ÍNDICE

Enseñanza 1: Vida Interior
Enseñanza 2: La Oración
Enseñanza 3: El Ejercicio de la Meditación en la Vida Espiritual
Enseñanza 4: La Meditación
Enseñanza 5: La Simple Oración
Enseñanza 6: La Meditación Discursiva
Enseñanza 7: La Meditación Pasiva
Enseñanza 8: Desviaciones Ascéticas
Enseñanza 9: Los Estados Sensibles Espirituales
Enseñanza 10: La Aridez
Enseñanza 11: La Idealización en la Meditación
Enseñanza 12: Amar en Silencio
Enseñanza 13: La Imaginación Creadora
Enseñanza 14: Ascética de la Vida
Enseñanza 15: La Renuncia en el Mundo
Enseñanza 16: La Idea de la Renuncia


Enseñanza 1: Vida Interior

Muchas veces se oye decir que hay que volver a la vida interior. Pero ¿qué es vida interior en realidad? ¿por qué hay que volver?
También se explica que el mal del hombre consiste en un vuelco continuo hacia lo exterior, que si buscase en lo interior hallará la solución de todos sus problemas. ¿En que consiste esa búsqueda, y como realizarla?
Son muchas las almas ansiosas de vida interior; pero no saben qué hacer para alcanzarla y cuando miran hacia adentro, se encuentran desconcertadas y a oscuras.
Todos pueden llegar a la plenitud de la vida interior, pero hay almas y almas, estados y estados.
Algunos creen que la vida interior es pensar mucho, investigar sus problemas, volver continuamente sobre sí. Otros buscan la vida interior con un esfuerzo concentrado de la voluntad en la realización de sus propósitos. Es bueno pensar y meditar sobre las necesidades del alma, pero eso no es vida interior. Si vida interior no significa pensar o autoanalizarse, podría creerse que es la práctica continua de ejercicios de meditación u oración. Estos son actos del ser que ayudan, pero que no son vida interior.
Vida interior es una actitud vital, total, del individuo.
Vida interior es, principalmente, invertir el movimiento habitual del alma, no una acción dirigida hacia adentro, sino una elevación de los valores espirituales por sobre los valores humanos. Al hablar aquí de valorización de lo espiritual no se la entiende como una actitud mental, sino como un nuevo sentido dado a la existencia al ubicarla dentro de sus términos trascendentes.
Esto hace que se desplacen naturalmente los centros naturales de intereses hacia un objetivo único y divino y que las fuerzas del alma dejen de dispersarse en gastos inútiles para concentrarse en una acción única espiritual.
La vida interior no es entonces solamente un movimiento activo del alma, sino una disposición espiritual habitual que transforma los actos inconexos y desordenados del hombre en verdadera vida, en vida espiritual.
Cuando se dice que es necesario “volver” a la vida interior, causa la impresión de que ésta es un bien que se poseyó un día y que ya no es de uno. Si se dice que hay que volver es porque siempre hay en el alma un saber oscuro e indefinido de tener en sí, desde siempre, el bien que busca con tanto dolor, y que le dará la felicidad. Es como una conciencia profunda de ser, un saber que toda conquista sólo será un redescubrimiento. En ese saber está la seguridad infusa e inquebrantable de que se llegará al fin, que se cumplirá el destino eterno.
Para que la vida interior sea posible no es suficiente la fe en la vida espiritual o aceptar el pensamiento de que los valores humanos son vanos y pasajeros.
Indudablemente, una fe amplia aumenta las posibilidades del hombre; pero una cosa es el pensamiento aceptado por la gente y otra muy distinta la realidad viva del alma. La vida puede estar regida por tendencias completamente opuestas a las ideas que se cree tener. La tragedia del hombre consiste en que él es algo muy distinto de lo que cree ser y sus pensamientos e ideas están continuamente desvirtuados por sus actos y tendencias. Por eso el principal esfuerzo en la vida espiritual consiste en lograr una unidad entre mente y mente y entre mente y corazón.
No es entonces la perfección de la vida interior una concentración activa; en cambio consiste en una expansión anímica, en un acto simple del espíritu.
Vida interior es autoconciencia progresiva y expansiva. Es el nuevo mundo que el hombre tiene que descubrir y conquistar. Para eso es necesario que conozca los medios de que dispone para lograrlo.
Primero hay que saber qué es lo bueno; después hay que vivir de acuerdo a eso para transformarse al fin en el bien mismo.
Vivir centrado en sí, no fuera de sí o dentro de sí. El pensamiento que se vuelca personalmente sobre sí, aleja al ser de su centro divino. Sólo la Renuncia fija al alma en la vida interior pura y simple.
Cuando sólo lo espiritual cuenta, lo humano se ubica y la vida ilusoria se hace vida, vida interior.
Sólo la vida interior da la experiencia de la Enseñanza y los misterios divinos.
Todos los problemas pierden importancia para quedar vivos sólo los problemas fundamentales.
Desde un punto de vista místico, el grado de vida interior está dado por la profundidad del recogimiento adquirido o, también, por la claridad habitual del control y autoconciencia.

Enseñanza 2: La Oración

La oración es un medio ascético místico excelente de la vida espiritual, pero, al mismo tiempo, es la plenitud de la vida interior al transformarse en vida divina por el contacto permanente con la Divina Madre.
La oración es vida; por eso no se comprende fácilmente. Toda comprensión humana es sólo una comprensión y no puede abarcar la amplitud de los estados interiores ni las fuerzas vivas que se ponen en juego en la ascética mística de la vida espiritual.
Sin embargo, es necesario tener un conocimiento claro de la técnica y de los estados de oración por los que pasan las almas y comprender la necesidad de la oración como medio ascético para la realización divina.
La oración es la vida sobrenatural del alma, y en este sentido no se puede decir que es necesaria. Es; pero humanamente es necesaria como medio para alcanzar esa vida sobrenatural.
La presencia eterna en el alma de su vocación divina es un estado latente de oración interior. Pero a los fines prácticos, se considera a la oración como los intentos conscientes del ser para actualizar en sí esa presencia divina. Estos ejercicios de oraciones producen un efecto directo en el alma, son como pequeños impactos consecutivos que la van transformando continuamente. Al mismo tiempo originan reacciones y estados interiores que forman un sedimento de fuerza espiritual en el interior del ser.
Independientemente de los ejercicios de oración hay un modo particular de ser del alma que se puede llamar estado de oración. Es un acto simple, independiente del tiempo y la acción, que fija al ser estáticamente en un punto singular interior, como centro fijo de su existencia. Este estado se logra por la ofrenda permanente del alma a través de la Renuncia.
Los ejercicios por sí mismos, aún cuando pueden alcanzar conquistas notables en el campo de las posibilidades mentales y sobrenaturales, no bastan para introducir al alma en el misterio de los estados divinos. La vida interior espiritual no se logra sólo con una ascética de oración, sino con una ascética de Renuncia. Sólo la Renuncia transforma los actos de oración en estado permanente.
La oración produce en el alma efectos contingentes y efectos permanentes.
La oración conduce paulatinamente a una adecuación física, mental, astral y psíquica, a estados sucesivos cada vez más elevados, purifica los afectos y el mecanismo mental, ubica los valores intelectuales, racionales y emocionales, simplifica paulatinamente el complejo anímico, trae a la conciencia los procesos oscuros subconcientes brinda la riqueza de la experiencia ancestral recogida por el inconciente de la raza, produce una capacidad de vivir estados supraconcientes, afina la sensibilidad anímica y eleva paulatinamente a un estado divino, a la unión con la Divina Madre.
La oración sincroniza los valores intrínsecos y extrínsecos, sobrenaturales y naturales, haciendo del ser un todo armónico e integral.
La oración deja en el alma un sentir permanente de paz y seguridad, una conciencia de ser, de estar en el camino y de saber que se llega a su fin.
La oración da luz al alma; le hace ser conciente de su verdadera vocación y de su destino divino y crea el potencial de fuerza humana y sobrenatural que necesita.
La oración da un conocimiento directo de las verdades divinas, presentándolas al alma sin necesidad del mecanismo intelectual de comprensión.
La oración da el don de saber y el don de enseñar, el don de penetrar en el misterio divino y en las profundidades insondables del corazón humano.
La oración da paciencia infinita y una comprensión sobrenatural de los problemas del hombre y en ella reside el secreto de poder vivir una vida divina en un mundo cada vez más oscurecido por el dolor, la pasión de la ignorancia y la separatividad.

