ÍNDICE:
Enseñanza 1: Orígenes de la Teología
Enseñanza 2: Divisiones de la Teología
Enseñanza 3: Existencia de la Teología
Enseñanza 4: Bases y Método
Enseñanza 5: Postulados
Enseñanza 6: Propiedades de la Teología
Enseñanza 7: El Concepto Ario de la Creación
Enseñanza 8: Evolución del Dogma
Enseñanza 9: Teología de la Existencia
Enseñanza 10: El Vedanta
Enseñanza 11: Teología de la No Existencia
Enseñanza 12: El Óctuple Sendero
Enseñanza 13: Teología de la Creación
Enseñanza 14: El Concepto de la Trinidad
Enseñanza 15: Teología de la Encarnación Divina
Enseñanza 16: La Encarnación Divina
Enseñanza 1: Orígenes de la Teología
Cuando se habla de Teología, por lo general, los hombres piensan de inmediato en iglesia, en religión y más de una vez se escuchan comentarios que, evidente fruto de la ignorancia, rodean esa palabra y lo que ella significa con un nimbo de algo un tanto remoto y oscuro; como algo alejado de la vida humana; reducto exclusivo de un grupo de seres, los “teólogos”, cuyas actividades aparecen a la vista de los hombres como algo un tanto incomprensible.
Debe tratarse pues de echar un poco de luz sobre este asunto complejo, es cierto, a medida que se ahonda en él, pero del cual participan prácticamente todos los seres al día de hoy.
Y antes de entrar en consideraciones debe recordarse que teología, vocablo de origen griego, deriva de teólogo, contracción de dos palabras que significan respectivamente “Dios” y “exponer”, “decir”.
Cuando se lanza el pensamiento en vuelo retrospectivo hacia los orígenes de la Humanidad, se encuentra que en un período determinado de la vida de nuestro planeta desciende sobre él, oleada tras oleada, una corriente de vidas predestinadas a originar una evolución terrestre de algo que, como parte de la manifestación activa de Dios, se llama la Mónada Humana.
Dichas entidades lanzadas a una misión tan extraordinaria, evidentemente actuaban dentro de los exactos límites que la Ley de Dios, la Manifestación, les había fijado.
Carentes de formas físicas, terrestres, fue necesariamente su afán, su primera necesidad, cumplir con la inexorable necesidad de adaptarse al medio ambiente en que debían actuar y vivir. Ejemplo grosero de tal situación sería la de un Hijo de Cafh que fuera a un país extranjero, lejano. Adaptación al clima, al terreno, al alimento, a la habitación, al lenguaje nuevo y desconocido, a las modalidades, costumbres y prácticas de los hombres de ese nuevo medio ambiente serían su primera necesidad. Será un extranjero en esas tierras, pero mantendrá vivo en sí el mandato que allí lo llevó y de quien lo mandó. En su mente, en su corazón, en su alma, estará claro y patente su origen, y por encima de su sentimiento de destierro brillará con inefable luz de consuelo el conocimiento de su unión indestructible con el pensamiento y vida de todo lo que tuvo que abandonar.
Algo similar ocurre entonces también con esas primitivas mónadas humanas. Impulsadas al cumplimiento de la misión que la predestinación divina les había impuesto, emprenden la construcción de las formas físicas humanas sobre la tierra, pero conservan intacto el recuerdo de su origen divino y aún se resisten a unirse con esas groseras formas que prevén algún día nublarán la clara conciencia de su verdadero estado.
Pero el tiempo pasa, la Ley Divina gravita inexorablemente sobre la mónada y al ir perfeccionando las formas físicas se va afirmando cada vez más el lazo que une las entidades con su obra. El espíritu desciende y penetra totalmente en el cuerpo, la adaptación se ha completado. Desde ese momento la mónada se transforma en Humanidad, la Humanidad que crece y va perfeccionando más y más el instrumento físico necesario para cumplir su misión.
¿Qué ha pasado durante todo ese tiempo respecto a su conciencia divina si es que se puede utilizar la palabra conciencia?
Es indudable que, si bien paulatinamente se había ido obscureciendo la clara visión del estado inicial de la mónada, la Humanidad siguió viviendo, aún al desarrollar la mente instintiva, en completa concordancia con la ley natural divina. Y al hacerlo, debe también admitirse que vivió en plena Unión Natural con Dios, cosa que perdió el hombre al comenzar a desarrollar la actual mente racional.
Durante todo ese largo período la Humanidad pudo usufructuar de la primitiva clara visión, para decirlo aunque sea con palabras poco adecuadas, y aunque esa visión se fue nublando, aún en tiempos atlantes los hombres lograban a través de la visión astral dicha unión.
Mas con el surgimiento de la Raza Aria profundos debían ser los cambios que se producirían.
Se ha mencionado que hasta ese entonces la Humanidad vivió en unión natural con Dios. El desarrollo de la mente racional y como secuela, del libre albedrío, consciente, destruyen el equilibrio; la armonización con la Ley Divina se interrumpe y tanto la visión, unión como comunicación natural y directa con Dios es interrumpida.
El hombre pierde definitivamente la visión astral y dependerá enteramente de sus sentidos para conocer y relacionarse, y éstos no sólo no pueden revelarle a Dios sino inclusive se interponen como una extraordinaria muralla entre Éste y la Humanidad.
El hombre ario debe pues así pagar el tributo a su conquista. Sus ojos serán ciegos, sus oídos sordos y verdaderamente, aquél que desee volver a recuperar la visión Divina deberá apagar y enceguecer sus sentidos a través de la renunciación.
Mas, como bien se sabe, este método, el de la renunciación, no es común ni puede ser considerado de aplicación general para la Humanidad actual. Y también debe admitirse que, si bien es conocido y practicado hace milenios, es improbable que la Humanidad lo haya conocido y practicado desde el momento en que comenzaron sus dificultades.
Por otra parte, la unión substancial natural subsistía, imborrable, indestructiblemente desde el descenso a la tierra de las mónadas, y ese conocimiento interior, ese sentimiento íntimo no pudo ni podrá jamás ser ahogado por la mente.
Al contrario. Esa certeza íntima interior de Dios que lleva en sí todo hombre, constituye un elemento de actividad mental racional poderosa, que ha llevado al hombre precisamente al planteamiento de una serie de preguntas de carácter trascendental.
El hombre intuye a Dios, mas los sentidos nada concreto aportan en sí para revelarlo a Él.
Y la mente, sola, vaga desorientada por el campo racional, incapaz de echar luz por sí sola sobre el gran misterio.
Perdida se hallaría así la Humanidad, si la Divina Providencia, en previsión de acontecimientos futuros, no hubiera actuado ya en los albores de la raza.
Por intermedio de los Grandes Iniciados Solares, Dios se revela a los hombres. Las Enseñanzas que reciben, verdadera Revelación Divina, se condensan en las Grandes Tradiciones Fundamentales. Son transmitidas oralmente primero. Otros Iniciados posteriores las recogen, afirman y les dan finalmente forma escrita.
Llega así el Mensaje Divino, dado al tiempo de la aparición de la Raza Raíz, bajo la forma de las Escrituras Ortodoxas de las Grandes Tradiciones Fundamentales. Y, verdaderas y únicas Revelaciones, se convierten en fundamento y principio de toda tentativa de conocimiento divino.
Las Revelaciones constituyen pues lo que en Matemáticas son los postulados fundamentales.
Son las verdades indemostrables para el hombre. Son la palabra que Dios, al descubrirse en la medida por Él mismo fijada, ofrece como punto de apoyo a la mente para que la Humanidad tenga la posibilidad de conocerle hasta los límites trazados por la misma Revelación.
Si se recuerda ahora lo que anteriormente se dijo significa la palabra Teólogo y, como derivación, Teología, se comprende plenamente el propósito y objeto de la Teología, su origen y finalidad.
Se puede afirmar entonces que el origen de la Teología se remonta y arranca de las Escrituras Ortodoxas de las Grandes Tradiciones Fundamentales.
Que su propósito y objeto es descubrir al hombre el Saber Divino subyacente en los textos revelados y que su finalidad es la santificación y dignificación del hombre.
Es entonces la Teología el único y completo saber que Dios, a través de la intuición, hace aflorar en el hombre para que éste pueda desarrollarlo racionalmente y lograr la plenitud del conocimiento divino.
Su método es entonces principalmente racional, deductivo e inductivo, y basado esencialmente sobre los textos revelados, único punto fijo, por ser la palabra de Dios en el agitado lago de la mente. La Teología en definitiva se desarrolla y caracteriza por el discurso razonado, coordinado e ilativo y siempre a la luz infusa del Saber Divino transmitido a través de las Revelaciones.
Resumiendo pues, se ve que la Teología es una forma y modalidad característica de la Raza Aria que necesita emplear la razón por haber perdido las posibilidades que los Atlantes y la Humanidad aún más antigua tuvieron para mantener su vínculo con Dios.
Y como la razón por sí sola es incapaz de hacer conocer lo Divino, debe apoyarse y partir del sentimiento intuitivo de Dios, que existe en todo ser, y de las Revelaciones Divinas.
En esta forma el hombre, el estudiante, puede avanzar por el sendero y adquirir humanamente el conocimiento divino que, unido a la experiencia íntima realizada gracias a la intuición superior, le permite alcanzar un alto grado de conocimiento.
Mas la mente tiene límites. Por eso las últimas verdades alcanzables las recibirá el hombre sólo a través del éxtasis o Divina Unión.
Enseñanza 2: Divisiones de la Teología
La Teología es una ciencia eminentemente racional que intenta conocer a Dios.
En la realización de este intento le quedan al hombre dos posibilidades.
La primera es discurrir sobre Dios y conocerlo exclusivamente mediante el empleo de la razón pura.
La segunda consiste en reconocer las limitaciones de la razón e incorporar elementos que se hallan fuera del círculo de ella tomando a éstos como base y punto de partida.
La llamada Teología Natural representa la primera posición, mientras la Teología Dogmática y sus ramas derivadas representan la segunda.
Teología Natural es entonces la que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones a la luz de los principios de la razón, independientemente de otro auxilio, es decir, la que trata de llegar al Ser Supremo por medio de la razón.
Su objeto primordial es Dios en cuanto a Ser Absoluto y Creador.
Se le llama también Teodicea, habiéndola calificado Aristóteles como filosofía primera. En el campo total de la Teología constituye la llamada Teología Fundamental.
Si bien en sus elementos originales no entra la fe, llega a considerarla y demuestra eventualmente la posibilidad de la fe.
Teología Dogmática. Es la que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones a la luz de las Verdades Reveladas. Se apoya entonces en los dogmas de fe, en los principios revelados para explorarlos racionalmente y extraer nuevas Verdades que las iglesias pueden o no convertir oportunamente en artículos de fe.
Constituyen temas de estudio de la Teología Dogmática, por ejemplo, los siguientes: Dios en Sí mismo; Dios Creador, Dios Redentor; Dios Santificador.
De la Teología Dogmática se han desprendido ramas que por su importancia y vida propia merecen mencionarse en especial.
Teología Moral. Es la que trata de las aplicaciones de los principios de la Teología Dogmática y también de la Natural al orden de las acciones humanas. Se refiere pues al ser del hombre, con inteligencia y voluntad libre, y su consecuente operar.
El problema fundamental que plantea es el de la libertad.
Trata en especial de las acciones y operaciones humanas; de las pasiones, hábitos y virtudes en general; de los pecados y vicios; de la gracia y del mérito. Al desarrollar estos temas, considera la ley que rige las acciones humanas, la justicia y la caridad.
Al sector eminentemente espiritual de la Teología corresponden la Teología Ascética y la Teología Mística.
Teología Ascética, es la parte de la Teología Dogmática y Moral que se refiere al ejercicio de las virtudes, en otras palabras, considera lo que se debe practicar, las virtudes, y lo que se debe dejar, los vicios y pecados.
Teología Mística, es la parte de la Teología Dogmática y Moral que se refiere a la perfección de la vida en las relaciones más íntimas que tiene la humana inteligencia con Dios, tanto en la vida activa como en la contemplativa.
Como metodología se han formado también dos posiciones. La Teología Escolástica y la Teología Positiva.
Teología Escolástica es la dogmática que, partiendo de las Verdades Reveladas realiza sus conclusiones usando los principios y métodos de la Filosofía Escolástica. O, expresado en términos más generales, se consideran los elementos que aporta la Revelación dándoles una estructura filosófica.
Teología Positiva, es la Dogmática que principalmente apoya y demuestra sus conclusiones con los principios, hechos y movimientos de la Revelación.
Enseñanza 3: Existencia de la Teología
El pensamiento humano adopta muchas formas y aspectos, aún en el campo trascendental. Mas hay formas y normas similares en todas ellas, como por ejemplo la cuestión de si la teología es una ciencia necesaria y existente realmente.
Para considerar este punto se adoptará un postulado, un concepto fundamental de uno de ellos, para captar la forma de pensamiento teológico.
Dígase, por ejemplo, con Tomás de Aquino que el “ser necesario” incluye en su propio concepto la existencia. De ello se deriva que evidentemente todo ser necesario existe.
Si se demuestra que la Teología es necesaria se demostraría que existe, que es una ciencia real y existente.
La Teología, como ya se sabe, es conocimiento de Dios; es un hábito cognoscitivo no sólo actual sino habitual de considerar a Dios.
Pero en la consideración de Dios hay dos formas o ciencias que se aplican: la Teología Natural o Teodicea, parte de la filosofía, y la que supera y trasciende la filosofía humana, que se llama Teología Sagrada.
La Teología Natural o Teodicea considera a Dios únicamente por las naturales fuerzas de la razón humana. En cambio la Teología Sagrada lo hace por un medio sobrenatural, divino, por la Divina Revelación. Esta última, la Teología Sagrada, no considera tanto a Dios en su forma de manifestación visible, sino en cuanto se ha manifestado Él mismo a los hombres, es decir, a través de la Revelación.
Mas el conocimiento por Revelación no es privativo de la Teología. El conocimiento por hábito de fe infusa también proviene de la revelación. Pero esta fe es simple asentimiento a una verdad revelada por Dios. La Teología supone algo más, esfuerzo humano, razonamiento y discurso.
