ÍNDICE
Enseñanza 1: Llamado a la Ordenación
Enseñanza 2: Discernimiento Vocacional
Enseñanza 3: Contacto con la Comunidad
Enseñanza 4: Adaptabilidad
Enseñanza 5: Sublimación de la Sangre
Enseñanza 6: Olvido del Mundo
Enseñanza 7: La Correspondencia
Enseñanza 8: Ensanche Anímico
Enseñanza 9: Impermeabilidad a lo Exterior
Enseñanza 10: La Modestia de los Ojos
Enseñanza 11: La Perfecta Observancia
Enseñanza 12: Los Enemigos de la Perfección
Enseñanza 13: El Vacío Purificador
Enseñanza 14: Vida Espiritual
Enseñanza 15: Amor y Sacrificio
Enseñanza 16: La Ordenación de Mujeres Enseñanza 1: Llamado a la Ordenación
Si bien en Cafh todas las almas están llamadas a la Suprema Renuncia, sólo unas pocas la realizan mediante la Ordenación.
Sería impropio creer que todas las vocaciones de Ordenación se manifiestan y se desarrollan del mismo modo; pero en todas hay un punto similar que podría llamarse: la moción divina interior en las almas.
Este llamado interior, intenso o vago, puede ser insistente o pasajero; puede causar atracción o ser, en un principio, rechazado. Pero siempre es el mismo fundamentalmente: un sentimiento interior inexplicable que llama al alma a más perfecta vida mediante la Ordenación.
Aquél que experimenta esta moción interior, este llamado divino, está obligado a corresponderle.
Pero, cuando la vocación nace de la imaginación fantasiosa, de los deseos personales, de las desilusiones y amarguras humanas, ha de ser rechazada porque ésta no es verdadera vocación. No obstante, estas inclinaciones erróneas pueden estar junto a una verdadera vocación, pero sólo en el alma que en un momento determinado sintió la moción divina interior. Entonces, estos impulsos naturales tienen que ser excluidos como pasiones y obstáculos que impiden la verdadera vocación.
Las almas que sienten esta moción interior de un modo vivísimo e intenso, experimentan como si una súbita herida se les hiciera en el alma. No pueden esperar, ni estar contentas, ni conformarse en ninguna parte ni con ninguna cosa. Nada llama ya su atención y todo lo que las aleja del llamado Divino es para ellas causa de pesar y tristeza; todo lo que impide o atrasa el cumplimiento de sus deseos es para ellas como muerte.
Estas almas no admiten dilaciones y suben rápidas el Camino de la Renuncia.
Las almas que sienten el llamado interior de un modo vago, casi siempre tardan en realizar su vocación; por lo general no saben correr en el camino de la perfección y suben paso a paso a la cumbre. Estos tipos de almas corren el riesgo de fracasar si no son dirigidas por un buen Director Espiritual. Como son poco dispuestas a los grandes sacrificios, cuando se encuentran frente a un grave problema, no se creen ya aptas para nada, y es aquí donde hace falta la mano firme del Director.
Hay también períodos en la vida de estas almas en que la vocación parece completamente olvidada, pero no es así: la verdadera vocación no muere nunca si bien las brasas están tan tapadas por la ceniza que no se ven; pero un pequeño movimiento, un renovado fervor, una lectura santa bastan para volverlas a avivar.
La moción vaga interior se va haciendo habitual al alma, hasta trocarse en una hermosa realización vocacional.
Las almas que sienten el llamado divino a través de una moción interior insistente pero irrealizable, son aquellas que más se encuentran atadas a los lazos humanos y a las obligaciones de la vida; van estas almas dilatando, entonces, el cumplimiento de sus deseos, pero la moción divina está siempre allí, siempre alerta en su interior.
Se acostumbra el alma a ese santo e insistente deseo y quisiera realizarlo, pero no hace todo lo que está a su alcance para ponerlo en práctica. En tal circunstancia la fuerza divina que la llama a la ordenación se vale de cualquier medio para despertarla y prueba al alma con dolores, luto y pérdidas sensibles a fin de moverla al cumplimiento de su vocación.
No obstante, estas almas, una vez que han abandonado toda preocupación y roto los lazos mentales y sentimentales que las tenían atadas al mundo, se entregan plenamente a la vocación espiritual.
Las almas que reciben la moción interior vocacional de un modo completamente fugaz y pasajero tardan en el cumplimiento de su realización. Es éste un deseo interior que se hace presente en la intimidad del alma pero que después pasa y algunas veces parece no dejar ni rastro ni recuerdo. Sin embargo el toque divino una vez que fue dado no puede ser borrado jamás; a veces pasan muchos años y un día, de repente, la idea vocacional vuelve a hacerse presente, el sentimiento divino mueve al corazón poderosamente y el alma toma al fin, el Camino para el cual había sido elegida.
Las almas que sienten la moción interior y son atraídas poderosamente por ella responden con espontaneidad a la vocación. Pero enseguida que han manifestado su propósito una ola de pruebas y de tormentas se levanta en contra: costumbre, familia, raza y mil otros factores surgen airados para impedirles su intento. Es entonces que estas almas se sienten, de pronto, empequeñecidas y acobardadas y no atinan a nada. Tengan ellas cuidado de estas pruebas porque estas grandes tormentas no son duraderas y, cuanto más fuertes son, tanto más pasan rápidamente y vuelven ellas a encontrar energía, comprensión y medios para responder al llamado.
Las almas que no hacen violencia a la moción interior son llevadas suavemente a la Ordenación.
Nada parece oponérseles, todo se va desenvolviendo paulatinamente y sin inconvenientes. La vocación se va abriendo paso en su interior poco a poco, como si eso fuera una consecuencia natural y lógica de sus vidas. Nada ni nadie pone obstáculos. La moción interior, nacida con espontaneidad, parece protegida de todo viento contrario.
Pero no se descuiden que ya vendrá la prueba a su tiempo.
Las almas que sienten el llamado interior y lo rechazan sistemáticamente, son muchas. Ellas, ante la idea de abandonar el mundo y sus seres queridos, en vista de las privaciones y de las luchas que les esperan, se atemorizan y rechazan de pleno la vocación.
¡Cuántas almas santas pasaron por este terrible estado y casi fueron llevadas a la fuerza por el Camino de la Renuncia!
En ocasiones estas almas fueron puestas a pruebas durísimas y drásticas y casi arrastradas al cumplimiento de su misión de Ordenados, que realizaron después magníficamente.
Todas las almas destinadas al Santuario, tarde o temprano, si son bien dirigidas, cumplirán con su divino destino.
La Divina Madre es la que llama a sus Elegidos y esto es lo fundamental y lo que vale en la vocación. La preparación y el modo de cumplir el mandato divino se efectúa de muchas maneras.
Pero cuando un alma recibe la moción interior divina tiene ineludiblemente que corresponder al sublime llamado.
Enseñanza 2: Discernimiento Vocacional
La vocación de Ordenado es un sentimiento inquebrantable del alma; es un estado obscuro del ser; es una idea determinante de la mente; es una seguridad desconocida del propio destino y de la propia elección.
He aquí como describe un alma a su Director Espiritual este estado vocacional: “¡Qué extraño! Cada día reconozco menos a todas las cosas y los seres que antes me eran familiares. Tengo la sensación de que estoy soñando cuando los veo y veo el mundo que me rodea. Ahora sólo sufro por mi egoísmo, mis faltas y todas las cosas que todavía no quieren morir en mi personalidad. Quisiera morir, realmente, y medito mucho en la muerte para dejar mi humana y frágil, desdichada personalidad. Pero ¡qué arraigada está! Éste es mi dolor y mi cruz más dura: verme así, ¡con tantas gracias inmerecidas y tan endurecido de maldades! Esto no lo comprendo y mi Director nunca ha querido explicármelo: sólo me ha dicho que son cruces. Yo no sabía que las faltas eran unas cruces... ¡Y lo es o debe serlo en proporción al ansia real de pureza, inocencia y humildad que es sólo aspiración ahora en mi alma! ¡Que duro caer y que feo y triste! ¡Verdaderamente si no es Ella la que interviene uno está perdido! ¡Y si Ella quiere! ¡Cómo se cambia! ¡Es imposible creerlo de no verlo! Y todo sin mérito, sin virtudes; porque Ella quiere, simplemente... ¡Qué gran negocio morir para resucitar! ¡Qué triste y ruin vivir sin renunciar; perder la dinámica por la terrible estática del apego!”
La vocación es verdadera cuando lo que se siente en lo interno es amor, nada más que amor y ese amor, a través de las pruebas y de las contrariedades, se vuelve más seguro, más inquebrantable. La vocación es verdadera cuando el amor está tan seguro de sí que no desea consuelo, ni quiere ser compadecido, ni distinguido, ni comprendido, sino que le basta el amor de su vocación que lleva en sí.
Si la vocación es un sentimiento volitivo, una fuerza de amor, no necesita otro amor que la sustente ni que la llene, porque él se sustenta en sí de su propio amor vocacional.
La vocación es un sentimiento inquebrantable del alma, porque nace como nace el verdadero amor, sin saber el porqué, ni cuándo, ni cómo.
Los deseos de vocación, en contra de la verdadera vocación, son incentivos sensibles, casi corporales, que se basan sobre ciertas tendencias del ser a parecer distinto de los otros y a lograr algún don característico y especial. Estos deseos siempre llevan al fracaso y a la decepción y es necesario que el Director Espiritual esté bien atento en no confundir deseo con amor. Si el aspirante es fácil de entusiasmarse, si se deja llevar de los afectos y de las lisonjas, si hace fácilmente amistades particulares y ama conservarlas para sí, es dudosa su vocación.
La vocación es un estado obscuro del ser, porque las cosas claras son sólo las humanas, pero los estados que acercan a Dios son obscuros, porque Dios es siempre obscuridad para el alma. Es un estado obscuro porque no se explica con las razones lógicas ni con el obrar común de los otros seres humanos, sino solamente porque es algo indeterminado pero irresistible.
La vocación verdadera no puede ser humanamente explicada sino sólo divinamente intuida.
Quien quiere razonar mucho y cavilar sobre la vocación pierde su tiempo; hace un pozo en el mar. Pero aquél que se abandona confiadamente en los brazos de su vocación, que son los brazos de la Divina Madre, alcanza las orillas eternas.
La vocación es una idea determinante de la mente, segura de su buen resultado y de su perseverancia final porque nace en lo interno y tiene su raíz en la Voz Divina que ha llamado al alma al Sendero de la Renuncia.
Cuando un alma tiene muchas ideas vocacionales fracasará. Lo real nunca es lo que uno ha pensado o soñado.
Las ideas vocacionales que nacen de la fantasía nunca son la idea de la verdadera vocación ni la vocación en sí. Si el aspirante piensa de antemano cómo será la nueva vida que le espera, cómo serán los compañeros que le tocarán en suerte, el lugar donde vivirá, las tareas que tendrá que cumplir, hay que desconfiar mucho de él: está construyendo “a priori” su propio castillo en el aire; no está pensando en su verdadera vocación.
La vocación es una idea que está allí permanente, que excluye todas las otras. Es una idea que golpea y repite: ése es tu destino, allí te quiere Dios. No se forja ninguna ilusión; ninguna fantasía cabe allí.
