ÍNDICE:

Enseñanza 1: La Meditación Afectiva y su Finalidad
Enseñanza 2: La Disposición para la Meditación
Enseñanza 3: La Invocación
Enseñanza 4: Cuadro Imaginativo
Enseñanza 5: Cuadro Sensitivo
Enseñanza 6: Los Propósitos
Enseñanza 7: Las Consecuencias
Enseñanza 8: La Dama Negra
Enseñanza 9: El Abismo
Enseñanza 10: Los Dos Caminos
Enseñanza 11: El Estandarte
Enseñanza 12: El Templo de Oro
Enseñanza 13: El Velo de Ahehia
Enseñanza 14: La Resurrección de Hes
Enseñanza 15: La Sistemática de la Meditación
Enseñanza 16: Consideraciones Finales


Enseñanza 1: La Meditación Afectiva y su Finalidad

El trabajo espiritual en el alma se realiza principalmente mediante la educación de la sensibilidad.
No es tanto la adquisición de conocimientos ni el acrecentamiento de las potencias mentales lo que interesa en las primeras etapas del proceso espiritual, sino la transformación interna.
Dicho en otros términos: cambiar el hombre viejo por el hombre espiritual no es variar su mundo conceptual tan solo, sino principalmente su sensibilidad, sus afectos, sus hábitos.
De allí que el trabajo incida más sobre los sentidos y el ámbito de su influencia que sobre la mente y la variada gama de sus posibilidades y reacciones.
Vida espiritual es por ello sinónimo de ejercitación continuada para cambiar la naturaleza del individuo, su primitivismo, inclinaciones, deseos y pasiones, por otra, adecuada a la formación de un ideal, a la realización de un estado superior de vida, al logro de una plenitud.
Esta ejercitación ha de incidir, en consecuencia, sobre lo que genéricamente se llama sensibilidad.
Los conocimientos que paralelamente se imparten han de servir para ampliar el horizonte y hacer cada vez más claros los contornos del mundo ideal hacia el que el discípulo se encamina.
Estas notas tienden a explicar como es posible mediante la apuntada ejercitación lograr en términos generales tal transformación. Las variaciones son tantas como almas existen, pero en el aspecto general tales ejercicios deben producir y han producido siempre los efectos apuntados.
Son muchos los ejercicios que a través de las edades se han prescripto para lograr la espiritualización del hombre. De aquellos que más directamente inciden y son apropiados para la transformación natural de la sensibilidad, el más importante es la Meditación.
Se tratará aquí de la meditación llamada afectiva por ser ésta la más apropiada para los primeros años de trabajo espiritual, y porque todas las potencias del alma son movilizadas para su realización.
La inteligencia esboza los cuadros y pone en juego la capacidad del meditante para hacer un ejercicio técnicamente perfecto.
La voluntad mantiene al meditante en el trabajo que realiza y estimula sus esfuerzos para no caer en el abandono, la distracción y la divagación. Ella mide los pasos e impone vigor a los propósitos.
La memoria hace que el meditante pueda extraer de su mundo subconsciente y traer a la superficie de su mente vivencias de antaño, para purificar la sensibilidad apegada a esas vivencias o, mejor dicho, para quitar todo afecto relacionado con lo vivido y hacer de ello pura experiencia resumida, aprendida.
Es claro que esto no excluye el juego de las potencias del alma en otros tipos de meditaciones, pero en la afectiva tienen su perfecta aplicación.

Enseñanza 2: La Disposición para la Meditación

Meditar no es pensar. El pensar es tan sólo uno de los elementos del ejercicio. Discurrir, razonar, reflexionar, no implica un real y profundo movimiento de la substancia anímica. El pensar, en la meditación, tiene por fin delinear el objetivo del ejercicio y provocar los estímulos necesarios para su realización.
Meditar no es sentir. El sentir es otro de los elementos del ejercicio. El sentir es, en la meditación, la plasmación en la substancia anímica de lo pensado.
Meditar no es hablar. Las palabras que se empleen en el ejercicio sirven para expresar las imágenes que se forman, las sensaciones que se experimentan y los propósitos que el corazón y la mente tienden a realizar.
Meditar es lograr un estado vibratorio especial, una calidez determinada que provoque movimientos en la substancia anímica y plasmación de formas nuevas en la misma, dando como resultado una naturaleza diferente.
Nunca se hablará suficientemente de la importancia de este ejercicio y nunca serán bastantes las palabras de los oradores y superiores tendientes a enamorar a las almas de este vital elemento de superación.
Ignoran los principiantes la fuerza que es puesta en sus manos al enseñárseles a meditar y desprecia, quien no ora diariamente, la oportunidad y el medio de hacer de su alma divina vibración.
Para meditar es necesario, en primer término, una disposición adecuada; quien debe hacerse violencia para meditar, quien no corre hacia la meditación ni anhela el momento de su realización, no ama su propia liberación ni se dispone para este acto de verdadera magia divina. La meditación debe ser anhelada, esperada, buscada. Requiere una disposición hecha hábito; toda resistencia mengua el poder transformador de la Meditación.
Habitúese por ello el Hijo a anhelar el momento de la cita sagrada y a hallarse dispuesto para la realización del ejercicio.
El hábito de la meditación siempre a la misma hora y en el mismo lugar es muy productivo.
El solo sentarse del meditante en el lugar acostumbrado lo dispone de inmediato al recogimiento propicio para entrar en estado de meditación. Ello es porque sentándose queda vencida la resistencia inicial. Además se presupone que el lugar donde habitualmente se medita es de un ambiente mental selecto que estimula la oración.
El organismo y las actividades habituales se adecuan si se elige y se observa permanentemente la misma hora de meditación. Porque generalmente todos los días, en las horas matutinas, el organismo se encuentra en el mismo estado y no interfieren en el ejercicio el cansancio del cuerpo, el trabajo del sistema digestivo, ni el llamado de las actividades habituales de las horas posteriores que distraen e indisponen.
No se adopten posiciones raras ni rebuscadas, sino aquellas naturales de cada individuo en que mejor logra trabar el fluir desordenado de sus pensamientos y volcar su alma en la infinitud divina.
Aún cabe recomendar alguna oración vocal grata al alma del meditante, antes de entrar directamente al recinto interno, al tabernáculo purísimo, donde su naturaleza humana, en contacto con la vibración divina, ha de ser elevada y transmutada.
Téngase, por otra parte, preparados los temas de interés para el meditante, a fin de que no se vea necesitado en ese momento de realizar un esfuerzo mental para hallar el tema y los demás elementos de la meditación. Tal esfuerzo, en vez de facilitar el recogimiento y la entrada al tabernáculo, sólo facilitaría la salida y expansión de la mente.
Sólo así pueden esperarse resultados provechosos de la meditación, en la salud del alma.

Enseñanza 3: La Invocación

Consta el ejercicio de la meditación afectiva de cinco pasos que son: Invocación, cuadro imaginativo, cuadro sensitivo, propósitos y consecuencias.
Para un ejercicio como es la meditación, en que el esfuerzo personal del orante es de primordial importancia, parecería un contrasentido que se deba formular invocaciones a fuerzas superiores; sin embargo, para que haya verdadera meditación es imprescindible este primer paso prescripto para su realización.
En efecto, la invocación aleja al ejercitante de su estado común, elevando su vibración y sumiéndolo en el estado anímico necesario.
Mediante la invocación el ejercitante sale fuera del círculo mental en que giran comúnmente sus pensamientos para entrar y posar su alma en un círculo superior más selecto.
Su mente y afectividad no se unen entonces en su habitual modo, sino que se amalgaman por una vibración superior. Es como si para lograr que una determinada porción de la substancia anímica tome una forma diferente a la que posee, se la sometiera por la invocación al calor, que luego terminará por transformarla.
Hay que introducirse en el interior de uno mismo para meditar, y esta introversión solamente se logra mediante el contacto del alma con el círculo superior de lo invocado. Sólo entonces el alma entra en su tabernáculo, en su sancta sanctorum y sólo allí exalta lo mejor que hay en ella a los fines de la ejercitación que ha de emprender.
La invocación no consiste, entonces, en pronunciar algunas bellas palabras dirigidas a la Divinidad o a los Maestros, pues ésto no es más que el medio de expresar la invocación.
La realidad de este paso del ejercicio consiste en elevar el alma y sumirla mediante esta elevación en estado de meditación. Debe haber un movimiento real del alma hacia lo invocado y no una mera formulación verbal de ruegos o pedidos.
El paso de la invocación ha de durar tanto cuanto demore el meditante en lograr ese estado. Almas hay que se sumen fácilmente en la meditación, otras requieren tiempo y ejercitación para mover su sensibilidad hacia lo superior.
Se debe invocar a la forma de la Divinidad, a las Entidades o Maestros en las cuales o en quienes el alma tenga fe. Sobre la tensión de la cuerda establecida entre el alma y el punto fijado ha de desarrollarse todo el ejercicio de la meditación.
La invocación debe empezar por una sencilla exposición de la necesidad del alma de conseguir un determinado objetivo relacionado con el tema de la meditación. En términos naturales y sinceros, el alma ha de decirle a la Madre porqué y para qué eligió el tema de la meditación, ha de exponerle los males que quiere corregir o los goces espirituales que anhela. Mas esta exposición no ha de ser extensa, pues existe el peligro de que el meditante se explaye en un largo discurso y aleje así la posibilidad de lograr el estado de meditación que busca.
Cuando el meditante considere suficientemente fundada o formulada la invocación cierre de inmediato el círculo mediante una breve imploración. Extreme su pedido en pocas palabras y ruegue poniendo en juego lo mejor que haya en él.
Habrá coronado así este paso y establecido y fijado la vibración o el estado para el desarrollo total del ejercicio.
Aún hay que agregar que la imploración tampoco ha de ser cuestión de palabras sino una postura del alma, una humillación, un empequeñecimiento del alma frente a la superioridad del punto invocado.
Es como si mediante la imploración, el alma, empequeñeciéndose, lograse que la divinidad irrumpiese en ella y la llenase de la vibración necesaria para la perfecta realización de la meditación; o es también, como si el alma proyectándose, tras de mucho rogar, hubiese logrado por fin apoyarse sobre el punto superior elegido y haber establecido el nexo o contacto que ha de sumirla en el estado de meditación.
Sin una buena invocación no se puede lograr una buena meditación.