Enseñanza 3: El Ejercicio de la Meditación en la Vida Espiritual

Los diversos ejercicios de meditación que se enseñan en la ascética de la vida espiritual adquieren o pierden importancia según la ubicación del Hijo ante esa vida espiritual.
El Hijo medita regular y metódicamente.
Esta continuidad dentro de una vida consagrada a la realización de la Renuncia produce necesariamente la unión mística del alma con la Divina Madre, en cualquier lugar en que el Hijo se halle y cualquiera sea la obra que tenga que cumplir.
Esta unión se produce a través de estados sucesivos cada vez más simples. Por eso el alma naturalmente simplifica poco a poco sus métodos de oración hasta que ellos se limitan a estados contemplativos similares entre sí, aunque diversos en sus matices.
Indudablemente la oración por sí sola no da la realización, pero ningún camino, aún el más activo, puede llevar a la Unión Sustancial sin estar acompañado de estados místicos contemplativos.
La mente racional disocia la actividad de la contemplación interior porque sólo sabe actuar en un solo sentido, pero el alma realizada no pierde su contacto con Dios aún en medio de la más febril actividad.
No puede hacerse distinción entre vida en el mundo y vida apartada del mundo, ni tampoco hay dos tipos de oración, una para cada estado de vida. Simplemente hay diversos modos de sentir la Renuncia y la necesidad de ofrenda interior. El escollo no está en las mayores o menores dificultades que ofrecen uno y otro sistema de vida, sino en la pobreza espiritual de las almas.
Esté donde esté y hágase lo que se haga, lo que falta es querer Renunciar y hacerlo.
Según un autor contemporáneo el hombre normal es aquel que ha realizado a Dios. Los que no lo han logrado padecen algún desequilibrio que les impide la experiencia integral de la realidad, y así su visión de las cosas y de la vida está distorsionada.
Se puede decir entonces que no hay mayor o menor inclinación a la vida mística, sino mayor o menor intensidad de vida real, de experiencia total de la verdad y de su necesidad.
Detrás de las inclinaciones humanas extremas siempre hay un factor interno de desequilibrio que las desencadenan y se puede afirmar que la casi totalidad de los seres sufren una tendencia a inclinarse hacia algún extremo definido de vida y acción.
La realización Divina no es fruto de una tendencia extrema al misticismo; si así fuera seria un falso misticismo.
La Unión Sustancial es equilibrio perfecto, ubicación contingente y trascendente; ubicación integral y acción integral.
Son pocas las almas expertas en los caminos de la oración interior y de la meditación, porque son pocas las que sienten profundamente su vocación de Renuncia y la realizan, pero son ellas las que marcan el camino y enseñan a realizarlo.
Este aprendizaje es difícil porque exige mucho más que una adhesión interior y una práctica. Además es necesaria una actitud mental libre.
Cuando uno considera que ya sabe una cosa, cierra toda posibilidad a nuevas experiencias. Sólo cuando uno sabe y acepta que su experiencia no es total o definitiva, tiene campo libre para infinitas experiencias sucesivas. Pero esto debe ser más que una comprensión; es una integración a la experiencia en su carácter de no totalidad.

Enseñanza 4: La Meditación

En principio se debe aclarar qué se entiende por meditación, por ejercicios de meditación, por oración, plegaria y ruegos.
El ejercicio de meditación no es un ruego o pedido para uno mismo u otra persona; es un ejercicio de la mente. Una cosa es rogar y otra meditar.
La meditación es un estado o modo de ser del alma.
La meditación es la estabilidad dentro de un estado de conciencia, en contraposición a la variabilidad habitual.
El ejercicio de la meditación es el medio que tiende a lograr este estado, hacerlo cada vez más permanente y por la simplificación gradual, alcanzar el estado simple.
Las oraciones son un modo particular del ejercicio de la meditación.
El hombre es un compuesto de emociones, pensamientos, ideas, sensaciones.
Es necesario contar con ejercicios variados que actúen eficazmente sobre todos sus aspectos para lograr un fin único, preciso e integral.
Las oraciones, los ruegos, las oraciones vocalizadas, la meditación discursiva y afectiva actúan en el plano emocional.
La meditación afectiva actúa además, sobre el plano comprensivo e ideativo, a través de la fuerza del sentimiento. No crea ni descubre; trabaja.
El ejercicio, dentro del ejercicio, no puede resolver un problema vital. La vida se resuelve en la vida; un problema mental o emotivo es sólo el reflejo de un problema. El ejercicio sólo conduce al punto que desencadena una definición vital. Un esquema mental no es una solución, es un esquema.
El hombre que no ha resuelto su problema fundamental tiene problemas; el hombre que ha resuelto su vida tiene tareas.
La confusión entre lo que es un ejercicio y lo que es un estado místico, produce desorientación en la práctica del ejercicio de meditación.
El ejercicio desencadena fuerzas sensibles que volcadas sobre el ideal elegido dan la sensación de una mayor unión con Dios. El acto mismo de ponerse interiormente a presencia de la Divina Madre es ya un estado parcial de unión. Pero, como el ejercicio de meditación es también un ejercicio místico, se confunden las dificultades propias del ejercicio con problemas interiores que no tienen relación alguna con el ejercicio de la meditación.
Por supuesto, los estados sensibles producidos en el ejercicio no son nunca verdadera mística, pero en la gran mayoría de los casos son los instantes cumbres de la vida de las almas y éstas los toman como guías indicadoras de su adelanto y nivel espiritual.
La verdadera meditación no se interrumpe nunca, como la vida, lo que tendría que ser vida espiritual. Pero se confunde la meditación con el ejercicio, y éste sí se interrumpe forzosamente. Se tienen así dos estados de conciencia distintos y opuestos: el primero, dentro del círculo del ejercicio de meditación, podría llamárselo de conciencia del alma; el segundo, cuando termina el ejercicio y comienza la vida común diaria.
Estos círculos chocan y luchan entre sí.
El poder de la Gran Corriente mantiene viva esa lucha interior. El Hijo no lucha contra factores exteriores, sino contra sí mismo. Esta es la virtud de Cafh: desencadenar el conflicto interior, al que los Hijos llaman vida espiritual, lucha, esfuerzo, realización; es una transmutación de fuerzas. El cambio da la sensación de logro.
Los ejercicios que se enseñan, particularmente el ejercicio de meditación, mantiene viva y fecunda esa lucha.
La técnica del Hijo consiste en conocer y crear por sí mismo los estímulos conscientes e inconscientes, que sostienen y aceleran el ritmo de su vida espiritual.