La vocación es una idea que se vuelve un hábito permanente de la mente, que se centraliza en ella, que lo rechaza todo sistemáticamente, tercamente. Es una idea que por la seguridad y la continuidad se vuelve efectiva, permanente; se hace una fuerza viva e ineludible. Ella no es más que una idea, pero es la idea única de la vocación y que determina la vida del ser, derechamente. Todo podrá cambiar, pero no la vocación, no esa vocación.
La vocación es una seguridad desconocida del propio destino porque se asienta sobre un impulso interior, íntimo, divino.
No hay mayor seguridad aquí, sobre esta tierra, sino aquella de saberse elegidos, divinamente elegidos.
Cuando un alma, a través del llamado Divino, se siente elegida para una vocación, su vocación es segura para el resto de su vida. Aún si el llamado no fue más que una moción interior pequeñísima, no por eso deja de ser tan real como si la misma Voz de la Madre le hablara al oído.
Capitular al llamado divino sería el peor de los males; aún si todo el ser se rebelara, permanecería allí intacto el llamado divino y siempre aquél que no respondiera tendría sobre sí una terrible carga.
El llamado es más seguro cuando más visiblemente desconocido; porque al estar visiblemente desconocido está más arraigado en la parte íntima, obscura y divina del ser; más asentado sobre la roca inconmovible de la Divinidad.
Enseñanza 3: Contacto con la Comunidad
La preparación a la vida de Ordenación es un esfuerzo constante de muchos meses que hace que el alma se habitúe a una tensión nerviosa superior a la común.
El alma no acostumbrada a esta carrera psíquica siente al llegar a la Casa de Comunidad un choque violento.
Las palomas, cegadas por el reflejo del sol, se estrellan contra las paredes blancas de las casas. Así sucede con el alma que viene del mundo alumbrada por el sol divino de la vocación y no sabe detenerse a tiempo delante del cambio de vibración que experimenta al ingresar al Seminario. Es preciso poner señales de aviso y la mejor señal de aviso en este caso es el examen retrospectivo de la vida pasada.
Mientras el pensamiento corre hacia atrás mirando el camino de vida recorrido, la mente irá aflojando la tensión determinante, el corazón aflojará sus latidos de inmenso deseo y, poco a poco, en la inmovilidad anímica, los ojos empezarán a ver el nuevo mundo en donde ha penetrado.
Que el alma penetre al Silencio de la Santa Casa, lentamente, sin esfuerzos.
Al ingresar al Seminario las normas de vida tienen que ser dictadas paulatinamente, las advertencias dadas de a poco. Decían los ancianos a los que volvían de andar muy acalorados y con sed: “Esperen un rato, no tomen agua todavía”.
Después de este choque violento es cuando el alma se pone en contacto verdadero con su vocación y abarca su sentido en toda su magnitud, porque la vocación y el alma se miran aquí bien frente a frente, no a través del velo del ideal desconocido, sino en contacto con la sencilla realidad.
Enseguida, el alma, al ponerse en contacto con esta fuerza concentrada que es la vida de Comunidad y que se manifiesta a través de un estado interior completamente nuevo, siente que todas sus potencias naturales se aflojan, se debilitan.
Las llagas del alma, hasta las más viejas y remotas, se muestran evidentes; todo lo que estaba escondido aparece como si frente a ella se hubiera abierto una gran pantalla.
Los más viejos deseos y malos instintos afloran y todo lo que se creía abandonado para siempre toma nueva vida.
La Gran Corriente obra en estos primeros días como un gran compresor que saca todos los humores hasta los más antiguos y ocultos. El alma siente su miseria y, cuanto más esta miseria se le manifiesta, más se agiganta la grandeza y la pureza de la vocación espiritual puesta delante suyo.
El silencio permanente del Seminario, la ausencia de toda persona extraña allí, la imposibilidad de comunicación ni de saber nada de nadie, le dan al alma la sensación de que le es quitado todo apoyo y que puede caerse a cada instante sin que nadie pueda ayudarla a levantarse.
Los seres tienen todo el día consigo el excitante de la curiosidad, distrayéndose y huyendo continuamente de lo que deben hacer y pensar. Pero el Silencio casi súper humano del Seminario quita todo estupefaciente de variedad, y este silencio se vuelve abrumador y doloroso. Son muy pocas las almas privilegiadas capaces de entrar al silencio y sumergirse inmediatamente en él.
Los ojos siempre bajos, la ausencia de imágenes y figuras produce la impresión de que algo se ha desgarrado, roto; es como si las imágenes del mundo hubieran tomado una nueva forma ideal y ya no fueran lo que son.
La costumbre de no decir nunca lo que uno quiere o desearía, el canto de las Oraciones e Himnos que se repiten casi sin interrupción, produce un vacío físico en la boca del estómago, doloroso y persistente, dándole la impresión al alma que ya no tiene fuerza ni capacidad para nada.
La aparente monotonía del ritmo reglamentario, las horas que se repiten siempre iguales a través de los ejercicios que se suceden durante todo el día, el nuevo modo de caminar, decir, hablar y estar, producen un doloroso choque en el alma. Pero este dolor es indispensable, pues es como el paso a un nuevo nacimiento.
El alma, puesta dentro de la vibración de Comunidad, es sometida a una presión constante hasta que se acostumbre a desechar los movimientos excitantes y desconexos del mundo. Pero esta dolorosa contracción que en un principio martillea el cerebro y lo deja cansado, desgarrado y vacío, va seguida de un período posterior de indiferencia, de relajación y de silencio interior. Y es allí que surge, de repente, la visión y el sentimiento de la conformidad y de la paz.
Y esta visión maravillosa de paz ubica al alma definitivamente dentro del ritmo perfecto y sereno de la vida de Comunidad.
Enseñanza 4: Adaptabilidad
El estado vocacional está determinado por una moción interior inconfundible, pero es necesario secundar este don divino para sacar del mismo el mayor provecho posible.
Los medios habituales para secundar la vocación son de carácter físico, psíquico y espiritual.
Estos medios adaptan al ser para que sea plenamente apto para el cumplimiento de su vocación.
En el caso de la vocación de Ordenados, el primer medio es aquél que se logra adaptándose al Radio de Estabilidad.
Dice el Salmista: “Una sola cosa he pedido al Señor, ésta solicitaré: el poder yo vivir en la casa del Señor todos los días de mi vida”.
Siempre las almas deseosas de más perfección han buscado los desiertos, los bosques y los monasterios para su morada.
La ubicación de las Casas de Comunidad, sobre todo aquellas de Seminario, es casi siempre alejada del poblado y del bullicio, rodeada con el sereno espectáculo de la naturaleza que ejerce una poderosa influencia sobre el sistema nervioso del Hijo. Es como si el cuerpo se adaptara al ambiente y desechara las toxinas mundanas de su organismo.
¡Cuántas veces se oye de labios de las personas que llegan por primera vez a una Casa de Ordenados la exclamación: “Qué lindo lugar es éste y qué paz”!
Esta adaptamiento al lugar, al Radio de Estabilidad dentro del cual está situada la casa de Comunidad, es tan poderoso y paulatinamente progresivo, que a veces ni se nota. Aquéllos que deben alejarse de él lo perciben a veces tan intensamente que no pueden tener ni paz ni sosiego y sólo aspiran a volver a la beatitud de su Retiro. Siempre le sucede como le aconteciera a la mujer del Shangri-La que enseguida que se alejó de allí perdió su encanto y su juventud.
El adaptamiento físico ambiental vigoriza el organismo del Hijo, las pasiones de su alma se calman, los vórtices de su mente se dominan; el día pasa rápida y dulcemente y todo lo que era importante en el mundo se esfuma en la uniformidad del ambiente o es idealizado a través de los recuerdos.
Es común observar cómo personas, que estaban muy aferradas en el mundo a sus familiares, costumbres y hábitos y que tanto sufrieron al principio de su vida de Comunidad, se han adaptado luego radical y definitivamente a la nueva vida.
El adaptamiento psíquico sigue, en el Seminario, parejo al adaptamiento físico.
Para comprender su carácter es necesario haber experimentado en sí mismo el poder de la Gran Corriente.
Es éste un adaptamiento de los sentidos a ciertos gustos peculiares, a ciertas finezas interiores que el mundo no podría comprender. Tales, por ejemplo, el amor reverente hacia los Superiores y compañeros, la sensibilidad para percibir ciertos estados de ánimo de los compañeros o de los alumnos confiados a los Ordenados, el sufrimiento intenso ante una reprensión, la capacidad de gustar y disfrutar de pequeñísimas cosas o acontecimientos.
A las personas del mundo este estado de ánimo podría parecer pueril o afectado, porque a ellas les es imposible comprender que la perfección adapta a las almas psíquicamente de tal modo que todas las emociones profundas afloran y se transforman, en la superficie, en una hermosa piel de seda.
Y no es sólo el adaptamiento psíquico el que se experimenta en la Comunidad, sino también el de los sentidos, de la inteligencia y de la intuición.
Un Superior preguntó un día a un Ordenado qué fuerza tenía para él la Enseñanza dictada en la Comunidad, a lo que el Hijo sabiamente respondió: “Para los Hijos del mundo las horas de Enseñanza lo son todo; esperan la reunión con ansia, beben la Enseñanza de labios del Orador y sienten allí el Poder de la Gran Corriente. Pero aquí, en Comunidad, la hora de Enseñanza y la Enseñanza misma pierden su primordial importancia. Nuestro día, sea que se ore, que se estudie o que se trabaje, está todo impregnado por el divino sentido de la Enseñanza interior y continuada”.
En la Comunidad, la adaptación psíquica del alma a la Gran Corriente se hace efectiva y, sobre todo en el tiempo del Seminario, tiene el Hijo el medio de adaptación espiritual.
Cuando un alma sabe que ha encontrado su vocación, su fin definitivo, y sobre todo inmediatamente después de las zozobras y desconsuelos de los primeros días, subconscientemente va cortando amarras.
La Sabiduría de todos los tiempos es la de Cortés: “Quemar las naves”. Se queman las naves en el interior, se destruyen los puentes sobre los cuales el ser acostumbra pasear sus fantasías mundanas y sus aspiraciones ilusorias. Entonces la luz del Espíritu, la vida de la Divina Madre, penetra poco a poco en el alma.
La idea espiritual va tomando pie; todas las otras cosas que eran muy importantes pierden importancia y, de a poco, la gran aventura espiritual toma el primer plano, se transforma en el punto central y único.
Este proceso de adaptación a la vida de Comunidad y al cumplimiento de la vocación de Ordenado es a veces lento y a veces acelerado, a veces imperceptible y a veces bien visto a los ojos de los Superiores. Pero es indispensable para la Perseverancia.
Enseñanza 5: Sublimación de la Sangre
Muchas almas que están llamadas a la vida perfecta no pueden cumplir su intento, porque los lazos de sangre las aprisionan de tal modo que las inhiben para la separación.
Únicamente pueden pasar esta valla aquellos que subliman los afectos, transformándolos en una ofrenda de amor a la Divina Madre.
Todos los seres humanos tienen obligaciones sagradas hacia sus familiares, obligaciones que no pueden ser desechadas como si fueran trastos, pues ello significaría grave falta de caridad.
El aspirante, antes de tomar una decisión vocacional, ha de mirarlo todo bien y tomar sabios consejos para saber cómo comportarse, cómo proceder y cómo determinarse respecto a los familiares.
Pero cuando todas las cosas están arregladas y la determinación firmemente tomada, el alma no mirará ya hacia atrás.