Entonces hay que distinguir en el campo de la Revelación Divina dos grupos: verdades en sí mismas formal y explícitamente reveladas y verdades virtual o implícitamente reveladas. Las primeras son objeto de la fe. Para las segundas no basta la fe sola, hace falta el discurso natural racional, para hacer ver que éstas están contenidas en una verdad formal revelada. Por eso se dice que la Teología, que necesita de la razón, es un conocimiento divino-humano de las cosas divinas. En otras palabras, es un hábito intelectual que versa sobre las verdades virtual e implícitamente reveladas.
Se puede plantear ahora la pregunta si existe realmente una ciencia teológica. Para ello se aclarará ante todo si es necesaria.
Tomás de Aquino al enfocar este problema llama ante todo la atención sobre la existencia de dos aspectos, de dos géneros de verdades.
Unas que son objetiva e intrínsecamente sobrenaturales y que trascienden las fuerzas naturales de la inteligencia (Fe).
Otras que son intrínseca y formalmente naturales y por ello proporcionadas a la capacidad mental del hombre, y que Dios ha revelado a la inteligencia humana, dígase por gracia, para ayudarlo y orientarlo.
Se plantea entonces la doble pregunta de si es necesario que el hombre conozca por vía de revelación divina aquellas verdades sobrenaturales y divinas que escapan a su capacidad intelectiva natural y si es necesario que sean revelados al hombre el otro género de verdades que no exceden su capacidad intelectual.
Al analizarse la primera pregunta se advierte de inmediato que no existe una necesidad absoluta natural por parte del hombre para conocer por revelación sobrenatural, pues si fuera así dejarían de ser sobrenaturales.
En consecuencia, es necesario admitir sólo una necesidad hipotética que respondería y estaría condicionada por el objetivo final que debe lograr el hombre, es decir, su perfección y liberación.
La revelación ha sido dada graciosamente por Dios al hombre, ya que al exceder su capacidad no la hubiera podido alcanzar por sí mismo.
Responde entonces la revelación sobrenatural a un propósito divino frente al hombre, a un don gracioso que recibe el hombre para cumplir el plan divino sobre la tierra y que implica en última instancia la posesión clara y perfecta de Dios, su retorno a la divinidad de la cual ha surgido.
El hombre tiene entonces, para logra eso, que enfocar todas sus fuerzas y actos hacia Dios; pero ello sería imposible si no conociera el fin y el camino que lo conduce a Dios, y precisamente tanto el fin como el camino son intrínsecamente sobrenaturales.
Se comprende entonces que sólo la revelación sobrenatural puede dirigir al hombre hacia su fin glorioso y entonces se debe admitir que si el hombre puede y debe alcanzar su liberación y bienaventuranza, proposición hipotética, le es absolutamente necesario tener conocimiento de la verdad sobrenatural que únicamente le puede proporcionar la revelación (necesidad absoluta, omnímoda).
Existen, como ya se decía, el otro grupo de verdades reveladas que el hombre en realidad puede lograr de por sí, por vía de su propio intelecto. No puede constituir entonces su revelación una necesidad absoluta del hombre.
Pero no hay duda que para que los hombres puedan cumplir el plan divino a ellos prefijado es necesario que todos los hombres posean esas verdades congénitamente, con certeza y enseguida que la razón es capaz de discernir entre el bien y el mal.
La misma razón indica que ello es prácticamente imposible pues muy pocos hombres lograrían el conocimiento por su propio esfuerzo, ya sea por deficiencias mentales propias, ya sea por estar absorbidos en tareas puramente materiales, ya sea por falta de incentivo o pereza.
Además, el logro del conocimiento llevaría al hombre un tiempo enorme. Son conocidas las dificultades con que se tropieza para lograr el conocimiento de las cosas materiales que nos rodean. Cuanto más difícil resultaría, tanto más tiempo requeriría ahondar esas verdades que por su profundidad y abstracción requieren una devoción y habilidad que pocos poseen.
Finalmente faltaría completa unidad en la exposición de la verdad. Es hábito mental del hombre expresar todo a través de su posición subjetiva, con lo cual la posibilidad del error es enorme y existiría absoluta discrepancia de pareceres.
Es entonces una necesidad moral, aunque no absoluta, para que el hombre conozca en forma clara y segura desde el momento en que aflora su capacidad racional, que Dios, único Maestro de la verdad, revele al hombre aún esas verdades divinas que el hombre de por sí podría lograr por su propio esfuerzo y que constituyen principalmente las verdades de orden moral y religioso.
El razonamiento expuesto contiene en forma explícita la necesidad de la fe, que no es Teología, pero se verá que implica también la necesidad de la Teología.
En efecto, la fe entraña siempre dos elementos: uno objetivo, lo que se cree, la verdad revelada; el otro subjetivo, o sea el asentimiento de la mente a las expresiones de la fe.
El objeto de la fe no puede ser captado por el hábito de fe si antes no es propuesto a la inteligencia humana. En consecuencia el objeto requiere dos cosas: una verdad explícitamente revelada y la proposición de ella a la razón humana.
Mas la verdad explicita lleva en sí muchas otras verdades implícitas y son ellas justamente el objeto propio de la Teología, la cual las deriva de la verdad formal explícita y las hace conocer al intelecto humano.
Esta labor ya no es de fe, sino Teología, y entonces el creyente que acepta por simple fe la verdad revelada explícita, confirma y robustece su fe en virtud de las razones que se le ofrecen para probar la credibilidad de los misterios divinos. Esta tarea es esencialmente teológica y constituye su verdadero objeto.
Además, la fe propone a un ente racional en el cual siempre está latente el deseo de tratar de comprender por la razón aún los misterios más profundos. Para ello discurre y analiza; compara las diversas partes de la revelación y deduce nuevas verdades. La duda lo impulsa a ahondar lo que la fe le propone y aún debe esforzarse en buscar argumentos contra los que atacan su fe.
Todo ello, brotando de la fe, constituye funciones típicas de la Teología.
Del encuentro de la fe con la razón brota espontáneamente la Teología como una verdadera necesidad humana y bien puede repetirse con Tomás de Aquino que la falta de Teología significa o ausencia de fe o de razón.
Existe entonces en el hombre una necesidad de teología; es fundamentalmente necesaria.
Luego existe un estudio razonado de la fe, una investigación divino-humana de la Revelación Divina, que es precisamente la Teología.
Enseñanza 4: Bases y Método
Siendo la Teología una actividad esencialmente racional tiene que tener como ciencia por excelencia que es, bases de donde partir, donde apoyarse y métodos característicos en concordancia con sus objetivos.
Se ha visto ya que, siendo el objetivo de la teología en última instancia el conocimiento de la verdad, o si se quiere ponerlo en otra forma, de Dios, no le queda a la razón humana otra posibilidad para su especulación que asirse y basarse sobre lo único que Dios le ofrece como manifestación más o menos inteligible a su comprensión: la Revelación.
Sólo a través de la Revelación, en efecto, logra el hombre un vislumbre de la verdad última que tan anhelosamente busca.
Ella es el único punto de contacto, de enganche, aunque oscuro y general, que puede utilizar para penetrar en el gran misterio de sí mismo y de Dios.
Las tradiciones del pasado y aún de nuestros días dan cuenta que Dios se revela a veces a algunas almas selectas instruyendo e iluminándolas con conocimientos extraordinarios. Estas revelaciones no son, sin embargo, las que pueden servir de base a la Humanidad en su conjunto, pues por ser dadas a un ser en especial cumplen generalmente objetivos particulares del alma individual y están orientadas a la misión específica que cumple ese ser en su vida.
La revelación como base teológica, debe reunir entonces ciertas condiciones generales que la ponen por encima del ser tomado individualmente, abarcando el conjunto de la Humanidad no sólo para una generación sino para todo el período durante el cual la Humanidad evoluciona de acuerdo a una modalidad característica.
Se descubre así una de las características fundamentales de la Revelación, que es su antigüedad. O puesto en otras palabras, el origen de la Revelación se pierde en el pasado de la Humanidad.
Pero, como además debe ser valedera para todo el período durante el cual la Humanidad evoluciona de acuerdo a una modalidad o finalidad característica, que en el caso que se considera es la conquista y desarrollo de la mente racional, se comprende que la Revelación, base de todo desarrollo racional para lograr la conquista de la Verdad Última, debe tener su origen en los albores de la Raza Raíz.
La Revelación, teológicamente hablando, está entonces contenida en las Grandes Tradiciones Fundamentales de la Humanidad, cuyo origen se pierde en el pasado a tal punto que sería vano intentar ubicarlo cronológicamente ni determinar el autor, el cual evidentemente pertenece a una etapa anterior a la actual.
En efecto, siendo la Revelación lo que se podría llamar prácticamente la ley rectora del desenvolvimiento de la Raza, será necesariamente previa al surgimiento claro de ella, lo que significa que el ser que la estableció pertenece a una etapa evolutiva distinta a la que luego se desarrollo bajo esa ley y escapa por ello a toda posibilidad de determinación.
Es pues evidente que sólo un Iniciado Solar puede haber lanzado a través de la Idea Madre lo que llamamos las Tradiciones Fundamentales las cuales, al ser aquél un simple canal de la palabra de Dios, tienen verdadero origen divino. Ello aclara y justifica de paso la afirmación que la Revelación es la única base para intentar penetrar en la Verdad Última.
Finalmente, para que la Revelación sea considerada tal, debe ser escrita. Esta condición de escrita implica el concepto de afirmación. Esto significa que la Revelación original, transmitida oralmente al principio de generación en generación fue luego transmitida por escrito por otros Iniciados los cuales al así hacerlo, confirman las Verdades en ella contenidas a la luz de sus experiencias reunidas, corroboradas y confirmadas a través del tiempo.
La Revelación, para ser tal, debe tener siempre una etapa oral y luego otra escrita, bajo cuya forma pasa a la posteridad.
En esta forma la Revelación a través de su afirmación escrita ininterrumpida desde épocas que escapan a toda posibilidad de determinación, se convierte en Escritura Ortodoxa, por cuyo motivo se define la Revelación como las Escrituras Ortodoxas de las Grandes Tradiciones Fundamentales.
De lo anterior surgen con claridad las siguientes cualidades de la Revelación:
Perpetuidad: La Revelación es perpetua. Al hablar de perpetuidad, humanamente, se debe tomar ese concepto en su alcance humano y no con relación al Absoluto que se concibe como eterno.
Aclarado en esta forma, se comprende que es humanamente perpetuo todo aquello que tiene validez real y duración durante un ciclo completo del desarrollo humano. La Verdad y Enseñanza contenida en la Revelación tiene validez para toda la existencia de la Raza Raíz porque está constituida por la Idea Madre. Es pues humanamente perpetua.
Infalibilidad: La Revelación es infalible porque la Idea Madre es una verdadera Ley de Predestinación Racial Cíclica dependiente de la Gran Ley de Predestinación Universal, la cual, aunque desconocida e incognoscible para el hombre, se intuye rige divinamente la manifestación.
Único Exponente de la Doctrina: Porque la Revelación orienta e indica los medios que puede usar la Humanidad para completar su Ley de Posibilidades en su ciclo racial y dentro del círculo de su predestinación.
La Revelación, contenida en las Escrituras Ortodoxas, constituye entonces el manantial de todo conocimiento humano y por ello es base y punto de partida de todo esfuerzo para penetrar y conquistar la Sabiduría Divina a través de la Teología.
Enseñanza 5: Postulados
Los postulados fundamentales de la Teología basados sobre los conceptos de la Revelación y sobre los cuales eleva su magnífica estructura racional son los siguientes:
La Teología es la Única Verdad.
La Teología es un Saber Divino enseñado directamente por Dios.
La Teología tiene por objeto descubrir al hombre el Saber Divino y su relación con Dios.
La Teología es la Única Verdad porque contiene en sí todo, la totalidad de todo conocimiento, racional e intuitivo.
Racional porque toda idea y pensamiento correctamente ilado lleva siempre a una conclusión única e invariable, a un conocimiento que responde y emana siempre de una ley fundamental simple, única y consecuentemente divina.
Intuitivo, porque sólo mediante la intuición, iluminada por la luz infusa de la Revelación, puede el hombre coordinar y sintetizar todas sus ideas en una Idea Única, simple y divina.
La Teología es un saber Divino porque es un verdadero mensaje de Dios dirigido a la intuición del hombre mediante la Revelación, para que éste adquiera racionalmente el conocimiento de Dios tal cual Es, como principio activo del Universo Cognoscible, pero no en su aspecto Indiferenciado e Incognoscible.
Finalmente en el tercer postulado, se expone el objetivo último de la Teología que es descubrir al hombre el Saber Divino no en forma accidental y velada, sino sistemática y realmente. A través del esfuerzo y trabajo que realiza el hombre al enfocar sus pensamientos en los principios revelados, logrará santificar y dignificar su vida y alcanzar eventualmente a través del Éxtasis la Visión Beatífica.
La Teología es esencialmente el camino del conocimiento a través del esfuerzo y aplicación de la razón y auxiliada por la intuición que, como ya se mencionó, recibe la iluminación de la luz infusa de la Revelación.
En consecuencia, el ser que recorre ese camino, el estudiante teólogo, al día de hoy, deberá recurrir a todas las fuentes de conocimiento que se le ofrecen.
Recurrirá ante todo al estudio de los diversos sistemas filosóficos, conocerá y practicará las ciencias de ellas derivadas, inclusive los aspectos fenoménicos de la naturaleza y, recurriendo a todas las formas y medios mentales a su disposición, a través del razonamiento perfectamente ilado, analizando y sintetizando las conclusiones a que vaya arribando, irá descorriendo poco a poco los velos de la ignorancia.
Así y acompañando siempre la actividad mental clara, ordenada y constante con un método de vida de pureza y oración, logrará luego que la luz infusa vaya aclarando su intuición y comience a comprender humanamente las Verdades Reveladas por Dios.
Realiza una verdadera fusión de su mente racional con su mente intuitiva.
Aún hay seres que trascienden esta etapa y logran a través del éxtasis un conocimiento superior en que comprenden aunque sólo fuera potencialmente, las Verdades Divinas no reveladas. Este conocimiento se llama Theología in Deo Clare Visa, mientras que el conocimiento adquirido por el estudio racional al amparo de la intuición se llama Theología in Via y es el que por lo común logran alcanzar los hombres.
El conocimiento extático es de pocos, de los Grandes Iniciados y algunos de sus discípulos, seres que luego vuelcan sus conocimientos en lo que se llama los Dogmas.
El Dogma es entonces una verdad deducida lograda Clare Visa Deo, es decir extáticamente frente a Dios.