Enseñanza 4: Cuadro Imaginativo

Consiste este paso en exponer a la observación y consideración del alma un cuadro que bien puede ser el desarrollo de un acontecimiento ya vivido, escenas que suelen observarse en el abismo o imágenes que hablan de lo divino.
El objeto consiste en despertar en el meditante un movimiento de su sensibilidad, un afecto. La sensibilidad no podrá ser purificada o exaltada por reflexiones de orden moral o por la consideración de problemas generales y comunes a todos los hombres. Ella debe ser puesta frente a circunstancias particulares y tomar, ante cada una de las mismas, una determinada posición.
La realidad interior y la exterior que quiere conocer y dominar debe ser aprehendida en porciones aisladas en cuadros, de manera que frente a cada porción o cuadro se provoque en ella la correspondiente reacción.
El Cuadro Imaginativo proporciona, pues, al meditante sus vivencias para que las vuelva a examinar con su nueva afectividad y partes de la realidad para que se determine afectivamente a su respecto.
No es posible hablar de adelanto espiritual si no se somete al alma al influjo de los diferentes factores de la vida.
En el modo de reaccionar frente a estos factores se controla la mayor o menor serenidad del alma que constituye el índice de su perfección. Lo mismo cabe hacer en el esfuerzo continuado del alma por purificar su sensibilidad. Ha de sometérsela a la contemplación de los diferentes cuadros que ofrece la vida individual y del universo para que, frente a cada uno, la sensibilidad se defina, se cultive, se mejore.
De la perfección del cuadro dependerá el resto del ejercicio; de allí que sea necesario imaginar cuadros claros en sus rasgos, de colores vívidos, de contornos definidos, como para provocar una reacción rápida y categórica.
Las medias tintas, los claroscuros, las líneas esfumadas, las vivencias no traídas con la suficiente sinceridad a la superficie mental y el mundo no contemplado con igual sinceridad, tanto en su aspecto abismal como en su aspecto espiritual, sólo aportan confusas sensaciones e indefinidas reacciones que a nada conducen.
No se tema en exagerar los colores y rasgos; no existe el peligro de adquirir una equivocada o alterada visión del mundo individual y total.
Para que la sensibilidad sea desenterrada, sea movida, es necesario una fuerza sugestiva, suficientemente intensa como para producir dicho efecto. El cuadro poco claro no levanta la sensibilidad. Por otra parte, esbozado el cuadro, es necesario mantenerlo un breve tiempo en la mente para identificarse con el mismo, vale decir, para excluir toda otra imagen de la mente. Si se ve un camino, por ejemplo, ha de estar el meditante tan identificado con esta imagen, que ninguna otra pueda ser intercalada; sólo ha de ver el camino, y tanto ha de insistir en la contemplación de este cuadro hasta que logre poseerlo.
Adviértase una vez más contra el peligro de la verborragia que en el justo afán de esbozar lo más nítidamente posible el cuadro, lo diluye; la imaginación, en vez de mantenerse sobre el cuadro, se va detrás de las palabras.
Hay almas que no encuentran cuadros apropiados para sus meditaciones. Esta dificultad tiene su origen, en primer término, en el afán de imaginar extravagancias. La vida y el universo constituyen cuadros preciosos para ser revisados a la luz de la meditación. Sin embargo, pareciera común a los principiantes afanarse en buscar cuadros irreales, en imaginar bellezas en vez de ver las que abundan donde se posa la mirada humana y en ubicar las fealdades siempre fuera de sí mismos. Responde ello, muchas veces, a una inexacta concepción de lo que es la vida espiritual, a la que se atribuye misteriosas rarezas.
Otras veces la dificultad reside precisamente en la circunstancia de haberse empleado poco la imaginación en la vida. Almas hay para quienes la realidad ha sido tan limitada, tan presionante, que no les ha dado tiempo ni afanes de imaginar o emplear su fantasía para embellecer los contornos de su mundo.
A ellas cabe recomendar el buscar en sí mismas, en la propia historia, elementos que deben ser purificados y en la amplitud divina y belleza de la naturaleza, cuadros proporcionadores de goce espiritual. Mas si esto no fuese comprendido o persistiesen las dificultades por hallar cuadros imaginativos, háganse cuadros simplísimos que contengan tan sólo uno o dos rasgos. Véase un acto de avaricia y despréciesele; obsérvese tan solo un aspecto de la puesta del sol y gócese de ello.
Los que tuviesen excesivo poder imaginativo tampoco lo empleen en imaginar rarezas o cuadros incongruentes, ajenos por completo a la realidad, puesto que la sensibilidad se negará a reaccionar de un modo adecuado frente a las irrealidades. A cuadros de esta naturaleza les falta poder de impresión, poder de sugestión. Muchas veces con sólo empezar a esbozar el cuadro, como la mente ya sabe el efecto que busca, la sensibilidad se moviliza; persistir entonces en efectuar el cuadro es improductivo. Esto debe señalar el fin del mismo.
Cuando el cuadro ha cumplido su misión de levantar la sensibilidad y disponerla a la transformación, hay que abandonarlo. Archivar cuadros es hacer un museo, y lo que se pretende mediante el cuadro imaginativo no es acumular imágenes, sino provocar oportunidades en las que la sensibilidad pueda ser depurada, elevada y conducida a la concreción del próximo paso de la meditación.

Enseñanza 5: Cuadro Sensitivo

El cuadro sensitivo constituye uno de los pasos más importantes del ejercicio de la Meditación, pues es la etapa en que el alma toma dominio de su emotividad y le da la forma, tonalidad y vibración que se ha propuesto.
El nombre de este paso del ejercicio parecería indicar que es mientras el ejercitante está describiendo lo que siente, cuando se producen las sensaciones. Sin embargo, esto no es exacto. Las sensaciones se producen mientras se desarrolla el Cuadro Imaginativo. Lo que se hace en el Cuadro Sensitivo es tomar conocimiento de lo sentido, es identificarse conceptualmente con el estado de la sensibilidad. Así, mientras se imagina una lluvia que cae pausadamente, rítmicamente, la sensación sedante o tranquilizante nace de la observación de las gotas de agua, y no cuando el meditante describe el Cuadro Sensitivo. Lo que acontece, pues, cuando se desarrolla este paso de la meditación, es que el ejercitante toma conocimiento de la sensación de paz y tranquilidad que ha experimentado.
Más aún; durante la descripción del Cuadro Sensitivo el orante define la sensación experimentada, la tipifica y la estabiliza. De manera, entonces, que cuando se hace el Cuadro Imaginativo simultáneamente se producen las sensaciones, y cuando se dice que se siente es cuando se posee y se percibe lo sentido. Por otra parte, el lograr la sensación propuesta no es cuestión de un efecto instantáneo, puesto que la sensación no es impresión. La impresión es la incidencia del estímulo sobre los sentidos. La sensación, como paso de la meditación, es la percepción mental del efecto del estímulo.
Se efectúa este paso reuniendo y trayendo a la mente las diferentes sensaciones experimentadas a raíz del Cuadro Imaginativo. Esta operación debe realizarse en forma progresiva o increscendo, vale decir, que se debe empezar por describir los prolegómenos de la sensación y, por la afirmación sugestiva de que se está sintiéndola, llevarla progresivamente hasta adquirir la forma definitiva de la sensación buscada.
Este modo de operar sobre la sensibilidad es el que constituye, precisamente, el aspecto educativo, ya sea purificador, ya sea plenificador.
También aquí hay que prevenir contra el mal de la palabra que, a fuerza de expresar más intensa y sostenidamente la sensación lograda, suele disminuirla y desparramarla, volviendo la sensibilidad a su estado primitivo en lugar de mantenerla suspendida en el punto culminante que se ha logrado.
Cuando se ha conseguido, por ejemplo, concretar la sensación de aborrecimiento, no es cuestión de seguir hablando y hablando, puesto que las palabras disgregan la sensación; lo que hay que hacer es mantenerla, para con esta nueva fuerza, poder formular seguidamente los propósitos. Si no se lograse sensación no habría propósitos efectivos ni duraderos. Cuando imagino que pruebo un manjar que se encuentra en estado de descomposición (Cuadro Imaginativo), siento de inmediato repugnancia (Sensación). Si al describirse lo sentido mantengo la sensación, sin diluirla ni disgregarla, formularé de inmediato severos y fuertes propósitos de no volver a ingerir manjares en este estado. Pero si la sensación fuera ligeramente confusa, débil, inconcretada, dicho propósito ni sería formulado ni tendría fuerza de realización.
El Cuadro Sensitivo debe ser fuerte y exagerado en su expresión. La emotividad no se moviliza, ya se ha dicho, mediante estímulos débiles, flojos; si se quiere lograr efectos duraderos se debe revolucionarla sin temor alguno. Ella, como elemento vital de la naturaleza humana, se equilibrará sola. Si se pretendiera hacer un estudio exhaustivo y analítico por descubrir la tonalidad real de la sensación experimentada se perdería intensidad.
No se tema por ello en afirmar con seguridad que se siente tal o cual sensación no obstante haberla sentido en una intensidad menor.
Sin embargo en la exposición, como ya se dijo, se debe observar un procedimiento progresivo, vale decir, que se debe partir de la enunciación de la sensación primera para después, exagerando, llegar a la afirmación de haberse percibido la sensación total buscada. Durante este paso de la meditación es cuando, en realidad, se puede decir que el ejercitante tiene su sensibilidad en sus manos y está operando sobre ella, la está dominando, le está imponiendo una tonalidad y un modo de sentir fruto de su voluntad. Es este el momento cumbre del ejercicio.