Enseñanza 5: La Simple Oración

A pesar de las buenas intenciones, a pesar de los aparentes esfuerzos, algunas almas se quejan de no poder realizar su vida espiritual. En todas partes encuentran dificultades y obstáculos. Todo se transforma en justificaciones que explican su estancamiento. Por eso dicen a menudo que en el mundo hay muchos escollos para realizar la pura vida espiritual, que si bien la Renuncia puede ser alcanzada por todos los Hijos, todas son dificultades para aquel que debe vivir en el valle.
Esto no tiene sentido en realidad, porque el alma que hace vida interior y ora no puede tener dificultades esté donde esté, haga lo que haga, sea quien sea; eso sí, sucede muchísimas veces que el Hijo por una infinidad de causas, se deja atrapar por las necesidades de la vida, por la excesiva preocupación de sus problemas materiales y eso aleja de la contemplación y de las cosas divinas; entonces surge un cúmulo de dificultades.
Es imposible estar en paz consigo mismo si primero no están definidos los valores interiores; no puede encontrarse nunca aquello que se posterga o se relega y la vocación espiritual jamás deberá ser desplazada por otros intereses o intenciones.
Todo se hará difícil mientras esta vocación se haga jugar dentro de los pares de opuestos de una cosa o la otra, un deseo y otro, una necesidad u otra. Esto revelaría una gran inestabilidad interior, verdadero origen de todos los otros conflictos u obstáculos.
La vocación espiritual es el único valor real del ser y por lo mismo no puede ser un imposible o exclusivo para muy pocos. Pero su realización está reservada sólo a aquellos que saben vivirla como su único real valor.
Sólo la definición clara y definitiva de lo que se busca en la vida, permite al Hijo recorrer sin tropiezos su sendero de liberación interior.
Como práctica, el mejor modo para permanecer centrado en la Idea Única y trascender todas las dificultades interiores y exteriores es la oración de simplicidad.
Es hacerlo todo con la intención preestablecida por la vida de ofrenda, es una fe en el éxito y el buen resultado de su misión espiritual, aún si así no fuera aparentemente, y es un estado de humildad profunda y habitual, frente a todos los actos que se van a realizar en la vida.

Enseñanza 6: La Meditación Discursiva

Para que la meditación discursiva tenga efecto ha de estar basada sobre la fe.
Se podría preguntar si las otras meditaciones, afectiva y sensitiva, no han de estar igualmente basadas sobre la fe. Estas últimas si se toman estrictamente como mecanismo mental-afectivo puesto en acción, no requieren una fe particular del individuo. La meditación discursiva, en cambio, es un coloquio libre del alma con la Divina Madre y sólo la fe puede darle un sentido divino.
Indudablemente, todo ejercicio de meditación es un ejercicio místico, como esfuerzo del alma para alcanzar la unión con Dios, pero al mismo tiempo tiene un mecanismo psicológico perfectamente adecuado al fin que se persigue.
En la invocación el alma apela a sus mejores sentimientos y trata de mover estratos profundos hasta entonces ignorados. Aunque llama a la Divinidad que imagina fuera de él, en realidad está buscando la esencia divina que mora en la vastedad de su conciencia aún desconocida.
La invocación es como una tensión cada vez mayor de las potencias del alma hasta llegar a su límite natural y quedarse allí, inmóvil, sobre el umbral del gran misterio.
El silencio no consiste solamente en quedarse en actitud receptiva, a la espera de una respuesta. Es un ejercicio que acostumbra poco a poco a mantenerse cada vez más tiempo en una vibración distinta, superior al estado de conciencia habitual sin necesidad de movimientos volitivos determinados para lograrlo, como sucede en la invocación.
La invocación es como una flecha lanzada hacia el desconocido interior del alma e inevitablemente hay una respuesta. La respuesta inmediata, si bien tiene su importancia, no la tiene tanta como el movimiento interior que provoca a través de los estímulos repetidos.
El silencio tiene un valor místico muy grande; pone al alma frente a la Divina Madre por un acto puro de fe y amor, completamente libre de imágenes y preconceptos que son un obstáculo cuando se busca un contacto totalmente espiritual con Ella. Como al mismo tiempo el intelecto no actúa, se adquiere una actitud negativa extraordinariamente favorable para llegar en forma rápida a un estado sobrenatural.
Cuando hay una predisposición particular a la oración, el período de silencio puede constituirse en un ejercicio parecido al explicado en la meditación sobre la Resurrección de Hes. Pero en este caso no hay que buscar una sensación determinada, porque se sale del ejercicio discursivo, sino hay que quedarse allí, inmóvil, suspendido sobre el vacío divino, presintiendo cada vez más íntimamente la presencia de la Divina Madre.
Hay una diferencia de matiz; en la Resurrección de Hes, ese presentimiento está en cierta forma orientado hacia la obtención de un estado determinado, el arrobamiento; en este caso, para limitarse a los fines del ejercicio, no hay que orientarlo en sentido alguno, sino quedarse inmóvil y a oscuras frente a lo desconocido.
Esto es a lo que puede conducir el período de silencio, pero estrictamente considerado el ejercicio consiste en quedarse allí, procurando no pensar, no imaginar, no moverse, estar.
Cuando en la meditación se logra una verdadera elevación del alma, no es la mente común la que responde. Por poco elevado que sea el estado conseguido, es otro estado de conciencia más espiritual y responde a la parte mejor del ser.
Aunque se digan siempre las mismas cosas, se repitan los mismos consejos, esto en lugar de perjudicar al ejercicio, lo hace más valioso.
Un propósito distinto todos los días no puede llevar nunca a una verdadera conquista interior; pero una intención persistente, siempre idéntica, carga con fuerza a la voluntad, aunque sólo sea con la fuerza magnética sugestiva de la palabra repetida.
La verdadera respuesta no está en este ejercicio. No puede la meditación ser sólo la respuesta a una pregunta; a un estado responde otro estado.
La meditación discursiva, como ejercicio, primero se reduce a una serie de consideraciones sucesivas. Se aprende a analizar y a analizarse, a reflexionar y a hacer de la reflexión un conocimiento objetivo, en vez de reaccionar personalmente.
Luego se proyecta una imagen del mundo o de sí mismo para conocerla, ubicarla y cargarla de la energía que la fortalezca o sublime.
La consideración habitual de los problemas personales y humanos, familiariza íntimamente con los más fundamentales: el devenir, la muerte, la ilusión.
Pero es necesario no desfigurar la realidad para conocerla y conocerse a sí mismo. Recién entonces la meditación discursiva puede hacerse interior.
• Primero es discurrir.
• Luego es conocer.
• Luego es un buscar.
Hasta transformarse en un recogimiento profundo, en donde el período de silencio es el paréntesis entre el estado objetivo y el subjetivo, el activo y el pasivo.

