a bautizarse en el alba del primer día, del primer rayo de luz”.
“He ahí el puerto seguro y tranquilo, sereno e inviolable: el seno virginal de la Eterna Madre”.
“Es como si nacieras purificado y sin pasado; es como si fueras uno Conmigo que soy Uno con Dios”.
“Es esa la purificación más gloriosa, el bautismo más sagrado, que hace al alma más blanca que la nieve y más transparente aún que los mismos rayos del naciente sol”.
“Aprende las oraciones y las cosas sencillas que son las que encierran en sí los misterios más grandes y más profundos. Aprende en la sencillez de la infancia a admirarte de todo, a verlo sin malicia y sólo con una atención expectante”.
Calla el Maestro y el discípulo queda sumido en profunda reflexión.
Oh, la sencillez es una virtud difícil para el alma. La oración que se pronuncia “Ave María, gratia plena”, no es fácil de comprender. La Divina Madre, si se llena de toda gracia, no admite que nada empañe su pureza celestial. Le es muy difícil al alma despojarse de todo y tirar sus hábitos a los pies del altar, para repetir junto con el Pobrecito de Asís, nada más que: “Padre nuestro, que estás en los cielos”.
Cuando se empieza el camino espiritual se quiebra el ánfora llena de néctar a los pies del Maestro; pero, casi siempre, se guarda la última gota para si mismo. A veces no es nada más que el granito de arroz que se guarda como recuerdo de la antigua vida; pero basta eso para impedir al alma hacerse verdaderamente semejante al niño, empezar su infancia espiritual.
Tal es la profundidad que como perla en el fondo del gran océano, esconde en sí la anhelada sencillez.
Esta desnudez total de todo, este morir místicamente para despertar resucitado a nueva vida, es lo que exige al Amante Perfecto de Dios, un desapego externo e interno de todo su ser. Desde su iniciación en la senda del espíritu debe ir habituándose a él para llegar un día al desasimiento purísimo en el que sólo sea habitado por Dios.
Enseñanza 8: Santificación del Trabajo
Dios, el gran trabajador universal, enseña diariamente al hombre la lección viva del trabajo por medio de la naturaleza; pero el hombre lo realiza con sudor, con sangre y cruentos sacrificios; le cuesta vencer los obstáculos en el cumplimiento de su deber.
El alma que sigue los pasos del Maestro Divino, más que nadie experimenta estos sufrimientos y por ello clama desde lo profundo de su corazón:
“En verdad, Maestro mío, el desaliento es tan grande en mí, que caigo rendido. Veo cómo el trabajo, transformado en un dios tirano, ha absorbido toda mi vitalidad. Se disiparon los sueños idealistas de mi juventud, las sanas aspiraciones y los anhelos más nobles”.
Yo decía al empezar: “¡Nunca trabajaré como los demás, tan metódicos, tan adocenados, tan venales; yo trabajaré de otro modo! Pero después esas fauces abiertas y terribles me devoraron, y la fuerza de la costumbre hizo de mí un esclavo del trabajo. No es que esto me importe; es el terrible método establecido el que me agota y amarga la vida, quitándome el recuerdo de la dulzura de las horas espirituales. Es que me siento responsable, en pequeña parte, del sufrimiento de la Humanidad; del hambre, la miseria, las guerras y todos los males que trae consigo la desordenada economía del mundo, sin poder hacer nada por remediarla, sumido como estoy en la rutina y el esfuerzo ciego del trabajo diario”.
A través de estas palabras, parece más densa la atmósfera de los lugares de trabajo, más ensordecedor el ruido de la maquinaria, más avasallador el peso de la rutina.
El Maestro, con divina serenidad, contesta a su amado discípulo:
“Efectivamente, desde que no te ata al trabajo exclusivamente el interés y la vanidad, te veo con tedio en el curso de tus obligaciones. Añoras los momentos felices que pasaste con las lecturas, la oración y el aislamiento, y eso Me alegra”.
“Pero Yo quiero que ese bien sea permanente, don de todos tus días; quiero verte dichoso también durante las horas del trabajo”.
“Si trabajas por trabajar, con amor, trabajas para Mí. ¿No me decías esta mañana: Soy todo tuyo; quiero dedicarme a Tí? Pues bien: Yo deseo que Me dediques tu trabajo. Desecha el tedio y el cansancio y piensa que Yo estoy a tu lado, trabajando contigo”.
“Bien conozco Yo lo angustioso que es estar sujeto, día tras día, a un horario fijo, a una labor rutinaria, a un estrecho panorama, en el medio ambiente húmedo y pesado, de fábricas y oficinas. Bien veo cuando estás agobiado y tu cabeza no responde a las necesidades de la acción y el cansancio paraliza tus manos. Veo el rostro duro o indiferente de los compañeros y la mirada vigilante y severa de los jefes”.