Enseñanza 6: Los Propósitos

Durante el Cuadro Sensitivo se lleva la emotividad a un punto elevado de vibración. Si el ejercitante suspendiese entonces el ejercicio, aquella volvería de inmediato a su estado primitivo y nada habría sucedido en el alma. El éxito de la meditación dependerá pues del empleo que se haga de la exaltación emotiva lograda.
Los propósitos consisten en la formulación de firmes decisiones de hacer perdurar en el alma la sensación que ha buscado y obtenido. Mediante esta formulación, la emotividad queda al servicio de los propósitos y no vuelve a su estado originario sin haber sido cambiada algo en su naturaleza. Nunca más será la emotividad de antes, pues la sensación la ha llevado a un estado cumbre y la formulación la ha subyugado al servicio de la elevación espiritual.
Muchos ejercitantes suelen resistirse a pasar de los hermosos estados emotivos logrados en el cuadro sensitivo a la formulación de los propósitos, que es un trabajo mental que requiere el abandono del estado sensitivo logrado. Mas aquí ha de intervenir firmemente la voluntad para que aquél estado no sea prolongado más de lo necesario y para que el alma se disponga a fusionar la sensación experimentada con la naturaleza mental del propósito que hará.
Los propósitos deben ser claros, breves, sensatos y de posible realización.
Deben ser claros, puesto que únicamente así podrán producir en el alma el efecto buscado; la confusión de los mismos malograría el ejercicio dejando sin frutos el esfuerzo hasta entonces empeñado.
Deben ser breves, puesto que no caben consideración ni recapitulaciones para formularse un propósito; éstas se hallan resumidas en el estado logrado en el Cuadro Sensitivo.
Por otra parte la brevedad del propósito hace que el entusiasmo puesto a su servicio no se diluya en la extensión, sino que, por el contrario, lo cargue intensamente.
Deben ser sensatos, vale decir, de humana e inmediata posibilidad de aplicación y no extravagantes, fantásticos y ajenos a toda realidad del alma. Si el mal del alma consistiese, por ejemplo, en hábito de fumar, no ha de proponerse exterminar todas las fábricas y plantaciones de tabaco, que tan negativas son para la salud de la Humanidad en general, sino que ha de proponerse aborrecer intensamente la debilidad de su alma fomentada e inducida por la Dama Negra, que no le permite vencer este hábito negativo.
También aquí hay que prevenir contra el mucho hablar que diluye la fuerza del propósito o que multiplica éstos, dando un número tal que el meditante ni puede recordar.
Se debe empezar por formular los propósitos con relación a la inmediata y posible realización. No se ha de desafiar a las grandes batallas, sino que se ha de formular propósitos de defensa o de atacar al enemigo en la primer oportunidad que se presente dentro de la propia alma, pudiendo dejarse para el final la formulación de un propósito de carácter general. Así, con relación al ejemplo precitado, podrá decirse que hay que hacerse el propósito de combatir a la enemiga apenas se presente en el alma la tentación; de aborrecerla a través del olor del humo, a través de la vista del cigarrillo, a través del gusto que suele experimentar el paladar, pudiendo dejarse para el final el propósito general de aborrecer a la Dama Negra o de perseguir la purificación total.
Los propósitos deben formularse con énfasis, pues no son una mera elaboración mental, no son meros pensamientos, sino que son pensamientos impulsados por el calor del sentir logrado en el Cuadro Sensitivo. El énfasis consiste, entonces, en alear estos dos elementos. Por el contrario, es absolutamente improductiva la simple enunciación de propósitos.
Para que el entusiasmo puesto al servicio del propósito no se diluya, conviene asimismo no formular muchos propósitos sino pocos que reúnan las condiciones anteriormente indicadas.
El estado en que debe quedar el alma después de la formulación de los propósitos no es de relajación, o de como queda un individuo cuando ha terminado de trabajar; por el contrario, el énfasis, aleador de la sensación con el propósito debe mantener al individuo enardecido aún por el fuego de la meditación, puesto que será recién en el próximo paso cuando el ejercicio quedará técnicamente concluido.


Enseñanza 7: Las Consecuencias

Las Consecuencias, como último paso del ejercicio, tienen en la conformación técnica del mismo, una doble finalidad.
Ya se ha dicho que paralelamente al proceso espiritual que en las profundidades del alma se desarrolla, el estudiante debe desenvolver una autoconciencia del proceso, o sea, debe ir adquiriendo conocimiento de lo que en su interior se desarrolla y del resultado que va obteniendo a través del ejercicio de la oración y de la aplicación de las enseñanzas a su propia vida.
La primera finalidad de este paso de la meditación consiste en tomar conocimiento del efecto que el ejercicio ha producido en el alma, resumiendo qué es lo que se ha logrado mediante la meditación.
La segunda finalidad consiste en afirmar una vez más en el alma la fuerza sugestiva del ejercicio aseverando reiterada y enfáticamente, con seguridad interior, haber logrado el efecto buscado, haberlo conseguido.
Es precisamente para conformar esta doble finalidad de este paso que se recomienda efectuarlo de la siguiente manera: En primer término ha de resumirse lo que el ejercicio ha revelado a la comprensión del meditante. Y es que la meditación hace conocer y comprender al alma aspectos y estados jamás conocidos.
Muchos meditantes que se han considerado exentos de defectos, pasiones o inclinaciones viciosas, han descubierto tras sucesivas meditaciones, que la Dama Negra se halla entronizada como reina y señora en su interior, presidiendo aún los aspectos que consideraban buenos y dignos.
En este paso de la meditación el ejercitante toma entonces conocimiento de lo que ha descubierto a través del ejercicio en su interior. Así por ejemplo, si meditando sobre los Dos Caminos descubriese cuán apegado se halla a cosas que jamás le han llamado la atención, porque nunca habían aflorado a su conciencia, pero que dormían cautivantes en su interior, resumirá este descubrimiento manifestando que había conseguido comprender cuán atado estaba a tales o cuales cosas.
En segundo término ha de establecerse lo que ha ocurrido en el mundo de sus sensaciones.
Hay quienes han renunciado a la posibilidad de conseguir estados de elevación y gozo espiritual. Nada sublime afectaba su dormida emotividad. Sin embargo, la meditación les ha revelado fuentes maravillosas de plenitud espiritual, verdaderas vislumbres de Divina Unión, jamás soñadas.
Al afirmarse haber conseguido el efecto buscado se ha puesto la base para el logro real y total de dicho fin.
La entrada al sendero es el principio de la Divina Unión; el primer logro del efecto buscado en la meditación, es el principio de su definitiva conquista.
Las consecuencias deben ser claras, breves, seguras y no argumentadas.
La claridad y brevedad permiten un conocimiento claro de lo logrado y una afirmación contundente de lo sentido.
La seguridad es indispensable y debe ser expresada a fin de que se fije en el alma la conquista que se atribuye.
En cuanto a la no argumentación, se explica fácilmente si se considera que toda argumentación en este paso es una meditación racional ajena al ejercicio realizado; amén de que la larga exposición atenta contra el efecto, al que diluye en palabras e imágenes.
El resumen que como tal y no como un paso del ejercicio de la Meditación se suele hacer, tiene por finalidad como su nombre lo indica, resumir con precisión y escasísimas palabras cada uno de los pasos del ejercicio.
Su objetivo es principalmente didáctico, pues tan sólo suministra al alma a través de sus contundentes y escasos términos un elemento para la memoria, como para que el meditante recuerde durante el día esas palabras impregnadas de la vibración del ejercicio y del sentido de realización en ellas encerrado.