Enseñanza 7: La Meditación Pasiva

El ejercicio de meditación es siempre activo; la pasividad depende de la actitud y posición del alma respecto del ejercicio.
Se llama pasivo al ejercicio cuando es más lento y produce estados más simples.
La meditación, al hacerse más lenta, acostumbra al alma a no fijarse en el concepto puramente inteligible de la idea sino en la fuerza de la idea y al evitar los movimientos numerosos de la mente y el corazón, lleva paulatinamente a una oración cada vez más simple, a un estado meditativo.
La meditación pasiva introduce naturalmente en la meditación de simplicidad y de quietud, conduce luego hacia la meditación subjetiva y la contemplación y a ciertos estados de participación subconsciente.
La meditación activa es un movimiento de dentro hacia fuera, realizado simultáneamente en dos aspectos: primero como ejercicio, al trasladar el pensamiento-sentimiento hacia conceptos e imágenes que lo configuran y determinan; segundo, al provocar movimientos mentales y emotivos que son siempre exteriorizaciones del ser y exteriores a él.
La meditación pasiva es un movimiento de afuera hacia adentro. Toma el símbolo representativo exterior (palabra-idea, movimiento anímico) como apoyo para una búsqueda interior y utiliza un ejercicio activo como medio.
La meditación activa es una expresión de un estado mental.
La meditación pasiva es un esfuerzo para llegar a un estado de conciencia profundo, partiendo de la simbología natural del lenguaje y la representación convencional del sentimiento y el pensamiento.
La dificultad que se encuentra en la meditación pasiva consiste en que como es exteriormente un ejercicio activo, se la busca sólo a través de la lentitud que la caracteriza. Pero la lentitud es un efecto y no el motivo de la meditación pasiva. Las malas interpretaciones ocurren porque cualquiera sea el tipo de movimiento interior o de estado que se quiera expresar, siempre se lo hace a través del lenguaje que es un modo activo de la mente.
El secreto de la meditación pasiva consiste en el movimiento inverso de la atención-intención por medio de una concentración orientada hacia lo no- determinado interior con tendencia a la experiencia subjetiva, partiendo de un apoyo determinado y objetivo como el ejercicio activo. En esa forma el ejercicio se va haciendo naturalmente más lento y no forzadamente. Las palabras son siempre el reflejo de otra cosa mucho más profunda que ocurre en el interior y que es la meditación.
La meditación activa es un discurrir que encauza la idea-emoción en un molde prefijado. La meditación pasiva es un no discurrir, una introspección cada vez más profunda, pero que se expresa en un discurrir a los fines del ejercicio.
Las imágenes no determinadas facilitan la sensación y comprensión pasiva casi no racional. Se tiende a cuadros e impresiones subjetivas.
La meditación pasiva fija una sola imagen y la mantiene estrictamente dentro del margen de ella. No hay que buscar una lentitud extremada, sino una parsimonia buscada que lleva hacia el recogimiento, preludio de la concentración. La verdadera concentración es la profundidad del recogimiento.
No puede llegarse en la meditación de un salto a una sola imagen, a un estado único. Pero por medio de una pasividad cada vez mayor, el alma se va acostumbrando a fijarse en un número menor de imágenes y a necesitar menos palabras y movimiento mental para lograr un estado.
El estado mismo, ya sea dentro de cada paso como de la meditación en general, se va haciendo menos complejo; hay menos vaivén mental y saltos emotivos y la meditación se va estabilizando en un estado profundamente interior.
La meditación pasiva es un ejercicio que simplifica gradualmente la oración haciéndola converger hacia una idea única, un sentimiento único. No se busca en la meditación pasiva un estado emocional determinado ni una consecuencia ya fijada, como un resultado. No se pretende tampoco en ella experimentar estados sensibles, sino solamente profundidad, silencio interior, recogimiento.
El recogimiento profundo del alma es un estado simple, elemental, uno. La simplificación de los pasos tiende a hacer de cada paso un estado y luego un estado de la meditación en su conjunto. La meditación se transforma así, poco a poco, en una concentración subjetiva naturalmente profunda, espontánea, verdadera oración que absorbe a toda el alma.
A través del ejercicio de la voluntad puede lograrse en el ejercicio una gradual pasividad que facilita la entrada a la verdadera meditación pasiva. Hay momentos que indican, para cada alma, la necesidad del cambio del ejercicio activo al pasivo. Es el instante en que naturalmente la oración se va haciendo subjetiva, especialmente el cuadro imaginativo. Aunque no conozcan el ejercicio pasivo las almas suelen meditar pasivamente por necesidad, sin darse cuenta que lo están haciendo. Pero aunque la Divina Madre las lleve de la mano en la oración, hay que conocer y saber por experiencia el ejercicio pasivo para poder guiarlas sin vacilaciones en la vía iluminativa, de la que marca el comienzo.