Muchos siguen demorando su partida por extremado afecto y sentimentalismo y otros se crean obligaciones que ya fueron resueltas.
Si bien lo mejor es dejar a la familia con alegría y con el buen consentimiento de todos, ello es cosa que muy pocas veces ocurre, ya que los parientes difícilmente comprenden el valor de la renuncia. Pero aún si ellos no están conformes, hay que procurar dejar en la familia una buena impresión y un estado de ánimo tranquilo.
A aquellos familiares que, si bien no hay una necesidad absoluta de estar a su lado, se oponen a la partida de los Hijos hacia el cumplimiento de su vida espiritual, hay que dejarlos en su empecinamiento, confiándolos a la ayuda de la Divina Madre que, poco a poco, irá tranquilizando sus corazones y moldeando sus voluntades en la gracia santificadora de la comprensión.
Una vez que el aspirante ha puesto sus pies en la Santa Casa, debe valerosamente entregar sus deudos a la Divinidad; desde ese día sólo tendrá que volverlos a encontrar en la oración.
Sin embargo, es en las primeras semanas de Seminario cuando la parte física del ser reclama más que nunca su alimento de sangre.
Invade al ánimo del Hijo una profunda tristeza, una gran añoranza y la mente rememora a los familiares y a los acontecimientos que se relacionan con ellos.
A veces se dan cuenta, sin querer, que si bien están ya en el Seminario y contentos en él, el corazón sigue estando en casa. Este estado de ánimo, prueba de la fuerte unión de los seres consanguíneos, pasadas las primeras semanas se diluye rápidamente, pues es más una cuestión de hábito que de apego.
El Director ha de conocer ese estado de ánimo de los primeros días y no impedir que los Hijos lloren y se desahoguen pues esto les hará mucho bien. El aspirante que extraña y llora los primeros días de Seminario demuestra ser un buen hijo y, como tal, también será buen Hijo Ordenado.
Luego sucede la prueba de responsabilidad. Se le presentan al alma estados familiares y empieza el corazón a preguntarse si verdaderamente sus padres o deudos no tenían todavía necesidad urgente de él.
Ven a sus deudos caídos, enfermos y aún muertos por culpa de ellos. Todo esto trae un gran desasosiego al alma que le impide orar y cumplir debidamente con sus obligaciones.
Recién entonces es cuando los Superiores tienen que enseñar el Acto de Sublimación.
Ante todo, no hay responsabilidad por lo que ya fue consumado.
Si el Hijo en el momento de entregarse a la vida espiritual vio que no había una necesidad absoluta de que él siguiera permaneciendo en su casa, consiguientemente ya no hay responsabilidad sobre los acontecimientos que sucederán luego.
Además el alma con su entrega se ha hecho responsable ante la Divina Madre de una obligación espiritual que, por su naturaleza divina, es superior a la obligación de sangre. Entonces el Hijo que vive siempre preocupado por el estado de sus familiares, por lo que pudiera sucederles, está faltando a su verdadero espíritu de Ordenado y ni puede ayudar a sus familiares, ni tampoco cumplir bien con su vocación.
El alma que ha renunciado a todo, que está muerta al mundo y a todos sus afectos, no puede hacer nada humanamente por ellos.
Pero ella puede hacer mucho por ellos divinamente.
Un Hijo dejó a su anciana madre, que sólo contaba con el escaso apoyo de unas hijas mujeres. Después de varios años volvió a visitar a sus familiares y tuvo la gran alegría de oír de boca de una de sus hermanas esta confirmación: “Desde que te has ido Dios nos ha ayudado visiblemente. Todo nos ha ido mejorando”.
Los Hijos Ordenados son los mensajeros de la Divina Madre. Ellos nada pueden hacer, pero todo lo pueden conseguir de Ella, ya que todo lo han dejado por Su Amor. Ella se encarga de sus necesidades sin que se lo pidan: “Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás os será dado por añadidura”.
Pero para esta comunicación divina hace falta la constante sublimación de la sangre y de los afectos humanos, estado interior y místico que se alimenta con el sufrimiento, con el desapego y la renuncia hecha sangre y carne en uno.
Esta continua ofrenda de los familiares a la Divina Madre hará también que el amor de los hijos hacia los padres y deudos sea mucho más puro y más grande de lo que era anteriormente.
Santa Teresita, sublimando constantemente el amor de sus familiares, había llegado a un amor tan puro y tan sublime hacia ellos que los tenía unidos con ella continuamente a la presencia de Dios.
El Hijo no crea que la ordenación lo aparta de sus familiares o lo obliga a no quererlos. El Voto de Renuncia acrecienta este amor ya que se ama a los familiares divinamente.
Entonces el recuerdo de los familiares, en lugar de ser una rémora, se transforma en un incentivo para la vida espiritual.
En el momento en que los familiares, si están pasando duras pruebas o sufren contrariedades, en lugar de caer sienten el alivio en sus almas y aún en sus cuerpos y son divinamente ayudados.
El amor familiar de los Hijos para ser verdadero ha de ser ofrendado a la Divina Madre, sublimando en un acto continuado de humana separación y de divino acercamiento.
Enseñanza 6: Olvido del Mundo
No puede haber una dedicación total a la Divinidad sin un olvido pleno del propio pasado.
Al cruzar la Santa Puerta de la Ordenación el Hijo ha de despojarse enteramente del hombre viejo como si real y físicamente naciera a una nueva vida.
Enseguida que esté el Hijo en el Seminario hará un examen retrospectivo de toda su vida pasada. Se detendrá varios días o semanas en él, bajo la guía del Superior o su Director Espiritual.
Procurará recordar los hechos más lejanos y olvidados; los acontecimientos más fútiles e insignificantes, sin esconderse nada ni tener vergüenza de nada. Si fuera necesario pondrá todo por escrito detenidamente y ocupará sus horas de meditación en estos recuerdos.
Después abrirá su corazón a su Superior o Director Espiritual, sin reticencia ni pudor. Depondrá a sus pies su pasado para que él lo entregue como una ofrenda a la Divina Madre, seguro de que quedará todo en el silencio y en el secreto más profundo, el que ata del mismo modo que a padre e hijo: el voto de Silencio.
Inmediatamente después recuerdos y papeles serán arrojados al fuego eterno del Divino Amor en ofrenda viva de entrega y el pasado quedará olvidado y muerto para siempre.
Está claro que no se podrá volver a tomar lo que se ha dado tan gratuita y generosamente.
El Hijo sea luego celoso en extremo en demostrar fuera este olvido de su pasado. Nunca ha de volver sobre ningún acontecimiento o palabra que pueda revivirlo.
Desde luego que, sobre todo en los principios, esto será difícil y arduo. El pasado surgirá en el alma de mil modos distintos procurando ocupar la mente y el corazón del Hijo.
Serán nostalgias que tocarán las fibras más intimas del ser y que le pondrán en contacto con acontecimientos y figuras conocidas y amadas.
Serán tristezas que disfrazarán los recuerdos de dolor y miseria del mundo, para mostrar los pocos momentos felices vividos en el valle.
Serán complejos de culpas frente a las obligaciones abandonadas que sólo servirán para avivar imágenes que deberían permanecer únicamente a la presencia de la Divina Madre en las horas de oración.
Serán estímulos sentimentales que procurarán reflejar los cuadros de la carne y del deseo bajo ese disfraz.
Pero todos estos sentimientos y pensamientos no son más que tentaciones para arrancar al alma de la luz y de la paz del Mundo Divino y volverla a las sombras del mundo humano.
Cuando el alma no es muy fuerte y se deja llevar interiormente demasiado por los recuerdos, este mal sale fuera y es causa de atraso en el Sendero de la perfección y de muchas faltas de observancia y buen ejemplo para con los otros Hijos.
Esto se notará especialmente en los recreos y en los paseos. Estos Hijos siempre dejarán escapar palabras que recuerdan su pasado: “Cuando yo era estudiante en tal escuela”; “decía mi tía”; “En mi casa había una planta”.
El Hijo que de verdad está totalmente entregado ha olvidado su pasado. No tiene pasado.
No ha nacido aquí ni allá porque nunca nombra su ciudad natal; a sus buenos padres y parientes sólo los recuerda y pronuncia sus nombres a los pies de la Divina Madre y no cita ninguna imagen relacionada con su vida en el mundo.
Ya sería una falta grave e indicio de un espíritu errado recurrir a las confidencias particulares.
Nunca ningún Hijo caiga tanto en la imperfección.
Cuando un alma necesita confiar algo a otra que no sea su Superior o Director Espiritual, cuando necesita contar a escondidas acontecimientos de su vida pasada en el mundo, ello significa que está atada a ese pasado y que él sigue viviendo en ella, impidiéndole todo progreso en su carrera de perfección.
Y gravemente falta el Hijo que escucha tales confidencias porque por ese medio él también vuelve al mundo y al pasado: es como si despreciara el maná celestial por las cebollas de Egipto.
Es de imaginar que esto nunca ha de suceder.
Igualmente los Superiores han de ser muy precavidos en esto. No crean que su autoridad les autoriza a lanzar las almas al mundo. Sean parcos en las preguntas, cautos en las averiguaciones del pasado y poco amigos de confidencias ulteriores.
El Hijo al ingresar a la Ordenación ha hecho su examen retrospectivo, se ha descargado del fardo de su vida pasada y lo ha confiado a su Superior o a su Director Espiritual. Todo esto está muerto y enterrado.
Si el bien del alma y la necesidad obligan a tratar estos temas, siempre ha de hacerse en carácter de dirección espiritual.
Canta San Juan de la Cruz:
“Quedeme y olvideme,
el rostro recliné sobre al Amado”.
No puede haber otro camino. En la Senda Mística de la Divina Unión no puede haber motas ni empañaduras.
Solamente tienen el bien supremo de reclinar el rostro sobre el Amado aquéllos que se quedan allí únicamente atentos a la Divina Luz; aquéllos que lo olvidan todo; aquéllos que lo abandonan todo; aquéllos que, muertos al mundo, tienen el don y derecho único de participar de la Vida Divina.
Enseñanza 7: La Correspondencia
Los Maestros orientales llevan a sus discípulos con ellos a la montaña donde el invierno riguroso y la nieve abundante impiden todo comercio de los mismos con el mundo.
El Ordenado ha de seguir a su Divina Madre a la alta montaña de la soledad para perder todo contacto con el mundo. Olvidar y ser olvidado.
Pero muchos Hijos Ordenados no suben, sin embargo, hasta la Cumbre: se quedan siempre a mitad de camino para tener una posibilidad de una tenue unión con el mundo.
Estos Hijos son los que aman y hacen mucho caso de la correspondencia.
La correspondencia, a pesar de todo lo necesaria que ella pueda ser y de las causas justificantes para mantenerla, es siempre un hilo tendido entre el mundo y el Hijo.
El verdadero progreso del Hijo en la práctica de la renuncia es marcado por la correspondencia que recibe y que envía.
El Hijo desde su ingreso al Seminario aprende a controlar y a que controlen su correspondencia, a escribir breve y poco, a contestar sólo las cartas que son indispensables; pero aún esto no basta.
Es preciso que el alma no ame y rechace la correspondencia para que espontáneamente ésta cese casi por completo.
Como los Superiores sobre este punto son siempre un poco complacientes, es necesario que la iniciativa del cese de la misma dependa exclusivamente de la directiva del Hijo.