Los Grandes Iniciados, por lo general, son los que establecen el Dogma que luego, a través de un discípulo es difundido y explicado llegando al pueblo a través del Sacerdocio.
El Dogma se sintetiza por lo general en una frase conceptual no discutible pero, a través de la doctrina que establece al afirmar una Verdad Revelada, abre el camino que hace posible deducir otros conocimientos y verdades potencialmente implícitas.
En esta forma, a través del razonamiento ilativo correcto, van surgiendo paulatinamente las verdades y conocimiento teológicos.
Se ha dicho que la teología es una actividad esencialmente racional del hombre, característica del hombre Ario, que de por sí sólo dispone de la razón como instrumento constructivo del conocimiento.
Pero se comprende una vez más que sin la Revelación Divina, sin la Luz Infusa con que Dios ilumina su intuición, vano sería su esfuerzo.
Enseñanza 6: Propiedades de la Teología
Para conocer una cosa, un objeto, una disciplina, se comienza siempre por conocer sus cualidades o propiedades.
Véase, pues, cuales son las propiedades de la Teología.
Estas propiedades son esencialmente de dos aspectos: las absolutas, privativas, que convienen a la teología en sí misma; y las relativas que la complementan y competen en especial con respecto a las ciencias humanas en general.
Se verá cuáles corresponden al primer grupo.
La Teología es rigurosa ciencia
Para que una disciplina sea ciencia es necesario que sus conclusiones sean perfectamente concordantes y estén contenidas en sus principios. Mas, si no se tiene evidencia de los principios, es imposible tener evidencia de las conclusiones.
Entonces, ¿cómo es posible tener evidencia de las conclusiones si los principios de la Teología se basan sobre la fe en la verdad revelada que no es principio evidente?
Para salvar este escollo Tomás de Aquino aportó una sutileza notable. Introdujo el concepto de ciencia subalternada y de ciencia subalternante.
La Teología no es ciencia así nomás, es ciencia subalternada a la ciencia divina. De esta manera la Teología se basa en principios de una ciencia evidentemente superior, la divina, y en esta forma, al depender de ello, no es necesario que sus principios sean evidentes en su misma ciencia, ya que lo son en otra superior.
Teología es entonces una ciencia subalternada a la Ciencia Divina porque sus principios tienen evidencia en la Ciencia de Dios.
Mas en el hombre la Teología se halla separada de su ciencia subalternante pues sus principios se poseen sólo por los artículos de fe, de la Revelación. Mas esto es un sustituto momentáneo de la clara visión de Dios que puede lograr el hombre a través de la visión beatífica. Cuando el hombre la alcanza, logrará la evidencia de los principios que actualmente sólo posee por fe, lo cual ya no necesitará por poseer la clara visión.
La Teología es entonces ciencia basada en principios de evidencia divinos que por el momento y hasta no lograr la iluminación superior se aceptan por fe. Por ello la Teología, formalmente hablando, sólo proporciona evidencia de la conclusión, pero no de lo concluido.
Conclusión teológica se llama una conclusión deducida de un principio o verdad divinamente revelada.
La deducción puede hacerse a partir de dos premisas reveladas, o bien de una premisa revelada y otra conocida con seguridad por razón natural cierta. Si ninguna premisa fuera revelada no puede haber conclusión teológica.
Ahora bien, como hay verdades reveladas explícitas y otras implícitas se infiere que hay toda una gama de posibilidades para lograr una verdadera conclusión teológica, pero siempre es necesario para ello que una premisa sea formal o virtualmente revelada.
Como es de suponer, en el largo camino que ha recorrido la ciencia teológica muchas han sido las tendencias e influencias que ha recibido. Así no ha faltado quien en las conclusiones haya ido de lo revelado a lo no revelado. Con ello se ha pretendido y hasta logrado sacar a la Teología de su verdadero campo, el de la Revelación Divina.
Por eso la verdadera Teología debe y se limita a partir de lo explícitamente revelado para llegar a lo implícitamente revelado. En esta forma se mantiene y sujeta a la verdad revelada, a la ciencia divina de la cual es ciencia subalternada.
Unidad de la Ciencia Teológica
Otra propiedad de la teología es su unidad fundamental. Si bien ella discurre sobre los temas y aspectos más variados es esencialmente una debido a su objeto formal motivo, que es la revelación virtual. Se ha visto cómo la finalidad propia de la Teología es el descubrimiento, la conclusión virtual, implícita de la verdad revelada.
La Revelación virtual es esencialmente una e idéntica en toda la Teología porque deriva de una verdad formal única esencial.
De ahí su unidad indivisible que le impide dividirse en varias otras ciencias.
La premisa revelada es siempre la causa principal de toda conclusión teológica y cuando interviene una premisa de razón, humana, ella es siempre primero analizada y juzgada a la luz de la premisa revelada, transformándose así en un auxiliar, en un instrumento de la premisa revelada.
En esa forma se conserva y explica la unidad.
La Teología es al mismo tiempo especulativa y práctica
Otra de las propiedades de la Teología es simultáneamente práctica y especulativa.
Pero no siempre se lo concibió en tal forma.
Hubo épocas en que la Teología Católica tendió especialmente hacia la práctica a punto de que se la dividió en tres partes:
De las cosas de que se ha de gozar: Dios uno y trino.
De aquellas cosas de que se debe usar: todas las cosas creadas, los sacramentos, las virtudes.
De las personas que usan de los bienes creados y gozarán de los eternos: ángeles y hombres.
La orientación es bien práctica, con el objetivo de lograr el Sumo Bien, que es Dios.
Mas posteriormente la Teología Católica sufrió un gran vuelco por influencia de Tomás de Aquino que la volvió más y más a su primitivo campo especulativo, sin perder tampoco el aspecto práctico.
Ese carácter ha conservado hasta el día de hoy la Teología Católica en concordancia con el propósito y finalidad propios de la Teología.
Pero lógico es reconocer que la verdad puramente especulativa, deducida, irradia su luz sobre todo el campo del ser y en esa forma penetra en la práctica con sus claros conceptos y enseñanzas de amor y comprensión.
La Teología es Sabiduría Suprema
Se dice que la Teología es sabiduría Suprema o Absoluta porque es un conocimiento doble de las cosas: por los primeros y universales principios de la razón (orden lógico) y por la primera causa eficiente, ejemplar y final de todo, que es Dios.
Esta sabiduría absoluta es: Una ciencia universalísima, porque abarca todo lo que la razón puede abarcar.
Es una ciencia certísima porque demuestra sus conclusiones por evidentes principios de razón y por las primeras y segundas causas del orden ontológico, es decir, divino (metafísico).
Es finalmente una ciencia suprema, que demuestra por las causas más altas, ya sea en el orden real como en el del conocimiento.
Como sabiduría y ciencia suprema, la Teología entonces: juzga a todas las demás ciencias, ordena a todas a su propio fin y usa todas las ciencias inferiores en su propia ventaja y provecho.
La Teología es ciencia demostrativa por vía de autoridad
La Teología es una ciencia que deduce, por rigurosa demostración, conclusiones de las verdades explícita y formalmente reveladas. Luego la Teología es rigurosamente demostrativa con respecto a sus conclusiones y como estas conclusiones se apoyan sobre las verdades de fe, reveladas por Dios, se concluye que es propio de la Teología demostrar por vía de autoridad.
Mas ¿qué hace el teólogo frente a un adversario que no admite la verdad revelada?
Como las verdades de fe son infalibles pues son verdades divinas, no puede haber oposición real entre ellas y la ciencia humana.
En consecuencia incumbe al teólogo resolver los argumentos contrarios, pues todos han de ser forzosamente solubles.
Al intentarlo desde luego no siempre se puede tener seguridad de que se sepa resolverlos o de que se hayan resuelto.
Si el argumento está errado en la forma, siempre se logrará resolverlo. El gran problema se presenta cuando el argumento es defectuoso en doctrina, pues la seguridad de resolverlo implica el conocimiento evidente, la evidencia del misterio divino, que no es conocido.
En tales casos nadie posee la evidencia del misterio y el teólogo podrá contestar que el argumento no demuestra “necesariamente” la imposibilidad del misterio, a lo cual no hay réplica pues jamás podrá demostrarse que necesariamente el misterio discutido es imposible.
Enseñanza 7: El Concepto Ario de la Creación
A medida que iba surgiendo el hombre Ario fue perdiendo la Humanidad el conocimiento “clare visa” de Dios que había sido patrimonio de la raza Atlante.
Los hombres Atlantes poseyeron, gracias a las características típicas de su raza, la visión directa de Dios y en consecuencia el concepto de la Unidad Absoluta de Dios.
Pero a medida que iba naciendo la mente racional, característica y conquista de los nuevos Arios, ésta fue obscureciendo, hasta perderse totalmente, las facultades psíquicas de la raza antecesora.
Los arios perdieron la visión directa de Dios y sumidos en un mundo fenomenal, dependientes totalmente de sus sentidos físicos, conocieron y adoraron en las primeras etapas de su evolución sólo a las fuerzas de la naturaleza, a las que deificaron y personificaron a tal punto que eran verdaderos dioses-hombres.
Sin embargo nunca desapareció totalmente, como un recuerdo subyacente en el alma, el concepto de la Unidad Divina, a tal punto que invariablemente se halla en el abigarrado mundo de las deidades arias el concepto del Dios Supremo, superior a todos, lejana reminiscencia del pasado conocimiento.
El concepto fundamental no podría morir. Sustentado seguramente por los Grandes Iniciados a quienes incumbe tal tarea, fue necesario esperar el momento propicio para que volviera a surgir con toda su fuerza.
Ello no podía ocurrir, lógicamente, hasta que la nueva conquista, la razón, se hubiera desarrollado suficientemente como para intentar a través de ella, el redescubrimiento de las Verdades preservadas en las tradiciones de la revelación.
El rehallazgo del concepto de la Unidad Divina, del Absoluto, o como suele llamarse del Aquello, no pudo ser necesariamente un acto instantáneo.
Años, décadas, siglos quizás fueron necesarios para que los Grandes Iniciados, los sabios y maestros de la antigüedad hallaran preparada la mente, la nueva mente racional, para llegar paso por paso a deducir lógica y racionalmente el pensamiento de lo Inmanifestado, de lo Eterno.
Se ha mencionado ya que son los Grandes Iniciados y luego sus discípulos los que al afirmar la Revelación van descubriendo las Verdades deducidas implícitas que, desarrolladas correctamente, se condensan luego en dogmas.
La vuelta al concepto de la Unidad Divina constituye indudablemente una verdadera deducción teológica, correctamente ilada y perfectamente razonada.
Tan fundamental ha sido esa tarea, tan claros han sido los conceptos, los dogmas que legaron los maestros de la antigüedad, que han perdurado los tiempos hasta la actualidad pese al obscurecimiento y sombras transitorias provocadas por filosofías y religiones que posteriormente proliferaron y proliferarán.
Sumidos en el mundo fenomenal, donde lo múltiple oculta y vela lo Uno, los instructores debieron partir indudablemente para sus razonamientos, de la manifestación perceptible de la Naturaleza y del Universo.
Ellos, como aún ocurre al día de hoy, comprobaron que todo lo que constituye el mundo fenomenal, toda la manifestación que se ve, palpa, gusta, huele y se escucha, se halla en constante cambio.
Nada es constante, permanente, fijo, imperecedero en el mundo fenomenal.
De esta observación surge la lógica deducción que nada hay perdurable y permanente en el mundo fenomenal y que todo lo que se observa no es sino una seria de formas y acontecimientos sucesivos y mudables.
Como nada es constante ni permanente, se deduce que todo lo que se observa no tiene verdaderamente existencia real, sino sólo fugaz y transitoria.
Por lógico razonamiento se deduce entonces que la manifestación perceptible, el Universo fenomenal, no es real en sentido absoluto.
He aquí el momento entonces en que se plantea el gran interrogante.
¿Si el mundo fenoménico no es un real absoluto, hay algo más que no percibimos, qué subyace oculto tras los velos?
¿Los Grandes Iniciados, custodios y divulgadores de la Gran Verdad, declararon y afirmaron que tras el velo del mundo fenoménico existe Algo real y substancial pues, razonaban, aunque lo que se percibe fuese una ilusión, una mera apariencia, sobre qué se apoyaría, cual sería la causa de la ilusión?
La apariencia no puede serlo por sí sola. En consecuencia, se deduce que debe haber Algo real y substancial.
Real, en sentido absoluto y substancial en cuanto significa naturaleza o esencia real o existente. Aquello en que están inherentes todas propiedades y cualidades.
Se concluye entonces que todo el mundo fenoménico se apoya, por así decir, en algo universal, en una Substancia o Esencia, Real en sentido absoluto, la cual es necesariamente la Única Realidad.
Surge aquí la pregunta si esa Substancia es simple o compuesta, Una o Múltiple.
La razón deduce que es Una en su Esencia, basándose, cual lo hace rigurosamente la ciencia experimental contemporánea, en la observación del mundo fenomenal donde se comprueba un riguroso encadenamiento y ordenación de los hechos a tal punto que todo fenómeno observable es la consecuencia de uno anterior y la causa del subsiguiente. Se llega así a lo que algunos llaman la Causa Primera o, como se dijo, al concepto racional de que la Substancia es Una en su esencia.
Mas, la única realidad escapa al poder racional del hombre. No se puede comprender ni imaginar su naturaleza y esencia. No es posible aplicarle los atributos, cualidades y definiciones del mundo, del universo fenoménico, pues los trasciende.
Es entonces Incognoscible para el hombre; Indefinible e Inefable, es decir, que no se puede definir ni explicar con palabras.
Por ello y a falta de mejor posibilidad se ha dado en llamar a Dios en ese aspecto “Aquello”, “Absoluto”, lo “Inmanifestado”.
Es necesario aquí introducir, mejor dicho recordar, otro postulado fundamental establecido por los Grandes Iniciados que se mantiene incólume hasta nuestros días, a tal punto que constituye una ley fundamental de las ciencias experimentales.
Es la ley de la conservación de la energía, y agréguese de la materia que, formulada a este propósito dice que de nada no puede surgir algo y algo no puede perderse en la nada.
Aplicando este postulado al análisis de la única Realidad, se deduce racionalmente primero, que Aquello ha sido siempre, pues no puede surgir de la nada y segundo, que es eterno, pues algo no puede aniquilarse en nada.
En otras palabras, Aquello ha sido siempre, es y será: es Eterno.