Enseñanza 8: La Dama Negra

¿Qué representa dentro de la Simbología que emplea Cafh la Dama Negra?
El camino espiritual se realiza por etapas; no empieza ni termina en una vida. Comenzó con la individuación del ser humano y terminará con su liberación.
Largos trechos de vida que es experiencia, sutilización, adecuación de vehículos, suma de realizaciones interiores, jalonan el camino espiritual.
No bien es realizada una etapa debe ser relegada al pasado, en cuanto fue vivencia, para resumirse en experiencia acumulada con el subconsciente y expresada en el alma.
Así, si los instintos fueron un día los medios que el hombre tenía para conocer, si el hombre actual es hijo de cuanta experiencia los instintos pudieron darle, esta etapa ha sido superada y debe ser olvidada para poder optar por la vida mental, cuya conquista persigue la Humanidad de nuestros días. Mas, tendencia natural de los sentidos humanos es volver a gustar de aquello que un día fue motivo de deleite en la vivencia; y la sensibilidad una y mil veces pretende conservar la sensación placentera un día experimentada. Todas las potencias inferiores del alma se conjuran para volver a brindar al hombre este placer de ayer. Pero si el alma quiere poner sus pies en la nueva etapa y lograr realizarla indefectiblemente, ha de renunciar y huir del pasado, ha de dominar sus sentidos que lo llevan a la repetición de lo ayer gustado, ha de educar su sensibilidad para alejarla de esta tendencia a volver a gustar.
El hombre espiritual no debe por eso mirar nunca atrás. Atrás en su vida y en el pasado, está lo ya realizado, lo ya superado, lo que hay que abandonar; y la Dama Negra simboliza principalmente ese pasado.
Las pasiones, las inclinaciones viciosas, los afectos de ayer, todo pertenece al pasado. Un día sirvieron al alma cuando recorría la etapa propia de la vida de los sentidos y de los instintos; pero en la nueva etapa, volver a ella es vegetar en el pasado, es estancarse, es negar el progreso espiritual.
La Dama Negra no es, entonces, un ente malo y perverso; por el contrario, es la Divinidad de ayer para el hombre espiritual y de hoy para el hombre que aún no ha realizado la etapa en la que ella es reina. Es, la Dama Negra, la voz de cuanto corrompe el trabajo espiritual, es la enemiga por excelencia de todo ideal y de todo esfuerzo del alma por superarse espiritualmente; es la voz velada del pasado, es la tentación, es la pasión, es el vicio, es el temor empequeñecedor, es la muerte.
Poderosa enemiga no solamente porque ataca a través de los sentidos, sino también porque invade la mente con el susurro de éstos, con el recuerdo y con todas las potencias de la mente instintiva a su servicio.
El único modo de vencerla, de reducirla a ser tan sólo la experiencia acumulada en el alma sin otro poder subyugador, es mediante la meditación, puesto que no es cuestión de conceptos, ni de criterios morales, sino cuestión de desapegar la sensibilidad del afán de volver a gustar, de dominar la tendencia natural de los sentidos de volver a sentir; y esto implica, sobre todas las cosas, trabajar intensamente con medios apropiados sobre la sensibilidad.
En vano los sermones, inútiles los razonamientos, fútiles las nociones del deber, pobres los llamamientos a la voluntad; hay que actuar directamente sobre la substancia anímica de la que la sensibilidad es el diapasón, para transformarla, para reeducarla, para moldearla nuevamente. Todo en el orden eminentemente individual o personal. Los males del mundo o de los demás seres que nos rodean, nada tienen que ver con este ejercicio correctivo, ni la crítica de los demás puede tener alguna influencia.
Es necesario que el ejercitante tome su alma en sus propias manos, observe su estado, comprenda qué aspecto de la Dama Negra prevalece en ella y se disponga a trabajar dirigida y controladamente para su recuperación y adelanto espiritual.
Se prescribe para la meditación sobre la Dama Negra un efecto a lograr: el Aborrecimiento.
De entre todas las reacciones psicológicas que podrían emplearse en esta lucha, tales como el desprecio, el odio, la indisposición, la intolerancia, la repulsión, etc., el Aborrecimiento es indudablemente la más indicada para lograr en el alma el triunfo sobre la Dama Negra.
Recuérdese que para afirmar su dominio, la Dama Negra hace que la sensibilidad se apegue, gustando reiteradamente de las sensaciones un día experimentadas. Será necesario para lograr la liberación de la sensibilidad de este apego, emplear una fuerza equivalente. No bastaría hacerle críticas a la Dama Negra, no bastaría tratarla con tolerancia, ni sería suficiente no gustar de ella; es necesario emplear o lograr en el alma una verdadera fuerza de choque y oposición, algo que le impida a la Dama Negra siquiera asomar en el alma; y esto tan sólo puede lograrse con continuado, intenso y sostenido aborrecimiento de ella y de todo cuanto ella simboliza y domina en el alma.
Años de aborrecimiento sostenido a través de la meditación han de forjar en el alma el total aborrecimiento del pasado con todos sus encantos un día gustados y han de permitir entonces, la paulatina y progresiva formación del nuevo hombre, del hombre de una sensibilidad purificada, apta para la Divina vibración, de una sensibilidad propia de los altos y elevados estados espirituales; ése es el por qué del aborrecimiento, efecto psicológico irreemplazable.
Temen muchos meditantes en aborrecer demasiado los aspectos comunes de la Dama Negra pensando que ello es una negación de la vida, que atacar extremadamente a la Dama Negra es atacar a la vida misma, y pensando así, se alejan del intenso aborrecimiento para operar con medias tintas que a nada conducen; a quienes de tal modo piensan y meditan cabe decirles que la vida está tan sabiamente organizada que jamás ha de atentar contra sí misma, que no hay peligro en que el exceso de aborrecimiento rompa el equilibrio indispensable para subsistir como ente humano y realizar los fines de la vida.
La Dama Negra nunca muere, ni la naturaleza humana ha de ser en sus aspectos vitales perjudicada por la meditación; son estos temores la expresión más evidente de que la Dama Negra está luchando contra la meditación sobre la Dama Negra.
El ejercicio debe desarrollarse preferentemente dentro de los siguientes contornos: Ha de recordarse algo que se haya vivido y que la conciencia haya reprochado o esté reprochando en la actualidad. Tal vivencia ha de esbozarse en el cuadro imaginativo fríamente, vale decir, sin volverse a vivir, como si no perteneciese al estado actual del meditante.
Es claro que el cuadro deberá reunir las condiciones ya prescriptas en la enseñanza respectiva y deberá ser cuidado, para no ser sacado de su carácter imaginativo.
Naturalmente surgirá de este cuadro, o una debilidad manifiesta frente a los estímulos del cuadro o la sensación de vacuidad, de futilidad, que ha habido en el hecho vivido, lo que permitirá formular propósitos de aborrecimiento y de repulsión en general contra la Dama Negra, que es la que desde la ignorancia y oscuridad del alma ha dado lugar a estas sensaciones.
Conviene persistir en el trabajo purgativo por un tiempo, por cuanto una vivencia aflorada ha de facilitar el surgir a la conciencia de otras vivencias similares.
Cuadro tras cuadro se producirán con facilidad para el buen meditante y permitirán así un sistemático trabajo purgativo. Es como si al haber extraído del archivo del alma algo vivido se haya destapado el pozo oscuro del primitivismo humano, del crudo egoísmo del hombre de antaño, del ser que ha sido fiel hijo de la Dama Negra, permitiendo entonces la evaporación continuada y la consiguiente penetración de los rayos solares. La observación de los vapores ha de darnos la sucesión ininterrumpida de cuadros imaginativos y un pasado digno de ser largamente aborrecido.

Enseñanza 9: El Abismo

¿Qué simboliza el abismo como tema de meditación?
En primer término se destaca la analogía que existe entre el cuadro gráfico que sugiere esta palabra y el ambiente en que el grueso de la Humanidad vive, lucha, goza y padece para morir.
En efecto, un abismo sugiere un lugar profundo, oscuro y de perdición; iguales características presenta el ambiente en que ha caído el hombre, llevado por sus deseos. Este ambiente es oscuro por la ignorancia que cubre el alma del hombre en ese estado de su vida, y es de perdición porque el excesivo afán que el ser humano pone en vivir la vida de ese ambiente hace que se apegue intensamente al mismo y se pierda para la vida Eterna, que es su heredad y patria de origen.
De allí que la meditación sobre el abismo tienda a lograr para el alma una sensación de desolación dentro de este mundo de emociones continuas e intensas, a fin de evitarle así la perdición y el vegetar vida tras vida, en este verdadero valle de sombras y muerte.
Por otra parte, el abismo simboliza también lo que últimamente se ha dado en llamar el subconsciente colectivo, que igualmente podría ser llamado mente colectiva.
En efecto, no solamente participan los hombres en virtud de las leyes de la herencia y de la especie de una común o genérica constitución física o biológica, sino que también participan de un común modo de sentir y de una mentalidad común. La Humanidad adelanta indiscutiblemente en el desarrollo de su mente. El grado de capacidad mental que una generación logra es transmitido por las leyes de la herencia a la próxima generación. Cuando nacen los seres humanos, independientemente de su individual grado de evolución, desembocan en un grado de mentalidad colectiva más adelantada que la que han tenido las generaciones anteriores.
Y es que los conocimientos que paulatinamente van adquiriendo los hombres, la experiencia que en los diferentes terrenos van logrando, son transmitidas en su esencia a las generaciones futuras, las que la traen como algo conocido, como algo vivido, como algo que forma parte de su bagaje evolutivo.
Y bien, el Hijo que quiera lograr su individualidad, que quiera independizarse del sentir y pensar colectivo, que quiera ser artífice de su propio yo y no seguir el largo camino por el que se arrastra la Humanidad en general, ha de abandonar la ruta que sigue la mente colectiva para trazarse en su propio cerebro surcos nuevos, individuales, propios de él.
Ha de superar la influencia de esta mente general para que prepondere su propia mente. Ha de abandonar la ruta que siguieron los hombres de Piscis para tomar la que anuncia Aquarius. El Abismo simboliza pues, también, esta mente colectiva.
Establecido así el concepto del abismo y a qué se tiende con esta meditación, veamos por qué se preestablece como efecto la desolación. Una vez más se evidencia la profundidad con que los Santos Maestros conocen el alma humana y la terapéutica prescriptible para sus males o leyes aplicables para su educación.
El alma que llega al Sendero Espiritual viene del mundo y de su sentir y pensar colectivo; está habituada y gusta vivir lo colectivo, huye de la soledad. Vibra con tonalidades de felicidad mientras vive la vibración de lo colectivo; el sendero debe, entonces, alejarla de ese gusto y de ese hábito que se llama mundanidad.
La desolación es la sensación más apropiada para lograr en el alma ese estado de aislamiento o alejamiento de lo mundano. Compréndase bien que no es cuestión de que los hombres espirituales abandonen las calles y los campos, se encierren y se aíslen, sino que vivan en las calles y ciudades estando desolados por dentro, con hambre de soledad por dentro, huyendo internamente de la sensación de lo mundano, del gusto por lo mundano, de la sensación de seguridad aparente que da lo colectivo, de la regla común, de las emociones, opiniones y modo de vivir.
Tal sensación es indispensable al comenzar la vida espiritual propiamente dicha y es necesaria en el alma en un grado tal, en que el ser esté seguro de no ser arrasado por el recuerdo y gusto del pasado colectivo, que representa el abismo.
Mientras no haya sido totalmente purgada y limpiada de esta inclinación a lo mundano no habrá arraigo definitivo en el mundo del espíritu. La meditación debe dar en el alma estos frutos: vivir en el mundo estando desolado.
¿Cómo se realiza esta meditación?
Dos sensaciones diferentes pueden aparejar en el alma la desolación buscada. Una de ellas ha de ser la de desconsuelo frente a las proporciones y fuerza de lo mundano.
El alma que se ha esforzado en descubrir sus propios defectos y purgarse de los mismos, sale al mundo y observa que no basta con sacar el mal de su interior sino que hay una fuerza extraordinaria en el ambiente que, incidiendo continuamente a través de los sentidos y de la mente, hace irrumpir en el alma aquello que ella ha pretendido extirpar de sí misma.
La imagen bulliciosa de este mundo frente al alma purificada hace que ésta se sienta sola, extraña, desolada. Por otra parte, un pesar suele invadir en esos momentos el alma del meditante, el pesar por la suerte o destino de la Humanidad en general. Lejos de la realidad, en el maremagnum desatado por el océano de sus variadas sensaciones, deseos, inclinaciones y pasiones, la Humanidad corre, ríe y llora con la espalda dada hacia Dios y el alma del meditante sufre, entonces, por esta ceguera, por este implacable engranarse del karma humano, conformando con esta sensación la desolación verdaderamente espiritual.
No ha de haber dificultad en elegir cuadros imaginativos, puesto que, con este concepto de mundanidad, bastará tan sólo abrir los ojos a la realidad circundante para que los cuadros se multipliquen vertiginosamente.
Lo importante es conseguir verdadera y anhelada desolación. Generalmente los meditantes ruegan a la Divina Madre que les de desolación, mientras que en el alma no la desean de verdad. No advierten que sin desolación el edificio espiritual que están levantando carece de bases. En cualquier momento los vientos de la mundanidad que continua e ininterrumpidamente soplan en los no protegidos valles del mundo echarán abajo los castillos levantados, si antes una intensa desolación no ha anulado los gustos del mundo, dando al alma la seguridad de triunfar en sus esfuerzos.
La desolación forja la muralla de protección y los cimientos seguros del edificio espiritual.
Bien podría decirse que un alma imperfectamente desolada es un alma totalmente insegura de su andar por el camino espiritual.