“Sea labor intelectual o manual la que realizas, las circunstancias actuales del trabajo la hacen más penosa que nunca. La competencia, la tiranía de las grandes maquinarias y las grandes fábricas, la escasez de los salarios, el encierro de la ciudad, todo gravita sobre aquél que trabaja”.
“Sin embargo, Mi deseo es que sigas con tu tarea. Tu lugar es éste; vive, por ahora, el presente y procura sacar de tu trabajo el mayor fruto posible. Encuentra felicidad en la labor que te ha sido encomendada y ve en las distintas fases del trabajo la utilidad que puedes prestar a la Humanidad. Es tu obra individual la que Yo quiero, que aún es absolutamente indispensable y que nadie podría hacer en tu lugar; con tu esfuerzo para mejorar y dignificar el trabajo, estás construyendo un mundo mejor para los obreros de mañana; tu labor no será vana”.
“Trabaja por trabajar. Si no puedes deshacerte de tu método de trabajo, ya por tus buenos deseos hay en ti un gesto de redención. Debes seguir allí, atado a tu cadena. ¿No ves que ese sufrimiento va transmutándose en una buena acción, que es expresión de lo que quieres hacer? Trabaja, sufre y ama; mira a través del rostro doliente de la Humanidad la expresión del monstruo que debe ser destruido”.
“Ya se vislumbra en el horizonte una luz nueva. El trabajo dejará de ser efecto de la rutina, cesará el afán del lucro y triunfarán aquellos que trabajen por trabajar. Tú serás como ellos y tu trabajo será admirable entonces”.
“Sigue trabajando, alma mía, hasta que haya terminado tu jornada. Santifica tu trabajo con el deseo de servir y hacer el bien a la Humanidad. A pesar de todo, con el trabajo el hombre quema sus escorias y, al gastar sus energías y su vida, conquista un atributo para la redención del mañana. Sufre, pues, espera y confía, Hijo mío”.
Lenta, dulce, melodiosamente la Voz del Maestro se disipa en la pura atmósfera de la que descendiera, en holocausto de amor, para hablar a su amado. Y éste siente, una vez más, cómo nuevas fuerzas brotan en su interior para conquistar, con su propia sangre salvadora, una luz de nueva felicidad para la dolorida Humanidad.
Este es el Estandarte redentor que en su hora del humano dolor elige el discípulo.
Enseñanza 9: La Divina Presencia
Aquél que una vez ha recibido la visita del Maestro Divino y ha escuchado su Voz nunca podrá olvidarla.
Continuamente desea estar en Su Presencia y platicar con Él, para comprenderlo y amarlo cada vez mejor. En la soledad interior de su nueva vida, el discípulo encuentra un tesoro tan preciado que teme perderlo a cada momento. Por eso quisiera estar siempre allí, en la celda del corazón, junto a la Divina Presencia escuchando la Voz del Maestro. Pero no siempre alcanza a oírla.
Es entonces cuando se entristece y clama:
“¿Donde estás Maestro mío y por qué te alejas de mi? ¿Por qué me dejas en este valle de lágrimas y miserias? ¿Cuándo podré romper estas ataduras mortales para estar siempre Contigo?
“Mi vida es muerte y el estar lejos de Tí el más grande de los tormentos y de los infiernos. ¿Por qué tengo yo que hacer cosas que no me interesan y que sólo sirven para apartarme de Tu lado?”
“¡Rompe las cadenas que me sujetan, desata los lazos, déjame levantar vuelo!”
Y entre la atmósfera húmeda y pesada de las habitaciones, de la oficina y de las calles se levanta una luz. Es Él, es el Maestro, que siempre y en todas partes responde al llamado de su alma amada:
“¡Cuánto me agrada que me recuerdes en las horas de tu trabajo y eleves tu alma a Mí! Esto es lo que siempre has de hacer; nunca dejes que un trabajo te absorba completamente. Eleva muchas veces tu pensamiento para que sea una oración breve como un rayo de sol que hiende las tinieblas. Vuelve así continuamente desde la tierra al cielo y deja luz por donde pases”.
“Yo también quisiera tenerte siempre conmigo, pero no es la hora. Ni pienses, tampoco, que la muerte te alcanzaría esa anhelada unión. La muerte física de nada valdría para unirnos; nos separaría otra más larga y dolorosa barrera. Cuando sea tu hora Yo mismo vendré a tí, te tomaré de las manos místicas para que mores junto a Mí, eternamente en el seno del Padre”.
“Sigue en tu trabajo; embellece ese lodo cuyo odio no debe tocarte. Refleja el bien que has captado; pero no olvides: vuelve muchas veces tu pensamiento a Mí”.