Pero Dios, Aquello, también es Infinito, pues no se puede imaginar algo fuera de Él, nada que lo defina, limite, circunscriba, afecte, influya o cause. Todo lo contiene en Sí.
Es entonces Aquello la única causa del universo fenoménico pues no hay otra causa fuera de Él.
Es la Causa sin causa, la Causa real, la única causa real ya que fuera de Él no hay causa real absoluta.
No existe pues en realidad en el mundo fenoménico causa y efecto, como ya se dijo, sino simplemente un encadenamiento de efectos, un continuado y ordenado desarrollo de sucesos que obedecen todos a la única y real Causa, a Aquello.
Relativamente, se observa en el mundo los fenómenos como obedeciendo a una causa y dejando un efecto. Y se observa como ese proceso se cumple obedeciendo a leyes que ordenan y rigen regular y continuamente los fenómenos.
Razonando se comprende entonces que este juego armónico obedece a una Causa fundamental, que es precisamente la única Causa real, Aquello.
Continuando el razonamiento se colige que Dios, Aquello, es también Inmutable e Indivisible.
Es Inmutable pues siendo la Causa única, nada hay que pueda mudarlo, tampoco hay algo en que pueda mudarse o transmutarse, pues, siendo todo lo que es, nada hay en que pudiera hacerlo. Tampoco puede cambiarse en otra Realidad pues es la Única, ni puede dejar de ser, pues algo no puede desvanecerse en nada.
Es Indivisible, pues nada hay que pueda dividirlo; pero aún cuando lo imagináramos posible, resultarían dos o más Realidades en vez de una, concepto que rechaza la razón pues destruiría la infinita naturaleza de Aquello y no es posible la coexistencia de dos infinitos.
Finalmente, todo lo que verdaderamente Es ha de ser real.
Dios es la única Realidad y consecuentemente es todo lo que Es y ninguna otra cosa puede ser lo que Es.
En consecuencia todo cuanto parece ser, no es real ni tiene existencia propia y no es nada o es emanación o manifestación de Aquello.
Se llega aquí al punto culminante del razonamiento teológico sobre la Divinidad Creadora.
¿Puede decirse realmente que Dios, Aquello, creó el Universo, el mundo fenoménico?
Para contestar los Grandes Iniciados racionalmente esta cuestión se afirmaron sobre el postulado fundamental de que de la nada no puede salir algo.
En consecuencia se rechaza la idea de “creación” en el verdadero sentido del vocablo, pues Dios no puede “crear” el universo fenoménico de la nada ya que esa nada significaría un estado “a priori” existente y distinto de Él, lo cual no es posible.
Tampoco pudo Dios “crear” algo de Su propia Sustancia y Esencia, porque ella es eternamente simple e incompatible con los compuestos.
En consecuencia debe aceptarse que el universo fenoménico es la resultante de un proceso inasequible a la razón humana.
Dios hizo el Universo de Su Nada, de lo que la mente no puede comprender.
Los antiguos maestros condensaron en tres postulados fundamentales los aspectos básicos utilizados para especular sobre las relaciones del universo fenomenal y la Realidad y sobre las cuales se basa esta exposición, ellos son:
De la nada no puede salir nada. La nada no puede ser causa ni origen de algo. Nada real puede ser creado, porque si ahora no es, nunca podrá ser. Si no fue nunca, no puede ser ahora y si es ahora, fue siempre.
Algo real no puede desvanecerse en la nada. Si ahora es, será siempre. Nada que es puede aniquilarse. La disolución es tan sólo el cambio de forma, la resolución de un efecto en su precedente causa real o relativa.
Todo lo que ha evolucionado debió involucionar. La causa real o relativa debe contener el efecto y el efecto debe ser la reproducción de la causa real o relativa.
Enseñanza 8: Evolución del Dogma
El Dogma es una Verdad Divina indiscutible a la que se presta acatamiento por hábito de fe.
El Dogma puede ser una Verdad formal explícita, como puede ser también una verdad virtual implícita.
Dicha verdad, expuesta, tiene y expresa un sentido y es precisamente la misión de la Teología, al discernir sobre esa verdad, aclarar, fijar y ampliar ese sentido a fin de que la luz contenida en la Verdad Revelada brille cada vez con más esplendor y alumbre más y más el campo del conocimiento racional del hombre.
Pero, como es bien sabido, la Verdad Revelada y consecuentemente los dogmas se ofrecen a veces en forma un tanto obscura y fue tarea ímproba a veces por parte de los teólogos descubrir su verdadero sentido, si es que tal tarea no fuera realizada ya anteriormente por algunos Grandes Iniciados y sus discípulos.
Tal situación de relativa obscuridad frente al “sentido” del dogma trajo como consecuencia que se produjeran discrepancias teológicas que inclusive llevaron a algunos a afirmar que el dogma no conserva siempre el mismo sentido, es decir, que puede variar y hasta cambiar el sentido.
Según los objetantes el contenido dogmático, es decir el dogma, no está sujeto a la invariabilidad de los datos objetivamente revelados por Dios, sino más bien a las alternativas de los factores psicológicos y religiosos del hombre.
Para ellos, los dogmas son cosas tan contingentes y mudables como las condiciones subjetivas del hombre lo admiten.
Estas condiciones subjetivas en el hombre evolucionan y cambian frecuentemente, sin que en los cambios haya continuidad homogénea.
Según esta interpretación los dogmas pueden cambiar de contenido sustancial a tal punto que las fórmulas dogmáticas podrían tener en el correr de los tiempos sentidos completamente diversos y hasta opuestos.
No es posible la evolución del dogma de un sentido a otro, que es transformismo. Pero sí es posible la evolución homogénea dentro de un mismo sentido.
El dogma puede evolucionar sin peligro de cambiar de sentido, de transformarse.
La evolución es una cualidad inherente a las cosas vivas y progresivas, y so pena de querer llamar la Revelación algo muerto e inerte, debe aceptarse que el dogma evoluciona y ha evolucionado siempre, tal cual lo demuestra la historia de los dogmas y la teología.
Para comprender que el dogma puede y debe evolucionar es necesario aclarar ante todo una vez más que la Verdad Revelada es eterna y no dejará nunca de serlo. Pero también es cierto que una verdad, expuesta en un modo determinado, puede dejar de tener todo interés, aplicación y trascendencia en un momento dado. La vida, el medio ambiente, las circunstancias generales llegan a trascender la verdad dogmática expuesta en una forma determinada, pero ello no significa que el sentido original y único de la Verdad haya dejado de tener validez o deba y pueda buscarse en la Verdad otro sentido distinto y aún opuesto.
Es con cierta justicia que se reprocha a filósofos y teólogos de que a veces “viven en el pasado”. Es cierto que no falta quien pretenda que se siga empleando una frase consagrada aunque nada signifique ya.
Ante este peligro entonces de quedar atrás el teólogo debe recordar que las verdades fundamentales, las revelaciones y los dogmas son de siempre y que si a veces aparecen caducos y fuera de lugar, es porque se ha perdido el contacto con la evolución humana.
El teólogo debe por eso tratar de proyectar siempre sobre los problemas actuales las verdades fundamentales que, al ser de siempre eternas, lo son también de hoy.
En esta forma, al mantener un estrecho contacto con la vida y evolución humana, la verdad fundamental, el dogma, participa de dicha evolución en forma homogénea, clara y precisa, conservando inalterable el fundamental sentido contenido en el dogma.
Enseñanza 9: Teología de la Existencia
La idea del Absoluto, de Dios, subyace en toda mente humana.
Sin embargo, a través de los tiempos y aún paralelamente, la Humanidad ha enfocado desde muy diversos puntos de vista su posición frente a ese Absoluto.
Aún admitiendo, negando o guardando silencio sobre Él, posición que en última instancia es idéntica pues ¿cómo afirmar o negar lo que la mente humana es incapaz de penetrar? los hombres trataron de hallar la Verdad y la explicación de su existencia a través de sí mismos, del universo y mundo fenoménico.
Frente a este mundo fenoménico, afirmando, negando o rechazándolo, los pensadores ocuparon diversas posiciones fundamentales que en última instancia se concretaron en filosofías, teologías y religiones características.
En la diferente interpretación del universo y mundo fenoménico y su relación con Dios lo que implica lógicamente también al hombre, estriba entonces la diferencia esencial entre los diversos sistemas formulados desde la antigüedad por los hombres y que al condensarse en conceptos axiomáticos teológicos, han llegado hasta nuestros tiempos.
Una de esas corrientes de pensamientos que ha perdurado hasta el presente es la que puede llamarse la Filosofía y consecuente Teología de la Existencia, o sea de la manifestación en su aspecto de permanencia.
En efecto, de acuerdo con esta concepción, el universo fenoménico no es el resultado de una fuerza o manifestación única y absoluta sino de una fuerza dual.
Estas dos fuerzas actúan paralela y simultáneamente, se interinfluyen constantemente la una a la otra sin fundirse jamás.
Este juego de los dos aspectos, en su constante vaivén y sin lograr nunca la Unidad, genera siempre nuevos aspectos los cuales al no lograr jamás la unidad aparecen como infinidad de nuevas fuerzas, semejantes, que en definitiva imprimen al observador el concepto de permanencia de la manifestación, es decir del universo fenoménico.
Sin embargo persiste siempre en la mente del hombre la idea fundamental de la Unidad de Dios.
Esta verdad axiomática, aceptada y afirmada a través de todos los tiempos, obliga entonces a la deducción lógica y teológica de que si existe un universo creado y una manifestación, tiene que haber un punto de origen.
Este axioma a su vez conduce por lógica a la deducción de una nueva verdad que consiste en afirmar que bajo toda forma cambiante hay un punto fijo y permanente.
Esta deducción es forzosa, como se comprende fácilmente. En efecto, siendo axioma fundamental inamovible el concepto de unidad absoluta, no es posible aplicar a Aquello el carácter dual de la manifestación fenoménica y apareciéndose ésta como un constante movimiento de dos fuerzas que nunca llegan a equilibrarse, sólo cabe concebir a Aquello como el perfecto equilibrio, la armonía, la falta de movimiento dual.
En otras palabras, el punto fijo y permanente que subyace tras toda forma cambiante fenoménica.
El corolario ineludible de esta concepción, basada en la afirmación del Absoluto en sí y de la dualidad fenoménica aparente, es lo que imprime su carácter especial a esta teoría, pues al subyacer tras todo fenómeno un punto fijo permanente, Dios, todo lo existente adquiere un carácter divino fundamental.
Lo anteriormente expuesto sintetiza los conceptos teológicos fundamentales de esta corriente del pensamiento humano y deja vislumbrar desde ya su orientación en el campo especulativo práctico.
Subyaciendo Dios bajo todas las formas cambiantes del mundo fenoménico, originadas por la interacción de lo que se llamó antes los dos aspectos fundamentales que lógicamente utilizan algún vehículo, por ejemplo, vibración energética para influenciarse recíprocamente, la búsqueda de Dios se encaminará siempre hacia el conocimiento de esos aspectos o fuerzas, a fin de lograr descubrir a través de la plenitud de dicho conocimiento el verdadero sustratum, la última realidad.
De ahí resulta en última instancia sobre todo en algunas escuelas la desesperante búsqueda, el constante ahondarse en los diversos aspectos del universo fenoménico buscando siempre tras el fenómeno, la Realidad.
La consecuencia de esta actitud debida a veces a la desilusión o frustración en el esfuerzo, es la tendencia de algunas escuelas al materialismo y hasta ateísmo, como formas extremas de desviación de la pura doctrina.
Pero véase como conciben los filósofos y teólogos originalmente esta doctrina.
Ya se ha dicho que dos fuerzas o principios activos producen por su interacción todos los fenómenos del universo, incluso los de vida, manifestándose en innumerables formas y variadas combinaciones.
Ellas son: La primordial Sustancia o energía, de la que derivan todas las formas y energías; y el principio espiritual.
Estos dos principios se han llamado en la India Prakriti y Purusha.
El proceso de envolverse el Espíritu en la sustancia da origen a las diversas formas diferenciadas del universo fenoménico.
Sobre la aparición o manifestación de estos dos principios activos y hasta sobre sus características no concuerdan desde luego totalmente las diversas escuelas.
Así por ejemplo, algunas no conciben el principio Espiritual como el Alma Universal sino como un infinito compuesto de átomos espirituales o espíritus individuales que en su conjunto constituyen la Unidad llamada Principio Espiritual.
Dentro de esta orientación los dos principios, Espíritu y Sustancia, no son aspectos de Dios, de lo Absoluto, sino meras emanaciones, finitas y perecederas, es decir, no eternas realmente, pues ambas han de regresar, reabsorberse en Dios al final de cada ciclo de actividad cósmica.
Son entonces sólo las formas primarias de los dos fundamentales principios de la actividad fenoménica, el Espíritu y el Cuerpo que el hombre observa como evidente en todo fenómeno.
En cuanto al mecanismo de la emanación nada puede decirse, pues está más allá de la posibilidad humana. Sin embargo, para subrayar que no son aspectos de Dios se suele afirmar que dichas emanaciones son como formas de pensamiento de Dios, con lo cual se salva la posible interpretación de una dualidad del Uno, de Dios.
También existen discrepancias entre las escuelas al respecto de los conceptos de Eternidad. Si se asocia el concepto de permanencia esta idea resultaría que los dos principios serían eternos, infinitos y existentes por sí mismos.
Esto se explica sin embargo si se aclara el concepto de Eterno. Dios, lo Absoluto, es Eterno realmente; el universo fenoménico es sólo eterno relativamente, dentro del ciclo de manifestación divina dentro del cual es posible apreciarlo.
Con esta aclaración se disipa el reproche de materialista que se esgrime contra la doctrina de la existencia, aún cuando debe admitirse, como ya se dijo, que algunas escuelas en última instancia no escaparon a esa tendencia.
A fin de aclarar algo más la doctrina y sus últimas consecuencias se resumirán los conceptos de algunas de las más clásicas escuelas.
Se ha visto ya que el llamado principio Espiritual no se interpreta como el Espíritu Universal en el sentido de una indivisa Unidad sino al contrario como el conjunto de innumerables espíritus individuales, libres e independientes.
De no ser así no se podría explicar la infinita variedad de los aspectos de la naturaleza pues aunque se concibiera al Uno dividido en infinitas partes, cada una de ellas sería de su misma naturaleza e iguales en todo, lo que excluye la variabilidad, característica de la naturaleza.