Enseñanza 10: Los Dos Caminos

Bien es cierto que el solo comienzo de la labor purgativa en el alma, primer paso de la vida espiritual abrazada por el meditante es también el comienzo del cumplimiento de la divina promesa, es el principio de la Unión Divina.
Existen, sin embargo, a lo largo del sendero, puntos culminantes, encrucijadas o bifurcaciones que señalan el comienzo de nuevas etapas.
Los dos caminos simbolizan dentro de la hermenéutica de Cafh un punto culminante. Simbolizan la decisión que un día debe tomar el alma en el sentido de orientar su actividad en una dirección determinada y con métodos y anhelos definidos: el camino del conocimiento o el camino del nada querer y nada conocer, el de la Renunciación.
¿Tiene este simbólico nombre una relación con el tema de la meditación? Evidentemente existe una concreta relación entre el tema y el paso que el alma debe dar. Podríamos decir que hasta aquí se han conformado las dos clásicas etapas de la mística hindú: Yama y Niyama, apartamiento externo e interno de lo mundano, cambio de hábitos externos y de disposiciones internas. Mas, ¿está terminada la labor purgativa? ¿Es lo hecho suficiente como para dejar el alma expuesta a la Divina influencia? No. Es cierto que se han eliminado los males en cuanto lo son para el alma y se ha introducido en ésta una aversión a lo mundano, mas la incisión profunda que debe eliminar además de los males la fuente productora de los mismos aún no está realizada.
Y el meditante ha de decidirse entonces entre una moralidad más o menos adquirida o la sangrienta eliminación de las fuentes del mal que están en su interior. Ha de decidirse por la muerte de su naturaleza y del hombre viejo, formado de lazos, afectos, ataduras de su personalidad, o simplemente, por lo que ha logrado hasta ahora, que es, se repite, una moralidad más o menos acentuada. El meditante atento habrá advertido que no basta con sacar las capas superficiales arrojadas en su alma por el pasado simbolizado por la Dama Negra. No basta con combatir sus inclinaciones hacia el mundo del Abismo, sino que hay que arrancar del alma los afectos, los lazos, las cadenas allí forjadas, hay que lograr el desapego interior.
Esta meditación conduce a ello y es productora de libertad espiritual, muy diferente, por cierto, en sus proyecciones, de la libertad tal como comúnmente se entiende en el mundo.
Tan sólo se es libre verdaderamente, cuando se ha arrancado del alma el apego con todos sus aspectos humanos y pasionales, que constituyen las cadenas materiales, anímicas y mentales, que el hombre ha forjado para su permanencia sobre la tierra, y que deberá destrozar si quiere levantar vuelo hacia el cielo.
Es bueno antes de comenzar a meditar sobre los Dos Caminos someterse a un autoanálisis para determinar con mayor o menor claridad cuáles son los lazos que, partiendo desde el interior del alma, atan a ésta al mundo y a sus sombras.
Material abundante afluirá entonces para configurar los cuadros imaginativos; lazos de sangre, afectos desordenados, posesiones imaginarias, conceptos de felicidad, ilusas seguridades, excesivos afanes de vida, se agolparán y mostrarán al meditante, en cuadros de intenso colorido o de sutil pintura, cuán atado está.
Estos últimos cuadros determinarán simultáneamente la sensación de esclavitud, pesantez, prisión, apego e imposibilidad para lanzarse en el vuelo espiritual, o de desnudarse para penetrar liviana y pura en el reino de los cielos.
La sensación debe ser intensa y bien descriptiva; debe hacer sentir al meditante, realmente, el peso de sus cadenas, y la relatividad de los pasos que puede dar si no corta estas ataduras que, a raíz de la meditación continuada, aparecerán a sus ojos cada vez más pesadas.
Hará entonces propósitos generales tendientes a alivianar el peso y luego deberá concretar propósitos de inmediata realización, de inmediata disolución del núcleo afectivo encallado en el corazón, de inmediata disgregación de la pesada mole allí establecida y a la cual se aferran los extremos de las cadenas que forman la prisión total del individuo.
Las consecuencias han de ser también claras, han de determinar en el alma la comprensión o la clara visión de su atadura y la convicción de haber introducido en su interior, mediante el ejercicio, una fuerza liberadora y el entusiasmo de la libertad ya lograda.
Hay meditantes que no desean relegar a los propósitos el resultado de la meditación y ya en el cuadro de las sensaciones quieren sentir desapego, pero nótese que no existe esta sensación como un duradero estado anímico. Es cierto que se siente alivio cuando uno se saca de encima un peso, pero no se siente, precisamente, una sensación de desapego. Técnicamente es necesario, mediante los propósitos, introducir fuerza liberadora que dará por resultado un día el desapego.

Enseñanza 11: El Estandarte

En la observación del proceso espiritual de las almas se nota, generalmente, que llega un instante en que el entusiasmo por la purificación merma y el meditante es detenido en la repetición inconsecuente de cuadros imaginativos que, por lo repetidos, ni avivan entusiasmos, ni hacen avanzar al alma en el aspecto purgativo ni en el proceso espiritual en general.
Los directores suelen, entonces, apartar al meditante de la depresión causada por el largo ejercicio purgativo, para encender nuevamente en su interior una llama, algo que la mueva con nuevos bríos, a la búsqueda interior de la gracia de la Madre.
La meditación sobre el Estandarte cumple este fin y otro más.
Pareciera a los ojos del novicio que toda su vida espiritual ha de consistir en aborrecer sus pecados, que se multiplican a su vista cuanto más medita, y de huir del mundo cuyos males continuamente se agigantan en su mente haciéndolo casi inhabitable.
¿Y la Divina Promesa? ¿Y el amor tantas veces soñado? ¿Y la revelación de los misterios tantas veces prometida? Todo parece alejarse cada vez más del alma ensoñada como un ideal frustrado.
Es necesario entonces devolver al ejercitante su primitivo querer y encender en su interior, una vez más, el fuego sagrado.
Es preciso, además, hacer que él mismo tome en sus manos el mundo de los valores y elija entre ellos; que se transforme en alguien que decide y resuelve su destino.
Esta meditación y su efecto, la elección, conducen a ello.
Para quien haya estado sumido en una continuada purgación y haya buscado el aislamiento interior como huída del abismo, el Estandarte implica la elevación de sus ojos hacia la luz, significa huir de su mundo ensombrecido en pos de la radiante luz del espíritu, que el Estandarte majestuosa y amorosamente comunica.
Esta meditación es un revivir, y tal es la disposición anímica con que ha de ser comenzada. Es el primer contacto del amargado ejercitante con la dulzura divina, es el cambio de la oscura pantalla de la Dama Negra, por el rojo color de la dulcemente tierna Anhunit.
La invocación ha de ser primer coloquio, exento de quejas, entre el meditante y la divinidad. Ha de ser la primera proyección de las fuerzas del alma hacia arriba, en un tono juvenil y vibrante; ha de ser como cuando la primavera asoma y la verde hierba surge de la negrura de la tierra a la luz y el calor del suave sol.
Ha de pedirse en la invocación una perfecta elección, porque tras de las amarguras experimentadas, nuevas posibilidades se han descubierto en el alma, debiendo ella decidir entonces el camino que ha de elegir para su culminación. Cuando recién empezó su actividad purgativa, un solo mundo sin posibilidades de elección se exhibía ante sus ojos: el del Abismo dominado por la Dama Negra. Pero, tras de un prolongado batallar con este mundo, un nuevo estado ha surgido en el alma, expresado por su añoranza de algo más, de algo diferente, su nostalgia del primer amor.
La elección ha de determinar bajo qué forma vocativa ha de realizarse la plenitud de ese estado.
Mientras la muerte purgativa prevalecía en el alma, la vocación ni había surgido, ni tenía fuerza para hacerlo. El meditante dormitaba sobre su propia imperfección. Mas llega un instante en que la vocación abre brechas de entre los muros de la oscuridad, cuyos cimientos tiemblan bajo el martillar purgativo, y burbujea entonces pugnando por salir; no es una inclinación definida, sino un primer afán de respirar aire divino, es un querer sin saber qué. La meditación sobre el Estandarte ha de tomar esta principiante fuerza vocativa y proyectarla, mediante la elección, hacia la Divinidad.
Muchos son los objetivos espirituales que suelen llamar la atención del meditante para que aplique sobre ellos su vocación, pero ha de ser el prolongado ejercicio de Meditación sobre el Estandarte, el que le dará el conocimiento de su propia vocación y la orientación consiguiente para sacarla a flote. Es por ello que las primeras elecciones han de tener por fin objetivos amplios, de manera tal que la sensibilidad del ejercitante no se vea llamada para ser aplicada sobre muchos objetivos de entre los cuales no sabría aún elegir debidamente. Las primeras elecciones deben llevar la fuerza vocativa hacia la Madre, su amor, su estandarte, su corazón, su armonía, etc., y cuando se haya avanzado y afirmado la vocación en este orden, podrá buscarse entonces objetivos menos amplios pero más apropiados a la naturaleza vocativa del alma.
Muchas veces los ejercitantes se quejan de que ya han elegido una y mil veces y que por consiguiente encuentran inapropiada para ellos esta meditación; sin embargo la vocación genuina del alma demora mucho en ser depurada en su naturaleza meramente entusiasta, para constituirse en la expresión neta, única verdadera y trascendental; una cosa es la vocación espiritual en general y otra cosa es la vocación peculiar de cada uno, y este proceso de búsqueda de sí mismo, que es la búsqueda de la vocación, es largo y trabajoso. No se aflijan, entonces, los meditantes, si año tras año se ven precisados a cambiar de elección, a elegir nuevamente y cambiar de objetivo, puesto que lo harán cada vez con mayor aproximación a la naturaleza incontenible de su propia vocación.
Cuanto se ha dicho aquí constituye acopio suficiente de elementos para la invocación a los cuadros imaginativos de este tipo de ejercicio. En el cuadro sensitivo ha de describirse cómo ha actuado y qué efecto ha producido sobre el meditante el cuadro imaginativo; ha de establecerse el estímulo sentido, para sacar de allí fuerza para los propósitos, y ha de conseguirse una vigorosa y clara elección, efecto suficiente para producir en las almas lo que se ha establecido como objetivo de la meditación sobre el Estandarte.