Es bueno que pronto se empiece este gran trabajo que ha de cortar las comunicaciones entre el Hijo y el mundo.
En el Seminario es costumbre escribir una sola carta por mes y a los familiares más allegados. No obstante, los parientes y amigos, dado la novedad del caso y la curiosidad que siempre estimula la vida apartada, suelen escribir más de la cuenta, con lujos de detalles, relatando las novedades de la casa y de lo circundante. Aquí ha de empezar la labor demoledora del Hijo.
Ante todo tiene que leer rápidamente y sin detenerse todas las novedades que no le conciernen y conformarse con saber el estado de salud de los padres y de alguno muy allegado. Las cartas que son puramente amistosas e informativas han de ser olvidadas y silenciadas.
Llegado el tiempo que tiene que contestar, las cartas que él escriba han de ser simples, claras y cortas. No se detenga a comentar ningún caso que sea de pura curiosidad sino pase rápidamente de las noticias generales a avisos saludables referentes al alma y a la salud de los familiares.
No sean excesivamente cariñosos, curiosos y largos en escribir, sino que, como verdaderos muertos al mundo, hagan que sus cartas carezcan de todo interés.
Después de un tiempo, con este sencillo método, ya nadie más tendrá deseo de escribirles y dirán lo que dijo a un Ordenado una hermana suya: “No te escribo porque no tengo ya nada importante que comunicarte”.
Si los Hijos no se atienen estrictamente a estas normas, el mundo insidioso irá infiltrándose poco a poco en la Comunidad y en el alma consagrada.
El mundo tiene también sus razones valederas y toda una colección de dimes y diretes para ganar sus batallas de distracción. Hoy es una carta que trae noticias de una enfermedad y mañana otra que comunica contratiempos familiares. Y así se puede ver al pobre Hijo a quien va dirigida, todo preocupado y distraído y aún desatento en el cumplimiento de sus deberes. Continuamente está pensando en lo que él considera una desgracia y empieza a importunar a los Superiores para que le permitan escribir para consolar, aconsejar y orientar.
Con todo esto pierde su paz interior y al mismo tiempo la oportunidad de ayudar verdaderamente a los suyos con la oración y el sacrificio interior.
No es con cartas y frases escritas que han de ayudar los Hijos a los que sufren, sino con la ofrenda interior de sus vidas y de su sangre.
Existe además otra correspondencia perniciosa que quita la paz a las almas Ordenadas y es la de descarga.
Toda vez que algo va mal en la casa o que alguno no está allí de buen talante se descargan con aquél que esta ausente, llenándole de reproches y de insultos a él y a la vida que ha abrazado.
Estas cartas hay que saborearlas, beber el veneno que destilan, gota por gota, dejar que la herida traspase el corazón, pero nada dejar traslucir a lo exterior. Ni tienen que ser contestadas ni consideradas; más bien conviene cortar definitivamente con tales familiares, porque ello significa que nada puede haber en común entre personas que opinan tan diferentemente.
La correspondencia más peligrosa es la insinuante, indirecta y melosa.
Hay quienes creen vencer la paz diamantina del alma consagrada haciéndole gustar de las satisfacciones que ellas experimentan en el mundo.
Se puede a veces leer en tal correspondencia frases como éstas: “En casa de los tales que tú conoces, hicimos la tal fiesta como aquella vez, ¿sabes?” o “¿te acuerdas de la tal persona?” o “la tal persona ha preguntado por ti”, “ya éste se ha casado o el otro tiene novia”. Frases donde se nota, a lo lejos, que fueron escritas con doble intención para poner a prueba el temple del Hijo que ha renunciado a todas esas cosas y también para herir con el recuerdo de lo que dejó.
Los parientes que escriben así no quieren de verdad al Hijo, ni humana ni espiritualmente y es mejor poner con ellos punto final.
Si el Hijo no pone ni su gusto ni su voluntad en la correspondencia, ésta cesará por sí sola, como un fuego que se apaga por falta de combustible. Sólo hace falta determinación y un deseo sincero de no querer vivir de los recuerdos del mundo.
Largas cartas, muchas noticias, telegramas de felicitaciones en los aniversarios, obligaciones con varias y determinadas personas, son todos puentes tendidos para volver al mundo.
Los Hijos han de escribir solamente a sus padres y brevemente; si éstos están enfermos o imposibilitados, a algún familiar más cercano, pero siempre en carácter simple e informativo.
Algunos Hijos desearían poder escribir cartas espirituales. Piensan que podrían hacer mucho bien en encaminar a las almas y que, muchas veces, una tarjeta oportuna ha llevado a un ser al camino de la perfección.
Si bien ello es verdad, no es ésta la misión de los Hijos Ordenados.
Ya suscitará la Divina Madre en aquellos que tengan pluma y talento, el fuego interior para escribir y ganar almas con la correspondencia.
Sin embargo a veces, por orden de los Superiores, deben los Hijos escribir cartas espirituales. Es entonces, bajo la mirada de la obediencia, cuando la correspondencia del Hijo se hace verdaderamente espiritual. Ya no es un lazo del mundo sino es flecha encendida que de la soledad cruza las tinieblas y llega al mismo centro del mundo para alumbrarlo y alumbrar al alma escogida.
En este caso depositen los Hijos, en estas cartas espirituales, toda la esencia de su vida interior y no fíen tanto del escrito como del amor con que fue hecho y enviado.
De cualquier modo la más hermosa correspondencia del Hijo ha de ser aquella que escribe a su Divina Madre.
Limpie su alma de tal modo que sea un pergamino blanco e inmaculado; tome la pluma de su voluntad sacrificada; llene su corazón de la sangre de sus sacrificios como un precioso tintero y escriba, escriba allí la historia de su amor divino durante todos los días de su vida, hasta la muerte.
La última frase de amor; escriba esta: “Usque dum vivam et ultrum”.
Enseñanza 8: Ensanche Anímico
Paulatinamente en el alma del Ordenado se efectúa el milagro del ensanche anímico.
A medida que el alma se va encerrando más y más dentro del Radio de Estabilidad, limitada por los muros de la Santa Casa, el silencio se hace efectivo y penetra en el interior llenando el hueco de las cosas mundanas con paz y sosiego.
Esta paz es tan sutil que a veces ni se percibe.
Mientras el alma se calienta despacio a los rayos de la Gran Corriente y el cuerpo desecha por los poros la mala esencia del pasado, el ser rompe su cáscara y sale fuera a la luz del día Divino.
Las almas del mundo nunca podrán conocer este divino misterio de ensanche anímico; cada día las preocupaciones de sus cosas, de sus casas, de los suyos, hacen más dura y resistente la cáscara que los envuelve y llaman a ésto “ser libre”, “vivir su vida”, “no estar sujetos”.
Pero las almas que han renunciado a todo tienen el don de experimentar este bien supremo.
El alma liberada sale de su concha marina para poder contemplar el sol.
Es éste un estado difícil de explicar y que sólo pueden comprenderlo las almas que lo han experimentado. Es éste un estado que le acomete a uno de repente; a veces está allí experimentándose y ni siquiera se ha dado él cuenta de él, tan natural es dentro de la nueva vida. Como todo milagro es tal cuando está dentro del marco de una suma sencillez, éste se encuentra allí frente al alma, como la cosa más común de la vida.
Lo primero que le acomete al alma es siempre el ensanche anímico de los sentimientos.
¡Qué egoísta era el alma para sus sentimientos dentro de la cáscara! ¡Qué reducidos sus afectos y qué duras las ataduras que la ligaban a ellos!
El sentimiento de posesión que los acompañaba tornaba el alma indiferente, mezquina y pobre frente a todos los problemas colectivos de la vida y los ojos miraban como sin ver a todas las miserias de la calle; y cuando decía: “¡Pobre niño! ¡Pobre enfermo! ¡Pobre mujer!”, era con el secreto temor que eso mismo pudiera ocurrirle a alguno de los suyos.
Pero he aquí que el alma ha roto su cáscara. Aquellos afectos personales han quedado allí, en el fondo de la conciencia, como algo sagrado, pero no como una posesión y al no esperar nada de ellos se han transformado en un sentimiento que abarca a muchos. Y un día siente el Ordenado el milagro de su ser que no se apega, que no se ata, que se expande. Es un sentimiento dulce y fuerte a la vez, que llena toda el alma, que se transforma en el interior como un extravío de amplitud, de comprensión, de amor.
Es un calor efectivo que se percibe cuando se ve que abarca el total del grupo de niños, de enfermos o de necesitados, confiados al Ordenado. Es un sentimiento de gran ternura que lo hace cada vez más solícito y eficiente. Es un sentimiento que es tristeza, como añoranza del cielo, cuando una tanda se va y otra viene; que es identificación en el alma consagrada, con las preocupaciones y dolores de ellos, más fuerte cuanto más impersonal.
El milagro del ensanche anímico se amplifica cada vez más. Es ensanche de ideas, de miras, de conocimientos.
Nadie podrá nunca conocer los deseos infinitos del corazón y de la mente del alma consagrada. Es bueno que todos crean que ellas son mansitas palomas circunscriptas a su palomar y que algunos las miren con gesto lastimero.
Es que los del mundo tienen tantas cosas dentro de su cáscara: su empleo, su casa, su ciudad; todo lo de ellos, todo su reducido mundo. Hay que dejarlos. ¡No saben lo que late bajo los delanteros y las camperas humildes, ni lo que ven los ojos ocultos bajo los párpados bajos!
El Ordenado sin saber por qué presiente la amplitud de la obra Divina sobre la tierra y desearía multiplicarse en mil para cumplirla. Pequeño se hace todo, aún el mismo mundo, para los deseos del corazón consagrado.
¡Cuántas obras construyen estas mentes, cuántos países recorren en sus sueños, cuántos actos heroicos realizan!
Todo le parece poco al alma consagrada. Quisiera ir a todas las naciones para llevar la palabra de amor a todos los seres; quisiera aliviar a todos los males; quisiera curar a todos los enfermos y remediar todas las necesidades. Las horas del día con demasiado breves para ella para pedir por todos, para abarcarlo todo.
¡Milagro de amor y de comprensión de la renuncia!
Rota la cáscara, las almas verdaderamente libres vuelan por los espacios infinitos llevando su blancura a la vista de todos los seres. Y ellas no se sienten sacrificadas por esto sino que gozan, gozan divinamente en esta amplitud de realizaciones.
No se detienen aquí las almas consagradas: su ensanche anímico cruza las fronteras de la cadena planetaria, abarca a todo el universo, se transforma en una amplitud sin fronteras y sin límites, puramente espiritual.
Allí el alma se da plenamente. Darse no es ya una palabra, sino algo que es.
Es como si el alma, por un momento, transformada en velocidad luz, recorriera todos los ámbitos infinitos para descansar en el regazo de la Divina Madre.
Enseñanza 9: Impermeabilidad a lo Exterior
El Seminario ha de formar al alma Ordenada de tal modo que nunca salga nada visible de sí a lo exterior.
Si la vocación Ordenada es vivir dentro, en la intimidad divina, es indispensable desde un principio no sólo desear apartase del mundo, luchar para que el mundo no los conozca, sino precaverse para que el mundo desconozca al Ordenado y el Ordenado desconozca al mundo.