“Recuerda: Hay que saber sobrellevar valientemente las horas agradables y las horas pesadas. La oración, aún breve y únicamente hecha con palabras, siempre tiene un gran valor. Lo que importa es no dejar nunca de orar; siempre orar”.
“Cuando no puedas ponerte ante Mi Divina Presencia, no tengas temor ni te canses de llamar, suplicar, pedir y golpear en la Sagrada Puerta para que te sea abierta. Yo estoy detrás de esa puerta cerrada. A veces no abro para probarte pero siempre, siempre, después de las tinieblas y sequedades, habré de introducirte en el tabernáculo de mi Divino Corazón”.
Así el discípulo, reconfortado por la Enseñanza Eterna, entrega en su trabajo, para amasar su pan de cada día, junto a la humana y justa gota de sudor de su frente, la sublime bendición de su callado, silencioso y profundo mensaje de amor divino.
Divina elección que, con su sacrificio, transformará el corazón mortificado del Hijo en luminoso Estandarte de purísimo amor que guiará a los hombres que lo rodean, de modos diversos, hacia ideales de superación de vida, de salud, de belleza y comprensión íntima.
Enseñanza 10: La Hora Eterna
Cuando el Apóstol San Pablo dice: “Todos seremos transformados”, y Cristo dice a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”, enseñan que sobre la piedra de nuestro ser, tal cual es, con sus errores y su pasado, quiere Dios edificar su Templo.
Cuando el ser esté transformado, cuando la naturaleza superior barra los instintos, ese Templo será templo del Espíritu.
El alma a la cual son sugeridos estos hermosos pensamientos se enciende en entusiasmo. Hace precipitadas y fáciles promesas y le parece que la dulzura que experimenta es el fin del Sendero, cuando no es más que una pequeñísima prenda de la promesa divina de realización.
El alma, encantada, implora, suspira y canta. Ella dice:
“¡Condúceme, Señor, por este brillante sendero de luz; abre mis ojos para que vea Tu belleza y no la aparte jamás de mi vista! Cambia mi vida para que esté yo toda concentrada en la única vida que eres Tú, ¡oh Señor! ¡Que queme este cuerpo antiguo y terrenal, para vestir un traje de gloria!
“¡He cambiado tantas divisas! ¡Quiero mi divisa, mi flamante divisa hecha de castidad, renuncias y sacrificios! ¡Señor, por Tí quisiera sufrir yo todas las pruebas, todos los dolores, padecer mil muertes, pasar por miles de suplicios y conocer el martirio de todos tus servidores más fieles para ser digno de Tu amor!”
“¡Que arda la chispa de una vez! ¡Cuando ella esté ardiendo abarcará todo mi ser! ¡Señor, no me dejes ya! ¡Sin Tí no puedo estar, ni es vida la mía si no puedo poseerte! ¿No ves que tengo hambre y sed cada vez más creciente de Tí, oh Sumo Bien?
“Yo he empezado ya a buscarte; cuando la flecha ha sido lanzada, ya no se puede detener”.
“¡Habla, Señor! ¿Qué quieres que yo haga? ¿Qué quieres de mí? Dímelo, para que yo haga solamente Tu Voluntad”.
¡Pobre alma! ¡Cuánto pide y cuánto promete! ¡No sabe las duras espinas y las cortantes piedras que ha de encontrar en el Sendero!
En estos momentos el Maestro Divino, que la está mirando con suma ternura, se cubre los ojos con sus santas manos, horrorizado al ver el porvenir. Cuántos tumbos dará esa alma en su carrera; cuántas veces tendrá que levantarla, llagada; cuántas veces deberá curar sus heridas y disipar de su mente las nubes del desencanto y de la desesperación.
Entonces el Maestro habla, por boca de la soledad, en la meditación, al alma cansada de la fatuidad del mundo y deseosa de nueva vida:
“Para empezar, oh alma, no te eleves a grandes vuelos, ni prometas maravillas, ni aspires a superior santidad. Conténtate con vivir bien tu día y santificar tus pequeñas obras diarias. Sígueme con sumisión y sencillez, y cambia toda tu vida sin que nadie ni nada en lo exterior lo denote”.
“Sé exactamente lo que eras antes, pero que tu interior sea completamente cambiado. Comienza por verme a Mí en todas partes, durante todo el día y siempre. Véanme tus ojos en el rostro de todos los hombres y como un velo suspendido sobre todas las cosas. Veme en el rico y en el pobre, en el pequeño y en el anciano, en el santo y en el pecador, en la flor y en el cielo, en el día y en la noche, en el trabajo que te disgusta y en la fiesta que te alegra. Todo tiene algo de lindo y de hermoso si se lo mira con ojos serenos y sin pasión, si no sale de la soledad interior de nuestra secreta morada”.