Enseñanza 12: El Templo de Oro

El hombre común busca solución a sus inquietudes interiores, apenas percibidas, en el olvido, la distracción y la diversión, sin advertir quizás que estos medios alejan tan sólo por momentos de la superficie mental el martillar de sus problemas, mientras que en el interior del alma, éstos permanecen sin solución. Las fuerzas acumuladas a su alrededor buscan salidas y las hallan muchas veces, no en una natural transmutación, sino a través de conflictos que no implican salud espiritual por cierto, y que dejan sedimentos de futuros y continuados malestares. Esta modalidad es muy propia de nuestros tiempos en que la sociedad parece haber organizado como nunca estos distintos medios de distracción y diversión. Es como si se apercibiese de este mal de la época, que consiste, precisamente, en una falta de vida interior, y quisiera darle una solución colectiva, pero sin lograrlo.
Para el solitario meditante no solamente existen los problemas del hombre común sino que se suma otro de orden trascendental que no puede ser distraído, ni alejado del foco del alma por medios externos. Así, para el Hijo no inclinado a la realización mística existe la constante pena de la falta de plenitud en los esfuerzos y resultados.
Para el místico existe la bien llamada pena del amor de la cual está siempre embargada el alma fiel a su Divina Novia. Así como el amante mundano nunca satisface sus ansias de sincero amor puesto que ni siquiera la posesión del ser amado puede colmar su afán de unión total con aquél, así también el fiel amante de la Divina Madre jamás llena sus ansias de pleno amor hasta que él y Ella no desaparecen del mundo de la individuación para ser Uno. Hasta ese instante el alma padece la dulce pena que perennemente mantiene encendida en su interior la llama del amor. Pero para que lo divino pueda posarse alternativamente sobre la superficie velada del alma amante, ha de estar ésta serena, pasiva y atentamente expuesta a la divina influencia. Ninguna pena puede, por ejemplo, coexistir con el gozo sin turbarlo o disminuir sus efectos. Demás está decir que no pueden tampoco interferir en tal instante los problemas comunes del hombre. Es necesario por ello, a esta altura del proceso, que la meditación regula, dar al ejercitante un medio para que pueda alisar el alma desparejada por la incisión de penas y problemas. En otras palabras; hay que proporcionarle una fuente donde pueda sumergir su alma por un instante y sacarla plateada cual un límpido espejo en el que se reflejará la Divinidad.
Esta fuente es el Templo de Oro y el agua maravillosa es el consuelo divino.
Contrariamente a lo que pueda parecer de cuanto aquí se lleva dicho no es cuestión de meditar sobre el Templo de Oro tan sólo cuando los problemas acicatean el alma, o la pena de amor la hace padecer. Vale decir que no sólo debe utilizarse esta meditación con fines restauradores, sino que, tras de cada período de meditación purgativa antes de pasar a la plenificación gozosa, es necesario sumergirse en la meditación consoladora.
La invocación tiene en este ejercicio extraordinaria importancia. Ya se dijo que la invocación, en general, genera lo que se llama el estado de meditación. Aquí, además de formar ese estado debe crear una adecuada disposición del alma al consuelo. No puede producirse sensación de consuelo sin que se esté apenado o atribulado. Debe, pues, el ejercitante, en este paso exponer a la Divina Madre los motivos que lo llevan a buscar el consuelo, transformándose así en un adecuado receptor del efecto buscado. Disponerse de otro modo a la búsqueda del bálsamo divino es fracasar de antemano.
Es importante también en esta meditación la selección de los cuadros imaginativos. En la faz purgativa los cuadros abundan, las vivencias son incesantes y suministran así elementos más que sobrados para la imaginación. La meditación sobre el Templo de Oro, por ser más técnica incide en un solo y determinado aspecto cual es el de la consolación; requiere cuadros especiales que estimulen suficiente y adecuadamente al alma.
Por otra parte el meditante no está habituado a buscar y obtener esta divina terapéutica. Por ello es necesario entrenarse previamente con cuadros meramente sedantes, de modo tal que el ejercitante pueda obtener de las primeras meditaciones, paz, tranquilidad, o siquiera despreocupación.
Los efectos sedantes son generalmente dados por cuadros de la naturaleza en reposo o relajación: una lluvia uniforme y constante, una suave puesta del sol, un amanecer primaveral carente de estímulos o de entusiasmo, o incluso un atardecer sobre el mar o en la montaña.
No se debe detener el meditante allí so pena de privarse para siempre del consuelo divino.
Tras de esos cuadros puede pasar a formular, según sea su naturaleza más racional o más emotiva, cuadros de comprensión de la presencia de la divinidad a través de las leyes y armonías del universo, o cuadros imaginativos de índole emotiva como lo son ver el corazón de la Madre, los ojos del Maestro, la bendición y otros similares.
Característica es también la sensación en esta meditación. El resultado consolador del cuadro imaginativo tiene que ser consolación y nada más, quiere decir, que no es cuestión de obtener efectos estimulantes de bienestar o de místico arrobamiento, sino que tan sólo se debe obtener consolación, y esta sensación es única por lo suave y pareja. Debe entrar en el alma no encendiendo entusiasmo, sino alisando, puliendo cariñosamente, sin deprimir ni exaltar; por eso la sensación debe ser descripta paulatinamente y sin llegar a trascender la consolación para caer en el gozo espiritual; este paso debe terminar sin prolongarse más, cuando el alma siente que se han diluido, borrado o menguado las puntas de dolor y pena que la herían antes.
En cuanto a los propósitos han de tener por objeto inducir al alma a recurrir frecuentemente al divino consuelo para habituarse a buscar en el Templo de Oro la tranquilidad que necesita, y a introvertirse en busca de las reservas restauradoras que la divinidad tiene acumuladas en su interior.
Las consecuencias como siempre, además de afirmar el logro del consuelo, llevarán a la comprensión del meditante el sumo bien que esta meditación encierra para su vida en general y para su proceso espiritual en especial.