El dulce secreto del Silencio Divino lo quiere todo para sí. Entonces es preciso llevar siempre puesto el impermeable sagrado que aísle el interior de las tormentas exteriores. Y esto no es poco trabajo ni de poca monta.
Tenga el alma que empieza, explicaciones claras para no tener lugar a dudas a este respecto. Todo está a este fin ya dispuesto en las reglamentaciones de la Ordenación.
El control continuo que se le impone al Hijo respecto de cómo ha de ser su comportamiento, en todos sus actos, en todas sus expresiones emotivas, culturales y exteriores, son medios para dicho fin.
Toda demostración, toda ternura, toda debilidad, todo cambio, toda lucha, toda tentación, ha ser algo exclusivo del alma y de sus Superiores y compañeros; pero nada de esto ha de traslucir a lo exterior.
Toda emotividad ha de ser suprimida, toda efusividad eliminada. Un alma Ordenada ha de tomar tanto control de sí que ni una contracción de un músculo, ni una lágrima, ni un rubor, ha de expresarse en ella.
El más dulce de los secretos ha de envolverla totalmente para que la única personalidad demostrable a lo exterior sea aquella de la unidad personal del Ordenado.
Todo esto hará del Ordenado, a los ojos de aquellos que lo miran desde afuera, aún en lo exterior, una figura única, genérica, ideal.
Este trabajo debe ser hecho atenta y minuciosamente durante el tiempo del Seminario.
Los Superiores no han de olvidar que estas almas mañana deberán estar en contacto con deberes exteriores y aún con el mundo y que resultaría después muy difícil adquirir hábitos tan sutiles y delicados que por lo general, antes de ser puestos en práctica espontáneamente, necesitan tiempo y ejercitación.
Sería lamentable ver a un Ordenado dejándose llevar de su emotividad o expresándola delante de la gente; es como si se rasgara su capa.
En verdad, la mucha verbosidad, a un atento observador, daría enseguida a conocer el origen, la cultura, las posibilidades y gustos del Hijo, cosas que sólo la Divina Madre y los Superiores han de conocer. En las reuniones sociales se ven señoras portarse de tal modo, tan discreta y correctamente, que es imposible descifrarlas. Son personas bien y nada más. Si tanto control puede aspirar el amor al éxito mundano, cuánto más ha de aspirar este amor al control, el buen nombre de la impersonalidad Ordenada.
El Ordenado ha de estar tan compenetrado de este espíritu de impersonalidad que nadie, por experto y por psicólogo que sea, ha de descubrir sus necesidades.
Si un alma buena va al Superior y le dice: “Me gustaría donar papel y sobres porque he notado que los Ordenados lo precisan”, u otra cosa similar, es porque algún Ordenado ha dejado escapar algo de sí que no debía ser revelado.
El Ordenado nunca demuestra precisar nada, ni que nada le falta. Ya saben los Superiores cómo y cuándo pedir la ayuda necesaria.
El Ordenado no ha de descubrir sus males morales y físicos a nadie. Hay almas completamente pudorosas respecto a sus males físicos especialmente; nunca dicen ni hacen notar los inconvenientes de la naturaleza humana, mientras otros habitualmente se quejan de sus males o los hacen notar. Ni un pequeño dolor de cabeza saben tolerar sin divulgarlo.
Los Ordenados nunca han de estar enfermos ni tener malestares físicos a la vista de nadie, ni nadie ha de descubrir detrás de sus aspectos siempre iguales su estado de salud que ya ellos sencillamente refieren a sus Superiores y al médico que ha de curarlos.
Aprenda el Ordenado en el Seminario a llevar siempre puesto su impermeable que lo haga invisible a los ojos de todos.
Que nadie sepa lo que siente ni lo que piensa, ni conozca los movimientos exteriores de sus sentimientos internos, para que brille la personalidad del Hijo de Cafh.
Que nadie vea el color de sus ojos porque éstos nunca estarán completamente fijos o atentos en nadie en particular.
Que nadie conozca demasiado el timbre sus voces porque callen mucho y hablen claro. Hablen lo necesario y sin modulaciones especiales.
Que nadie penetre en el interior de los Hijos por las manifestaciones exteriores; ello sería como profanar el Templo Sagrado sólo dedicado a la Divina Madre.
Confeccionen los Hijos en el Seminario este magnético impermeable que los aísle en toda oportunidad a lo exterior.
Enseñanza 10: La Modestia de los Ojos
Los Ordenados hacen ofrenda de sus vidas y de todo su ser a la Divina Madre y esta ofrenda de amor está sellada por el esfuerzo diario del Hijo para hacerla perfecta.
Los ojos son sobre todo el control magnético de esta ofrenda eterna y diaria.
El sacrificio continuado de la vista es indispensable para que el Hijo sea un verdadero Ordenado.
Los ojos son el espejo del alma; sean entonces el espejo de la renuncia del Hijo. Ya ellos no han de servir para satisfacer la curiosidad y los apetitos, sino únicamente para ver lo que uno quiere y se propone ver; en consecuencia han de saber mirar hacia adentro.
El amor y el dolor que son los dos grandes ascensores que elevan al alma desde la tierra hasta el cielo enseñan este correcto modo de mirar.
Cuando un ser ama no desea ver nada fuera del ser amado y anda como atolondrado sin fijarse en lo que le rodea. No se pueden olvidar los hermosos versos de Campoamor respecto a la jovencita enamorada:
“Porque mis ojos, como no tienen quién se fije en ellos, cerrados siempre están”.
Así el dolor ausenta la vista de las criaturas y hace decir muy a menudo: “no tengo ganas de ver nada ni nadie”, porque la vista con el pensamiento está fija en el recuerdo y en la imagen que le causa pena.
Si el amor del Hijo Ordenado es su Divina Madre y si su dolor es todo lo que la separa de Ella, no puede desear ver a nadie fuera de Ella y, como todas las cosas exteriores son más bien imágenes que distraen y alejan del fin único y de la imagen perfecta de la Divina Señora, ha de tener él siempre los ojos modestamente bajos.
La modestia de los ojos, don permanente del alma anhelosa de perfección, ha de ser una necesidad imperiosa en los principios de la vida espiritual y en el Seminario principalmente.
Las almas que vienen del mundo tienen la fantasía repleta de imágenes que desean vivamente olvidar y esto se logra con mucha más facilidad cuando no se sobrepone imágenes a imágenes.
Además el no mirar quita admirablemente el hábito de la curiosidad que tiene la gente del mundo para ver todo lo que pasa a su alrededor, aún lo que no les interesa.
La modestia de los ojos es también como un bálsamo para el cansancio mundano y predispone al alma a la intimidad con la Divina Madre que mora en el interior.
Los Ordenados mantengan continuamente la modestia de la vista: no miren, ni quieran ver nada fuera de lo que les es estrictamente indispensable. Mantengan los párpados bajos sin afectación y con naturalidad. No por eso parecerán excéntricos ya que es correcto mirar a una persona en la cara en el momento que se la saluda y cuando se despide de ella, pero se mantendrá la modestia de los ojos durante el tiempo de la conversación.
Esta virtud acrecienta la belleza espiritual y la compostura debida, ya que los ojos semiabiertos dan un encanto particular al rostro y el no mirar hacia todas partes, especialmente en la calle, da a la compostura una gravedad atractiva.
¿Hay acaso rostro más espiritual y más hermoso que el de Buda? Pero, ¿qué es lo que le confiere esa belleza tan trascendental y característica? ¿Por qué ese rostro se ha eternizado a través de los años? Lo que lo embellece tanto es sobre todo el mirar. Sus párpados están semicerrados dejando que los ojos sólo entrevean, delante de sí, con una mirada que al ignorar las imágenes circundantes, abarca el alma y la eternidad de las cosas.
El hábito de la modestia de la mirada es indispensable adquirirlo desde el Seminario. Cuando los Ordenados son llevados por su apostolado al torbellino del mundo recién se dan cuenta de toda la importancia de esta virtud.
Difícilmente aquél que no tiene el hábito hecho de no mirar, pueda adquirirlo en el mundo o puesto a un trabajo intensivo. Siempre las tentaciones y los disgustos le vienen al Hijo de no saber refrenar debidamente sus ojos.
Los Hijos ofrenden sus ojos a la Divina Madre si quieren tener su Imagen Sublime siempre presente.
Enseñanza 11: La Perfecta Observancia
El Hijo que llega al Seminario se encuentra con un método de vida completamente nuevo y distinto, aún en el aspecto espiritual, de aquél que estaba habituado a seguir.
Es bueno que el Hijo, al amoldarse a la nueva vida, adquiera el hábito de una observancia estricta. La perfecta observancia de comunidad no ha de ser una virtud adquirida, porque en ese caso el Hijo sigue una trayectoria para alcanzar una virtud que es siempre algo distinto de él. Sino ella ha de ser un estado propio, íntimo, amplificativo de su renuncia interior.
El Hijo que logra una perfecta observancia exterior no la posee plenamente si ésta no va estrechamente unida a la observancia interior.
El Hijo puesto en contacto con la vida de Comunidad se encuentra frente a un cambio radical de métodos espirituales y aún en aparente contradicción con las normas establecidas y practicadas anteriormente en Cafh. Es como si se le dijera: “Todo lo que has hecho hasta hoy en tus ejercicios y prácticas de adelanto espiritual no te servirá ya; tíralo todo”.
La vida espiritual anterior requería todo el esfuerzo del Hijo para lograr un fin que se iba alcanzando progresivamente. Era un esfuerzo para lograr objetivos y una posición psíquica estable. Este esfuerzo era actualizado en el Hijo por las prácticas de la vida espiritual, por las reuniones semanales particularmente en donde se le explicaban las Enseñanzas, por las horas de ejercicios de meditación y por el contacto con los Superiores.
Pero este esfuerzo, casi exterior para lograr algo interior, es rechazado desde un principio al ponerse en contacto con la Ordenación, como si el guante de la vida fuera usado al revés.
El alma, en verdad, ha de desechar todo objetivo, todo logro, todo esfuerzo para ser, negativamente, una realización.
Todo es desechado; todo pierde capital importancia; ningún ejercicio es más importante que otro; ni aún poseer determinada capacidad, ni una virtud determinada.
En este sentido, en la Comunidad, sólo es un valor real la perfecta observancia, que es la flor que nace espontáneamente en el alma y no es un bien alcanzado.
Para lograr esta perfecta observancia interior es necesario que el Hijo se identifique con el Cuerpo Místico de la Comunidad.
La Comunidad es un ser vivo, más vivo que ningún otro, porque sus componentes han sacrificado su personalidad, su identificación propia para fundirse en un solo ser.
La negación de la propia personalidad facilita la formación de los cuerpos de Fuego de los Hijos, en donde desaparecen las diversidades y los Hijos, por semejanza, se identifican entre sí. Sin este estado interior de unificación, el Hijo podrá ser muy observante, pero su observancia será siempre algo distinto, una gota de aceite resbaladizo en un jarro de agua.
Con este concepto desaparece lo tuyo y lo mío, lo más y menos, lo mejor o peor, pues todo es una simple unidad.
La perfecta observancia, en principio, sólo puede ser lograda por esta unidad de los componentes de la Comunidad.
La preocupación del buen adelanto de la casa, del cumplimiento estricto de todos los deberes, del logro de la perfección de los Hijos, es responsabilidad de todos.
Si, por ejemplo, un Hijo ha roto un plato todos los otros Hijos han de sentirse en su interior culpables y solidarios, así como si otro gana un premio todos han de experimentar la alegría de la victoria.