Enseñanza 8: Desviaciones Ascéticas

La desviación más común de la ascética es transformarse de medio en fin.
Indudablemente nadie toma la ascética como un fin en sí mismo, pero es muy fácil confundir los resultados contingentes de la ascética con la mística.
Todo acto del ser origina un resultado que repercute en la totalidad del individuo. No pueden separarse los efectos físicos de los astrales, psicológicos, mentales y espirituales. Por eso, si bien la ascética tiene por objeto la predisposición paulatina del alma para la Unión con Dios, al mismo tiempo produce efectos secundarios contingentes en el alma.
No hay que confundir los estados naturales o sobrenaturales con los estados divinos, y las conquistas contingentes con la realización permanente del alma.
La ascética es un estado psíquico, un estado sobrenatural, metapsíquico, experimental de la mente. En una palabra: es la orden que el cerebro da al mecanismo cerebro-espinal con respecto a la voluntad; son órdenes que les imparte para adquirir un método, un sistema que encuadre al alma dentro del marco de la vida interior que quiere alcanzar.
La mística es un estado indescriptible, trascendente, oscuro, desconocido, pero que al mismo tiempo es la fuente de toda realización.
Esto no niega la realidad de los efectos secundarios de la ascesis, pero hay que ubicarlos. Como la Renuncia es un bien absolutamente espiritual muy fácilmente las almas quedan atrapadas por el brillo de las conquistas inmediatas de la ascética que por ser más asequibles, son tanto más atractivas. Los estados divinos son tanto más indeterminados y oscuros cuando más altos, y es necesario realizar una Renuncia muy grande para trascender esos bienes inmediatos obtenidos por la ascesis mística.
Cuando las prácticas ascéticas dan como resultado un estado sobrenatural de la mente, del intelecto o de la emotividad, hay un deseo natural de repetir la experiencia. Esta repetición es buena hasta que se domine la técnica del proceso, pero si se insiste en ella, un estado que era una consecuencia mística se hace una secuencia relativa y pierde así su valor divino.
La Unión con Dios no es un acto positivo del ser sino una dinámica en sí, un estado simple e inexpresable, infinito en su magnitud divina, que se manifiesta en el alma en un estado que más que plenitud de una experiencia, es plenitud expansiva, irradiante, simple y profundísima de ser. Es una conciencia abismal y total, indiferenciada, sin límites y trabas, infinitamente profunda y oscura, en la que todo desaparece y se pierde para quedar sólo lo oscuro e indescifrable en sí.

Enseñanza 9: Los Estados Sensibles Espirituales

Se denomina estados sensibles espirituales a los estados de meditación o contemplación caracterizados por una vivencia emocional intensa, aunque de un orden elevado y espiritual.
Los estados emotivos corrientes en la meditación son activos, de intensos movimientos sensibles. En los estados sensibles espirituales la emotividad es cada vez más pasiva y tiende a la inmovilidad afectiva.
Se puede decir que los estados sensibles espirituales comienzan en la oración de quietud. El alma, al hacerse más pasiva, consigue mayor profundidad en la vivencia emotiva; pero una profundidad estática que casi no alcanza a mover las aguas de la emotividad ordinaria.
Por ese motivo en esta oración sólo se desea quedarse allí, aparentemente inactivo. Es una paz indefinida, casi insensible.
La emotividad corriente no está habituada a la vibración intensa de los estados espirituales y es como si no sintiera nada.
Los estados sensibles son hermosos como experiencia, pero afectan sólo un aspecto del individuo; no son totales. Son consecuencia de los estados de oración, pero no son oración plena.
La verdadera oración absorbe a todo el ser, fundiendo su cuerpo, su mente y su corazón, en una unidad toda espiritual y sobrenatural.
Muchas veces las almas ansían la contemplación por los estados sensibles que logran en ella, y no por una oración de renuncia y una aspiración toda divina.
La etapa purgativa generalmente se prolonga más de lo que se cree y perdura mientras no se ha purificado la emotividad a través de la renuncia sensible.
Purificar la sensibilidad no es sólo transmutar la emotividad más grosera, sino sublimarla espiritualmente por la renuncia a lo sensible. Es más que renunciar a los consuelos y satisfacciones; es salir del mundo de las sustituciones y trasposiciones afectivas.
Este es un pan apto para pocos, porque cuando se habla de renunciar a las trasposiciones afectivas, fácilmente se destruye el impulso necesario para la sublimación. Al quitar el estímulo se detiene el ímpetu y las almas débiles se paralizan y caen.
Es, verdaderamente, “quitar a la casa su sostén”.
Algunos creen que, como no son afectivos, no necesitan o han alcanzado la renuncia sensible, simplemente porque en nada hallan estímulo. Sin embargo, esa falta de estímulos sensibles los lleva con frecuencia a estados dolorosos y depresivos. Si en realidad hubieran renunciado, no se darían cuenta que no tienen estímulos o que nada los atrae especialmente.
La trasposición de afectos no sólo es necesaria, sino imprescindible. La renuncia sensible no es abandonar la ascética, sino no hacer de ella una sucesión de bienes a alcanzar, sino de estados por pasar. La ascética, como la oración, debe llegar a ser impersonal.
Lo que ocurre es que los estados sensibles son el estado de conciencia habitual del individuo y no le resulta fácil prescindir de ellos; es como vivir suspendido en el vacío. La vida era una sucesión de sentires y sin ellos no se es.
La esperanza de alcanzar lo que se anhela es el sostén único de la existencia. No se debe destruir nunca esa esperanza, pero hay que eliminar paulatinamente, y con mucho cuidado la esperanza sensible.
Nunca lo que se espera es lo que se espera. Los estados sensibles son hermosos, pero deben pasar.
Los estados sensibles superficiales no pueden durar mucho tiempo porque son un gran gasto de energía y alternan con períodos de insensibilidad que suelen hacer sufrir mucho a los principiantes, que creen haber perdido su bien interior. Más adelante, sin embargo, suele haber períodos de gran aridez que pueden prolongarse mucho tiempo. Es el momento de la gran purificación.
Sólo una fuerza más poderosa que los fuertes movimientos afectivos pueden llevar al alma a la estabilidad interior.
Sólo la aridez vence a la sensibilidad.
La aridez es la mano de la Divina Madre puesta sobre el alma llamada a la perfección.

Enseñanza 10: La Aridez

La aridez se produce cuando el ejercicio de la meditación no produce respuestas sensibles.
El Hijo se identifica con el pensamiento-deseo lanzado por la mente y se pierde en el vacío de una sensibilidad gastada por los choques emotivos de una mente incontrolada.
En los comienzos, él despertaba una fuerza que se oponía a otra fuerza y esa lucha le daba la sensación de lo que hacía. Pero el tiempo gasta la capacidad de respuesta sensible y deja sólo una fuerza perdida en un vacío sin ecos. Es el momento de la angustia, de la soledad, de la aridez en la oración.
La renuncia, expresada en el hábito del control mental y emotivo, sitúa al ser por encima de sus movimientos sensibles y establece la oración en un nivel más profundo, al que no llegan las aguas de la emotividad ni del pensamiento instintivo racional habitual.
Allí el alma no sólo está libre del vórtice de la vida instintivo-volitiva, sino por eso mismo es libre de saber y de ser.
Suele suceder que la aridez o las dificultades en la meditación tengan causas ajenas al desarrollo espiritual del alma. Puede ocurrir que por el trabajo o actividad habitual en la hora elegida para el ejercicio, la mente no responde, los sentimientos no afloran y todo es sufrimiento. Puede ser simplemente cansancio físico o mental. Probablemente en otro momento se tendrían excelentes disposiciones para meditar.
Lo que importa es la ascética del ejercicio y no las consecuencias inmediatas del mismo. En este caso, la meditación más perfecta es el esfuerzo constante por vencer los estados físicos, para mantener la mente por encima de sí misma.
Hay dos tipos de aridez:
1) La de los principiantes. Es dañina, producida por la lucha entre la sensibilidad mundana, carnal, contra la sensibilidad espiritual. En este estado hay que acompañar a los Hijos con dulzura.
2) La aridez de las almas firmes ya en su vocación. Es la más fructífera.
Los consuelos y gozos espirituales se consumen a sí mismos en una experiencia personal, válida para uno mismo.
La aridez es experiencia que fructifica en dirección de las almas, experiencia valiosísima sin la cual no se puede llegar a la madurez espiritual.
Si quiere hacer de la Divinidad algo semejante a la propia imagen, que se adapte a uno mismo, que sea un Dios de consuelo, de gozo, de favor celestial, es imposible; no se puede limitar a la Divinidad. Por eso después de haber descendido Ella hasta el alma, se le escapa para que la busque, para que transmute su oración. Muchos dicen entonces: “¿No estaré perdiendo el tiempo?”; “Me distraigo, estoy sobre espinas cuando oro, no me mueve ninguna devoción”. Si entonces, estando así, el alma busca afanosamente y con dolor, entonces tiene perfecta oración.
Hay que buscar en el Templo del Corazón; transformar la oración en Divina Sabiduría.
Mientras hay apego a los estados sensibles, la aridez es un estado doloroso que se sufre y se espera trascender. Cuando la oración es de Renuncia, la aridez es su resultado natural.
En la meditación se crea una imagen y ésta se vuelve objetiva, algo fuera de uno mismo. La sensación es un gasto de energías para dar vida a esa imagen. Cuando ya se ha logrado sublimar la afectividad no hay que gastar energías sobre una imagen objetiva. Hay que ser capaz de sentir no sintiendo, retener, potencializarse.
La aridez comienza cuando una imagen objetiva no provoca un gasto incontrolado de energías. Indica el comienzo del autocontrol. No hay que confundir esta aridez con la violencia que tienen que hacerse muchas almas por haber dejado durante mucho tiempo el ejercicio de la meditación.
Hay un signo que distingue siempre la aridez espiritual: siempre está iluminada, periódicamente, por instantes de contemplación.