El principio espiritual Purucha no tiene atributos, es puro Espíritu y su existencia se concibe como de perfecta paz, descanso y felicidad hasta el momento en que se sumerge en la Substancia, influenciando y orientándola como el campo magnético influye al hierro.
Este acto determina lo que se llama un alma, es decir, el Espíritu envuelto en sus organismos de manifestación, quedando desde entonces sujeto al ciclo de existencia.
La existencia significa una dura prueba de dolor al Espíritu aprisionado que añora su estado de primitiva bienaventuranza.
Es entonces objeto principal de la doctrina proporcionar al alma los medios de liberación, a fin de que trascienda la ley kármica y los renacimientos y recobre el espíritu su original estado de libertad.
Según la escuela que se comenta, los espíritus individuales constituyentes del gran principio Espiritual eran en su origen totalmente libres, hasta que la atracción y poderosa influencia de la Substancia los encadenó. Como consecuencia de ese encadenamiento el espíritu individual fue perdiendo su estado de pura conciencia divina cayendo paulatinamente en el engaño o ilusión de la materia. Verdaderos ángeles caídos, deambulan en el mundo, ilusionados por las engañosas formas de “maya”, hasta que tras larga peregrinación el dolor vuelve a despertar en el alma el vago recuerdo de su verdadero origen libre. Comienza entonces la lucha por la reconquista de la bienaventuranza perdida que no termina hasta haber logrado, a través de innumerables encarnaciones, ese objetivo.
Se afirma que de la combinación de las acciones de los dos principios espiritual y material energético, derivan todos los aspectos y vida del mundo fenoménico, a tal punto que hasta cada átomo de materia es sustancia animada por un espíritu individual. En esta forma se explican todos los fenómenos del universo, desde los más simples hasta los más complejos.
Como se ve, esta doctrina intenta explicar todo el universo en sus cambiantes manifestaciones y encierra en sí gran parte de las concepciones científicas actuales.
Lo que llaman sustancia no es sino la primordial sustancia cósmica o energía cósmica que evoluciona, se densifica y vuelve a transmutarse al cabo de los siglos.
La mente nace por la acción del espíritu sobre la substancia (materia energía) y tiene entonces carácter material, como se la concibe aún actualmente.
La materia es activa por su propia energía pero inerte, insensible si no es iluminada por el Espíritu.
A través de estas afirmaciones, la pura doctrina se eleva sobre la concepción materialista del universo, espiritualizándola con elementos que en definitiva intentan explicar la evolución universal.
La sustancia-materia se halla evolucionando constantemente desde el momento que fuera animada por el espíritu. Ha sufrido tantos cambios y transformaciones que a la mente individual le es imposible reconocer su verdadera naturaleza. Aún más difícil le resulta a la mente imaginar siquiera el magnífico estado de libertad del espíritu antes de quedar ligado a la materia.
Sin embargo y ésta es la última finalidad de este sistema, se proclama que por intermedio del verdadero conocimiento, el discurso razonado y científico, la recta conducta o sea el adecuado método de vida material, mental y espiritual y el vencimiento de las pasiones, puede colocarse la mente en tal actitud de comprensión superior que logra concebir la verdadera naturaleza original de los dos principios duales que rigen y constituyen el universo.
Por este método, denunciando la ilusión y falacia de la vida terrenal, busca este sistema para sus adeptos la liberación de la cadena de reencarnaciones que sujetan el libre espíritu a la material y dolorosa vida en la tierra.
Enseñanza 10: El Vedanta
Entre los sistemas que siguen en líneas generales el pensamiento de la teología de la existencia, cabe destacar principalmente el Vedanta en Oriente, mientras que en Occidente ha reaparecido también hace años, centralizándose especialmente ahora en el llamado existencialismo de J. P. Sartre.
Por su antigüedad, perfecta estructuración y amplia aceptación y difusión en la India actual merece especial atención el sistema Vedanta.
El sistema Vedanta, cuyo nombre deriva de “el último Veda”, se basa especialmente sobre la última parte de los Vedas, los Upanishads. Se dice que su origen se pierde en la antigüedad y su formulación se atribuye al legendario instructor Vyasa, mientras otros consideran como padre del sistema a Badarayana, lo que de todos modos significaría que es anterior al Budismo.
El Vedanta, en extremo tolerante, reconoce toda la primera parte de los Vedas y la acepta, pero su tema principal es el estudio de los Upanishads, que se refieren en especial a todo lo concerniente al Absoluto o Brahman y a su manifestación fenoménica.
El sistema es esencialmente racional y no se funda para nada en la fe, con lo cual satisface a todos aquellos espíritus de inclinación científica que buscan su liberación a través del estudio sistemático y científico del mundo fenomenal y múltiple, en relación al Uno.
Dicho aspecto lo ha vuelto sumamente amplio y universal adaptándose a las necesidades particulares momentáneas de cada individuo.
Fundamentalmente sostiene que hay una sola y única Realidad. Todo lo demás es ilusorio.
Una formulación tan amplia lógicamente se adapta, como se ve, para aceptar cualquier doctrina, pues en cualquiera se descubre siempre algo de verdad, afirmándose luego sin embargo que nada es verdadero, salvo la única Realidad.
Como es sabido las doctrinas de la existencia sostienen la idea de que el universo y las almas individuales surgen como una emanación del Absoluto Brahman, no aclarándose sin embargo mayormente el cómo.
Los Vedantinos, llevando al extremo su concepto idealista afirman la única Realidad, siendo entonces todo lo demás ilusorio o una manifestación del Uno como múltiple, pero sin efectiva y real división.
El universo ilusorio proviene de la ignorancia provocada por Maya o ilusoria apariencia. Entonces ya no existe una manifestación, sino sólo un reflejo o apariencia pues nada fuera de la única Realidad existe.
Entre las diversas escuelas vedantinas se destaca la Advaita como la más importante.
Ha sido resumido su pensamiento en las siguientes palabras: “Brahman es verdadero; el mundo es falso; el alma es Brahman y no otra cosa.”
Como se ve, el pensamiento se ha vuelto aún más audaz y ya no son los espíritus individuales los que pierden su identidad y libertad formando un ilusorio universo, sino que en la Advaita el mismo Brahman queda envuelto por Maya. Se afirma que Brahman “imaginándose” separado en infinitos espíritus constituye un ilusorio universo que lo encadena. El Infinito se sume en una “ensoñación” del mundo fenomenal y se imagina ser infinito espíritu en vez del único Ser.
Como se ve, toda la manifestación resulta entonces una ilusión.
Brahman, Dios, es la única Realidad, indivisible, inmutable, único; todo el universo fenomenal es una ficción, una ilusión resultante de la ensoñación de Dios, que se manifiesta como la ilusión de la separatividad, del universo sensorio.
Las almas resultan también ilusiones de la mente de Dios, el cual al verse reflejado al infinito en la engañosa Maya se imagina múltiple y se contempla con los innumerables ojos de los reflejos de sí mismo.
Las almas individuales no dejan entonces de ser nunca Brahman, aunque mientras no se liberen del mundo fenoménico persisten en su error de que son sólo un ilusorio reflejo o semejanza de Brahman.
La combinación de los ficticios reflejos constituye entonces la manifestación de Brahman, el cual se identifica con las innumerables formas y personajes que existen sólo en su propia imaginación.
Las almas individuales, como se nos aparentan, sólo pueden escapar del mundo fenoménico y de lo ilusorio de Maya por el reconocimiento de su identidad con Brahman.
Sólo por el verdadero conocimiento, es decir, reconocimiento, puede el alma libertarse, hallar y recobrar la conciencia de su verdadero ser.
Los advaitas no coinciden totalmente con la doctrina general respecto al concepto de Brahman, absoluta Esencia y Sustancia.
Para ellos significa sobre todo Absoluta Existencia, absoluto conocimiento, absoluta Felicidad, plenitud máxima.
En cuanto al concepto de Maya, no debe interpretarse como la ilusión o ignorancia de las almas individuales. Aparece, aunque sea imposible explicar cómo, al comenzar la actividad creadora y se la describe como la sombra de Brahman, la cual desaparece al cesar el ciclo.
Siendo producida por Brahman se aparece como real, aunque no lo es en sí, por cuyo motivo los advaitas ven en Maya la causa material del universo fenoménico. Maya no es realmente “algo” sino sólo la cobertura de algo.
El universo fenoménico no se reduce a la nada como en la doctrina de la no existencia, sino que es la ilusoria apariencia de una subyacente realidad, por cuyo motivo a los fines prácticos de la vida lo consideran real aunque se sepa que es sólo una apariencia esencialmente ilusoria.
Con esta doctrina queda abierto al hombre un amplísimo campo de actividad ya sea en el ámbito objetivo como en el subjetivo. Elimina toda negatividad e incita al hombre a una actividad y superación de esfuerzos constantes.
Pero dentro de esa actividad de la vida mantiene constantemente en alto el estandarte de sus postulados idealistas, ya que al recordar a los hombres que sólo “Brahman es verdadero y el mundo es falso” mantiene siempre vivo el concepto del esencial origen divino del alma.
Enseñanza 11: Teología de la No Existencia
Así como las filosofías y teologías que se llaman de la “existencia” han dado origen a un gran desenvolvimiento de todo lo que se califica como conocimiento, las escuelas que han adoptado los postulados de lo que se califica de “no existencia” han sido las inspiradoras de todo el movimiento místico de la Humanidad.
Los objetivos y problemas de estas escuelas son esencialmente suprafísicos y dejando a un lado el conocimiento de las leyes del mundo fenomenal, se aplican a lograr el conocimiento del Principio Fundamental de la manifestación y de lo que en él subyace, es decir, de lo que existe más allá del principio primordial.
Mas ello significa que en última instancia es necesario discurrir sobre la Esencia Inmanifestada para descubrir su origen.
No es evidentemente necesario razonar mucho para advertir que de lograrlo dejaría de ser desconocida e inmanifestada.
La mente humana se reconoce, sin embargo, incapaz de penetrar ese misterio y cualquier esfuerzo de ella en ese sentido sería vano.
Entonces el único camino que puede llevar a una comprensión de Dios no es el mental, sino aquel que conduce a un estado de similitud al que se supone se halla lo Inmanifestado y que da como fruto el conocimiento extático.
Como se ve, esta forma de enfocar el conocimiento de Dios es esencialmente místico y continúa siendo hasta el día de hoy la base de todo el movimiento místico como se comprueba fácilmente a través de los escritos de San Juan de la Cruz, cuyo pensamiento es el rector de toda la mística cristiana contemporánea.
El hecho de ser la mente humana totalmente incapaz de penetrar los Misterios Divinos, como lo afirma esta doctrina, ha tenido como consecuencia que sus expositores fundamentales, sus grandes maestros, jamás hablaran sobre lo Inmanifestado. De ahí el reproche de ateismo que se les formula.
Pero lo cierto es que la verdadera doctrina no niega ni afirma, simplemente no habla ni discurre sobre “Aquello”, limitándose a señalar la forma como cualquier ser, por sus propios medios, puede lograr el superior conocimiento iluminativo.
El principio fundamental de esta doctrina, que se llama de la no existencia, está contenido esencialmente en el concepto de la no permanencia.
En efecto, si se observa el mundo fenomenal, la manifestación cósmica, dicen los expositores de esta doctrina, se comprueba que uno se halla frente a un constante fluir, a un constante cambio de formas y aspectos. No hay un solo instante de reposo, no hay un solo momento de descanso.
Inténtese captar un fenómeno en un instante y en ese mismo momento que se cree que la mente lo ha captado, se comprueba que no existe más, que se ha escurrido, que no se puede controlar realmente.
Realmente no existe, es sólo una percepción subjetiva de la mente, imposible de controlar.
Por ello y como postulado fundamental de esta doctrina, se dice que la manifestación no es más que una sucesión de percepciones, momentáneas, irreales.
Y al decir percepciones y no sensaciones se subraya el carácter subjetivo de la observación fenomenológica, pues los sentidos en sí, de por sí no dan conocimiento del mundo fenomenal sino sólo a través de la mente, lo que da la percepción y conocimiento su carácter subjetivo-humano.
Sin embargo, aún dentro de esta doctrina de la no permanencia se admite una permanencia. El concepto de la unidad absoluta de Dios, del Uno, permanece como concepción axiomática indestructible en el pensamiento del hombre.
Dentro de este cuadro con continuos cambios, de inestabilidad, se plasma el concepto de la permanencia del Uno, del Yo Absoluto como lo llaman algunas escuelas, postulado que lleva a la ineludible conclusión teológica de que si únicamente el Yo Absoluto se considera permanente, nada en la tierra, en el Universo es Yo. Todo es “no Yo”.
Todo es inestable. Sensaciones, percepciones, cuerpos, conciencia, todo es “no Yo”, es ilusorio.
Nada de ello es substancial, sino únicamente apariencias huecas, vacías de sustancia y realidad.
El yo humano es entonces también sólo una ininterrumpida serie y sucesión de imágenes subjetivas irreales, vacías, fruto del engaño de la ignorancia.
El desarrollo de este concepto hasta sus últimas consecuencias es característico de esta doctrina, que lleva a sus seguidores inevitablemente al desprecio de las formas materiales y mentales y en última instancia al misticismo.
Concordante con sus concepciones negativas sobre la realidad del universo fenoménico, el método seguido fundamentalmente por esta escuela es el de la negación.
Para ello era necesario seguir el método de las antiguas escuelas, poseer, conocer primeramente todos los aspectos del mundo fenoménico para luego negarlos.
Se conocía primero el mundo físico y luego se lo negaba como ilusorio y falso.
Se repetía luego el proceso en el campo mental tratando de reducir también aquí sintéticamente todos los conceptos a sus formas más simples, para luego rechazarlas como aparentes y vacías, a fin de llegar a través de la aniquilación de la mente a un conocimiento puramente espiritual.
La mística contemporánea ha conservado muchos de estos conceptos y métodos de la antigua doctrina, como se nota fácilmente al recordar la exposición sobre la noche de los sentidos, de la mente, etc., de San Juan de la Cruz.
Asimismo no puede afirmarse que esta doctrina haya producido o pueda producir una verdadera Teología, pues su tendencia no es mental racional sino de fe, concretándose sus instructores principalmente en señalar la forma, el camino a seguir para librarse de la ilusión de la ignorancia y alcanzar el beatífico estado de armónica semejanza con Dios.