Nunca un Hijo podrá ver un descuido de otro sin procurar repararlo si le fuera posible, porque la falta de uno es también la falta del otro.
Si todo marcha bien en la Comunidad, todos han de sentir el bienestar y si algo anda mal, todos han de sentir esa carga.
Con este sentir la observancia no es algo abstracto, sino el resultado de un estado de ánimo de todos los Hijos de la Comunidad, como el perfume no localizado que llena una habitación es el resultado de la flor allí presente.
No es entonces que este Hijo sea observante, sino que la Comunidad logra y está en una característica inherente a ella misma.
La perfecta observancia es así el resultado de un estado interior del alma conquistado por la Ascesis de la Renuncia y la Mística del Corazón.
El cambio exterior de procedimientos que encuentra el Hijo que ingresa al Seminario ha de ir seguido de un cambio interior total. Esta es obra del Hijo guiado por el Director, sin el cual no podrá haber observancia, o la observancia sería algo completamente externo y desprovisto de todo valor.
Se entiende que en la Ordenación el Hijo ha llegado al punto culminante en que la Ascesis de la Renuncia ha de ser una realidad.
De modo que todos los valores sentimentales, capacitativos, ideales y aún, en cierto sentido, espirituales, han de ser abandonados.
Las tendencias humanitarias, las experiencias vividas, los estudios hechos, los títulos ganados, las posibilidades sociales, han de desaparecer. Aún los éxitos alcanzados en las prácticas psíquicas y en los ejercicios de meditación puede ser que desaparezcan totalmente, porque el alma ha de estar desnuda de todo.
La Mística del Corazón es agua y fuego que todo destruye, que todo purifica, para lograr la Perfecta Simplicidad sin la cual no hay Unión Divina.
Si el Hijo no se desembaraza de todos estos valores, éstos se transforman en oleadas contraproducentes que afectan el bienestar de la Comunidad y el desenvolvimiento de la perfecta observancia.
Si el Hijo se identifica con la vida que ha abrazado desaparece toda esperanza del futuro: sueños e ilusiones de conquistas, quimeras de felicidades utópicas, porque ya posee en sí su fin y sabe de antemano la labor que le espera en la vida.
El resultado exterior de la perfección de la Ascesis de la Renuncia y de la Mística del Corazón es siempre y sistemáticamente: Salud para los enfermos, providencia para los necesitados y dirección para las almas.
La madre, desde el instante que recibe a su hijo en los brazos, sabe todo lo que le costará hacerlo grande y, desde que está determinada a hacerlo, sabe que es su misión ser madre y no otra cosa y este sentimiento es lo que la mantendrá dignamente en su misión y le hará cumplir perfectamente con todos sus deberes.
Así el Hijo que sabe el resultado exterior de su misión, tiene ya el caudal potencial de posibilidades para cumplirlo y eso se manifiesta ya en él a través de una tranquila y perfecta observancia.
La observancia no consiste sólo en cumplir estrictamente el horario y los oficios de la Comunidad, sino en ser responsable de todas sus necesidades y de todos los elementos útiles para capacitarla a su fin.
Observancia es amor al Radio de Estabilidad, reserva habitual de la Clausura, Economía Providencial actualizada, reserva de energías depositadas en el caudal común y, sobre todo, permanencia íntima con la Divina Madre por la identificación con las prácticas y los trabajos diarios.
El Hijo sabe que el resultado de su renuncia interior ha de ser la curación de los males y de las enfermedades del mundo.
Todas las grandes enfermedades son fruto de los desgastes continuos e incontrolados de los seres humanos. La parábola del hijo pródigo se repite constantemente.
Para eliminar las enfermedades fundamentales del mundo, es indispensable reponer determinadas energías; y éste es uno de los trabajos máximos de los Hijos.
La práctica de la castidad, la modestia de los ojos, el ejercicio continuo para dominar los impulsos interiores, el vacío de la mente y del corazón, no serían más que virtudes prácticas si los Hijos no se desprendieran de su fruto para almacenarlas y repartirlas entre los enfermos del mundo con sus oraciones.
Esta labor es a veces aún directa y deben los Hijos asistir y cuidar a los enfermos, haciendo así más efectiva su ayuda magnética y curativa.
Por eso no permitir desgaste de energías es lograr perfecta y verdadera observancia.
La perfecta observancia se manifiesta en la actualización de la Economía Providencial.
Se sabe que existe en el mundo una infinidad de necesitados y que el problema económico de éstos debe ser resuelto a la brevedad posible y que éste es uno de los resultados fundamentales de la Obra de Cafh. También se sabe que este mal es fruto sobre todo de la incomprensión y del egoísmo de los hombres.
Los seres usufructúan todo lo que pueden de todo y de todos. Cada cosa que directa o indirectamente se usa, ha costado no una sino muchas vidas y todos los seres están en deuda con la Humanidad de todo lo que poseen y usan tan despreocupada y continuamente.
Este egoísmo e inconsciencia es lo que debe comprender el Hijo para sentirse en deuda con la Humanidad y dispuesto a dar su parte efectiva a las necesidades de todos.
Con esta comprensión el Hijo siente el imperativo de aplicar, aún en la Comunidad, la Economía Providencial y trabaja por trabajar. Así sus economías son trasladadas al Plan Divino y rinden el céntuplo.
Con este concepto el Hijo no solamente entrega su trabajo, su desinterés, su aplicación a la obra, sino que rinde el máximo y esto sin fatigarse.
El trabajo desinteresado se hace liviano y múltiple.
Esto se hace más evidente por la unión y la impersonalidad de los Hijos de Comunidad y el milagro exterior de la ayuda a los necesitados se hace efectivo.
Primero por la fuerza espiritual comprensiva de los Hijos que derraman mentalmente su resultado sobre el mundo; segundo por el contacto sentimental con todos los movimientos humanitarios de las diversas instituciones y tercero por lo que hacen los Hijos a través de las Obras de Cafh.
Las Obras de Cafh son un milagro en sí ya que, sin poseer bienes extrínsecos, Cafh con la ofrenda de los Hijos y las prácticas de la Economía Providencial, puede sostener obras sin rentas determinadas.
La perfecta observancia es la que hace posible el almacenamiento de grandes reservas de energía.
La perfecta observancia da además como resultado, una unión continuada con la Divina Madre y le otorga el Poder, oportunamente, de la Dirección de las almas.
El Hijo que cree que la Unión Divina es un goce, un éxtasis, no cumple bien su observancia. Si su estado de ánimo es bueno y fervoroso cumple muy bien todos los actos de Comunidad, pero si tiene desamparo y aridez interior, se le ve triste, macilento, malhumorado y aún despreocupado en el cumplimento de la observancia.
La Unión, fruto divino de la Renuncia y verdadera Mística del Corazón, es una participación luminosa a todos los actos de observancia.
La felicidad no está en el goce, sino en cumplir o desear vivamente cumplir bien, perfectamente todo lo que se hace.
El goce o la aridez no entran aquí, sino la perfección del acto cumplido y divinizado por la recta intención.
Cuando hay plenitud de vida espiritual en el acto de Comunidad, una paz íntima y profunda invade al alma, una seguridad de la presencia divina tan inalterable que permanece invariablemente en el fondo del alma, aún y a pesar de las distracciones, de los errores, de las arideces y de los goces devotos.
En resumen: la perfecta observancia no es un mero cumplimiento externo y mecánico de los actos de Comunidad; la perfecta observancia es un estado permanente del alma, un resultado vivo de la idiosincrasia del Ordenado.
Enseñanza 12: Los Enemigos de la Perfección
La Ordenación es un campo magnético de altas posibilidades espirituales, pero no es la Suprema Realización, que sólo se logra en lo interno.
Por eso, también en las Casas de Comunidad, penetran los elementos negativos. Como no pueden penetrar allí los elementos estimulantes bajos, se filtran pequeños elementos negativos que atrasan enormemente el logro de la perfección, gastan las mejores fibras vocacionales y algunas veces hasta echan a perder todo el esfuerzo santificante de una vida.
Cada estado tiene sus peligros y defectos característicos y, en la Ordenación de Comunidad, hay algunos defectos a los cuales se tiende comúnmente y que es preciso conocer y combatir.
Estos enemigos del alma Ordenada se pueden resumir en tres defectos principales que son: La desconformidad, la murmuración y los escrúpulos.
El alma Ordenada por su voto de Renuncia está íntimamente obligada a transformarse en una nada: una nada Divina. Este sublime ideal, alentado por una vocación verdadera, toma una fuerza tal que lleva al alma hasta la pronunciación de los Santos Votos; pero luego, toda una serie de factores anímicos escalonados toman su represalia para imponer su voluntad.
La de la Renuncia es una lucha ardua, dura, continua. Es el trabajo más difícil y especial que pueda cumplir el hombre sobre la tierra. Cuando el alma, si bien fundamentalmente cumplidora y entregada, afloja ante esta divina atención de no ser nada, la personalidad empieza a activarse otra vez.
Siempre se repite la historia de Lohengrin: la casta Elsa, imagen del alma entregada, sale fuera un poquito, a través de los deseos aún santos, al balcón personal y enseguida Gutruna, la usurpadora destronada pero aún no vencida, empieza a tentarla: “¿Quién es él? Pregúntale su nombre”, para que ella se sienta desconforme.
Si el alma no cumple con toda fidelidad, si en la intimidad se concede alguna cosa, inmediatamente la parte intuitiva del ser está desconforme y esta desconformidad toma vida propia en el alma. Si el alma no es sacrificada, obediente en extremo, pura de pensamiento, cumplidora con todos sus deberes, fiel a la oración constante, empieza a sentirse defraudada. Dichosa el alma que estando en estas condiciones está desconforme de sí misma; pero no quiera la Divina Madre que una fina soberbia haga que el alma se sienta desconforme de todo lo que la rodea y de los medios que, para su perfección, le fueron otorgados por Ella.
Bien decía Santa Teresa: “De monja desconforme nos guarde Dios”.
Porque las almas desconformes se hacen mal a sí mismas y a toda la Comunidad.
La enemiga tiene argumentos muy sutiles para presentarles las quejas al alma desconforme y lo primero es insinuarle que no logra la perfección, no por su culpa, sino por la de los Superiores que no la comprenden y no la valoran; por culpa de la Comunidad que es más de trabajo que de oración; o viceversa por culpa de esto o de aquello. Y esta alma hace un hábito de su desconformidad y ésta se transforma en un enemigo constante que paraliza todas sus fuerzas y entristece su vida espiritual haciéndole perder inútilmente un tiempo precioso.
Algunas almas se dan cuenta a tiempo de este mal y buscan en sí la causa de su desconformidad y se ponen a luchar en contra de la no efectividad de renuncia que siempre es la causa.
¡Qué triste es ver a un alma verdaderamente llamada a la Ordenación, fiel, santa y buena, que no logra su fin por no comprender que la renuncia es un transformarse en nada, no de golpe, ésto se hace idealmente con los Santos Votos, sino efectivamente mediante la entrega diaria de todo lo que el alma posee externa e internamente!