“Después, cuando la compasión haya entrado en tí y te haga dulce y manso, sosegado y discreto, compasivo y prudente, cuando el dolor ajeno se haya hecho carne en tí, entonces Me verás".
“Únete con el dolor; únete al amor, únete al saber y a la acción y Me encontrarás; pero, otra vez te digo, mientras esto venga, simplifica cada vez más tu existencia y hazla cada vez más pequeña y humilde”.
“Nunca digas: “¡dame!”; tu palabra de orden sea siempre: “¡toma!” ¿Entiendes, Hijo mío?”
El alma queda serena y tranquila; a los arranques de entusiasmo sucede, en su corazón, una paz profunda; y entonces, cuando ha gustado de la soledad interior y ha oído la voz del Maestro, empieza su camino.
Todo es silencio a su alrededor. Y esta es, en su elección, la hora eterna.
Enseñanza 11: La Pasión Redentora
Antes de echar alas para volar, el discípulo debe arrancar de su corazón, completamente, la raíz del mal.
Es muerte, en verdad, ésta, dolorosa y grande. No muerte que quita el cuerpo, sino muerte que quita el mal, que levanta de la tierra, que aleja de las miserias, que liberta.
Cuando el alma empieza a amar de verdad tiene fuerzas para sufrir por su amor y hasta encuentra gusto en el padecimiento. Los primeros sacrificios son los que más cuestan; las primeras batallas, las más cruentas. Pero, poco a poco, se va haciendo fuerte y le saca provecho a los padecimientos; éstos se transforman, de enemigos temidos, en instructores que enseñan y dirigen.
El dolor que más cuesta vencer, el más grande, es el de verse privado de los consuelos espirituales; porque es sabido que el alma que adelanta ha de pasar por valles obscuros y noches sin estrellas; y la misma valerosa actitud de arrancar del corazón los malos hábitos, es la que priva de los consuelos divinos. El alma se queja de este gran dolor de la separación del Maestro, y le implora:
“Maestro amado, Tú que conoces los más difíciles senderos de todos los universos; Tú que eres misericordia, sabiduría, y comprensión, guíame. Mi alma está como fundida en las tinieblas y no encuentra gusto en nada; es como si todos mis sentidos hubieran dejado de existir, como si me los hubieran quitado y estuviera hueco, vaciado de todo amor, fe y consuelo”.
“Maestro, una noche que parece larga e interminable me acompaña. Nada en el mundo puede darme la luz. A tus brazos y guía me entrego. ¡No me desampares; no dejes que mi alma se pierda en la terrible desesperación y en el abandono del desaliento!”
“Confío en Tí, como un náufrago, en esta hora de horas, ¡Maestro mío!
El Maestro ante tanto fervor alienta tiernamente al alma enamorada de Dios:
“Permanece, oh alma, a los pies de la cruz, sobre el monte Calvario. ¿De qué te vale vivir en la grandeza de la sabiduría, si antes no has vencido a la enemiga que carcome tu naturaleza mortal? Mira que ésta es una fiera que sólo con la muerte se vence, y con la muerte de cruz”.
“Sé pasionista; ama el sufrimiento y vence al dolor sumergiéndote en él. Suda sangre Conmigo en el huerto de Getsemaní; acepta los azotes y la corona de espinas y conoce la mística agonía y la mística muerte; conoce el vacío sin límites y el frío intenso, inevitables, para cruzar el estado que separa el reino del dolor, del reino de la paz”.
“Los santos, todos, los verdaderos Hijos, pasaron por este sendero de abrojos y espinas, antes de llegar a la Puerta de la Liberación”.
“El dolor es lo más cierto y meritorio; todo lo demás es vano y fugaz”.
“¿Cómo podrás volar llevando una coraza o estando gravemente herido? No temas que te falten fuerzas para soportar el dolor. Yo no he de moverme de tu lado y conmigo Ella, mi Santa Madre, la Divina Madre de todos los dolores y de todas las aflicciones”.
“Aquí tengo conmigo la cruz y te la entregaré para que cargues con ella cuando cruces las pruebas solemnes de la mente y del espíritu y llegues, a través de la gran noche, a la comprensión absoluta del dolor. Sobre esta cruz tendrás que verter tu sangre y morir mística muerte”.
“Vierte, vierte tu sangre, alma mía; no son más que gotitas de sangre; algún día tendrás que dar toda tu sangre, uniéndola a la mía. Conoce desde ya el éxtasis rojo, el éxtasis de la donación completa. Derrama tu sangre por el bien de los hombres, junto a la sangre derramada por Mí. Cuando esta sangre, pura y libre de deseos, se una con la sangre de todos los hombres, ellos serán aliviados de sus males, serán redimidos. La sangre es la esencia de la vida, el alma del mundo y, cuando se derrama, impregna con su fuerza a toda la tierra”.