La progresiva conquista de la mente racional por los arios, la racionalización de la Humanidad, provocó la lógica decadencia de esta doctrina y si no fuera por el resurgimiento que experimentó a través de Buda, cuyas enseñanzas reavivaron la vacilante llama de la mística y del sendero de la pura fe, no hubiera quedado al día de hoy exponente de esta pura doctrina espiritual.
Buda, al observar el sufrimiento de la Humanidad, comprendió que la liberación de ella no depende del refinamiento de la razón, de hábiles disputas metafísicas, de la acumulación de conocimiento y desarrollo de pensamientos sutiles que en última instancia pueden llevar al hombre a la anarquía mental. Eludió por ello siempre la discusión metafísica y formuló su doctrina de manera tal que cualquier hombre pudiera practicarla con total prescindencia de sus capacidades intelectuales. Más que un nuevo sistema trascendental dio a sus contemporáneos y a la posteridad un nuevo concepto del deber y de moral.
Buda observa el dolor de la Humanidad y descubre que la raíz del dolor está en el deseo.
El deseo se aplica a los objetos del deseo, es decir a los objetos del mundo fenomenal y como éstos son inestables, transitorios, cambiantes, perecederos, cunde constantemente la amargura y el desengaño ante su pérdida. Y esta amargura y desengaño son la fuente del dolor que persigue a la Humanidad apegada y codiciosa de los objetos y formas fenomenales.
En esta formulación se descubre de inmediato la conexión de la doctrina particular de Buda con el sistema general de la no existencia o no permanencia. Asimismo se vislumbra el método que recomendará, es decir, el vencimiento del deseo a través de su formulación del óctuple sendero.
Consciente de la profunda impresión que causan en el alma humana los continuos cambios de las cosas, formuló una doctrina transformista.
La vida se considera como un constante devenir, una serie ininterrumpida de manifestaciones, transformaciones y extinciones. El mundo fenomenal, de los sentidos, de la mente, sólo existe de momento a momento. Cualquiera sea la duración de un estado, breve o largo, todo es devenir, a tal punto que Buda expresa como punto capital de su enseñanza que: Todo cuanto está sujeto a origen, está sujeto también a destrucción.
Este devenir no tiene principio ni fin. No hay momento estático cuando el devenir llega a ser, pues en el mismo momento en que se concibe algo con atributos de forma y nombre deja de ser lo que era, cambia en algo diferente.
Asimismo, enlazando el concepto de inestabilidad al de percepción subjetiva de los fenómenos, declara que el universo (viviente) es un reflejo de la mente.
Sólo la ignorancia hace ver y creer en cosas y formas estables en lugar de procesos continuos ininterrumpidos. Artificialmente se divide el flujo continuo en secciones llamándolas cosas, pero ello es ilusorio, pues la vida, el universo no es una cosa ni siquiera el estado de una cosa sino un cambio o movimiento continuo.
Para explicar la continuidad del mundo y faltando un sustratum, un punto permanente, Buda introduce en su doctrina la ley de causacion haciéndola base de la continuidad. De esta ley de causacion se deriva luego el concepto de continuidad eterna del devenir.
Si algo surge, existe una causa que lo originó. Si eso está ausente, ésto no deviene; si aquello cesó, esto cesa.
Entonces lo que se llama una cosa es solamente una fuerza, una causa, una condición, a tal punto que la doctrina afirma que las cosas son el producto de condiciones y que el mundo entero está condicionado por causas.
Se plantea aquí la pregunta de que si todo responde a una ley causal, qué causa original puso en movimiento el sistema.
Buda no ve ni halla nada permanente ni real en el constante fluir del mundo fenomenal, pero no puede interpretarse ello como que quiso decir que no haya nada real en absoluto.
Buda elude siempre el campo metafísico; se contenta y acepta los hechos de la experiencia fenomenal que le indican que el Universo es un todo viviente, en constante cambio y evolución, que se niega a dividirse en objetos definidos y permanentes. No afirma ni niega que bajo el constante cambio haya algo permanente, es indiferente y no pasa más allá del mundo de la experiencia.
Por eso insiste en que los fenómenos del mundo, tal como los capta el intelecto, poseen únicamente existencia condicionada.
Sin embargo, Buda reconoce lo Inmanifestado, sin cuya existencia admite no habría posibilidad de salir del mundo de lo nacido y envuelto en la serie causal, aunque no discurre sobre Él.
Con ello se completa el cuadro causal en que el intelecto exige un ser incondicionado como condición y causa de la serie fenomenal universal.
El Inmanifestado no es en sí mismo parte de la serie fenomenal ni puede tener tal condición pues se halla fuera de la ley de causación, de contingencia y dependencias.
Sin embargo, no puede estar desligado de ella totalmente, pues en tal caso ella sería irreal, por falta de causa y sustancia.
Se advierte entonces que todo parece ser y no obstante no ser. Es ser y devenir, es y no es, real e irreal, que se interpreta en definitiva como una concepción idealista de devenir, la evolución del ser. Toda la manifestación, toda la existencia es un fluir de un punto a otro, siendo imposible al hombre, involucrado el mismo en el proceso, distinguir en él, separar el ser del no ser.
Por ello, comprendiendo las limitaciones humanas, el Buda se abstiene de pretender introducirse en un campo inescrutable y manteniéndose dentro de los alcances prácticos de la Humanidad general, lega a ésta su doctrina de liberación a través de la práctica de las virtudes fundamentales.
Enseñanza 12: El Óctuple Sendero
La doctrina del Buda aleja al hombre del campo puramente racional; le indica como realización práctica un método para lograr la liberación: el Sendero. Es esta una actitud de vida que debe adoptar.
Buda asentó cuatro postulados fundamentales o verdades sobre las cuales basa todo su programa de vida. Estos cuatro postulados son:
El conocimiento de la existencia del dolor.
El conocimiento de que el dolor es causado por el deseo.
El conocimiento de que el dolor es únicamente eliminado por la aniquilación del deseo.
El conocimiento del sendero que lleva a la cesación del dolor por la aniquilación del deseo.
Este sendero fue expuesto dividido en ocho aspectos, por cuyo motivo se lo llama el óctuple sendero.
Buda rechaza siempre los extremos por cuyo motivo condena tanto el sensualismo como la automortificación. Su sendero es el sendero del medio.
El primero de los 8 aspectos es el RECTO CONOCIMIENTO.
Indica que es necesario comprender el mal para comprender la raíz del mal y el bien para comprender la raíz del bien.
El mal es resumido en el siguiente decálogo: Matar, Robar, Fornicar, Mentir, Murmurar, Usar lenguaje áspero, Hablar inútilmente, Tener avaricia, Ser cruel, Emitir juicio que perjudica.
La raíz del mal es el deseo, la cólera, la desilusión.
El bien se define como el abstenerse de esos diez actos y la raíz del bien la ausencia de deseo, de cólera y de desilusión.
Cuando se comprende el dolor y su causa, cuando se comprende la cesación del dolor y el sendero que lleva a ello, se habrá logrado el Recto Conocimiento.
Buda al exponer este primer paso del Recto Conocimiento coloca sin embargo de inmediato un freno, a tal punto que en lugar de Recto Conocimiento podría llamarse también de Recta Fe.
Al dar su clásico ejemplo del hombre herido por una flecha y de lo inútil que sería para el herido saber nombre, condición y aspecto físico del médico antes de ser auxiliado, en lugar de recibir directamente el auxilio, afirma lo inútil del conocimiento racional y la especulación sobre lo trascendental, el ego y otros aspectos.
Afirma luego la ley kármica, con lo cual se concluye la necesidad de vencerla con los actos de la vida para lograr la liberación de la cadena de reencarnación.
La segunda etapa es la RECTA INTENCION.
Comprende: El pensamiento de renunciar a los hábitos mundanos.
El pensamiento de no tener mala voluntad; y el pensamiento de abstenerse de la crueldad.
La tercera etapa es la de la RECTA PALABRA.
Comprende: Abstención de la mentira, para no favorecerse a sí mismo ni a otros.
Abstención de la murmuración, con lo cual se evitan discordias y se contribuye a la armonía de los hombres.
Abstención del lenguaje áspero, con lo cual se evita el rencor y los odios, sembrando al contrario el amor, la dulzura y cordialidad.
Abstención de conversaciones inútiles. Háblese con propiedad, breve y claramente.
La cuarta etapa es la de la RECTA ACCION.
Comprende: Abstención de matar. Se condena el uso de armas y elementos ofensivos. Lleno de comprensión, simpatía, compasión, el hombre debe practicar la piedad con todos sus semejantes.
Abstención de hurtar. Sólo se toma lo que se le da. Se elimina el deseo por lo ajeno purificando así el corazón.
Abstención de fornicar. Se superan los deseos carnales eliminándose las vallas entre los sexos.
La quinta etapa es el RECTO VIVIR.
Se incita a abandonar los reprobables métodos de lograr la subsistencia la cual debe ajustarse a una ética estricta. Sobre todo se indican las que causan dolor y miseria directa, como ser la profesión de carnicero, cazador, pescador y militar. Las que causan dolor indirecto, como comerciar con bebidas tóxicas; comerciar con venenos; comerciar con armas y comerciar con seres humanos. También se incluyen como réprobas las prácticas de adivinación, usura, juegos de mano y otros.
La sexta etapa es el RECTO ESFUERZO.
Comprende: El Esfuerzo de Eliminación. Consiste en dominar las sensaciones, eliminándolas por el esfuerzo de la voluntad a fin de que no provoquen deseos, apetitos y malas tendencias.
El Esfuerzo de Dominio. Consiste en fortificar la voluntad para poder hacer frente a cualquier deseo, a la cólera y la desilusión, apartándola volitivamente de la mente. Para lograr este propósito debe reemplazarse una idea mala con una buena; se debe reflexionar sobre la miseria de estos pensamientos malos; no debe prestarse atención a los malos pensamientos; deben analizarse en todas sus partes los malos pensamientos; debe ahogarse con la mente todos los malos pensamientos hasta que desaparezcan y se disuelvan.
El esfuerzo de Reproducción. Consiste en engendrar en sí mismo la voluntad de crear cosas buenas, de hacer surgir en sí mismo el bien. Se conseguirá así la alegría, la atención, la tranquilidad, la concentración y la ecuanimidad.
El Esfuerzo de Conservación. Consiste en desarrollar la voluntad de conservar y preservar las cosas buenas que surgen, perfeccionándolas. Se supera la pereza y se adquiere espíritu de vigilancia.
La séptima etapa es la RECTA ATENCION.
En ella el discípulo se observa y observa a los demás. Observa el cuerpo, la mente y los fenómenos internos, habiendo dominado ya los deseos. Observa la respiración y la expiración y deduce la existencia de algo, del cuerpo, que sin embargo es sólo un hombre en relación a los cuatro elementos y de las propiedades que le son inherentes: ojo, oído, nariz, lengua, cuerpo, forma, sonido, gusto, etc.
Nace así la conciencia de los cinco aspectos de la existencia, sobre todo los mentales; sensaciones, percepciones, voliciones, conciencia y el aspecto material; pero no hay realmente criatura, sino sólo los cinco aspectos que dependen de ciertas causas. El discípulo observa todos los movimientos del cuerpo y tiene clara conciencia de todo lo que pasa. Observa todos los detalles de su cuerpo y los conoce. Observa los nacimientos y la muerte y, como dijo el Buda, llega a la conclusión que “allí sólo hay cuerpos”.
El que logra este conocimiento domina el descontento, el miedo, el calor, el frío, el hambre y la sed, domina y soporta todas las molestias, con paciencia y mansedumbre.
El discípulo observa también las sensaciones y comprende que en sentido absoluto no hay individuo alguno que pruebe la sensación. “Yo siento” es sólo una expresión del lenguaje.
En forma similar observa los fenómenos internos y concluye que hay fenómenos, pero ello no es prueba de realidad.
El octavo y último aspecto es la RECTA CONCENTRACION.
Una agudeza de la mente llama Buda a la concentración. Para lograrla se debe buscar el apoyo del Recto Esfuerzo.
El practicante debe haberse limpiado de la concupiscencia, de la cólera, de las flaquezas, de la inquietud y de la duda.
Lejos de las sensaciones y del mal consigue el primer trance. Se ha librado de los cinco escollos mencionados, pero están presentes aún el raciocinio, la reflexión, el gozo, la felicidad y la concentración.
En el segundo paso consigue la unidad mental a través de la eliminación del raciocinio y la reflexión.
En el tercer paso desaparece el gozo y sólo queda la felicidad y concentración.
En el cuarto trance ya sólo queda ecuanimidad y concentración.
Mas por elevado que sea el vuelo del espíritu, mientras que queda la más mínima sensación, el más sutil deseo, mientras que no se haya pasado el reino sin formas, no se alcanzará el Nirvana. Sólo la aniquilación del deseo, la superación de toda sensación, la perfecta renuncia permite al alma llegar a ese estado de conciencia divina, en que superado todo deseo, logra el ser dominar la reencarnación y el dolor humano.
Enseñanza 13: Teología de la Creación
El hombre ario, el hombre que tuvo y aún tiene como misión la plena conquista de la mente racional, no pudo escapar del recuerdo ancestral del concepto de la unidad de Dios. Pero el concepto de lo Inmanifestado, de lo Absoluto, del Sin Nombre, si bien se mantuvo y aún mantiene en la Humanidad, no pudo siempre satisfacer la mente incapaz de sutilizarse y elevarse permanentemente hasta tan elevadas alturas.
El reconocimiento de que existen fuerzas superiores a las propias, el reconocimiento de que hay evidentemente algo que en definitiva debe reunir en sí toda la fuerza y poder que se ve actuar en el mundo y universo fenoménico, condujo a los hombres a una nueva concepción, a un nuevo y diferente punto de vista, a la concepción de una entidad superior, que resumiera todos los aspectos superiores y que constituye en definitiva lo que se llama el Dios Personal.
Esta concepción saca en definitiva el concepto de Dios, del Creador, del campo inasequible e incognoscible absoluto, lo saca de lo Inmanifestado Absoluto, para calificarlo y adornarlo con los atributos más excelsos que pueda imaginar la mente humana.
Dios se convierte así en una súper imagen humana, el Dios Personal. Verdadero Creador Personal del Universo y del mundo fenomenal el hombre, entonces, está hecho a su imagen, pero es distinto de Él.
Existe entonces una permanencia de un Ser Universal distinta de la permanencia de los seres de su manifestación.