Enseñanza 13: El Velo de Ahehia

No es posible afirmar por cierto que la faz purgativa de la meditación es restadora del mal existente en el alma y que la faz amorosa es el aspecto positivo del trabajo o sea el aspecto constructivo, puesto que uno y otro son indispensables para el logro de los objetivos espirituales.
Antes de empezar a edificar es necesario preparar el terreno y los cimientos. La meditación purgativa prepara el terreno, la meditación amorosa levanta el edificio.
La meditación sobre el velo de Ahehia implica el comienzo del trabajo definitivo y directo de la construcción espiritual.
Pero, ¿qué simboliza el Velo de Ahehia?
Ahehia es la Madre Divina del Universo en su aspecto activo y dinámico, es el primer motor, es la ley primera, es el foco vibratorio del que emanan todas las radiaciones del trabajo y vida del Universo; toda la frecuencia vibratoria, lenta o veloz, está implicada en el foco del que emana, y Ahehia es ese foco.
Ella está presente en toda manifestación que no sea potencial, por eso se la simboliza con una figura de Divina Mujer que ininterrumpidamente bate un tamborcito, imagen de la vibración. Ahehia está entonces, en todas partes y su vibrar llena totalmente el Universo.
Sin embargo, a los ojos del hombre y del meditante, Ella está velada, puesto que no se percibe o se excluye su presencia envuelta en la manifestación secundaria. Así se admira, por ejemplo, la naturaleza, sus leyes inteligentísimas, sus poderes de renovación, su inigualable colorido, su música maravillosa, pero no se percibe en todo esto el aliento de la siempre despierta Madre Ahehia.
La meditación sobre el Velo de Ahehia tiende a lograr una identificación afectiva con la divinidad mediante la introducción al alma, a través del gozo, del amor divino, que es la expresión más excelsa de dicha divinidad. Por otra parte, habitúa al meditante a hallar a la divinidad en todas las cosas, en el primer plano, el más cercano al alma, y no en la racional deducción de su presencia en los planos secundarios y remotos.
Por eso el efecto buscado, o sea el gozo, no ha de ser una mera emoción más, una común emoción placentera, sensación que podría dar la admiración de la naturaleza, sino el gozo espiritual que sólo puede dar el aspecto divino que anima la naturaleza.
Es bien difícil, por cierto, explicar y prescribir al meditante la adecuada sensación del gozo espiritual; todo cuanto se diga al respecto siempre ha de ser una explicación deficiente; sólo la experiencia revelará al alma la tónica del gozo espiritual. Digamos, no obstante, a fin de dar una explicación aproximada de la naturaleza de esta sensación, que ella es más sutil y más plenificadora que el placer intelectual. Muchas veces una comprensión repentinamente lograda en el alma, ya sea a través de la lectura o de la simple reflexión, suele depararnos un placer elevado, del que no participan de modo alguno los sentidos, como si la sensación agradable se hubiese producido tan sólo en la mente y hubiese alegrado tan sólo el corazón.
El gozo espiritual es mucho más sutil aún, el primero es un gozo alrededor del algo concreto, como lo es un conocimiento, una revelación espontánea. Extremando el afán de definir diríamos que el gozo intelectual es una sensación localizada. El gozo espiritual carece de esta limitación, impregna toda el alma y comunica calor a todo el ser.
Es claro que resulta difícil al ejercitante lograr de primer intento este efecto tan maravilloso, por ello ha de ser elevado paulatinamente a través de una graduada capacitación para el gozo espiritual, como lo veremos seguidamente a través del comentario de los pasos de este ejercicio.
La mejor invocación que puede hacerse para la búsqueda del gozo espiritual es la dirigida directamente a la fuente de todo gozo que es Ahehia, y no solamente hay que rogarle, sino que hay que repetir reiteradamente su nombre a fin de que el mismo vibre y asocie su divina esencia en los pasos siguientes.
Muchos, por no decir innumerables, son los cuadros imaginativos apropiados para esta meditación. Basta con decir que Ahehia está presente en toda la manifestación para darnos cuenta de cuán fácil es su hallazgo; sin embargo, por razones de orden técnico es necesario ir llevando al alma desde la más fácil percepción de la presencia divina -la observación de la naturaleza- hasta la más interna, sutil y espiritual identificación con la misma. Por ello hay que empezar con los cuadros accesibles al gozo, los que de por sí proporcionan placer espiritual, como lo son los cuadros de la belleza natural o de la inmensidad de ciertos aspectos de la manifestación, como podría ser la contemplación del océano o de cielo infinito, pero advirtiendo siempre que lo que debe proporcionar la sensación no es la manifestación en sí, sino la presencia de Ahehia detrás de la manifestación.
Y antes de que el alma se habitúe a este fácil hallazgo es necesario pasarla al gozo espiritual en el aspecto no placentero o sea aquello que naturalmente no proporciona placer, tales como la observación de la muerte de la naturaleza, los aspectos deprimentes de ciertos climas, los caracteres molestos de las lluvias, tormentas y nevadas. En todos estos aspectos el meditante ha de habituarse a encontrar la unidad de Ahehia, su aspecto siempre constructivo y gozar plenamente.
Más tampoco ha de detenerse allí la búsqueda del gozo espiritual. Vasto es el campo sobre el que aletea el espíritu de Ahehia y una vez que el alma se ha acostumbrado a hallarla en los cuadros de los aspectos placenteros e implacenteros de la naturaleza ha de pasar a buscarla en su interior, estableciendo una afinidad personal entre la Madre Ahehia y él mismo.
Aún para lograr este contacto íntimo se suelen observar algunos pasos. Así ha de empezar el meditante por ver, oír o gustar de Ahehia en una forma de Mujer, Madre o Entidad, establecerá un nexo y tras de gozar de esta presencia exterior a él, a través de los sentidos todos, recién pasará a la percepción interior de Ahehia sin forma, tratando de gozar de su naturaleza espiritual sin contaminación sensorial.
Y como Ahehia abarca toda la manifestación activa, también es posible gozar de Ella a través de la intuición de sus atributos. Admírese su omnipotencia, gócese de su omnipresencia, encandézcase la mente con su maravillosa omnisciencia, y el gozo espiritual más puro llenará el alma de la Divinidad de Ahehia.
La sensación también ha de ser gradualmente lograda; el meditante ha de capacitarse en la experimentación del placer espiritual. No se busque en esta meditación emociones perceptibles, superficiales, ni se esfuerce el meditante en verificar si se ha producido o no la sensación en su alma. Generalmente es una sensación desconocida que no hace acelerar en forma intensa el agitado latir del corazón, dada su sutilidad, ni proporciona placer a los sentidos.
La capacitación será dada por la escala de los cuadros que se han descripto más arriba. Cuanto más espiritual el cuadro, cuanto menos accesible a los sentidos y más al alma la Presencia de Ahehia, tanto más intensa y más espiritual será la sensación.
Recuérdese que no es la blandura emotiva lo que se busca sino la sintonización de la sensibilidad superior con el vibrar cósmico de la Madre Ahehia que es sinónimo de gozo para el hombre.
Los propósitos en esta meditación no pueden consistir más que en la decisión de unirse a Ahehia, gozando de su Divina Presencia detrás y en todo lo manifestado.
Las consecuencias deben afirmar el ensanchamiento del alma por el gozo espiritual, la Unión de la Madre Ahehia a través de la percepción y el sentir obtenido en este ejercicio unificante.
La experiencia que a través de los años recoja el meditante le confirmará en el alma esta verdad. Ahehia es la Madre del Universo, es la manifestación activa de la Unidad, su realización por el hombre es dada por el gozo que proporciona esta meditación.

Enseñanza 14: La Resurrección de Hes

La más sutil vibración, lo potencial, se ha inmolado un día en el movimiento continuo que produce su devenir. Ella mana desde entonces y su emanación es actividad y vida. Todo lo que vive está animado por su potencialidad.
También en el ser humano se halla aprisionada esta divina potencialidad. Desde su corazón Ella preside toda la evolución del hombre.
Se dice por ello que la Madre Hes duerme en el corazón humano, esperando que termine el devenir y la liberación produzca el retorno a Ella.
La meditación sobre la Resurrección de Hes capacita al alma a sintonizar la vibración potencial del Universo mediante la unión afectiva con la Divina Madre Hes.
Existe experiencia en Cafh de esta posibilidad dada a los meditantes a través de este ejercicio.
No se tiene entre la clase intelectual de la Humanidad actual, un concepto cosmogónico de lo potencial del Universo. Si bien se emplea este término en algunos limitados campos de la ciencia, no se tiene del mismo más que una noción elemental carente de proporciones universales. Sin embargo, los Hijos han intuido a través de la meditación y las sencillas explicaciones de los oradores la existencia de lo potencial, y ejercitantes hay que han logrado en la exploración sensible de este aspecto, notables progresos.
Desde luego la meditación afectiva no puede dar, y ello es demasiado, sino una unión amorosa con Hes, vale decir, una introversión tan profunda y tan intensa de la sensibilidad del meditante hasta llevarlo al extremo sutil de la vibración potencial.
El esfuerzo unitivo es aquí dado por la más alta expresión de amor espiritual. El arrobamiento, buscado como efecto, lo indica, puesto que el Arrobamiento es el rapto del amante por lo amado y la Unión ha sido siempre comprendida como la pérdida del ejercitante en el mar de lo Divino.
En esta meditación el ejercitante ha de lograr una introversión profunda, un alejamiento extraordinario de la periferia sensorial. Por ello ya en la invocación ha de elevar su alma a la Divina Madre Hes implorando su contacto. Ruego y no otra cosa puede emplear el humano amante frente a esta Divina Novia sin forma, sin punto de referencia, sin signo alguno asequible por los sentidos. La invocación ha de ser el preludio de toda esta difícil, pero intensamente productiva peregrinación del meditante desde la superficie hacia el lejano centro interior.
No existen cuadros que puedan dar al meditante un punto de apoyo sobre el que pueda fijar la sensación buscada. Nada más que la tumba en la que se imagina que duerme la Madre. Se ha querido facilitar alguna vez la labor del ejercitante permitiéndole imaginar siquiera la luz que irradian los Sagrados pies de la Madre Hes. Sin embargo, para quien se haya ejercitado en esta meditación, este cuadro le resulta alejador de un profundo recogimiento.
Sólo la intuición del hálito de la Madre tras la tapa del sepulcro que separa su naturaleza potencial de toda manifestación activa, puede estimular realmente el grande amor.
De manera que el cuadro imaginativo ha de ser siempre un poco esfumado, sin una concreción de rasgos que estimule a los sentidos, sino de unas características tales que permitan presentir la presencia de la Divinidad en el ambiente del cuadro. Más aún, el presentimiento aludido ha de referirse a una Divinidad serenamente dormida, sin ningún hálito revelador de vida pues sólo así se acercará el meditante solemnemente a la más excelsa vibración potencial, o sea, a la Divina Madre Hes.
El término “presentimiento” se emplea acá en un sentido amplio que puede abarcar también el de la intuición o el del conocimiento, puesto que es el único modo que el alma puede darse cuenta de la presencia de la Divinidad y quedar estimulada por Ella.
El cuadro sensitivo parte, precisamente, del aludido presentimiento. La Divina Tumba del cuadro imaginativo sólo podría proporcionar un gozo de serenidad, propio de la meditación sobre el Velo de Ahehia. Es el presentimiento, se repite, de la Divinidad potencial la que estimula a la sensibilidad y la arroja en el arrobamiento. Este no se logra repentinamente, salvo en los casos extraordinarios. El meditante ha de ir afinando gradualmente el cuadro de sus sensaciones hasta llegar al arrobamiento.
La primera impresión o sensación siguiente al cuadro ha de ser seguramente de una exaltada solemnidad. La magnitud de lo presentido provoca en el alma este choque, esta perplejidad, este afán de arrodillarse respetuosamente y no la disposición al inmediato acercamiento amoroso hacia la Madre. Inmediatamente esta reverente posición anímica cobrará tonos afectivos tan sutiles como grande haya sido la solemne sorpresa, y ya en el terreno de la sensibilización afectiva ésta irá creciendo paulatinamente haciendo palpitar el corazón en la más suave tónica de amor; luego este sutil sentir impregnará la mente y todo el ser hasta el extremo de que el meditante y la Madre sin forma, sean una sola llamarada de amor cuya separatividad tan sólo reside en la mente del meditante, mientras analiza lo que acontece en su interior.
En este estado puede permanecerse un tiempo no muy prolongado, puesto que resulta difícil para quien haya logrado la profundidad requerida en este ejercicio, gustar de salir de este estado para continuar con los pasos siguientes de la meditación.
Como esta meditación no es correctiva ni se puede decir a su respecto que el alma busca otra cosa que no sea el Divino Arrobamiento, es tan sólo con fines educativos que se pueden hacer diversos propósitos, pues el único propósito correcto que aquí cabría sería el de repetir tantas veces esta meditación hasta que el Arrobamiento haga definitiva presa del inflamado corazón del meditante; sin embargo y con fines, como se ha dicho, de educación espiritual es como se pueden hacer otros propósitos más, tales como el de introducirse frecuentemente en el castillo interior para lograr el extraordinario alejamiento de la periferia que esta meditación aporta, o para lograr una introversión tan extrema como ningún otro de los ejercicios de meditación pueden producir. Aún cabría el propósito de dignificarse y de purificarse para merecer el efecto prescripto; pero, se repite, el más correcto propósito es el de amar cada vez más intensamente a la Madre Hes hasta quedar arrobado por su Divino Amor.
Si alguna vez las consecuencias confirman con claridad lo que respecto de su importancia autocognoscitiva se ha dicho, esto se produce indudablemente en esta meditación, puesto que es tan diferente el estado que se logra de los que se obtienen en las demás meditaciones amorosas, que el alma no puede menos que apercibirse sorprendida de las consecuencias logradas. Se puede decir que en este paso de la meditación sobre la Resurrección de Hes el meditante logra no tan sólo una profunda introversión, sino también un conocimiento de esa profundidad que jamás había explorado.
Las consecuencias en esta meditación también pueden aportar la constatación de haberse conseguido una tónica afectiva no sentida antes y diferente, por cierto, de todas las otras que se hayan logrado.
Debe prevenirse al meditante contra la dificultad que suele experimentarse en esta meditación de volver a la superficie. Resulta realmente difícil o displacente salir del cuadro de sensaciones. Por poco hábito que tenga de meditar el ejercitante, una vez lograda la sensación, no gusta salir de la misma; pero no debe olvidarse que se esta realizando un ejercicio cuyas diferentes partes deben coordinarse para lograr un efecto determinado y la voluntad debe intervenir, entonces, para sujetar la desbordada sensibilidad y obligar a la misma a encauzarse en el canal de los propósitos. Asimismo, cabe prevenir contra la tendencia natural de caer nuevamente en las sensaciones cuando se analizan las consecuencias. Estas tienen un fin diferente y deben ser mantenidas dentro de los límites que conducen a dicho fin.