El alma empecinada en no darse totalmente a la renuncia, está en una tensión nerviosa constante que la hace saltar continuamente hacia lo exterior por medio de un desahogo que, repetido, se vuelve murmuración. No quiere ella tener la culpa de su mal y entonces necesita descargar la culpa sobre todos. Se puede observar, y ésto la experiencia bien lo dice, que el alma que no cumple bien sus votos empieza a querer nivelar con ella a las otras almas y por eso busca con la murmuración cómplices de su mal. La murmuración no empieza directamente; antes la pobre alma busca, a escondidas de los Superiores, almas que la comprendan, amistad particular, quién escuche sus confidencias e intimidad, para poder luego descargar su mal con la murmuración del Reglamento, de los Superiores, de los otros Hijos, o de todo.
Si alguna alma hubiese caído, aún muy parcialmente en este mal tan grande que se corrija y clame a gran voz a la Divina Madre: “¡Lávame del sacrilegio de la murmuración!”.
Otras almas, más simples pero igualmente incapaces de la renuncia total, no acusan de sus males a los que le rodean y a los medios de vida que le fueron otorgados, sino acusan de sus males a sombras ocultas y a fantasmas imaginarios.
Ni el karma, ni los malos espíritus, ni las malas influencias pueden hacer nada en contra del alma que cumple con fidelidad y constancia su entrega total a la Divina Madre.
El temor se adueña de estas pobres almas y son víctimas de dudas, tentaciones y toda clase de escrúpulos. Siempre creen de haber hecho algún mal, de no cumplir debidamente la observancia, de no ser bien mirados en la Comunidad, de no ser considerados de utilidad. Si oran piensan que su oración no es grata a la Divina Madre, si trabajan piensan que su trabajo no está bien ejecutado, si hablan creen de haber ofendido y si callan también se sienten humillados.
Es triste mal el de los escrúpulos y del temor. Pero si el alma tiene la santa decisión de mirar en sí y buscar cuál es la parte del alma que no quiere entregarse, para darla enseguida en ofrenda a la Divina Madre, de inmediato las sombras de las dudas y temores desaparecerán como por milagro.
La Divina Madre ha elegido a sus Hijos para la sublime vocación de la Renuncia; muchos llegan al ofrecimiento de sí mismos a través de los Santos Votos, pero no todos llegan a la perfección del cumplimiento de los mismos y ésto sólo por querer guardar una gota de personalidad.
Cuando el alma se sienta desconforme, triste, agresiva, murmuradora, temerosa y dudando, inmediatamente dé gracias a la Divina Madre porque eso es indicio de que algo no ha entregado, de que algo guarda para sí, que no cumple sus votos a la perfección para que sepa que ese pensamiento es aviso claro, un medidor exacto de su adelanto o estancamiento en el Sendero Espiritual.
Los defectos no son más que una campanilla que le dicen al alma: “Todavía no eres la nada, la nada Divina”.
Enseñanza 13: El Vacío Purificador
La Ordenación y sobre todo la Ordenación de Comunidad, es la práctica del Voto de Renuncia en toda su perfección. Y la perfección de este Voto es la práctica constante del mismo esfuerzo determinante de la voluntad para lograrlo hasta que la conciencia, desechando todo esfuerzo, es invadida por la gracia y la comprensión de la Renuncia.
Al momento señalado esta gracia Divina irrumpe en el alma invadiéndolo todo, limpiándolo y desbaratándolo todo y dejando allí el gran vacío de Unión.
En el tiempo en que el alma practica y lucha para conquistar la plenitud de su voto de Renuncia se pasa por muchos altos y bajos, por pruebas y tentaciones y también por momentos de gran alegría, pero siempre el alma se siente protegida, auxiliada, llevada de la mano por la Divina Madre.
Pero, a medida que el alma se va acercando a la realización, ningún estado emotivo por elevado que sea la deja satisfecha.
Siente el vértigo del vacío que la atrae, pero teme lanzarse a él.
Un alma describe así este estado de deseo de vacío y al mismo tiempo de apego a la sensibilidad espiritual: “¡Qué incomprensibles son los estados de mi alma! Ayer, después de haber estado orando media hora, me dije: Voy a hacer una meditación a lo Ordenado y elegí el Templo de Oro en busca de consuelo. Comencé: ¡Madre...Madre...! Sufro y no sé por qué. Madre, ven...abrázame...; dime, ¿qué debo hacer? ¿qué debo pensar? Madre...Madre...y la única palabra que al final articulaba era: Madre. De repente me invadió un sentimiento de dolor, de pena. Me parecía como cuando un hijo insiste a la madre que le dé algo y ella no se lo da porque sabe que no es bueno ni le puede brindar la verdadera felicidad y que por el contrario puede dañarlo; por ésto se lo niega. Pero al verlo tan apenado opta por dárselo con gran dolor de ella misma. Bien; experimenté como si Ella me dijese: Ven, Hijo, haz tus deseos, y yo al darme cuenta que ello le significaba un dolor me llené de congoja y las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro; no era un llanto violento, sino suave. Sentía un gran desconsuelo y entonces un propósito fue surgiendo en mi interior que traducido en palabras podría ser: Madre, no quiero nada, nada. Haz tu voluntad, Ilumíname y fortaléceme para que pueda comprender y hacer Tu Voluntad”.
El alma aún desea el consuelo sensible, pero lo rechaza al mismo tiempo porque sabe que tiene que rechazarlo todo para hacer Su Divina Voluntad que la lanzará al Gran Vacío.
Le cuesta mucho al alma separarse del sentimiento volitivo de su Voto de Renuncia; pero nada le satisface, ni nada le produce ya sentimientos agradables y si los tiene, comprende también que ellos no son la plenitud de la vida espiritual. Todo lo que hace, interior y exterior, no le satisface y el cumplimiento de los propios deberes se transforma en una gran carga. Nadie, parece, puede comprender y querer acercarse a esta alma y todo se torna pena, cansancio, angustia y soledad.
Un alma en este estado de transición le escribe a su Director: “Me siento sola en una soledad a la que nadie puede acercarse. Es como si me encontrara en medio de un desierto de hielo y lejos, al borde, los rostros amigos me sonríen, me tienden sus manos, pero no pueden acercarse y son como figuras solamente. No puedo tampoco acercar a ninguno a mi soledad, ni quieren internarse conmigo en el desierto; temen que los lleve conmigo al dolor y se apartan como si quisieran salvarse de alguna influencia de muerte. Me invitan desde lejos a salir del hielo, pero yo sé que no puedo volverme, pues de adelante me llaman a internarme más en la extensión helada”.
Ya el alma se siente sin donde asirse y como perdida. La Gran Muerte Mística se está disponiendo en lo interior. Es un estado de vacío tan grande y concreto que a primera vista desconcierta de tal manera al alma, acostumbrada a los tapujamientos de la vida personal, que la espanta y desespera. Se añaden aquí fenómenos psíquicos y físicos. Desaparece el mundo y la figura de los seres delante de los ojos del Hijo y a veces ve sin ver.
La cabeza duele, los huesos crujen, las vísceras se rebelan a recibir alimentos y todo se vuelve en contra del alma cuando ha llegado al Umbral.
Es como si se hubieran abierto o roto todas las barreras de contención.
El alma es invadida por una congoja tan grande y terrible, que sólo atina a desearse la muerte para huir de esa muerte espiritual que ha de darle la Vida Real.
El corazón late aceleradamente, la mente se pierde en cavilaciones, los nervios estallan, los sentidos parecen fieras embravecidas y desatadas. Es que el alma no puede tolerar aún, con sus medios humanos, el gran vacío; el vacío mortal y divino que se va produciendo en ella y que le alcanza a través de la nostalgia más profunda, de la desconformidad más acentuada y del hastío más desesperante.
Lo más importante en este momento solemne de entrada a lo Eterno es mantener los ojos interiores fijos en el punto único: la Divina Madre.
Después de esta muerte mística, en este gran vacío interior, el alma despierta a nueva vida, con un sosiego y una paz infinita.
Enseñanza 14: Vida Espiritual
El Ordenado ha de ser la síntesis demostrativa de la vida espiritual.
No existe una palabra adecuada para expresarla. Su nombre debería ser Vida, pero la palabra “vida” está únicamente relacionada con las formas físicas y sensoriales del hombre. Al no haber una palabra que la exprese es necesario componerla, llamándola: Vida Espiritual.
Vida Espiritual es la vida integral del hombre, la verdadera vida: Física, mental y espiritual, conocida a través de las manifestaciones conjuntas de estos principios fundamentales e inseparables del ser.
Muchos hablan de vida espiritual, pero ella no deja de ser un algo teórico, objetivo, quimérico, mientras el hombre sigue viviendo como si la vida del cuerpo fuera su única vida.
La vida espiritual no puede ser dicha, ni explicada, ni objetivada; sólo se la podrá captar y conocer viviéndola y sólo puede ser vivida por medio de una comunión total del ser con ella misma.
El Ordenado, por su entrega total, está en condiciones de vivirla y demostrarla.
El Ordenado ha de tener siempre presente, siempre alto su Ideal: su vida espiritual no es algo hipotético, ni un hermoso castillo en las nubes, que se resume en teorías y proyectos. Él mismo es vida espiritual y ella palpita en todo su ser y en todas sus expresiones, dirigiendo todos sus pensamientos y acciones y siendo su único norte.
El Retiro voluntario del mundo que el Hijo ha efectuado no es un acto de desdén para los que viven en él, sino un esfuerzo para construir interiormente un nuevo mundo, un mundo espiritual.
La Mística del Corazón, que absorbe al Hijo para que se concentre en sí y se considere continuamente, no es un acto especulativo de auto control que le coloca en una posición irreal, sino un acto efectivo de continuada voluntad y de amor. Es la búsqueda íntima de las profundidades del ser para el logro del hombre integral.
La disciplina y los lazos ordenativos del Hijo no son una imposición de las potencias superiores en contra de los instintos que quieren mantener su prerrogativa, sino un ejercicio de armonía entre los distintos valores y potencias del ser.
El Hijo estaba cansado de teorías ampulosas, de libros eruditos, de frases altisonantes; todo esto, si bien era hermoso, no le daba resultados inminentes. Por eso decidió lograr su fin directamente, haciéndolo carne en sí, practicando, transformándose; no estudiando vida espiritual, sino haciendo y siendo Vida Espiritual.
Ésta, mientras está en conflicto con algo, mientras es considerada algo distinto, no es vida espiritual. Ella es tal cuando se localiza en el interior del ser, en la parte íntima y profunda del alma, en la cámara secreta del corazón; desde allí ella toma vida propia: se alimenta con la sangre, con el magnetismo y con la fuerza anímica del ser, manifestándose luego, esplendorosamente, en todas las manifestaciones exteriores del que la ha conquistado.
Por eso la Ordenación es esencialmente vida espiritual. Es esto tan cierto que todos observan y miran al Ordenado como algo que no pertenece al mundo, ni a la forma corriente de vivir.
Decía un Hijo: “Los Ordenados son para mí como algo que no está a mi alcance, que está más allá”.
Es verdad: los Ordenados no pueden estar al alcance de los otros hombres, porque no viven, sino que viven espiritualmente. Bien dice San Pablo: “Ya no soy yo que vivo, sino Cristo que vive en mí”.
Es realmente un ser nuevo el que vive en el Ordenado, una expresión perfecta y acabada de vida espiritual.
Esta transformación del ser se logra a través de un proceso lento y continuado si bien totalmente real y el Ordenado ha de empeñar todas sus fuerzas para ponerse a esta altura.
Él no sólo ha de ser visto más allá por los demás, sino que ha de estar verdaderamente más allá.