Esta concepción, que llamamos monoteísta pura, tiene evidentemente un origen atlante, pues aquellos pueblos, por sus disposiciones psíquicas características de su raza, tuvieron la concepción de la potencia Unitaria Creadora del Universo.
Pero ese conocimiento intuitivo, al conservarse y transmitirse a las razas Arias, se humanizó a tal punto que con el tiempo se transformó en una entidad, en el Dios Creador Personal.
Los antiguos egipcios, descendientes de los Atlantes, fueron los que propagaron este concepto de un Dios Personal, centro y vida del Universo. Él es Él, y nada más que Él.
De este Ente, poseedor de todo atributo y calificativo excelente, se originan todas las almas, hechas a su imagen y semejanza.
Por eso se afirma entonces como postulado la existencia de un Dios Único, Omnipotente, Omnipresente, Omnisciente.
La idea monoteísta pura fue heredada por los Judíos que luego con Moisés abandonan el Egipto, de los cuales lo hereda luego el Cristianismo. Mas la idea monoteísta pura, la concepción creacionista, encierra en sí un problema fundamental para el hombre.
En efecto, la idea creacionista implica la existencia de un creador, distinto, separado de su creación. Dios creará al hombre a su imagen, pero siempre será distinto, estará separado de Él.
Esta idea, magnífica en sí, no puede perdurar mucho tiempo en el espíritu del hombre que intuye vagamente su origen divino y ansia la unión con Dios.
La concepción monoteísta pura no da satisfacción a los problemas y aspiraciones íntimas del alma humana que se siente eternamente desterrado, alejado y separado de Dios. No puede aceptar y resignarse el hombre eternamente a semejante situación.
Por eso todos los sistemas creacionistas se ven obligados tarde o temprano a abandonar sus purísimas concepciones e introducir el puente que satisfaga los deseos de deificación y liberación humana.
Es por ello que se observa que en todas aparece en un momento dado la idea de la Redención, del Mesías, en definitiva de la gracia.
Ya se mencionó que en todo ser existe el intuitivo concepto de su unidad con Dios, es decir, de su eventual identificación con la divinidad.
Mas al especulador deísta esta posibilidad se le aparece como imposible pues pese a ser hijo de Dios, engendrado por Él, ese Dios es distinto a él. El hombre nunca puede llegar a ser Dios; hay un círculo que no puede pasarse, imposibilidad insalvable.
Este pensamiento se vuelve obsesionante y la mente siempre ágil y adaptable lo rechaza al fin como inaceptable frente al íntimo deseo del alma humana.
Si Dios es distinto de su creación, si Dios es uno y la Humanidad otra, debe existir sin embargo un nexo de unión, un puente que una estos dos conceptos separados.
Surge entonces la idea del Mesías, del Redentor.
El Redentor es Dios condicionado a las posibilidades mentales del hombre, a la mente humana. La Mente Divina se limitará a una relativa mente humana y Dios mismo se hará hombre.
El Redentor se convierte en el nexo de unión entre Dios y el hombre y nada o todo se hará sólo por su mediación.
Como el hombre, distinto de Dios no puede hacerse semejante a Él directamente, utiliza la imagen del Mediador para por su intermedio lograrlo.
Krishna, Cristo, el Mesías, son imágenes y personajes que simbolizan esta idea.
Ninguna teología creacionista pura puede proporcionar al ser la posibilidad divina que aspira tener.
El Judaísmo, que mantuvo originalmente la idea monoteísta pura, y del cual derivó el cristianismo, introdujo en un momento dado la idea del Mesías, a fin de hacer puente hacia el Dios inalcanzable y separado de la Humanidad.
Toda esta corriente de pensamiento, en definitiva, tiende a dar al hombre la posibilidad, ya que se le niega la posibilidad de reconocerse como Dios como ocurre en otros sistemas, de llegar a Él a través de la concepción del Redentor, del Mesías, en definitiva de lo que por ejemplo San Agustín desarrolló magistralmente como la Teología de la Gracia Divina.
Las doctrinas creacionistas, como religión, llevan sin embargo en sí el germen de la herejía frente a la enseñanza ortodoxa.
Ejemplo clásico y claro de ello es la herejía sostenida por Pelagio en los primeros tiempos del cristianismo.
En efecto. El hombre, naturalmente, es la imagen de su perfectísimo Creador y en consecuencia goza esencialmente de idénticos atributos. Sucumbe posteriormente al pecado, por su propia voluntad, por el ejercicio de su libre albedrío y sumido en el mal es expulsado del Paraíso.
Entonces, arguye Pelagio, si por el mal uso de su libre albedrío el hombre perdió su relación y unión íntima con Dios, el mismo hombre puede reconquistar esa posibilidad perdida por la aplicación de su libre voluntad al ejercicio del bien.
Como se advierte de inmediato, tal proposición elimina totalmente la figura de Cristo o, por decirlo más ampliamente, toda idea y concepción Mesiánica, incorporada ortodoxamente en la creencia religiosa del hombre. Ella se derrumbaría, pues el hombre podría lograr le íntima unión con Dios sin necesidad de Redentor, y todo el sistema religioso construido alrededor de la doctrina Creacionista Mesiánica se desplomaría.
Si el pecado es el mal que separa al hombre de Dios, y si ese pecado puede ser superado por el simple esfuerzo del hombre, no se necesita un Mesías y toda la figura de Cristo, por ejemplo, perdería su valor fundamental.
En la práctica, toda concepción Creacionista, toda teología creacionista, implica tres aspectos esenciales.
LA ENCARNACION. O sea el descenso de un ser Divino entre los hombres, que toma vestiduras humanas para poder participar de la vida y dolor humano y poder, mediante un acto de sacrificio, expiar en sí todos los pecados, todo el mal en que se ha sumido la Humanidad. Es el descenso de Dios a la tierra bajo forma humana.
LA REDENCION. Es el sacrificio de Dios, en beneficio de la Humanidad, como acabamos de expresarlo. Es la expiación que realiza Dios mismo, en provecho de sus propias criaturas y en que resplandece la infinita piedad Divina frente al pecado humano.
SALVACION. A través del acto expiatorio, inmolándose Dios sobre el mismo altar de la Humanidad, el hombre obtiene la posibilidad de su salvación, de poder unirse a Dios íntimamente. Y si bien ello no se logra en forma directa, queda a la Humanidad la posibilidad de realizar su anhelo fundamental: lograr la Unión Divina.
En la práctica, las concepciones creacionistas, sus religiones y teologías han sido siempre limitativas.
Promulgan una Ley Divina, Revelada, y sujetan al hombre a ella. Dentro de ella el hombre puede vivir, moverse, desarrollarse, pero aquí, en la tierra, no puede escapar del círculo que ella le impone.
Después de la muerte y merced a la Gracia Divina, podrá abarcar todo. Podrá pensar y comprender todos los misterios, penetrará todos los arcanos de la ciencia; pero aquí en la tierra no podrá lograr esa aspiración.
Ejemplo claro del pensamiento creacionista lo constituye el Cristianismo y sus religiones e iglesias derivadas.
El Cristianismo primitivo fue amplio y toleró el vuelo del espíritu del hombre. Pero al cristalizarse los conceptos y formarse cada vez más y más lo que en definitiva resulto una iglesia, tales pensamientos fueron limitados y extirpados paulatinamente.
Los que intentaron escapar a la restricción fueron condenados y separados.
Todo pensamiento debió canalizarse a través del concepto crístico y jamás pretenda el hombre pensar más allá y volar más allá de los límites humanos prefijados.
Dios, Uno en su Trinidad, es el supremo Conocimiento; pero el hombre no puede alcanzarlo sino a través del Hijo, por su Redención y Salvación. No puede conocer de un modo directo, sino sólo indirecto. No en esta vida, sino después de la muerte física, cuando el alma, por la redención, está segura de su salvación.
El hombre que vive dentro del concepto creacionista es como el ave enjaulada. Ve, contempla el infinito espacio, anhela volar, desea hundirse en el abismo infinito. Pero debe resignarse a aspirar; aspirar a una liberación que sólo la muerte, la cesación de una vida terrenal puede proporcionarle tras una vida de sacrificio, dedicación y renunciación.
Enseñanza 14: El Concepto de la Trinidad
Desde la más remota antigüedad, desde el momento en que en el hombre comenzó a brillar la luz de la razón, éste se ha formulado la pregunta del por qué de su existencia. Como su existencia corre paralela con la existencia de todo el universo, dicha pregunta se fue amplificando, hasta enfocarse sobre la manifestación en sí. Mas, al llegar a este punto, el hombre debió reconocer su incapacidad de penetrar en Dios, en el misterio de la manifestación.
No puede llegar la mente humana a conocer el cómo, cuándo, por qué de la manifestación. El misterio divino escapa a sus posibilidades y debe conformarse o aceptarlo así. No puede discurrirse sobre lo Absoluto, Eterno e Incognoscible, no puede discurrirse sobre la creación en sí.
Mas el hombre ansía el conocimiento de Dios, pues sin él no puede tampoco llegar a conocerse en su propia esencia, y ese deseo fue potente acicate de la mente, para al menos conocer algo, para levantar aunque fuera sólo una pequeñísima parte del velo que cubre el misterio de la manifestación.
Por eso y como el acto creativo de Dios en sí es incognoscible para el hombre, enfocó sus fuerzas mentales sobre los resultados aparentes de la creación, a fin de lograr por ese camino un vislumbre iluminativo.
El resultado de ese esfuerzo se ha plasmado en el concepto de la Trinidad, conocido y afirmado ya por los sabios de la antigüedad y que recibió luego a través del Cristianismo un impulso extraordinario.
Se ha dicho ya que el hombre buscó entonces penetrar el misterio divino a través de los resultados aparentes de la creación.
Ir de lo Inmanifestado a lo Manifestado no se puede, pues se partiría de lo que se desconoce, de lo incognoscible, de la Gran Nada. Pero si al pensamiento de la creación manifiesta y cognoscible se simplifica y sutiliza el pensamiento dirigido hacia atrás, es posible concebir que en un momento dado, desconocido e inalcanzable en sí para el hombre, surge la Madre Dormida. El Principio Incognoscible de Dios despierta, comienza la manifestación.
Este surgir, este despertar involucra un verdadero acto creativo; establece el Principio Creador, potencial, que lleva en sí mismo toda la potencialidad de la manifestación.
Este Principio Creador posee, por decir así, adquiere conciencia de sí mismo, y al reconocerse a sí mismo, establece un conocimiento activo de sí mismo. La unidad adquiere aspecto dual, el uno se espeja en su propia conciencia y se convierte en dos. Y este conocimiento de sí mismo, este espejarse en sí mismo, establece una relación, un nexo, un campo vibratorio que perdura por toda la duración de un ciclo de Creación. Vibración que se reconoce como infinito e increado amor, sobre el cual se sostiene toda la creación. Es Foá, o vida del Universo.
Ninguna de las antiguas escuelas se empeñó en divulgar esta elevadísima concepción trinitaria que sólo conocieron los discípulos más adelantados, pues lleva efectivamente el pensamiento demasiado cerca de lo Inmanifestado tentando a discurrir sobre ello.
Pero el Cristianismo lo sacó a plena luz para apoyar y demostrar la divinidad de Cristo y al hacer a esta verdad revelada artículo de fe lo llevó al campo de la teología.
La teología Cristiana desarrolló ampliamente el tema de la trinidad logrando iluminar extraordinariamente el concepto sobre las personas de la Divina Trinidad y su relación entre sí.
La Trinidad Cristiana comprende a: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dios Padre es el Dios Creador, el Principio Creador Incognoscible; es decir, el primer Principio como también lo interpreta la antigua doctrina trinitaria. Ello no significa que se diga que las otras dos personas de la Trinidad no sean también creadoras, pero se aparecen en otra forma.
Hijo es parte de Dios, la parte total de Sí mismo, que conoce su propia existencia. Es del autoconocimiento de Dios que surge la segunda Persona de la Trinidad. Por eso con justa razón afirma el Dogma Católico que el Padre engendró el Hijo como la pura, divina y consubstancial expresión de la Voluntad y del Conocimiento eterno.
El Hijo es consubstancial con el Dios Padre, es Dios mismo, como afirma el Dogma, pues no es sino el conocimiento y conciencia que de su propia existencia tiene Dios.
Afirma luego el Dogma que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y que no es engendrado.
En efecto, Dios Creador (Padre), se conoció, se engendró a Sí mismo (Hijo), y al conocerse se amó (lazo de unión).
Este amor Divino e Increado, que antes se mencionara como Foá, es el Espíritu Santo, no engendrado sino resultante de la relación entre las dos primeras personas de la Trinidad.
La Creación y el surgimiento de las tres personas es forzosamente un acto simultáneo e incognoscible.
En el primer instante que aparece el Primer Principio por misterio divino inescrutable, aparece simultáneamente la Segunda Persona y se establece el lazo que es la Tercera Persona.
Si no fuera así se negaría la omnisciencia de Dios.
Por eso las tres personas son al mismo tiempo eternamente Existentes, eternamente Creadoras, eternamente Fruto y Subsistencia de la Creación.
El conocimiento trinitario de Dios logrado por la teología basada en la revelación y auxiliada por la razón, ha abierto al hombre, especialmente al católico, una perspectiva y posibilidad amplísima.
Se ha comprendido que las almas son individuales sólo a través de la apariencia que explica la ley de contrariedad analógica. Es decir, sólo como consecuencia de la manifestación activa que implica un alejamiento del centro estático, con los consiguientes aspectos duales.
El hombre se apercibe que está real e íntimamente ligado a Dios, que mora en él y que buscando y esforzándose podrá hallarlo.
Dios se transforma en un concepto vivo, siempre existente, siempre en contacto con el alma humana. Y este contacto puede aumentarse y hacerse cada vez más íntimo por el conocimiento y el amor.
Esta doctrina fructificó extraordinariamente en las almas místicas cristianas y las llevó a grandes alturas.
En ella se basa también el concepto del Hijo Enviado por Dios, de la Encarnación Divina, que periódicamente desciende entre los hombres para servir de modelo luminoso de perfección.
Enseñanza 15: Teología de la Encarnación Divina
Las Teologías de la “Existencia” y la Teología de la “No Existencia” representan dos extremos de la concepción del Universo y del hombre.
La Teología de la Emanación Divina representa una posición intermedia, es la Teología del medio, verdaderamente del ser y no ser.
Como concepto fundamental también ella se basa en la Unidad Absoluta de Dios.