“No te canses de mirarme a Mí como el Dios-Hombre de los Dolores. Mira mi corazón que vierte sangre continuamente. Algún día, al mirarme, te sucederá como a muchos de los míos les ha sucedido; sentirás un intenso dolor en el corazón, como si éste se deshiciera, como si un dardo lo hubiera transverberado”.
“Hay martirios ocultos que son tan cruentos como los martirios corporales”.
“Después vivirás en el mundo sin pertenecer más a él; estarás como muerto; él no tendrá poder sobre tí. Ya que todavía no puedes estar conmigo en la gloria de la Eternidad, estaremos unidos en la tierra en el dolor voluntario y en la muerte mística”.
Una profunda humildad nace desde lo más hondo del alma del discípulo ante las sagradas palabras y la envuelven como divino velo para hacerla invisible a los enemigos.
Y es entonces que el ser bebe en la Eterna Fuente del Amor hasta saciar su inmensa sed que tanto tiempo le torturara en su gran peregrinaje humano.
Templo en donde brota el inextinguible manantial del consuelo divino para las almas que, sangrantes, llamaron a su Puerta en la hora suprema de su total entrega a Dios.
Enseñanza 12: Santa Unión
Para el alma que ansía la liberación los reclamos de la carne son motivos de gran dolor.
La naturaleza instintiva es dura de vencer y se opone como tenaz enemigo a los propósitos del Hijo.
Por eso éste invoca dolorido la ayuda del Maestro cuando ve flaquear su fuerza ante los embates de su naturaleza inferior, como el náufrago que gime por un puerto seguro y estable:
“¡Oh, Maestro mío. Tú que ves mis flaquezas, mi miseria, y todo lo pobre que soy, hazme recordar, cuando estoy ofuscado y perdido, mi voto; hazme recordar las promesas hechas en momentos trascendentales, de ser todo de la Divina Madre y no tener nada fuera de Ella!”.
“Cuando se aflojen y debiliten mis propósitos, Tú, Maestro misericordioso, hazme recordar otra vez la sagrada vocación; despiértame. No permitas que me aleje de la Madre”.
“Ella me ha elegido para encender en las almas el fuego divino y comunicar a los otros Su Amor; para ello, como soy indigno y estoy lleno de imperfecciones, necesito Tu Bendición y no olvidar que por sobre todas las cosas soy de la Madre”.
“Manda la muerte sobre mí antes que venga a menos mi vocación. Destruye este cuerpo antes que faltar a la misión solemne prometida”.
El Maestro ve el dolor del alma. Conoce sus esfuerzos y sus caídas. Pero también ve brillar en el corazón del Hijo la llama de la vocación y le responde:
“Sobre todas las cosas recuerda, Hijo mío, que la Divina Madre te ha elegido como Templo de su gracia y tiene su morada en el lugar más íntimo y más secreto de tu corazón”.
“Allí ha encendido el fuego sagrado que nadie podrá apagar jamás. Este fuego tienes que alimentarlo con tus sacrificios, ofrendas continuas, amor y disciplina exterior, con todo lo que constituye la vida espiritual”.
“Tienes que estar siempre, continuamente, en presencia de la Divina Madre y mantener con Ella místico consorcio si quieres preservar de verdad la llama sagrada, así como las antiguas vestales tenían permanentemente el fuego encendido en sus templos”.
En cuanto un pequeño movimiento pasional, un mal pensamiento empaña la pureza de tu intención, se apaga la llama; se llena de humo el sagrado altar de la Divina Madre, que está en tu corazón.
“Sobre todas las cosas, pues, permanece recogido en tu interior. Ella está allí continuamente, dispuesta a perdonar y a amar”.
“Has cruzado el círculo de fuego y encontrado a tu Amada que te ha dado todo su celeste corazón. Pero ten cuidado de que no venga un amor que no sea El Amor y te haga olvidar a la Santa Madre que está en la helada montaña”.
“¿Dónde permanecerás con más felicidad, riqueza, poder más grande, que a los pies de Ella, junto a Ella, en su tálamo de amor? Deja toda preocupación, atadura, y abandona todo en Sus manos. Ella solucionará todos tus problemas, todos tus males, todas tus preocupaciones”.
“La Divina Madre transformará tu vida. Lo único que quiere es que siempre estés ante su divina presencia, junto a Ella. Todo lo demás es añadidura mental, física, astral, como quieras llamarla, pero añadidura al fin”.