Enseñanza 11: La Idealización en la Meditación

La idealización del yo produce una especie de desdoblamiento interior y se expresa a veces en los ejercicios que hacen los Hijos.
La necesidad real del alma no es algo que se elige arbitrariamente, sino la que surge irresistiblemente del interior.
Se observa en los ejercicios de meditación con cuanta facilidad se crea una personalidad espiritual ficticia. En los comienzos todo es un ansia de morir en la entrega, de confesar la imperfección, de aspirar a la virtud y la Renuncia. Pero, pasado aquel tiempo estimado suficiente para el logro de una posición espiritual, hay una defensa subconciente ante un aparente estancamiento que se muestra a través de una falsa posición.
Al contemplar la propia alma ya no se la ve como es, sino como se hubiera deseado que fuese. Los problemas son los creados por la mente y se sigue adelante a través de una imagen ficticia de sí mismo. Los verdaderos meollos interiores son nuevamente trasladados a capas más profundas y es así como luego es preciso otro nacimiento espiritual para dar un paso hacia adelante.
Cuando el ejercicio de la meditación es expresión de la verdadera necesidad del alma suele ser muy rico en estados sensibles y produce grandes vuelcos emotivos. Sin embargo, esto no es posible en la rutina del ejercicio ya que una vez puestos en evidencia los puntos álgidos interiores, volver a caer sensiblemente en ellos, continuamente, no sólo no es recomendable, sino imposible. Hay que ejercitar entonces una verdadera técnica de meditación.
Mientras las almas se mantienen en las etapas purgativas no pueden lograr una técnica impersonal en su meditación. Aún cuando alcancen la técnica perfecta en el desarrollo del ejercicio, al ejercicio en sí mismo no lo dominan como técnica, porque no alcanzan aún la impersonalidad frente al mismo.
En las etapas purgativas la vida espiritual es un movimiento entre pares de opuestos, trasposición de afectos, sublimación de pasiones y, especialmente, un ansia de medir el adelanto según evidencias sensibles.
Las malas tendencias son una especie de enemigos personales y las virtudes, bienes también personales a alcanzar.
El alma está demasiado prendida dentro de su propio desenvolvimiento, y su interés es demasiado suyo como para poder tener una visión suficientemente objetiva de sí y sus estados. Sus esfuerzos, más que una técnica, son vuelcos sensibles sobre sí misma y todo vuelco sensible sobre uno mismo crea una imagen ideal de sí mismo, verdadero obstáculo para la liberación interior. Esta imagen ideal suele fortalecerse tanto que forma la personalidad a través de la cual se expresa y conoce el ser. Esta imagen ideal debe ser desintegrada rápidamente, y esto se logra sólo con una gran sinceridad interior y profunda humildad, que es el único medio para alcanzar un conocimiento profundo de sí mismo.

Enseñanza 12: Amar en Silencio

Es difícil en estos momentos de convulsión e incertidumbre mantener un equilibrio interior que permita una visión clara, ecuánime y desapasionada de las cosas, de la vida y de sí mismo. Por eso, todo esfuerzo debe estar dirigido a centrarse en sí, tener una visión clara de sí mismo, tomar conciencia interior. Hay que explorar el interior del alma y controlarse continua, inflexiblemente, para adquirir una conciencia profunda y sentir el mensaje de la Renuncia.
El hombre llama amor a un sentimiento fugaz que se desvanece rápidamente con el tiempo y los cambios; con la misma palabra designa al instinto, a la pasión, al compañerismo y la amistad; no tiene otra para nombrar al mismo tiempo su anhelo de libertad y plenitud interior, espiritual. Todo se hace una misma cosa, todo se confunde, la ilusión envuelve siempre a los sentimientos contradictorios y nunca se halla al final del amor lo que se soñaba alcanzar.
El ser ha de tomar conciencia de su propia fuerza interior, concentrarla en sí y volcarla en un puro y simple acto de amor de ofrenda, de entrega, de Renuncia, a la Divina Madre.
El alma debe morir en su entrega continua de amor, para que su amor humano sea todo consumido y transformado en la llama purísima del Eterno y Divino amor.
Sólo la Renuncia hace del amor natural un amor sobrenatural. No es en la búsqueda de la propia satisfacción y felicidad donde se halla la paz, sino en el amor que se da, sin esperar nada, sin ansiar nada, donde el pequeño corazón del hombre se transforma en el Celeste Corazón de la Divina Madre.
Si en el amor se pudiera hacer diferenciaciones, se podría decir que hay dos amores: el primero, con todas sus gamas, del cual se puede hablar y explicar; el segundo, que se vive en el silencio, en el misterio interior del alma.
El primero no es sólo el amor humano, sino también el amor humano que tiende a hacerse divino: toda esa aspiración ferviente del intelecto y del corazón que busca elevarse, purificarse, sublimarse y que se siente a veces como impulsos casi irresistibles, llenos de plenitud, de ansia de entrega, de ofrenda.
Siempre se caracterizan por la intensidad de la vivencia que despiertan; son grandes movimientos emotivos y sensibles. Esto puede ocurrir a veces durante el ejercicio de la meditación o en cualquier momento, al hablar con un alma, frente a un bello cuadro, ante la frase de un libro.
Pero existe otro amor que no tiene tantos signos sensibles; es más bien un estado de amor que no se sabría explicar en que consiste, pero que lleva cada vez más hacia adentro, hacia el silencio del corazón.
Es algo que no se quisiera tocar, sino dejarlo allí, en el tabernáculo secreto del alma; no arrastra como una llamarada ardiente, pero tampoco se apaga; siempre está allí como una seguridad infusa similar a la del niño que, seguro en el regazo de su madre no piensa ni siente; sólo sabe que está y no quiere irse de allí.
A través de este toque en el corazón la Divina Madre conduce al alma a la verdadera vida interior, aquella que no se gasta en palabras ni en sensaciones, pero que afirma al ser en su centro divino y se transforma en una conciencia espiritual cada vez más plena y total.
Por eso cuando se ora y especialmente cuando se medita, no hay que buscar la repetición de algún estado sensible, sino ir hacia el interior con palabras y pensamientos muy simples, cada vez más adentro, más profundo, al silencio insondable del corazón, para escuchar allí la voz de la Divina Madre que habla en silencio.