El vivir de los hombres, más físico que espiritual, les ha brindado un mundo pesado y materialista; pero los hombres que se esfuerzan para vivir una vida integral, en la armonía de los valores físicos y espirituales, construirán a su alrededor un mundo nuevo, un mundo espiritual.
Este mundo nuevo que es la ferviente aspiración del Ordenado, se irá haciendo con el tiempo más habitual y permanente hasta transformarse en una realidad tangible.
Los Ordenados no aparten nunca su mirada de esta brújula; tengan siempre este fin presente en ellos.
No pueden existir dos cosas para el Ordenado: vida y vida espiritual; todo lo que aparta del fin único es completamente relativo y sin verdadera importancia.
El Ordenado que ha alcanzado la comprensión plena de este concepto interior de vida espiritual, ha logrado la plenitud de su divina vocación.
Enseñanza 15: Amor y Sacrificio
Los dones más grandes de la Ordenación son: la capacidad de amar y sufrir en silencio que adquieren los Hijos al desprenderse de todas las cosas.
Parecería, a primer golpe de vista, que la vida de Ordenación con el abandono del mundo y de todos los afectos que a él ligaban fuera una resolución de almas poco sensibles. Y es bueno que el mundo crea tal cosa de aquellos que le han abandonado.
Se requiere una gran capacidad de amor para resolverse a abrazar un estado de vida todo dedicado a la Divinidad y a sacrificar los afectos más puros y más arraigados del corazón.
Además, la vida reconcentrada y atenta de la Comunidad, la aplicación a los ejercicios de asistencia y oración intensifican notablemente las fibras sensoriales del ser, dándole al alma una exquisitez tan extraordinaria y sobrenatural que excede a toda comprensión.
El mismo esfuerzo interior que realiza el alma para sofocar los sentimientos naturales y sublimar los afectos de la sangre, le concede una mayor capacidad de amor y, como es amor que no se concede al egoísmo propio y al goce sentimental, se expande rápidamente y este amor adquiere un carácter todo sobrenatural y divino.
Lo que hace y dice el Ordenado está matizado y fortalecido por este sublime amor; se acrecienta en él el don de percibir, de observar, de comunicar sus sentimientos y de valorizar las pequeñas cosas que son la brújula de los sentimientos de los seres.
Esta supersensibilidad, que no obra por sí sino en sí, le da al trabajo y a la asistencia directa un gran acierto y a la acción introspectiva fuerza de amparo y protección.
Desde luego que la adquisición de esta gran sensibilidad le da al Hijo también una mayor capacidad de sufrimiento: no un dolor estéril, sino un sufrimiento dulce y constructivo.
Decía San José de Cupertino que él tenía una llaga en el corazón; una llaga viva de amor.
Y Simone Weil dice que Dios en la intimidad es amor y en el trabajo exterior es sacrificio.
El signo del verdadero amor, inconfundible, es el dolor.
Puede ser que algunas almas más débiles no sepan reprimir y callar siempre su estado de ánimo y que se sienten heridas e incomprendidas frente a la actitud un poco indiferente o dura de quien las rodea. Pero estas pequeñas lamentaciones, esfuman el efecto del fruto de gracia y desparraman la savia de la ofrenda interior.
Es necesario dar abnegada y continuamente, con una generosidad sin límites, en silencio; así las gotas de sangre del corazón caen intactas en el regazo de la Divina Madre.
La fuerza de este dolor interior hace al alma apta para cualquier conquista, para lograr lo que desea espiritualmente y sobre todo la hace apta para la conquista de almas.
Valor grande tiene el misionero que, desafiando los peligros y a costa de grandes fatigas, va ha conquistar almas en donde sea; pero valor infinitamente superior tiene el misionero egocéntrico que conquista las almas en el silencio amoroso y sacrificado de su corazón.
Mientras más aumenta en él el don de amar y sufrir, más aumenta el número de almas por él conquistadas para la vida espiritual.
El Estandarte de Amor del Ordenado lleva bordado un Signo de Sangre.
La vocación de renuncia no quiere entonces que se ahoguen los afectos y sentimientos, sino sólo que se transmuten en una llama de Amor Divino.
El amor purificado así de las escorias humanas, por el dolor y el sacrificio, se transforma en una llama Viva de Divino Amor.
El amor y el dolor del mundo matan, mas el amor y el dolor espiritual dan la vida.
El amor, al hacerse más profundo y espiritual, pierde las apariencias exteriores del afecto manifiesto y da la impresión de un estado de apatía y frialdad. Aún los afectos humanos hechos más profundos y más reales pierden consistencia haciéndose más al alma que a los sentidos.
Cuando el verdadero amor trae al alma una gran paz interior y, aún comprendiendo los males del mundo no puede salir de este estado de sosiego, parecería a veces que es egoísmo, indiferencia.
Un alma que preguntó a su Director Espiritual esto mismo, tuvo la siguiente respuesta: “Hijo mío, no detenga su pensamiento lo más mínimo en esto; su paz interior es un estado de amor tan sutil hacia la Divina Madre que se expande, por espontaneidad y amplitud, sobre todos los seres que usted ama y desearía salvar”.
Aún el dolor llevado a estas alturas hiere sin lastimar; no es un dolor objetivo, sino completamente en sí, que se hace una segunda naturaleza del ser y le concede al alma el bien inestimable de no poder prescindir de él.
Por este amor doloroso y sublime se eleva el alma hasta la Divina Madre; penetra y permanece en su Divino Corazón y desde allí participa en la salvación del mundo.
Este Divino Amor no se trasluce en el Ordenado. Pero todos los que le observan y están cerca de él sienten esta buena influencia, perciben a través de su apariencia las luces que le alumbran y le aman, respetan y veneran.
Enseñanza 16: La Ordenación de Mujeres
La Ordenación de mujeres es peculiar y fundamentalmente distinta a la de los hombres.
Las mujeres como Ordenadas, y para ser tales, han de vivir en Comunidad.
Si no fuera así, ¿qué podría hacer una Ordenada en el mundo que también no pudiera hacer una Hija de Tabla de Solitarios?
Si alguna vez una Ordenada tuviera que estar en el mundo por alguna misión especial, esto sería en carácter temporal y nunca permanente.
Aún el trabajo, que las Ordenadas de Comunidad efectúan en las Casas de Cafh, podría ser hecho por almas voluntariosas sin ser Ordenadas.
La mujer Ordenada tiene, únicamente, justificativo como tal cuando hace plausible su voto de renuncia con una vida de absoluta castidad; de otro modo, como Ordenada, no tiene objeto de existir porque ninguna cosa haría que no puedan hacer las Hijas de Solitarios.
La castidad absoluta es lo que le da a la mujer Ordenada su carácter demostrativo y sacerdotal. Y como la castidad es una virtud que hay que defender constantemente, se resguarda, única y exclusivamente, en la vida de Comunidad y con la estricta disciplina que en ella se observa.
Muchas almas un poco ilusas pensaron que la Ordenación sería un título más, un velo blanco colocado en la cabeza como distintivo y que luego seguiría la vida de siempre. Y algunas hasta creyeron que siendo casadas y teniendo hogar podrían tener este título. Más los Superiores, sabiamente, las disuadieron y les hicieron comprender que la Ordenación no era un título sino una realidad contundente. Las pocas mujeres casadas que, por vocación extraordinaria pudieran ser tomadas a la Ordenación, tendrían que abandonar hogar y afectos para entregarse completamente a la vida de Comunidad y a la práctica continuada de la castidad.
Es preciso que las mujeres de Cafh tengan bien claro este concepto y que las Ordenadas lo aclaren bien a todas las Hijas que vengan al Seminario: Ordenación de mujeres es Comunidad y Castidad.
Los hombres, si bien castos, efectúan su sacerdocio con el trabajo continuado por la atención a las almas a ellos confiadas, con la Enseñanza de las verdades reveladas de Cafh, con el apostolado sacerdotal que les permite comunicarse con los seres todos por su voto de unión de sangre; pero las mujeres afirman, demuestran y hacen que la Ordenación de ellas tenga una justificación, por la castidad continuada y la vida de Comunidad.
Si bien las Hijas Ordenadas no tienen nunca, como los Caballeros Maestres, el voto de renuncia perpetuo, no se puede sin embargo imaginar a una Ordenada que no sea, en su fuero íntimo, tal hasta la muerte.
Una Hija Ordenada decía, en reunión de Comunidad, que ella personalmente prefería la muerte antes que una dispensa a su voto de renuncia. Y ése es el verdadero espíritu que ha de animar a todas las Hijas Ordenadas: dar a la Divina Madre su libertad y su castidad para toda la vida.
Si ellas no hacen voto de Unión Eterna como los Superiores de Cafh, también pueden hacerlo en espíritu; ofrendarse como Víctimas Voluntarias de sangre para mantener el espíritu de unión entre todos los Hijos de Cafh.
Todas las veces que oyen la oración de bendición han de renovar en espíritu su voto Eterno, cuando se elevan a la Divina Madre las hermosas palabras: “Contigo estoy unido, con un Voto Eterno de Unión con todos los Hijos de Cafh que fueron, que son y que serán”.
Hasta es conveniente que algunas almas, con permisos especiales, hagan privada y formalmente, este Voto Eterno.
Si bien puede ser dispensado el voto de renuncia, ¿cuál será la vida en el mundo para el alma que ha penetrado una vez en el Santuario de la Divina Madre? ¿Y sobre todo para un alma de mujer que ha ofrendado a la Divina Madre lo mejor de sí que es su castidad? ¿Cómo podrán estas almas, aún en el mundo, pedir a la Divina Madre la llave del placer, que una vez le habían entregado?
Decía un Superior a otro: “Siempre retumban en mis oídos las palabras que pronunció el Caballero Gran Maestre en el Plenilunio de 1.952 en ocasión de una dispensa de un voto de renuncia”: “Madre, que sean para otros la dispensa de Votos, pero para mí la muerte antes que capitular, todo antes de eso. Que sea el último en tu Casa Divina antes que ser otra vez vomitado al mundo”.
La Ordenación de mujeres es la corona de Cafh; es su fuerza, su esperanza, su fuente de recursos.
Pero las Hijas, para que su Ordenación tenga un valor eterno e inviolable, han de cimentarlo. Y las cosas divinas no pueden ser cimentadas sobre apariencias, dignidades y hábitos, sino sobre verdades eternas.
Y la verdad eterna de la mujer como sacerdote es el don a la Divina Madre de lo que la distingue como mujer: la ofrenda de su castidad para toda la vida.
ÍNDICE Enseñanza 1: Llamado a la Ordenación
Enseñanza 2: Discernimiento Vocacional
Enseñanza 3: Contacto con la Comunidad
Enseñanza 4: Adaptabilidad
Enseñanza 5: Sublimación de la Sangre
Enseñanza 6: Olvido del Mundo
Enseñanza 7: La Correspondencia
Enseñanza 8: Ensanche Anímico
Enseñanza 9: Impermeabilidad a lo Exterior
Enseñanza 10: La Modestia de los Ojos
Enseñanza 11: La Perfecta Observancia
Enseñanza 12: Los Enemigos de la Perfección
Enseñanza 13: El Vacío Purificador
Enseñanza 14: Vida Espiritual
Enseñanza 15: Amor y Sacrificio
Enseñanza 16: La Ordenación de Mujeres
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