“Lo que jamás terminará, ni te hastiará y cada vez te hará intimar más y más con lo Eterno, es permanecer allí en adoración de amor”.
Las palabras del Maestro penetran profundamente en el alma del Hijo y avivan en su corazón el fuego sagrado. En ese corazón hecho para amar, en ese corazón que lo distingue de los seres vulgares.
Amar, ese es su destino; pero no con el amor instintivo sino el ideal, el que lo acerca a Dios, el que lo devuelve a su prístino elemento, a su verdadera finalidad.
Ése es el destino del ser, gota de agua vuelta al océano, haz de luz confundido con la luz solar.
El alma humana encuentra al alma divina; el amor humano encuentra su único fin: el divino Amor.
Enseñanza 13: Soledad Interior
Tener que vivir en el clima de la ciudad es fuente de continuo dolor para el alma anhelosa de paz y sosiego.
En esos instantes eleva su mirada al cielo, hacia el Divino Maestro, y le dice en doliente confesión:
“Sácame, Maestro Mío, de este torbellino en que vivo. El ruido del mundo me ensordece. Busco continuamente un lugar de paz, un instante de silencio y sólo encuentro el desorden en torno mío”.
“Llévame adonde pueda dedicarme todo a Tí, en el silencio y la oración. Ansío hallarme en soledad para poder volcar todo mi ser en Dios".
"Aquí, en el fárrago del mundo, todo es confusión. Desde que me levanto, en el trabajo, en el descanso, durante todo el día, todo es un permanente correr, un incesante vuelco hacia el exterior. Tengo que escuchar las conversaciones huecas de los hombres; soportar la marea de las pasiones; debo estar en todo momento alerta para no ser arrastrado por esa inercia y por los deseos que me envuelven”.
“¿No ves que mi alma se ahoga en esta tremenda densidad? Llévame a la soledad, al aire libre y a la atmósfera diáfana de la naturaleza no mancillada por el hombre. Allí podré adelantar en mi sendero. Lejos del ruido y voces de los hombres podré encontrar mi Camino; ¡ayúdame, amado Maestro; lo necesito tanto!
El Divino Maestro, que ha escuchado con amorosa comprensión este pedido del alma, responde:
“Comprendo tu dolor, alma mía y bendigo tus santas aspiraciones. Sé lo terrible que es vivir entre hombres enloquecidos por la ambición y juguetes del deseo. Pero sabe, Hijo mío, que también ahí puedes adelantar”.
“No escuches las voces engañosas que vienen de afuera; ven en pos de Mí, en retiro de tu corazón, hacia el conocimiento verdadero de tí mismo”.
“No pienses que si estuvieras en un yermo lejano, en un valle profundo, en un paraje solitario, podrías encontrarte a ti mismo, podrías saber tu vocación verdadera”.
“No solamente apartándote del mundo estarás Conmigo; también en tu conciencia tranquila, en tu mente sosegada, en tu alma desprendida, en tus sentidos sabiamente dominados, habito Yo: la perfecta soledad”.
“En tu casa, en tu trabajo, en el ruido de la ciudad y entre la confusión de los hombres Me puedes encontrar si Me buscas”.
“La soledad verdadera, oh alma, no la encontrarías huyendo de los hombres, ya te lo he dicho, sino en tu propio corazón. Lo que te ensordece no es el ruido del mundo, sino la ausencia de silencio en tu interior".
"Sumérgete en tu propio ser. Entonces, cuando estés en tu celda íntima, recogido en tí, oirás la Voz Divina y encontrarás la verdadera paz. Paz que llevarás contigo dondequiera que vayas y que se derramará sobre los hombres como bálsamo divino. Porque entonces no será la tranquilidad del silencio humano, sino la verdadera paz que da la plenitud en Dios".
"Busca, Hijo mío, no te canses de buscar en las aguas de tu corazón la Fuente del Silencio donde descubrirás el Verbo Eterno”.
Y el alma, que ha escuchado en profunda atención la voz de su Amado Divino, comienza a descubrir ese maravilloso manantial que fluye en lo más escondido e íntimo de su ser que habrá de conducirlo a la Eternidad misma.
Enseñanza 14: La Muerte Mística
Cuando el Divino Maestro envuelve el alma con su mirada de amor, ésta despierta de su letargo y abre los ojos deslumbrados por la mirada divina.
Mas, cuando el primer entusiasmo se aquieta y se estabiliza, descubre que aún está muy lejos del ideal soñado. Comprende que su propio enemigo es él mismo.
En esa hora amarga del reconocimiento dice a su celestial instructor:
“Maestro: sin darme cuenta, paulatinamente, a través de los regalos que Tú me dabas tan amorosamente, yo me fui acercando a Tu amor. Pero cuando vi que todos esos eran velos que me separaban de Tí, surgió en mí el deseo de conquistar por mí mismo lo que Tú me habías ofrecido”.