Enseñanza 13: La Imaginación Creadora

El hombre sueña continuamente y no obtiene casi nada. El Hijo plasma sus sueños divinos.
Los ejercicios de oración son técnicas humanas para conseguir un resultado divino.
Es muy conveniente la racionalización de los métodos de meditación, pero hay que tener cuidado en no racionalizar la oración misma.
El medio debe ser conocido, experimentado, dominado. Pero no puede establecerse una metodología de la oración en sí.
Para el Hijo que vive en el mundo el ejercicio de la meditación tiene gran importancia; es el acto trascendente del día que transforma poco a poco toda su vida.
Para el alma consagrada la vida no es una serie de actos sucesivos. La rutina siempre idéntica hace que toda sucesión carezca de sentido, y la permanencia del ritmo siempre igual hace que la vida, poco a poco, se haga permanencia.
El ejercicio de la meditación, que es sólo un acto, comienza a perder valor aparente frente al acto vital de presencia y la oración no puede ya encasillarse dentro del molde de un ejercicio y se expande hasta hacerse vital en el alma y abarcar a todo el ser. Deja de ser un acto para ser un acto expansivo. Escapa a la ubicación en el tiempo para ser fuera del tiempo, una oración vital, integral.
Por eso la oración en sí no puede ser racionalizada; es el modo de ser del alma realizada.
A través de los ejercicios tomaron forma los sueños divinos. A través de la rutina se hicieron vida. A través de la Renuncia tomaron realidad permanente. A través de la expansión se hicieron universales.
Nadie puede detener la fuerza expansiva de la Idea Espiritual alimentada por la renuncia viva de las almas consagradas y ésta es la fuerza-vida que alimenta y sostiene los sueños y esperanzas de la Humanidad atribulada.
Las ideas y proyectos mezquinos de los hombres concluyen siempre en su misma miseria, pero el sacrificio continuo y las aspiraciones ideales de las almas consagradas se plasma siempre, necesariamente, en frutos de paz y liberación para el mundo.

Enseñanza 14: Ascética de la Vida

Hay almas que ponen un empeño particular en la práctica de sus ejercicios de meditación y, sin embargo, no obtienen resultados evidentes de este esfuerzo. Sucede que saben meditar bien, pero sólo eso. Limitan su vida espiritual a la práctica de algunos ejercicios y no hacen más.
Es cierto que el ejercicio correcto y metódico da resultados evidentes, pero para que esos resultados sean espirituales hace falta mucho más que un ejercicio: debe emplearse todo el ser en una ascética continua, ininterrumpida, de Renuncia. De no ser así, aún cuando se obtengan resultados como experiencias místicas sorprendentes, no será nunca la mística pura de la Renuncia, mística de Unión Sustancial, sino una falsa mística con resultados materialistas.
Para que no sólo los ejercicios ascéticos místicos sino toda la actividad del alma produzca resultados eficientes, es necesario una ubicación vital, clara y simple.
En la vida lo importante es saber claramente qué es lo que se busca, cual es la aspiración fundamental. Esto es lo más importante. Luego subordinar todo esfuerzo y objetivo al logro de este fin. El que así hace llega rápidamente a su meta.
Pocos son suficientemente sinceros y valientes para confesarse qué es lo que quieren realmente y menos aún los que actúan de acuerdo a este sentir y empeñan su vida en realizarlo.
El Hijo puede obtener todo lo que se proponga, pero no todas sus conquistas le darán lo que él espera de ellas.
Lo primero es saber discernir, entre todo lo que se querría, cual es la vocación genuina, aquella que dará la plenitud que se aspira.
Entre todos los caminos, entre todas las realizaciones, sólo una es para el Hijo, sólo una es su vocación.
Cada alma tiene su modo de llegar a la Unión con la Divina Madre: ésta es su vocación y no tendrá paz hasta que la descubra y realice.
El Hijo debe alcanzar rápidamente esta ubicación fundamental, que es su modo individual de realización de la Renuncia. Porque la Renuncia es el camino fundamental y único que lleva al alma a su liberación interior.
El ejercicio de meditación, hecho a través de la absoluta sinceridad del alma que busca su vocación, la define rápidamente; no sólo produce resultados eficientes sino que sus frutos son de liberación espiritual. Pero el ejercicio hecho sólo como obligación rutinaria, sin la intención sincera de dar nada de sí sino con el afán egoísta de envolverse en la seda de los consuelos sentimentales y en el dulce llanto de sus propios dolores se hace carga difícil de llevar, no da resultados espirituales y deja de ser verdadera ascética mística.
Los resultados evidentes de la ascética, dependen directamente de la ubicación del alma respecto de su vocación espiritual.