La manifestación es ilusoria en sentido absoluto y lo único verdadero es lo Eterno, lo Inmanifestado, el Siempre Existente Espíritu.
La ilusión nacida de la ignorancia engendra en el ser el concepto de separatividad, pero el ser que logra la realización vence esa falsa idea y consigue la iluminación necesaria para comprender estáticamente la Unidad Absoluta del Universo con Dios.
La mente humana es incapaz de lograr por sí esa comprensión.
Por ello, y utilizando el concepto de permanencia, bien puede afirmarse, en la concepción de esta doctrina, que la permanencia Divina en el ser deja de ser tal en cuanto entra en el dominio de la percepción mental.
Dicho en otras palabras: la mente humana es como un denso velo que impide al hombre conocer a Dios; el hombre no puede conocer racionalmente a Dios pues no puede penetrar su misterio, su verdadera esencia.
La unión íntima y natural que existe entre Dios y el hombre es nublada por los conceptos de separatividad levantados por la mente que crea en el hombre una ilusión; la ilusión de una existencia irreal, no existente.
Por ello los sabios instructores de esta doctrina han eludido siempre discurrir sobre lo Inmanifestado, sobre Aquello, orientando toda su acción por el postulado característico de que: Todo es ilusión; lo Eterno es la Única Verdad.
Lograr el conocimiento de esta Única Verdad es la meta suprema del estudiante que debe lograr concentrar todos sus pensamientos en una única idea, la Idea Única, la cual representa un estado de elevación mental tan extraordinario, por su concentración, que produce en última instancia un estado de conciencia de tal amplitud que el concepto de separatividad del “Tú eres Tú” cede al de “Tú eres Aquello”.
Los sabios de la Madre han seguido siempre la línea general de esta concepción, basada en la idea del Ser y No ser.
Comprendieron la fuerza que un ardiente deseo de conocimiento puede dar al pensamiento humano, pero también admitieron las limitaciones que impiden llegar al total conocimiento de la esencia de Dios.
Si por ejemplo se afirmara que Dios y el Universo son una sola cosa, que su Espíritu está en todo lo existente y que en consecuencia Dios evoluciona y se perfecciona con él, afirmaríamos que lo que concebimos como esencialmente perfecto tendría necesidad de perfeccionarse a través de su manifestación, lo que es absurdo.
Si se afirma que el Universo es una emanación, una creación de la misma substancia de Dios, se caería también en el absurdo, pues el Universo es evidentemente imperfecto, como se aprecia fácilmente. El Universo evoluciona constantemente para lograr la perfección, pero aunque sea semejante a Dios, no será nunca Dios.
Aparece entonces una dualidad, un concepto de un Dios separado de su universo, uno perfecto, el otro eternamente imperfecto, lo cual es una incongruencia y plantea el insoluble misterio del por qué de la Creación.
La mente ha intentado infinidad de formulaciones semejantes, sin poder llegar jamás a una solución, sin poder jamás resolver el misterio fundamental del por qué de la Manifestación Divina.
Mediante la razón puede lograrse un concepto vago y general de Dios. La intuición lo amplia, aunque obscuramente y el éxtasis puede dar el conocimiento claro de la visión beatífica, pero siempre será sólo un reflejo, jamás será la verdad directa.
Sin embargo, en todo este proceso la mente, al agudizar las facultades del hombre a través del correcto discurrir, va aclarando y disipando dudas que si bien no le darán jamás el conocimiento total de Dios, lo acercan y dan la sensación de poseerlo más y más.
En ésto reside el valor esencial de la Teología la cual, sin lograr dar contestación a los misterios de Dios, eleva al hombre hacia Él, lo santifica y capacita para una vida de mayor perfección, aunque sin poder revelarle los grandes misterios Divinos de la Inmanifestación y de la Manifestación.
Frente a ellos, el teólogo aún más extraordinario tiene que llamarse a silencio.
En efecto, bien se sabe que lo Inmanifestado no admite definición. En cuanto a la Manifestación Divina en cambio, bien puede aceptarse que seres privilegiados puedan considerarla en su unidad indisoluble, que puedan vislumbrar la totalidad indestructible del Espíritu Universal y aún el Principio Fundamental del Universo.
¿Significa ello que se está entonces frente a dos Espíritus diferentes?
Para lo Inmanifestado nada tiene sentido. La negación no tiene sentido, como tampoco la materia, la mente, la energía. No tiene principio, no tiene fin, ni vacío, ni plenitud. Se usa la palabra Nada, aunque tampoco ella signifique nada o algo.
Querer mostrar la realidad de la Manifestación en base a lo Inmanifestado, lleva al fracaso; sin embargo, la Manifestación es la mejor demostración de lo Inmanifestado, y bien puede afirmarse que Aquello que Es no dejó nunca de ser lo que No Es.
El gran juego, la relación misteriosa entre lo Inmanifestado y lo Manifestado es algo impenetrable para el hombre. Por eso, ya se dijo, los verdaderos sabios guardan frente a esta cuestión un reverente silencio, limitándose a discurrir únicamente sobre la manifestación.
Y al considerar la Manifestación, afirman que Dios, EHS, la Manifestación Divina, es el Principio, la Raíz Única y Absoluta de la Creación Universal; es su propia esencia y existencia.
Frente a esta afirmación surgen de inmediato diversas dudas y preguntas que es necesario aclarar.
En efecto, si Dios y se habla desde luego ya en el terreno de la Manifestación, es infinito, incognoscible, incausado, etc., ¿Cómo puede originar este universo finito, relativo, cognoscible y múltiple? ¿Cómo origina lo incausado la causalidad?
Algunos replican que aún en su Universo finito, Dios nunca deja de ser lo que es y que la creación es una ilusión, pero en tal caso dicha ilusión sería algo diferente de lo que la originó y se tendría un Universo totalmente separado de su Creador y distinto de Él.
Otros dicen que Dios es un inmenso conjunto hallándose unido inseparablemente con su Universo; que todo es Dios. Pero esta explicación implica que todo debería ser estático y no cambiante, cuando la evolución constante, el devenir, es la característica del Universo Manifestado.
También se intentó la explicación diciendo que Dios hubiera creado algo de Él mismo, semejante a Él y que nunca podría volver a Ser Él mismo por toda la Eternidad.
Esta explicación tampoco satisface pues Dios no seria más entonces el principio único absoluto, ya que siempre existiría algo fuera de Él, que, aunque semejante, no seria Él mismo.
Sin embargo es posible hallar una contestación adecuada merced a la aplicación de la ley de contrariedad analógica.
Ella permite afirmar que Dios, la Manifestación, es de la misma esencia y existencia de lo Absoluto, de lo Eterno, aunque aparentemente no se nos aparece así.
Lo Eterno se ofrece a Sí mismo de tal modo que aparentemente parece otro: parecería que fueran dos en vez de Uno.
Mientras dura esta dualidad aparente, Dios es la esencia y existencia Eterna y su Universo está impregnado de su esencia y existencia, pero ésta no es la esencia y existencia en Sí.
Por esta ley de contrariedad analógica, entonces, lo Eterno se aparece finito y condicionado al manifestarse a Sí mismo, pero en cuanto cesa el movimiento de manifestación todo vuelve a ser lo que siempre fue y Él volverá a ser lo que nunca dejó de ser.
Lo Infinito, lo Absoluto sólo es aparentemente finito en el Universo.
Se ha visto cual es el concepto teológico de la Manifestación en Sí.
¿Cuál es ahora el que sustenta sobre la creación Universal?
Dos tendencias teológicas existen sobre la creación, dos conceptos que afirman, uno, que el Universo coexiste con Dios y es eterno como Él, y otro que dice que el Universo fue creado no desde la eternidad sino dentro del tiempo. Se los distingue como la doctrina “ab aeterno” y la doctrina “in tempus”.
Ambas representan tendencias extremas no concordantes con la doctrina media de la Teología que se considera aquí.
En efecto, toda creación implica un principio, no siendo posible entonces una creación “ab aeterno” pues significaría un principio en lo Inmanifestado, en el cual no hay principio ni fin, ni es posible conocer nada.
Tampoco se puede aceptar una creación “in tempus” pues sería algo separado de la existencia de Dios, amén de dejar como incongruente el aspecto de una creación no predeterminada.
La interpretación concordante es entonces la intermedia:
La creación, como manifestación, es eterna. Dios incognoscible lleva en sí, potencialmente, todos los aspectos y factores determinantes de la Creación. Ella es eterna, potencialmente.
Sin embargo no es eterna como expresión de Dios, sino está limitada en el tiempo, en un período de duración.
Brota del seno de Dios y se retrae, vuelve luego de nuevo al seno de Dios.
Por eso se dice que la Creación Divina del Universo es potencialmente eterna, está comprendida en Dios Incognoscible, pero está hecha activamente por un tiempo determinado por Dios Cognoscible.
Queda aún la cuestión del con qué hizo Dios su Universo.
Unos dicen que lo hizo de la Nada, tomando esta palabra en el sentido de lo Inmanifestado; otros dicen que emanó el Universo de Sí mismo, de su misma Sustancia.
Ambas afirmaciones así expresadas no son satisfactorias pues implican incongruencias.
Si Dios emanó el universo de Sí mismo, de Su misma Substancia, se tendría que admitir que esa sustancia, eternamente simple, admitiría ser compuesta por la creación, lo cual es una incongruencia pues, como ya se dijo, la substancia de Dios es eternamente simple y no puede dejar de serlo.
Tampoco puede crearla de la Nada, pues ello significaría la existencia de algo en lo Inmanifestado previo a la creación y en consecuencia distinto de Dios.
La única interpretación viable es entonces afirmar que Dios hizo el Universo de Su Nada, pero tomando este concepto en el sentido de su inmenso vacío o estado potencial, estado que escapa a la mente humana, incognoscible, y que con ella creó algo libre, nuevo, anteriormente increado, único.
Dios entonces creó el Universo de lo eterno pero en el tiempo fijando por la ley Divina. Lo creó desde el inmenso Vacío potencial de Sí mismo, con Su Misma Sustancia Diferenciada.
A través de todos estos conceptos fluye constantemente el movimiento, la idea de Ser y No Ser, de lo Potencial y Activo y viceversa.
Enseñanza 16: La Encarnación Divina
Desde que el hombre, a través del desenvolvimiento de la razón, logró pensar, imaginar e ilar racionalmente y pudo observar con mirada crítica el mundo fenoménico, la Manifestación que lo rodea, comenzó a descubrir relaciones y analogías entre lo que en definitiva se llama Macrocosmos y Microcosmos.
Dicho descubrimiento, unido al ancestral impulso hacia Dios, a ese eterno sentimiento, a ese eterno intuir su origen divino, hace surgir en la mente del hombre (Maestros iniciados y sucesivos discípulos) la idea, el deseo de deificarse, de volverse dios ya sea directamente o por unión con el verdadero Dios Macrocósmico.
La analogía hace surgir la convicción que el alma humana encierra en sí la potencia necesaria para que el hombre pueda manifestarse con el máximo esplendor de sus atributos, y si el hombre posee realmente la potencia de la Creación puede llegar a Dios, acercarse a Él integralmente.
Mas un escollo se interpone. La total desarmonía interior.
El alma humana es desequilibrada, oscila entre el conocimiento y la afectividad. El saber y la fe se combaten como enemigos.
Mismo el concepto Trinitario, comprendido y entendido, no pudo penetrar de por sí en el alma humana con su concepto de vida y amor. Fue un concepto abstracto que no iluminó más que en cierto grado el alma humana, y aún los seres que a través de su profunda comprensión volaron alto a través del antiguo concepto trinitario, conservaron en sí cierta separatividad y superioridad frente a la masa humana que no ha llegado a esos estados.
Estos hombres perfectos, esos seres escogidos, conservan siempre un algo, una mancha, un lazo, y no pueden entonces representar plenamente ese ideal humano divino, no pueden ser modelo ni guía que oriente y canalice los deseos de deificación humana.
La Divina Trinidad Abstracta nada puede en el alma humana. Es necesario que se haga concreta, que se materialice a través de un ser perfectísimo, semejante a los hombres, pero de distinta naturaleza: se requiere entonces una verdadera Divina Encarnación.
Todos los textos sagrados revelados hacen alusión a este extraordinario ser, imagen viva del hombre perfecto, ideal, modelo de toda la Humanidad y sobre quien ésta puede asentar su confianza y seguridad, pues imitándolo y amándolo, que es otra forma de decir unirse, lograrán hallar el sendero que conduce a Dios, pues es el mensajero y guía que Dios mismo envía.
Este ser, la Divina Encarnación, no pertenece al ciclo humano. Su naturaleza, verdaderamente divina, está fuera del alcance mental del hombre.
Sin embargo, participa de la naturaleza de la mente divina y humana por igual, divina porque pertenece a otro ciclo de vida, no al humano y es una expresión perfecta y copartícipe de la Trinidad, y además humana porque para ser modelo del hombre ha de ser de su misma naturaleza.
Su nacimiento es divino, sin mancha, sin ley Kármica de causa y efecto humano, pero al encarnar, para ser hombre, toma sobre sí toda la carga del karma.
El verdadero sacrificio es la Encarnación. Su vida y su muerte como humana es parte del sacrificio total.
La Trinidad está plenamente activa en Él, es Él mismo.
Todos los dones de amor, conocimiento y vida hallan a través de Él su más amplia expresión: es la imagen de la plenitud humana.
El misterio de la Divina Encarnación es uno de los más importantes de la Teología y aunque dió lugar a tremendas controversias la figura del Dios Encarnado alumbró el alma de los hombres conduciéndolos a las más altas experiencias morales y espirituales.
ÍNDICE:
Enseñanza 1: Orígenes de la Teología
Enseñanza 2: Divisiones de la Teología
Enseñanza 3: Existencia de la Teología
Enseñanza 4: Bases y Método
Enseñanza 5: Postulados
Enseñanza 6: Propiedades de la Teología
Enseñanza 7: El Concepto Ario de la Creación
Enseñanza 8: Evolución del Dogma
Enseñanza 9: Teología de la Existencia
Enseñanza 10: El Vedanta
Enseñanza 11: Teología de la No Existencia
Enseñanza 12: El Óctuple Sendero
Enseñanza 13: Teología de la Creación
Enseñanza 14: El Concepto de la Trinidad
Enseñanza 15: Teología de la Encarnación Divina
Enseñanza 16: La Encarnación Divina
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