“Pero Maestro mío, mira mi dolor: Tú me ofreces la Eternidad; Tú me ofreces la victoria sobre la tierra misma, mas cuando yo quiero lanzarme a conquistarla, la sombra de la muerte se interpone entre Tú y yo”.
“Nunca como hasta ahora conocí este tremendo temor. Todo mi ser se aferra a la vida con fuerza inusitada”.
“Ayúdame a vencer este temor instintivo. Que pueda violentar mi naturaleza grosera preparándome, así, para la hora de las horas”.
“¡Ayúdame a vencer desde ya el miedo ancestral que me impide lograr la firme seguridad en mi victoria final!”
El Maestro, con dulce compasión, escucha este lamento del alma. Él conoce la fuerza tremenda del instinto de conservación de la carne en su morada transitoria. Sabe que este temor que siente el alma es el mismo miedo que asalta a todos los hombres y amarga con su dolorosa presencia toda la existencia.
Es entonces que sugiere al alma:
“Hijo, tú eres eterno. No caigas en el error de la ilusión. ¿Qué importa si tu cuerpo muere? ¿Qué importa, siendo Mío, si tu cuerpo vive o muere?”
“Lo único que debes lograr es el sentimiento de tu nada y el sentimiento de paz que te unirá más Conmigo. Cuando más te despojes de la ilusión de ser algo, más te sentirás unido a esta fuerza de plenitud que Yo Soy”.
“Entonces cada momento de tu vida valdrá por muchas vidas de los hombres del mundo y al ponerte en contacto con la vida de los demás y percibir en ellos la misma fuerza que está en ti, lograrás el gozo de la participación de la Vida Eterna”.
“Nada puede atraerte ya, ni la soledad, ni el silencio, ni el ruido del mundo, ni las pasiones. Ni los resultados de la oración te interesen, eres el que ha muerto”.
“Sumérgete, Hijo mío, en la nada. Ésa es la muerte que habrá de resucitarte en la Eternidad”.
Precioso instante en que, vacío de todo, el ser despierta en profundo arrobamiento en el seno de Aquélla que conoce el secreto, el número y la medida de todo el Universo.
Enseñanza 15: La Enseñanza del Maestro
El alma, cuando vislumbra la fuerza oculta que vive en ella, desde que pone los pies en su camino de interna realización, clama, gime, invocando la Mística Presencia:
“¡Maestro mío, Tú estás aquí, Tú eres y yo no soy! Sombra soy y nada más; Tú eres la luz y la vida real. Cuando me siento unido contigo la vida fluye en todo mi ser y cuando no, no tengo nada”.
“Haz, Maestro, que nunca se aparte de mí este concepto de mi divinidad, que nunca pierda yo ni por un solo instante la seguridad de que Tú vives en mi alma, de que estás unido conmigo, en divinos esponsorios".
"Dame esa fuerza porque la necesito para la salvación de las almas. Dame el don de la Enseñanza Divina".
"Dame, oh Maestro, la fuerza para que yo cumpla esta misión tan extraordinaria; soy Rey, Rey de almas; me has dado el reinado más maravilloso que se puede dar a un hombre sobre la tierra; amar a las almas y hacerse amar por ellas. Me has hecho Sacerdote de almas. ¡Oh, imposible decirte cuánto te lo agradezco!”
El Maestro que vio brillar en esta súplica del alma una chispa de la sabiduría divina, responde al anhelante ser:
“Hijo Mío, tú posees el verdadero saber. ¡Mira a los pobres hombres! ¡Una gota de agua perdida en el inmenso universo son! ¿Cómo podrán decir si el saber por ellos aprendido tiene algún valor? Están firmes en una creencia adquirida razonando y discurriendo con la mente, cuando otra idea más clara y luminosa la hace trizas. Les queda la desilusión y el desencanto de haber perdido lo que creían era real”.
“La Divina Sabiduría es aquella comprensión que nunca lo deja satisfecho al ser, que nunca le permite decir: “esto es lo que yo digo”, sino siempre le hace exclamar: esto es posible, pero, ¿qué está detrás de eso? ¿Qué vendrá mañana? ¿Y luego?”
"Sabiduría Divina da la inmensidad de no apegarse nunca a ningún concepto o idea, a lo aprendido, sino que siempre deja una puerta de escape para la posibilidad, para lo nuevo, para lo que puede venir, para lo que no se ha captado, para lo que puede dar mañana una nueva vibración que se establezca en el cerebro".