Enseñanza 15: La Renuncia en el Mundo

Mientras el Hijo haga de la Renuncia un estado utópico de perfección no podrá llegar a la plenitud de una vida realizada.
Esa falsa ubicación, además, hace que rechace la Renuncia como ideal irrealizable para las almas que en el mundo consagran la mayor parte de su tiempo y energías al mero hecho de poder subsistir.
Esta es una posición equivocada. La Renuncia es la ley de todos; si no lo que se entiende por Renuncia no es tal.
La Renuncia es el camino y la realización no sólo de algunas almas, sino de todos los hombres, de toda la Humanidad, como sociedad y como suma de individualidades.
La vocación del Hijo es un estado de vida definido; la circunstancia de vivir en el mundo no significa una licencia que lo dispensa de la ascética de su vida espiritual, sino por el contrario, un hecho que lo obliga a mantener una vigilancia especial y un continuo control sobre sí mismo y las fuerzas que lo rodean.
El Hijo no puede alcanzar la plenitud sino realiza totalmente la Renuncia según su modo de vida. Nada le impide la consagración interior de su alma y el cumplimiento integral de su vocación a través de actitudes concretas y consecuentes.
La falta de ubicación del Hijo en el mundo, su sentimiento de inseguridad en algunos casos, y hasta de cierto fracaso, proviene de la resistencia a su vocación de Renuncia y su realización consecuente.
La unidad de la célula familiar es fundamental para el cumplimiento de la Renuncia en el mundo.
La Renuncia no es sólo un estado interior del alma sino una actitud concreta frente a las necesidades y diversidad de situaciones de la vida diaria. La célula familiar es entonces un punto de concentración y de expansión. Para lograrlo debe constituirse en una unidad firmemente consolidada. La afinidad vocacional de los esposos es el cimiento de la realización de los Hijos y punto de expansión de su mensaje de Renuncia.
El Hijo no sólo puede alcanzar la plenitud de Renuncia, sino tiene el deber de realizarla a través de los medios simples, humanos y corrientes que le brinda la vida y su ubicación espontánea dentro de la sociedad. Este deber debe tomarlo como verdadera misión, ya que él debe constituirse en la prueba y la evidencia de su mensaje espiritual.
Cada Hijo debe sentirse totalmente responsable del cumplimiento de su vocación de Renuncia como misión frente al mundo y su vida debe ser espejo de su doctrina, ya que la ascética de la Renuncia es la única ascética posible dentro de cualquier estado de vida y es el único medio de realización alcanzable por todos los seres humanos, verdadero camino universal. Esta universalidad debe ser demostrada por la consecuente realización de los Hijos, que la viven en todos los sectores sociales a través de diferentes vocaciones individuales y trascendiendo todo tipo de problemas particulares.
Esta diversidad de matices dentro de la realización individual de los Hijos, constituye el verdadero Mensaje de Renuncia que Cafh transmite al mundo.
El Hijo debe comprender entonces la magnitud de su responsabilidad individual y la seriedad de su deber espiritual de realizar efectivamente esa Renuncia a través de su trabajo eficiente, su familia consagrada, su comprensión, su sacrificio y su vida consecuente.
El Hijo que vive en el mundo debe sentir que él y los suyos son la Enseñanza viva de Cafh, y no debe engañarse viviendo sus conceptos de un modo únicamente intelectual. La palabra que no se hace vida es destructiva y fuente de desaliento y ruina para el mundo. Pero un solo concepto realizado integralmente, es luz y liberación para las almas.
El Hijo debe preocuparse continuamente para que toda su vida refleje, aún en sus detalles más ínfimos e intrascendentes, su vocación de Renuncia. Su hogar, y especialmente el modo de satisfacer sus necesidades, deben ser expresión clara y definitiva de la Enseñanza que transmite como mensaje vivo para el mundo.

Enseñanza 16: La Idea de la Renuncia

La misión más alta es mantener intacta y pura la Idea de la Renuncia, vivirla y plasmarla en la vida a través de su realización total.
Todo lo que Cafh tiene, hace o predica, no tiene otro sentido que el de confirmar y plasmar la Renuncia en la Humanidad.
Todos los movimientos, aún los más espirituales, tienen su existencia fijada en el tiempo: nacen y deben morir. Lo único que no nace, lo único eterno es la Idea que se transmite a través de los movimientos contingentes.
Por eso hay que ser la Idea y no el movimiento contingente. No se debe pensar nunca en Cafh en términos de dualidad, sino de vida.
Es como ver que las almas no dispuestas más que a algunas renuncias resisten la Idea de la Renuncia, no porque no sean capaces de intuirla, sino porque su aceptación implicaría su necesidad.
La falta de comprensión de la Renuncia nunca es falta de comprensión, sino falta de Renuncia.
Sólo se puede ser la Idea de la Renuncia cuando la Renuncia en la Obra es total. Cuando lo que se hace, dice y piensa en la Obra no significa otra cosa que lo que significa ser. Cuando lo que se hace como Obra es tan espontáneo como ser, recién existe el desprendimiento de la Obra.
Cuando nada se constituye en actividad específica, cuando todo fluye como fluye la vida, cuando todo es simple, cuando ya no hay dos, cuando ya no se piensa en lo que se hace sino se actúa, se es la Idea de Renuncia.
Cuando no se deja de Ser lo que se Es, aún cuando se siga siendo y actuando personalmente; cuando los objetivos no son tales sino estadios naturales de la vida como la niñez, el crecimiento y la muerte, se es la Idea de la Renuncia.
Cuando en el conocimiento de las cosas y de la vida no interviene otra cosa que la capacidad de contemplación objetiva; cuando la Vida Espiritual de Cafh, sus obras exteriores, el estado actual y futuro de la Humanidad y la misión individual dentro de la misma, existen en la misma forma como uno existe, se es la Idea de la Renuncia.
Cuando aún así se considera lo contingente, se lo sabe usar y se conocen sus leyes, se plasma la Idea de la Renuncia en una realidad viva de la Renuncia, el amor y la entrega del alma a la Idea de la Renuncia.
Así como la experiencia potencial siempre forja un porvenir de felicidad, la experiencia práctica es un estorbo en el camino del adelanto.
Sucede que hay almas que practicaron todas las reglas de la Meditación, de la Concentración y de la Contemplación, recibiendo inmensos beneficios y bebiendo a grandes sorbos el Éxtasis del Divino Amor. Pero, la predisposición reglamentaria que las llevó a la Unión se transformó en hábito y, a veces, es una causa de atraso, es una muralla impenetrable que les impide pasar al conocimiento total de la mística y establecerse en un punto definitivo de la Unión permanente.
El alma verdaderamente sabia es libre siempre; toma y da, usa y tira, haciéndolo hasta con las reglas más grandes de la vida interior.
Lo difícil de determinar es el momento oportuno en el cual es el instante en que los medios utilizados pueden ser repuestos por el esfuerzo propio de la voluntad-conciencia.
Al océano de la vida hay que entrar desnudo del todo; nadie llegará a penetrar en el Sancta Sanctorum sin antes haber desechado lo que le ha servido para la experiencia, incluso las más sagradas y solemnes.
Todo, absolutamente todo, hasta el Maestro más perfecto es sólo un compañero de viaje en la senda Mística, al que hay que abandonar cuando la luz que alumbra se transforma en impedimento que obstaculiza la otra Luz que ha surgido detrás de Él: La Luz Eterna.


ÍNDICE

Enseñanza 1: Vida Interior
Enseñanza 2: La Oración
Enseñanza 3: El Ejercicio de la Meditación en la Vida Espiritual
Enseñanza 4: La Meditación
Enseñanza 5: La Simple Oración
Enseñanza 6: La Meditación Discursiva
Enseñanza 7: La Meditación Pasiva
Enseñanza 8: Desviaciones Ascéticas
Enseñanza 9: Los Estados Sensibles Espirituales
Enseñanza 10: La Aridez
Enseñanza 11: La Idealización en la Meditación
Enseñanza 12: Amar en Silencio
Enseñanza 13: La Imaginación Creadora
Enseñanza 14: Ascética de la Vida
Enseñanza 15: La Renuncia en el Mundo
Enseñanza 16: La Idea de la Renuncia

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