Enseñanza 15: La Sistemática de la Meditación

¿Existe alguna relación entre los siete temas clásicos de meditación hasta aquí analizados? ¿Obedece su orden a un sistema? ¿Responde este orden al proceso que debe naturalmente desarrollarse en el alma del meditante? Evidentemente sí. Trátase realmente de una marcha regulada en etapas desde el estado común de la sensibilidad, limitada en sus proyecciones y posibilidades y mantenida estática dentro de un determinado límite, hacia la más divina exaltación de sus posibilidades y de su absoluta libertad, dada ésta por la amplitud que logra en su identificación con la ilimitación divina.
Una rápida ojeada a los diferentes temas evidenciará lo aseverado.
En efecto; la Dama Negra es el primer ejercicio purgativo que incidiendo sobre la naturaleza inferior del ejercitante, tiende a reducirla a sus fines naturales alejando lo malos hábitos que mantienen al alma presa en la limitación de la animalidad y de lo primitivamente humano. Es la lucha contra el hombre viejo y natural.
El Abismo acentúa esta lucha cortando las defensas de lo primitivo arraigadas en lo colectivo. Perdida la seguridad externa, la individualidad se fortifica. El alma retorna a sí misma, inflamada de ansias de purificación.
Los Dos Caminos representan el paso inmediato; es un ataque decidido a la naturaleza primitiva sorprendida en sus más oscuros e íntimos reductos. No es sólo la extracción del mal, sino la extirpación de su arraigo afectivo.
Esta etapa purgativa sólo puede tener consecuencias positivas si sus resultados son inmediatamente encauzados hacia lo superior. De lo contrario el alma no trascendería de una realización moral.
La meditación sobre el Estandarte es, entonces, el primer impulso de ofrenda que de sus afectos purificados hace el meditante a la Divina Madre.
Mas la pena del pasado cargado sobre los hombros del orante, la revelación hace poco obtenida de su naturaleza inferior, ha de impedir la iniciación de la etapa amorosa si previamente no se ha hallado el Consuelo, ni se ha aprendido a disfrutar de este divino privilegio que tan necesario será en adelante.
Por ello el Templo de Oro está colocado a esta altura del camino, para abrevar la sed del caminante, curar sus heridas y permitirle la ascensión a las alturas de su propio y desconocido mundo afectivo.
Ejercitarse para intimar con la Madre es capacitarse para la amplitud divina. Amarla es ser amado por Ella. Hallarla por doquier es llevarla en el alma y es tener el alma grande como para poder alojarla. Por ello el Velo de Ahehia es el ejercicio constructivo en la espiritualización del hombre. Su amplitud tan sólo puede ser superada por el Arrobamiento dado por la Resurrección de Hes.
De manera que es con un perfecto conocimiento del alma y del camino de la búsqueda divina que existe este orden, respondiéndose así a una sistemática ideal.
Es claro que algunos ejercitantes quizás no necesiten empezar por la meditación sobre la Dama Negra, pero ello no quita que después deben hacerlo, cuando la vía amorosa acentúe en ellos la necesidad de purgación.
Posiblemente haya ejercitantes que a una determinada altura de su proceso necesiten indispensablemente del consuelo divino, con fines conocidos y recomendados por el Director Espiritual, pero ello no quita veracidad a la perfección del sistema en general que contempla, se repite, las etapas graduales que debe describir el alma.

Enseñanza 16: Consideraciones Finales

Se ha insistido en el curso de este trabajo sobre la necesidad de conjugar en el ejercicio de la Meditación Afectiva factores propios del meditante. Vale decir que los cuadros imaginativos sean preferentemente vivencias del ejercitante traídas a luz del escenario mental, que las sensaciones sean consecuencia directa del cuadro, etc.; lo que parecería limitar el método, con exclusividad, a las posibilidades críticas de análisis y de comprensión del Hijo. Ello es cierto porque se conceptúa que no es posible ni se debe ensayar el empleo de otros elementos, hasta tanto no haya sido agotada la exploración del campo propio. Por el contrario, implica restarle eficiencia al ejercicio si se empieza por emplear cuadros extraños y sensaciones irreales, las que en vez de inducir decididamente al meditante al trabajo fecundo sobre sí mismo, lo alejan, haciendo del ejercicio algo propio de los demás y no de él.
Sabido es que también se pueden lograr sensaciones por cuadros imaginativos de contraste. Así la contemplación de un santo, sus virtudes y belleza anímica, pueden despertar en el alma sensaciones de pobreza espiritual y estimular así a la perfección; sin embargo, los primeros años de meditación deben hallar suficiente estímulo en la acción directa. Recién cuando se empiece a escalar alturas afectivas se podrán ensayar todos los medios indirectos para lograr estimulación hacia la perfección.
Además, cabe recordar que meditar no es inhibir las emociones sino trasmutar el contenido emocional que las sensaciones proporcionan. Inhibir no es resolver definitivamente, sino relegar los problemas y conflictos que en el alma se suscitan entre la personalidad y la naciente individualidad espiritual.
No se puede decir que se ha realizado algo o que el alma se ha liberado de algo, mientras no se haya extirpado toda gota de afecto acumulado alrededor de ese algo; mientras el alma no pueda permanecer verdaderamente serena frente al vaivén de las oleadas emotivas.
Compréndase bien, entonces, que el trabajo de la meditación no consiste en una simple moralización o educación moral -que es un trabajo de mera inhibición de emociones-, sino un trabajo de purificación real de la naturaleza sensible del meditante.
Por otra parte, como en la meditación juegan fuerzas y no sólo ideas, es necesario tener cautela en el manejo de esas fuerzas.
La espiritualización de la emotividad mediante la meditación, no constituye un proceso que pueda ser representado por una línea recta trazada desde el incipiente estado espiritual del meditante, hasta la cumbre de la perfección. Por el contrario, dicho proceso se realiza mediante reiterados ensayos de elevación de la emotividad y su descenso al estado habitual. Mientras la sensibilidad se eleva, las potencias inferiores se aguzan para recuperarla o traerla al estado habitual que es su estado de equilibrio orgánico y psíquico. Cuanto más intensamente se estimula a la sensibilidad hacia lo superior, tanto más se acentúa la resistencia de las potencias inferiores.
Por ello se recomienda cierta habilidad en el manejo de esta polaridad sensitiva, haciéndose recomendable aquél dicho de que hay que saber tirar y aflojar; vale decir, que es necesario meditar un tiempo sobre un tema de interés del meditante y dejarlo por otro tiempo, para volverlo a tomar después con mayores posibilidades y mejores efectos.
La ley dual que Dios emplea en el proceso encaminado a espiritualizar Su creación debe ser aquí también respetada.


ÍNDICE:

Enseñanza 1: La Meditación Afectiva y su Finalidad
Enseñanza 2: La Disposición para la Meditación
Enseñanza 3: La Invocación
Enseñanza 4: Cuadro Imaginativo
Enseñanza 5: Cuadro Sensitivo
Enseñanza 6: Los Propósitos
Enseñanza 7: Las Consecuencias
Enseñanza 8: La Dama Negra
Enseñanza 9: El Abismo
Enseñanza 10: Los Dos Caminos
Enseñanza 11: El Estandarte
Enseñanza 12: El Templo de Oro
Enseñanza 13: El Velo de Ahehia
Enseñanza 14: La Resurrección de Hes
Enseñanza 15: La Sistemática de la Meditación
Enseñanza 16: Consideraciones Finales

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