“Saber de clara intuición que lo filtra todo a través de la luz purísima de la belleza infinita. Saber luminoso que deshace todas las cosas complejas en simples, que vuelve los más complicados problemas en una simple expresión de mirada amorosa de la Eterna Divinidad, de la Suprema Sabiduría".
"Saber que no es patrimonio tuyo, pues tú ya no existes, entregado como estás en la Divina Voluntad. La Madre se expresa por medio tuyo, y es Ella la que inflama de amor las almas que, a Su inspiración, te escuchan”.
“Que los seres vean a través tuyo, como al sol por el límpido cristal, al Divino Mensajero. Llévales la palabra nueva que la Divina Madre insufló en tu mente. No guardes nada para tí. Bríndalo todo a las almas y enséñales la luz que brilla en la Cumbre del Monte”.
Las sagradas palabras llenan de fervor al corazón amante del alma fiel a su destino. Siente viva, como encendida llama, la presencia de Aquélla que mora en el granito de arena y en los universos indescubiertos. Y anhela, en su plenitud de amor y de comprensión, entregar a las otras almas el Mensaje del que ha sido depositaria.
Este fuego devorador que jamás se apagará ya en el corazón del ser que sepa llevar cumplidamente su destino hasta la misma cima, esta ansiedad que es sabiduría e inquietud del cielo, es la Eterna Enseñanza del Maestro que ya el alma lleva en sí para siempre.
Ya se levanta, de la milenaria tumba en la que yacía, Aquella que aguardó a su Perfecto Amante y esta resurrección de la Madre es al Hijo como una clara intuición que profetiza en su corazón la gran hora de la Mística Boda.
Enseñanza 16: Necesidad de Amar
Con la misma alegría del que inicia un viaje a tierras desconocidas, con la misma ansia inexplicable del que ama por atracción a lo ignoto, así, el meditante debe aguardar con expectante alegría la hora de su profundo viaje introspectivo, esperar el instante en que su plenitud transforma todo el día en un acto de continua meditación.
Mientras tanto, hasta que llegue ese día, la hora de su oración será la más ansiadamente esperada, la de su libertad única, la de su enseñanza incomparable.
En ella aprenderá a descubrir que tiene todo; que todo está dispuesto para enseñarle una ciencia que libro alguno puede ofrecerle. Allí oirá el Mensaje de la Divina Madre al Hijo, en profunda intimidad de amor.
Y cada día más esa devoción, esa intensidad de amor habrán de llevarlo a pronunciar menos palabras, a discurrir, a filosofar menos; a callar; a amar en silencio, en posesión de amor, hasta llegar el alma al Silencio Místico por amor, donde, como en las grandes horas humanas de la muerte y del dolor, ya no se hallan más palabras.
Y mientras el Hijo aprende a callar, ocultamente la Voz del Maestro hablará un nuevo idioma al alma. Idioma de intuición de amor que habrá de elevarlo más allá del tiempo y del espacio, donde sólo mora el espíritu eterno.
En ese estado, todos sus días serán de fiesta y transitará entre los hombres sencillamente, pero con vestigios de su Gran Viaje por el mar eterno.
Aprenderá a reconocer en todas las filosofías, religiones, libros y discursos las verdades que él mismo descubrió y oirá la enseñanza del Maestro por doquier.
Pero el Hijo debe volver al plano de la vida común.
Ya no será el mismo, aquél anterior a la gran experiencia interna. La visión de una nueva vida, la Enseñanza recibida de labios del Maestro Divino no han sido en vano.
La vivencia, el conocimiento profundamente interior, la experiencia eterna han transformado al Hijo.
Y nace entonces en el alma un nuevo fervor, una nueva ansia anteriormente desconocida, la necesidad de hacer partícipe a otros de su descubrimiento real del Dios vivo, de su encuentro con la Divinidad, a través de la oración.
Experiencia que lo ahoga por su magnitud e incita a transmitir su buena nueva a las almas que aún no han llegado a ese puerto de bienaventuranza que acaba de tocar.
ÍNDICE:
Enseñanza 1: La Oración es Amor
Enseñanza 2: Idea Clara de la Oración
Enseñanza 3: Purificación Inicial
Enseñanza 4: La Escala del Cielo
Enseñanza 5: El Perfecto Holocausto
Enseñanza 6: El Libro Inmortal
Enseñanza 7: Vida Nueva
Enseñanza 8: Santificación del Trabajo
Enseñanza 9: La Divina Presencia
Enseñanza 10: La Hora Eterna
Enseñanza 11: La Pasión Redentora
Enseñanza 12: Santa Unión
Enseñanza 13: Soledad Interior
Enseñanza 14: La Muerte Mística
Enseñanza 15: La Enseñanza del Maestro
Enseñanza 16: Necesidad de Amar |